Intelectuales chatarra

Actualidad05 de septiembre de 2024
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Es posible que la acción del pensamiento

haya perdido en los últimos tiempos

contacto directo con las realidades

de la vida de los pueblos

Juan Domingo Perón

 
Cerca de cumplirse un año de la elección presidencial del 2023 en Argentina, resulta necesario intentar no sólo aproximarse a un diagnóstico referido a las características políticas y sociales que permitieron el triunfo de Javier Milei sino también bucear en el rol que cumplieron los intelectuales en estos últimos 10 años que nos trajeron hasta aquí.

Hubo un tiempo tal vez ya lejano, de épocas de bibliotecas y de compromiso personal, donde los intelectuales, sobre todo aquellos que se conocen como intelectuales críticos, insatisfechos con una realidad que se acerca al medioevo en su continuidad de exclusión y crueldad, planteaban cuestionamientos serios a un orden injusto y se proponían objetivos radicalmente enfrentados al sentido común de su época, intentando sembrar anclas diversas para construir una alteridad inclusiva a ese presente.

Hoy, en este tiempo de menemismo con redes sociales, el posibilismo disfrazado o también alquilado como supuesta “intelectualidad orgánica”, solo repite, como focas aplaudidoras, aquello de la “correlación de fuerzas” que impediría la osadía de atreverse a pelear batallas dignas aun teniendo la posibilidad de la derrota.

En este nuevo mundo de iPad y Kindle poco queda de ejemplos como los de Haroldo Conti, Alicia Eguren, Francisco “Paco” Urondo, Héctor Oesterheld o Rodolfo Walsh, que sí pelearon y que la derrota les significo la pérdida de sus vidas.

Esta nueva y módica utopía progresista del Siglo XXI se reduce a la agenda 2030 del onegeismo de la USAID, la pelea por el lenguaje inclusivo, los términos de la gobernanza global y la “calidad” de la democracia liberal acechada por el “voto sábana”.

De la igualdad de clases, la distribución del ingreso, la soberanía política, la integración regional, el alineamiento con el Sur Global y los BRICS, el régimen electoral, la insuficiencia de una democracia de ficción sometida a los poderes financieros globales, el rol político de las Fuerzas Armadas o el juicio político a un presidente que está destruyendo el país, nada o casi nada se dice ni se hace.

Mucho menos se hace por el imprescindible cuestionamiento a la Constitución neoliberal de Argentina de 1994, sin siquiera estar enterados del proyecto basado en la Constitución del 49, que duerme el sueño de los injustos en la Cámara de Diputados, desde que Alicia Castro lo presentara en 2002.

Sin embargo, aquellos que advirtieron, y advierten, de la pasividad de una generación de intelectuales mucho más cómodos en el claustro que en la calle, en las embajadas que en los sindicatos, son “cancelados” por ser “funcionales a la derecha” y cuestionar la “conducción estratégica”. Exótica caracterización a un fracaso de años que presume de lo que carece, que representa hoy a los beneficiarios de su dedo, y que es festejada con razón por una derecha que ve en su insolvencia política, la posibilidad de destruir el país con consenso electoral.

En esta etapa de mediocridad y algoritmos, la necesidad compulsiva de obtener notoriedad, traducida en pertenencia y dinero, han convertido a buena parte de esos “intelectuales” otrora críticos en neo-marxistas, pero de Groucho, no de Carlos.

Su expresión más degradada tal vez sea la justificación de lo existente por beneficio personal, y el determinismo absurdo carente de análisis y plagado de voluntarismo que nos dice que el peronismo volverá por el “fracaso de la derecha”, como nos decían en la Guerra Fría: que la derrota del capitalismo era inminente.

Lo que agrava esta etapa, a diferencia de muchos otros tiempos oscuros de nuestro pasado, es el repudio popular que acompaña al peronismo por obra y gracia de una dirigencia que finge demencia y se expresa cual extranjeros recién llegados al país. No hay dictadura, no hay proscripción, hay rechazo.

La “intelectualidad”, mientras tanto, expresa su “indignación” como modo de esconder su impotencia y su necesidad de cumplir aquel viejo apotegma cuestionable de un dirigente peronista mendocino de “mejor que haber cobrado es seguir cobrando”.

La naturalización de esta decadencia de derrota, que impregna de arriba hacia abajo nuestra sociedad, nos deja una anomia de ciudadanos a la deriva, abandonados a su suerte. El sálvese quien pueda ya es un insumo del individualismo más atroz que incluso campea a sus anchas en el campo popular.

Mientras no se perciba que nada es inexorable en política, que no se plantee una agenda que cuestione lo existente, incluida la dirigencia del peronismo que produjo este fracaso, que no se entienda que los gigantescos errores del pasado reciente le pasan facturas al movimiento popular y que no se expliciten utopías difíciles pero movilizadoras, seguiremos remando en este mar de posibilismo acomodaticio que solo le mejora la vida a los dirigentes, a sus intelectuales asesores y a sus familias.

Ya resulta imprescindible para nuestra Patria una nueva Insubordinación Refundante, de las ideas y la acción, la que como toda acción humana, depende más de la voluntad que de la correlación de fuerzas.

Que así sea.

 

Por Marcelo Brignoni * Analista político. / La Tecl@ Eñe

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