Redes sin control
El último reposteo de Javier Milei de una publicación de Elon Musk en la cuenta de su red X al cierre de este artículo era una frase atribuida al historiador y político romano Publio Cornelio Tácito, que vivió en el primer siglo de nuestra era: «Cuanto más corrupto es el Estado, más numerosas son las leyes».
Pocas oraciones definen mejor estos tiempos en los que el verdadero poder se pasea por las redes sociales con total desparpajo y –al menos en Occidente– despliega sus garras sobre cada uno de los países de manera tan obscena como acelerada. Un poder que supera al de Gobiernos de grandes potencias que tiene como objetivo la suma del poder público sin la «molesta» necesidad de someterse al escrutinio popular.
Habrá que reconocer que el presidente argentino «la vio» con el timming preciso como para anotarse en esa ola que desprecia soberanías, valores y necesidades ajenas. Ya que estábamos en aquella Roma, se podría parafrasear a un autor de comedias de un siglo más tarde, Publio Terencio Africano, que suscribiría esta camada de ávidos empresarios propulsores de las ultraderechas en la que abreva Milei: «nada de lo humano me interesa».
El contexto internacional es que en unos días Donald Trump asume por segunda vez el Gobierno en Estados Unidos. Y viene recargado: designó a Elon Musk como secretario del Departamento de Eficiencia Gubernamental, una cartera destinada a pasar motosierra por cada rincón del aparato estatal de la todavía principal potencia económica del planeta. Es más, el modelo de recortes que publicita el magnate sudafricano es el de Milei, que se siente en ese terreno como reivindicado. Se ve a sí mismo –según reflejan las cuentas afines, pagadas con dinero estatal en gran medida– como un adelantado. Como un «fenómeno barrial» que marca tendencia en el mundo.
Pero cuando se raspa un poco en las creencias de Milei, se ve que mira hacia el norte con la admiración de un adolescente y, suculento en elogios, considera a Musk, dueño de Tesla, Starlink, Space X y de la red social que nació Twitter, como el Thomas Alva Edison o el Leonardo da Vinci de la actualidad. En un estadio similar lo tiene a Mark Zuckerberg, el dueño de Meta, el conglomerado que incluye Facebook, Instagram y la red Threads
El detalle es que Zuckerberg apuró en estos días una decisión que equipara a sus plataformas con las de Musk: eliminó los sistemas de verificación destinados a controlar la difusión de noticias falsas. «Queremos volver a nuestras raíces, reducir los errores, simplificar nuestras políticas y restablecer la libertad de expresión en nuestras plataformas». Detrás de esas bellas palabras anida el deseo de sumarse a la ola libertaria que la llegada de Trump a la Casa Blanca promete. De allí que el creador de Facebook deslizara que en Europa los contenidos en las redes son censurados y quiere bajarse de ese caballo, al que se subió cuando los vientos soplaban para otro lado por la llegada de Joseph Biden al Gobierno, en 2020.
Bajo esta supuesta «libertad de expresión», Musk fundamentalmente y de ahora en más Zuckerberg, son adalides del extremismo que tanto preocupa a los Gobiernos de Francia, Alemania y el Reino Unido, entre otros, que no toleran el apoyo decidido a partidos neonazis como Alternativa por Alemania.
Intercambio desigual
En la Argentina, específicamente, esas herramientas vienen siendo utilizadas con puntualidad para lo que el presidente llama «batalla cultural». Pongamos el caso de la actriz Cecilia Roth, de reconocida trayectoria en el país tanto como en España. Es hija de Abrasha Rotenberg, un empresario periodístico fundador de los dos medios más influyentes de los años 60 y 70, la revista Primera Plana y el diario La Opinión. Razones suficientes como para que en 1976 tuviera que partir al exilio con su familia.
Si de algo sabe Cecilia Roth es de persecución y censuras. Pues ocurre que en una entrevista con Efeminista, un portal de igualdad de la agencia oficial española EFE, la protagonista de grandes éxitos dirigida por Pedro Almodóvar, José Luis Garci y Adolfo Aristarain, entre otros, dijo que «el Gobierno está censurando. Estoy segura. Lo sé, lo veo, lo siento, lo conozco». Y detalló: «No se puede hablar de la dictadura militar, no se puede hablar de género, no se puede hablar de cambio climático y no puede haber ninguna película en la que aparezca Lali Espósito».
La ferocidad con que respondieron los ejércitos de trols fue llamativa. Quizás el odio que se descargó sobre ella tiene un resabio ancestral por la historia personal que atesora la multipremiada actriz y que muchos de los que se sumaron a la diatriba seguramente desconocen. El que se puso esta tarea de demolición al hombro fue Agustín Laje, uno de los mas fervorosos ultraderechistas locales, con pátina de intelectual, en un posteo en X que luego replicó Milei.
Si es cierta esa sentencia que dice «dime de qué presumes y te diré de lo que careces», se entiende mejor a qué se refieren con el alegato por «libertad de expresión» que esos sectores extremistas propalan. Y que con Trump en el Salón Oval sin dudas van a sentirse en el Olimpo. Se sabe lo que implica «ir por todo» para ellos.
Por Alberto López Girondo / Acción