Milei, el “experto” que no da pie con bola
El momento más crítico de cualquier plan económico llega cuando quienes tienen la responsabilidad de conducirlo comienzan a buscar culpables externos. Lo notable de la administración libertaria es que el momento llegó demasiado pronto. A poco más de siete meses de gobierno, luego de someter a las mayorías a un ajuste sin precedentes y de provocar una recesión con niveles de pandemia, se asiste a una disparada de acusaciones contra conspiradores de todo tipo, desde banqueros y empresarios a simples operadores del mercado y hasta el mismísimo FMI, organismo que representa los intereses geopolíticos que La Libertad Avanza admira y que puede ser acusado de cualquier cosa, menos de presunto izquierdismo.
Para ir rápido al grano, Javier Milei es presidente porque se le alinearon los planetas. Fue el gran beneficiario de la catalización del descontento y el de la ya sólida alianza antiperonista. Pero ganó porque la sociedad se hartó, por sobre todas las cosas, de la inestabilidad macroeconómica, de la alta inflación interminable y siempre creciente. No es economicismo. La sociedad no estaba especialmente hastiada de la interna entre el Alberto y Cristina, ni del lenguaje inclusivo, estaba saturada de la inflación. Claro que no era lo único, claro que existen los procesos ideológicos globales, la realidad nunca es unidimensional, pero la sociedad eligió básicamente al candidato que creía que le iba a solucionar el problema de la inflación, las restantes causales eran subsidiarias.
Por esta precisa razón se entiende que el gobierno se aferre al núcleo de su propio relato, el de haber conseguido bajar la inflación. Relato que todos los medios de comunicación oficialistas y paraoficialistas, es decir prácticamente todos, se empeñan en reproducir en cada línea impresa y en cada segundo de aire. Decimos “relato” porque es simplemente mentira. La inflación no bajó. Lo que hizo el gobierno fue provocar un shock inflacionario inicial y tirar dos anclas, la cambiaria y la salarial. A ello se sumó la gran contracción de Gasto y el resultado fue una profunda recesión, o sea, un desastre en la economía real. Todo bastante de manual. Mientras tanto, en medio de la catástrofe productiva, los precios siguen creciendo a una tasa mensual que solo parece baja en relación a los números de shock iniciales. Por supuesto que todo relato, para ser creíble, necesita algún componente de verdad. Este componente es la trayectoria tendencialmente decreciente de los precios a pesar de la leve excepción de junio, pero la línea descendente ya alcanzó su piso potencial y, lo que es mucho peor, ese piso no luce sostenible.
Este es el punto en el que se encuentra la economía. Un gobierno que se creyó su propio relato y se aferra absurdamente a él, una sociedad que necesita desesperadamente creer en ese relato, pero que ya está en trance de procesar el doloroso error histórico que cometió, y una clase dirigente que se reparte, mayoritariamente, en dos mitades, los silenciosos que apuestan al “desensillar hasta que aclare” y los que ya no saben que más hacer para que ayudar al que no se deja, no hace falta nombrarlos.
El problema de fondo tiene dos componentes. El primero es que el nuevo gobierno “anticasta” asumió sin un plan económico y le entregó el diseño del programa a “la casta” que ya había fracasado durante el macrismo. El segundo es que Javier Milei y sus militantes no entienden cómo funciona la economía. El rey está desnudo, pero porque no sabe. Y la impotencia de que el mundo no funcione según sus ensoñaciones comenzó a poblar su universo de fantasmas, aunque se evada permanentemente con viajes internacionales de lujo, sin razones de Estado y a exclusiva costa del erario.
