Es el petróleo, estupido

Actualidad05 de agosto de 2024
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Si no hubiera una crisis civilizatoria que ha puesto valores y principios patas para arriba —el mundo asistiendo inerme a un genocidio filmado en tiempo real, y la desaparición de la faz de la tierra del derecho internacional— sería imposible comprender por qué casi todo Occidente está reclamando en diversos tonos a un gobierno soberano que demuestre con documentos respaldatorios que ha ganado las elecciones. Boric reclama a Maduro “las actas”, y al día siguiente se fotografía complaciente paseándose con jerarcas de la monarquía absolutista saudí; Alberto Fernández saca la cabeza de algún lugar para “exhortar” al gobierno de Venezuela a hacer lo que la ley no le impone; el delincuente Macri —que está suelto por inoperancia de la Justicia— y el desquiciado Milei, intentando hacer oír el rugido de la motosierra a nivel regional, le reclaman por escrito a las Fuerzas Armadas venezolanas que hagan un golpe de Estado contra el gobierno constitucional. Además de cometer un delito, hacen el ridículo: ignoran la solidez y profundidad del modelo de unión cívico-militar encarnado en Venezuela, cuyos mandos militares son leales al lema de Bolívar: “Maldito el soldado que levante una arma contra su pueblo”. 

Reflexionemos. ¿Algún país de América Latina pretende, acaso, establecer condiciones para regular en detalle las elecciones en el Parlamento alemán o para elegir el gobierno de España, que determinará fechas y modalidades de todo el proceso electoral? ¿Algún país de nuestro continente reclamaría injerencia en el proceso de elecciones en Francia o en el Reino Unido, juzgó su oportunidad de formar gobierno o formuló críticas y sanciones a los incidentes electorales en Estados Unidos? Sin embargo, esos países se arrogan facultades de injerencia directa para tutelar las cuestiones internas de la política venezolana. Lo considero inadmisible. La igualdad jurídica de los Estados es base de la construcción de un mundo multipolar de naciones iguales y soberanas. La lucha contra el colonialismo y su tutelaje es un imperativo ético. Hoy, algunos dirigentes y muchos periodistas decentes parecen confundidos o timoratos, sin animarse a quedar lejos de lo que pueda ser dicho en serie para demonizar a Venezuela, bajo el escrutinio de los Cinco Ojos. 

Los que no confían en los resultados no sólo desconocen la eficacia de su sistema electoral, no conocen Venezuela. Para quien, como yo, tuvo el privilegio de vivir de cerca el proceso de la revolución bolivariana, resulta evidente el triunfo de Maduro, sucesor de Hugo Chávez, el gran líder que construyó, desde los cimientos de una constituyente popular, un nuevo sujeto político a través de la democracia participativa y protagónica; que forjó la unión de América Latina y el Caribe; que se propuso crear un polo anti-imperialista a nivel global. Chávez, antes de morir, designó públicamente como sucesor a su canciller Nicolás Maduro, con una convicción plena y “redonda, como la luna llena” y ese dictum persiste en el corazón de venezolanas y venezolanos que aprendieron a leer y escribir en esos tiempos nuevos, se incorporaron a una actividad política y social con extraordinario dinamismo, tuvieron por primera vez una voz, un documento, un médico en el barrio, y miles de alegrías. Maduro completó hace poco tiempo la entrega de cinco millones de viviendas gratuitas, ubicadas estratégicamente en lugares donde antes sólo habitaban los ricos. A pesar de las sanciones económicas de los Estados Unidos, que produjeron una dolorosa y prolongada carencia de insumos, medicamentos, alimentos, está logrando con esfuerzo recomponer la economía. ¿Por qué sería extraño y dudoso, entonces, el resultado de estas elecciones? Las respuestas son de una precariedad insultante. Una crítica es la diáspora de venezolanos en el exterior —“¿Por qué los chicos de Rappi son venezolanos?”—. ¿Quién está contabilizando los millones de emigrados colombianos que hay trabajando en Venezuela? ¿Los millones de mexicanos, de ecuatorianos, exiliados en el mundo? Hay casi 6 millones de italianos emigrados, por ejemplo, y no hemos escuchado ningún reproche dirigido al Estado italiano. Las críticas a Venezuela están fogoneadas y financiadas por los Estados Unidos de América, aliado y proveedor de armas a Israel, que en el día de hoy ha completado la matanza de 39.363 palestinos desde el 7 de octubre, la mayoría niños y mujeres. Pero no dudan en llamar “dictador” a Maduro.

