El plan se hunde y no hay hoja de ruta

Economía23 de agosto de 2024
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Los datos de la balanza comercial marcan un superávit comercial récord, casi 12.300 millones de dólares en los primeros 7 meses del año. No es mucha plata para el nivel de obligaciones en moneda dura que tiene la economía local, pero para encontrar un número de superávit similar hay que remontarse a 1992.

Aunque menos que el balance cambiario, que permite vislumbrar el estado de la cuenta corriente cambiaria y, por lo tanto, la dimensión real de la restricción externa, el superávit comercial siempre es un gran indicador de la sanidad o no de la macroeconomía. Para quienes piensan en términos estructurales es una muestra mucho más relevante que el de las cuentas fiscales, sin por ello desmerecerlas. 

Por ejemplo, uno de los datos desesperantes durante el gobierno 2019-23 fue el derroche del superávit externo vía el desdoblamiento cambiario. Durante este período, como fue señalado mientras ocurría, el gran negocio del capital local fue acceder a los dólares oficiales baratos para vender a los financieros caros, tarea que no pocas veces demandó algún peaje directamente proporcional a “la brecha”. El gran deporte nacional de hacerse con los dólares del Banco Central tuvo un gran partido. Incluso cuando llegó el tiempo de sequía en 2023 el gobierno precedente se financió con la deuda de los importadores, lo que debió resolver en cuotas y vía Bopreal el gobierno actual.

Pero dejemos reposar al pasado. El superávit comercial siempre es una buena noticia. Para cualquier país es algo así como para una empresa el balance positivo entre compras y ventas, aunque la economía de un país siempre sea un asunto diferente. Mirando el superávit comercial se puede saber mucho sobre su estructura económica y, obviamente, sobre su inserción en el mundo. Por ejemplo, no es lo mismo exportar commodities que alta tecnología, no es lo mismo ser formador de los precios internacionales que tomador. Argentina se inserta en el mundo fundamentalmente exportando commodities agropecuarias a una multitud de destinos y solo forma precios marginalmente en el mercado sojero, pero no independientemente de otros componentes hemisféricos. Sus importaciones, en tanto, son mayoritariamente bienes de capital e intermedios. Esto significa que, si la producción crece, las importaciones crecen más rápido y viceversa. Y este “viceversa” ocurre en el presente. El actual superávit comercial se explica especialmente por la caída de importaciones producto de la recesión. De hecho, los ajustes suelen hacerse precisamente con este fin, frenar la economía para equilibrar las cuentas externas.

 
Sin embargo, la aparente normalidad esconde problemas de fondo que empiezan a sumarse y que adelantan las limitaciones del plan económico en curso. El primer signo es que comienzan a notarse con fuerza los efectos del atraso cambiario, que es hoy la única herramienta real de estabilización que sigue ensayando el gobierno. Esto se ve en los detalles. En julio las importaciones siguieron cayendo en la comparación interanual, un 16,5 por ciento, pero no en la comparación mensual que creció por primera vez, 8,5 por ciento, luego de 11 meses consecutivos de caída. Hay que tener muchas ganas de ver en este indicador un signo de recuperación antes que el efecto del dólar barato para importar. Pero si alguien duda puede complementar con otro indicador tradicional de revaluación, la suba en las importaciones de “servicios turísticos”, que se observa mejor en el balance cambiario, donde el movimiento de la cuenta de transportes, viajes y turismo, ya había registrado en junio pasado un déficit de casi 700 millones de dólares, acumulando un rojo de casi 3500 millones en el primer semestre, similar al de la primera mitad del año pasado, sin recesión galopante. Indicios que se suman.

Luego, los números positivos de las exportaciones en la comparación interanual, una suba del 19,2 por ciento en julio, a pesar de un sendero de precios en baja, se debe al aumento de cantidades por la comparación contra un año de sequía.

Además, como suele suceder con frecuencia cuando se depende del sector agropecuario, se sumó la mala suerte, el problema de los precios amenaza con profundizarse. Como se explicó hace pocos días en este mismo espacio, la soja ya se encuentra en menos de 350 dólares en Chicago, el menor precio de los últimos cuatro años, lo que son menos de 300 dólares en Rosario. Si a eso se le suma el dólar barato se acumulan malas señales de precios para los productores de cara a la próxima siembra.

La primera conclusión preliminar es que puede preverse que las cuentas externas de la economía seguirán ajustándose en los próximos meses, con superávits en baja. En paralelo, la insistencia en usar al tipo de cambio como único estabilizador real de una inflación que, en el balance global se mantiene en niveles mensuales altísimos, seguirá impactando en la “negativización” de las reservas internacionales. El gobierno puede tener como objetivo de su política monetaria hacer que el peso se vuelva un bien escaso, puede hacer presentaciones en el exterior llenas de proyecciones imaginarias, pero lo verdaderamente escaso en los próximos meses no serán los pesos, sino los dólares, la moneda para los intercambios internacionales. 

La segunda conclusión preliminar es que ya no existe una hoja de ruta certera para la estabilización de la economía. Los economistas pueden entretenerse hasta el infinito hablando de la coincidencia de la base monetaria con la base monetaria ampliada, seguir con la muletilla de salir del cepo a pesar de las reservas negativas, teorizar sobre la coincidencia del “crol” (por crawling peg) con la tasa de inflación y la de interés, pero la caída de los consumos básicos seguirá por más crédito subsidiado que se invente para los sectores más acomodados. Luego, el mercado ya sabe que los precios locales están caros en dólares y que el tipo de cambio no es sostenible, lo que a su vez desalienta otra potencial fuente de divisas genuinas, las inversiones que tanto se intenta alentar. El subibaja de los indicadores de confianza que mide una universidad privada ya parece una variable psicológica de ánimo social transitorio antes que una señal sobre el devenir de la economía. 

Finalmente resta una incógnita ¿cuál sería el plan de la oposición para estabilizar la economía frente a un nuevo fracaso inminente? Si la hoja de ruta del gobierno se perdió en el camino, la de la oposición, en cambio, es completamente desconocida.

Por Claudio Scaletta * Lic. en Economía (UBA). Autor de “La recaída neoliberal” (Capital Intelectual, 2017). / El Destape

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