Veamos más de cerca el primer componente. LLA nunca fue nada parecido a un partido, es Javier Milei. No existió cosa tal como un armado de cuadros o un programa de gobierno, como lo refleja la naturaleza de sus legisladores y la dificultad para consolidar funcionarios. Frente a la cuasi sorpresa del triunfo, encerrado durante semanas en el hotel de uno de sus principales sponsors, el nuevo presidente, que nunca había administrado un kiosco, debió armar de apuro y bajo la influencia de todos los lobbies. Aunque se perciba represente único mundial de la micro secta austríaca, su visión del mundo es la que enseñan en las universidades privadas de economía de poca monta: un neoliberalismo ramplón. Tan ramplón como para reproducir el mito zonzo de la argentina potencia del primer centenario, capítulo del que no entendió ni la ley de residencia. El primer resultado fue que Milei armó su gobierno con los cuadros del neoliberalismo más rancio. Sus principales ministros operativos, seguridad y economía, fueron ministros del macrismo. Su hoja de ruta, el paquetazo de la Ley Bases, fue preparada por Federico Sturzenegger para un eventual gobierno de Patricia Bullrich. En los hechos el gobierno de LLA es una suerte de neomacrismo extremista, pero peor administrado. Los resultados no serán similares, serán peores. Bajo el espejismo de la nueva lucha contra la casta y “los políticos”, los votantes de Milei no hicieron más que traer de regreso a lo más fracasado de la vieja política.
El segundo componente es una profunda confusión conceptual, tanto del Presidente como de sus funcionarios. Un gobierno cuyos integrantes se cansaron de decir que la inflación es un fenómeno exclusivamente monetario no entiende cómo funciona el dinero, no entiende que la creación de dinero es mayoritariamente endógena, que el grueso no es creado por los gobiernos, sino por los bancos. Incluso hasta por los mismos particulares cuando hacen una compra con tarjeta de crédito. El gobierno tampoco entiende la relación entre los déficits y superávits fiscales y el ciclo económico. No advierte que el ajuste fiscal siempre reduce la recaudación por caída de la actividad y, por lo tanto, por definción, solo puede ser transitorio, no un indefinido fin en sí mismo. El gobierno ultra pro mercado tampoco parece entender que es la oferta y la demanda de divisas la que define su cotización. Toda la sarasa de “secar de pesos la plaza” tiene efecto cero sobre el precio del dólar. Lo único que calma su precio es aumentar su oferta, como se terminó haciendo.
Sin embargo, la disociación cognitiva es absoluta. El gobierno necesita desesperadamente mantener su relato sobre la baja de la inflación y sabe que no es una cuestión monetaria, sino de que no aumente el principal precio básico de la economía, el dólar. En consecuencia, decidió gastar sus últimas balas, las reservas internacionales, en sostener artificialmente el ancla cambiaria. El problema, como ya se demostró muchas veces en la historia, es que este camino no es sostenible. Primero porque las reservas netas siguen negativas, es decir solo se podrá intervenir en el mercado por un tiempo acotado, tarea de quema de recursos en la que el ministro Caputo tiene gran experiencia. Segundo, porque el dato de nivel de reservas es el que está bajo la mira de los acreedores. El FMI advierte el problema, reprocha y pide devaluar. El mercado lo escucha y se adelanta. Los acreedores privados dudan de la capacidad de repago, cae el valor de los bonos y aumenta el riesgo país. El gobierno insiste en los espejismos cortoplacistas, como la anunciada creación de un fondo en el extranjero para el pago de los vencimientos de los intereses 2025, lo que en la práctica se advierte como una nueva señal de debilidad.
Otra vez el límite lo determina el “ciclo de las divisas”, que es el de la restricción externa que supuestamente no existe. Las esperanzas de salvación se reducen nuevamente a un único componente: que aparezca una nueva fuente extraordinaria de dólares, sean las inversiones que impulsaría el RIGI o la orden de prestar que, si gana, Donald Trump le daría al FMI. Son todos potenciales para un futuro que hoy es remoto, pero que aun en caso de concretarse no resolverían ninguno de los problemas de fondo. Las inversiones del RIGI solo darían lugar a algún dinamismo puntual en la etapa de inversiones, pero después del año tres ya no aportan divisas. Más deuda con el FMI compraría tiempo, pero al final del camino solo sería más deuda.-
Por Claudio Scaletta / Lic. en Economía (UBA). Autor de “La recaída neoliberal” (Capital Intelectual, 2017). / El Destape