En medio de una Tercera Guerra Mundial fragmentada, con un nuevo orden mundial en disputa cuyo epicentro es el sur global, nuestra tarea es aportar a la construcción de un mundo pluripolar, expresado en bloques de pertenencia, como la UNASUR, la CELAC, y alianzas como los BRICS con liderazgos de Rusia y China, que desafían frontalmente la hegemonía y el control de los recursos que los Estados Unidos pretende ejercer en nuestro continente. Tenemos un imperativo amplio y muy serio: advertir los riesgos que corre la democracia en América Latina y definir el grado de independencia que queremos para nuestra región. 

Para evitar el desmoronamiento de nuestras democracias, es imprescindible asegurar que los Presidentes surjan del voto popular expresado en las urnas. Los “demócratas” que le exigen al Consejo Electoral de Venezuela (CNE) demostración de actas y votos en 48 horas, reconocieron en 2009 al autoproclamado Juan Guaidó como Presidente del país en menos de 24 horas, sin votos, sin actas, sin elecciones. Ahora dan crédito a la oposición encarnada por Maria Corina Machado, que asevera que ganó su candidato, Edmundo González, por amplia mayoría. Antes y después hicieron lo de siempre: adelantar que habría un fraude, desconocer el resultado, generar hechos de violencia. Sólo cuando ganaron —numerosos escaños en la Asamblea Nacional, gobernaciones, alcaldías—, la oposición reconoció el resultado de las elecciones, y la entonces presidenta del CNE, Tibisay Lucena, aquella mujer bajita de enorme estatura moral, se lo transmitiría con serenidad al Comandante Chávez y a la población.

No me ocuparé aquí de los “technicalities” para describir la seguridad y confiabilidad del sistema electoral venezolano porque han sido profusamente difundidos. Esta farsa que duró tres días ha sido superada al presentar Nicolás Maduro un amparo en el Tribunal Supremo de Justicia para clarificar las diferencias entre el chavismo y la oposición. Todos, oficialismo y oposición, deberán presentar todas las actas, pruebas y denuncias si las hubiera. 

Es necesario entender que quienes hoy cuestionan no están peleando para defender la democracia o la transparencia; están peleando por los negocios y los recursos naturales, ¡Es el petróleo, estupido!

Regime Change: la matriz libia 

Es bien conocido cómo las agencias gubernamentales de los Estados Unidos orquestan etapas para lograr sus objetivos de cambio de régimen —con mentiras, han justificado sus invasiones militares en Iraq, la destrucción de Libia— y sus pretensiones de injerencia directa en la política latinoamericana. 

Cuando fui embajadora en el Reino Unido, conocí al periodista Julian Assange, creador de WikiLeaks, entonces con asilo diplomático en la Embajada de Ecuador, y construimos una relación de amistad y confianza; cada tanto le preguntaba si había alguna revelación sobre la Argentina, sobre Venezuela. Siempre me respondía que si la tuviera, la hubiera publicado. Pero un día, sobriamente, me señaló como resumen y clave uno de los documentos filtrados por Edward Snowden que reveló la “Lista de Objetivos y Prioridades Estratégicas 2007 de la Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos (NSA)”. Allí hay una lista de seis países señalados como “objetivos permanentes”. Son China, Corea del Norte, Irak, Irán, Rusia y un país de América Latina: Venezuela. 

En el sitio donde se ordenan las tareas y destino de respectivas misiones de agentes de inteligencia se puede leer: “F - Mission: Venezuela: “Establecer responsables políticos para impedir que Venezuela alcance un liderazgo regional y aplique políticas que afecten negativamente los objetivos globales de Estados Unidos. Evitar que crezca la influencia y liderazgo de Venezuela en áreas política, ideológica, energética” (Lista de misiones estratégicas de la NSA: objetivos permanentes).

