Una burguesía boba y cómplice
En su libro "El medio pelo de la sociedad argentina", Arturo Jauretche decía que nuestra burguesía nunca se había puesto los pantalones largos, porque, a diferencia de la yanqui -que se la jugó en los campos de batalla contra el sur algodonero-, en nuestro país nunca se puso al frente para liderar. En los momentos cruciales siempre prefirió seguir a la saga de la oligarquía. Durante el conflicto por la 125, se le presentó la solución ricardiana para reducir el costo salarial, pero prefirieron el silencio cómplice y pagarlo más caro con tal de no interrumpir la avanzada de la Mesa de enlace contra el peronismo industrialista. Esa es, según Don Arturo, la madre de todas las zonceras: el antiperonismo.
Promediando el primer cuarto del siglo XXI otra vez eligieron ser observadores perjudicados de la realidad. Al inicio del gobierno de Milei, un exultante Paolo Rocca, que había financiado su campaña, propuso “resetear la economía argentina”, recurso limitado de los legos, aunque advirtió la “destrucción de la actividad”. Este apagón provocó que su sector, la siderurgia, tuviera en el primer semestre una caída del 34,6 por ciento contra igual de 2023. Ante los accionistas Paolo el metalero tuvo que poner la cara de su apellido y decirles “fuimos demasiado optimistas”. Como Fátima, el romance duró un semestre.
Milei, en otra muestra más de los daños que puede hacer un manual de economía neoclásica en las manos de un zonzo, dijo que la destrucción de capital era positiva. No por la destrucción creadora shumpetereana, si tanto le gustan los austríacos, sino por la zoncera neoclásica de decir que si hay poco de algo eso vale más, violentando la definición de capitalismo, que es la acumulación de capital. Los empresarios aplaudieron cuando les dijo que iban a perder capital.
Ahora, una empresa cordobesa del Grupo Roggio no pudo pagar los intereses a sus acreedores, por el freno de la obra pública. Las grandes alimenticias tuvieron que mostrar balances en rojo. Durante el primer semestre, Pérez Companc vendió 8,1 por ciento menos que el año anterior. Arcor -4,2 por ciento. A Milei no se le ha escuchado la palabra “industria”. No la puede pronunciar. La detesta. Una de sus caras de loco más logradas fue cuando dijo que las empresas deberían quebrar.
Paolo, como Juan Carlos Pelotudo de Diego Capusotto, dijo: “Es imposible” competir con China. Después de reivindicar las políticas proteccionistas de Estados Unidos, Europa y Japón (al que el euroviejo pone en occidente) se quejó del estatismo en Argentina y el autoritarismo en China. No se lo vio preocupado por la falta de democracia en nuestro país durante la última dictadura, cuando su grupo se expandió mientras en sus empresas hubo detenidos/desaparecidos. Ahora diputados del gobierno que financió buscan sacar de la cárcel a los genocidas y el presidente cerró el organismo que buscaba a los nietos. Los cómplices civiles siguen pidiendo menos estado y quita de impuestos. Quieren como decía Don Arturo, la chancha, los veinte y la máquina de hacer chorizos. Ellos “nunca la ponen”.
Por Andrés Asiain y Rodrigo López / P12