Está a la vista que se trata del petróleo. Y si alguien eligiera ignorar por completo las evidencias y los riesgos, los altos funcionarios del gobierno de Estados Unidos se encargan de aclararlo llanamente: quieren cambiar al gobierno elegido por el voto popular, están dispuestos a intervenir militarmente y, frankly speaking, el petróleo venezolano les queda más a mano que el de Medio Oriente. 

Las intervenciones militares de los Estados Unidos son precedidas por una serie de acciones: el planificado desgaste del gobierno —ningún país está sometido a un linchamiento mediático más tenaz que Venezuela— imponen bloqueos para crear desabastecimiento que resultan en descontento social; secuestro de divisas; agitan actos de violencia organizada; promueven la instalación de un gobierno paralelo. En medio del caos provocado, justifican la intervención militar. Esta matriz —que se desplegó en Libia e incluyó el asesinato de Muammar al-Gaddafi— es la que intentan aplicar en Venezuela. Nadie puede ignorar hoy que Venezuela está bajo asedio. Desde el golpe de Estado perpetrado contra Hugo Chávez en abril 2002, no han cesado los intentos de golpe, magnicidio, sabotaje, desabastecimiento, acciones de violencia organizada o “guarimbas”, como hemos vuelto a ver en estos días. 

En este escenario de gran fragilidad, contribuir a erosionar a Venezuela es irresponsable. Es el paso que favorece un golpe. Maria Corina Machado le dirigió una carta a Netanyahu pidiéndole su intervención en Venezuela, basándose en la “responsabilidad de proteger” los derechos humanos. 

Justamente este es el argumento —nuevo para el derecho internacional— introducido por los Estados Unidos para justificar la invasión a Libia (Debate en Naciones Unidas sobre la responsabilidad de proteger del embajador Jorge Valero).

Es preciso darle inteligibilidad a la política internacional, porque aun cuando no lo advirtamos, de ella dependerá nuestro futuro. La Argentina debe estar guiada por los principios rectores de no intervencionismo en los asuntos internos de otro Estado, respeto por la libre determinación de los pueblos e igualdad jurídica de los Estados. La Argentina ha hecho doctrina, la doctrina Calvo, la doctrina Drago, que debemos defender con orgullo.

Somos conscientes del papel de los medios de comunicación, el “periodismo de guerra” que puede alcanzar ribetes desestabilizadores. Los medios de comunicación comerciales y las redes sociales, con sus ejércitos de bots y trolls juegan un papel central en la demonización de los líderes y procesos populares y en la desestabilización de la democracia. El propio Elon Musk se ha puesto al frente de la batalla comunicacional multiplicando mentiras por X y llamamientos al golpe en Venezuela; no esconde su agenda de apropiación de los bienes naturales en nuestra región. Resulta incongruente que quienes denuncian la permanente manipulación y hostigamiento de los medios concentrados, al mismo tiempo, respondan automática o demagógicamente a la línea que estos mismos generan. 

A veces la posición de dignidad es profundamente solitaria; las y los dirigentes sociales y políticos del campo popular tienen que mostrar coraje para construir otro sentido, una opinión propia desde otro lugar, un útopos, otro camino posible. 

En la década pasada, entendimos que es preciso retomar el legado de nuestros libertadores, la Patria Grande que soñaron San Martín y Bolívar, y que la unión es la clave para lograr soberanía política, independencia económica, justicia social. Derrotamos al ALCA en nuestra tierra, y los pueblos de América celebramos con inmensa alegría este triunfo que Hugo Chávez, Néstor Kirchner y Lula da Silva protagonizaron como los “tres mosqueteros”, asestando con coraje y decisión una victoria estratégica al imperialismo. 

Es la memoria a recuperar. Es el respeto por la verdad. Es la tenaz vigencia de nuestros sueños, que no se rinden, “hasta que todo sea como lo soñamos”. Venceremos.

 

 Por Alicia Castro es diputada nacional (Mandato Cumplido); ex embajadora en la República Bolivariana de Venezuela y ante el Reino Unido. / El Cohete

 

 

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