El magma del descontento
Cada tanto hay que decirlo, vaya a saber por qué, pero la economía es una ciencia. Los hechos económicos no ocurren por azar. Hay relaciones causa-efecto de las decisiones políticas. Hay leyes, los resultados son universales y el laboratorio es la historia. Lo decimos, lo repetimos, porque nada de lo que sucede en el presente es producto de la suerte. Lo que sucede, una recesión que se profundiza y una inestabilidad que no cede, es el producto predecible de las malas políticas económicas. No quiere decir que los hados nunca intervengan, pero en la economía local solo lo hacen marginalmente por la vía del clima, otro subproducto de la dependencia agraria de la canasta exportadora.
Lo repetimos, porque la economía se encamina a una nueva crisis de resultados progresivamente impredecibles. “Impredecibles” no es aquí un calificativo azaroso, sino que surge de una situación objetiva: la falta de resto social. Las devaluaciones provocan shocks inflacionarios y los shocks inflacionarios aumentan el número de pobres por caída de ingresos y de la actividad. Cuando las crisis se repiten y prolongan en el tiempo, el resto social disminuye, al igual que el resto de ahorros, el resto de paciencia y resto de aguante. Puede ocurrir que la superficie, gracias al mecanismo de relojería de la legitimación mediática, parezca en calma, pero por debajo comienza a bullir el magma del descontento.
Vale recordar que la llegada del nuevo gobierno fue bajo una esperanza de nuevo tipo. No solo se esperaban mejoras, sino que se estaba dispuestos a asumir un sacrificio y una espera. Como nunca, la sociedad estaba decidida a aceptar el peso de un ajuste estructural. “La sociedad” significa aquí las mayorías, los trabajadores. Ni el agro estaba dispuesto a asumir mayores alícuotas de retenciones, ni los empresarios de impuestos. El ajuste a “la casta” solo fue el ajuste a los trabajadores, activos y pasivos, y el disparate del fin de la obra pública nacional. Para el poder económico interesado en la destrucción y apropiación de los restos del Estado fue “Argentina año verde”.
El problema es que la contracción económica no cesa, los despidos crecen y comienza la destrucción de empresas, un proceso que suele llegar con retardo a la conciencia social. Tras más de 7 meses de gestión, el ajuste fue solo ajuste, es decir, no se avanzó hacia la prometida estabilidad. Y no solo eso, tampoco se observan señales de potencial recuperación, ni de la actividad ni de la inversión. En el presente sólo se habla de instrumentos financieros. Producción y crecimiento son palabras ausentes del discurso económico. En el futuro sólo asoma el desierto productivo y la recesión, la maldición del desempleo y de la caída en el uso de la capacidad instalada, máquinas apagadas y fábricas cerradas. El único logro que puede atribuirse el Gobierno, refrendado por el grueso del sobre abundante periodismo oficialista, es la presunta derrota de la inflación, una gran mentira.
La trampa de la nominalidad es absoluta. La inflación todavía ni siquiera llegó al “horrible” 3 por ciento mensual que alcanzó durante la gestión de Martín Guzmán. El mínimo del 4,2 por ciento tocado en mayo es el valor de una inflación altísima. La trampa nominal es el regreso a la media, un escalón más arriba, tras el shock devaluatorio de diciembre. La trayectoria en lo que va del año fue descendente, pero ni siquiera alcanzó para volver a la “normalidad” anterior, a lo que se suman niveles de actividad e ingresos de los trabajadores mucho peores a los preexistentes. Dicho mal y pronto, el ya experimentado sufrimiento prometido fue a cambio de nada. No es que el ajuste haya sido necesario o no, fue esencialmente inútil y el camino hacia una situación peor.
Aunque los medios de comunicación repitan la mentira de la “derrota de la inflación”, la realidad más concreta es que sus causas no fueron atacadas, sino que además reaparecieron con fuerza. La inflación, más allá de las distorsiones que provienen de las variaciones en la demanda y de las inercias, es básicamente un fenómeno de costos, de precios básicos. En la economía local, estos precios, que incluyen al dólar, son dólar dependientes. En la práctica, “derrotar a la inflación” significa estabilizar la divisa estadounidense.
El Gobierno se autopercibe hipermonetarista, pero sabe perfectamente que si se le escapa el tipo de cambio se le vuelven a escapar todos los precios. Por eso, la principal tarea del ministro Luis Caputo consiste en ensayar todas las manganetas de su mundo de mesadinerista exitoso, no de macroeconomista, para conjurar la escasez de dólares. Si se sigue la secuencia cronológica, la escasez iba a ser inicialmente conjurada con créditos externos. Tanto el Presidente como el Ministro sugirieron en distintas oportunidades que ya habían conseguido el dinero necesario.
Pero como al asumir tal dinero no estaba, se pasaron de rosca con la devaluación y compraron unos pocos meses de calma. En el camino refinanciaron la deuda de los importadores y dividieron en cuatro mensualidades los pagos de las importaciones nuevas. Hace poco más de una semana se anunció el sacrificio de acumulación de reservas en pro de liquidarlas en el mercado para tratar de acortar la brecha entre el oficial y los paralelos. Este mismo miércoles, se anunció que los pagos de importaciones no se liberan, pero ahora se podrán pagar en dos veces en vez de cuatro, lo que para los importadores significa mayor acceso a las divisas al precio oficial en un contexto de escasez bajo la idea de que ir soltando restricciones es una señal de confianza para los mercados. No hace falta ser un genio para predecir lo que sucederá.
El balance preliminar es una administración absolutamente concentrada en sostener un tipo de cambio que el mercado considera atrasado, es decir, con el objetivo casi exclusivo de intentar que el dólar siga funcionando como ancla para sostener el relato mentiroso de “la derrota de la inflación”. La pregunta inmediata es hasta cuándo se podrá sostener un esquema semejante sin dólares adicionales. El oficialismo se entusiasma con dos posibilidades, que el RIGI finalmente habilite el comienzo de una “lluvia de inversiones” modelo 2024 y que un eventual triunfo de Trump en Estados Unidos se traduzca en una “lluvia de dólares” vía un nuevo acuerdo con el FMI. El problema es que ambas fuentes, si efectivamente se activan, son soluciones para el mediano plazo, es decir para 2025. El verdadero desafío son los próximos 6 meses, lo que en los tiempos de la economía local es el futuro remoto.
Que el autopercibido “experto en crecimiento económico con y sin dinero” solo provoque una recesión aguda y no conjure la inestabilidad macroeconómica comienza lentamente a hacer ruido. No entre quienes siempre advirtieron la aridez de su mala formación económica, sino entre quienes, como decía el Quijote, cayeron en las “artes de encantamiento”, en quienes se esperanzaron en que Milei sería el pasaje a un país sin inflación. El punto clave del presente es el mismo que en diciembre. Salvo que medie la casualidad, nadie puede resolver un problema que no entiende. Y el Presidente nunca entendió la inflación. La paradoja es que, a fuerza de discurso de legitimación ahora quedó entrampado en la baja nominal de la inflación como única alternativa de éxito de su gestión, algo que no hay visos de que vaya a suceder. Es más, sería un verdadero milagro no estar a las puertas de un nuevo shock devaluatorio y por lo tanto inflacionario. La única contratendencia a la vista sería un ingreso de dólares realmente extraordinario a partir del blanqueo.
En un segundo orden estarán los efectos políticos de una posible profundización de la crisis. Seguramente el opoficialismo que habilitó la sanción del paquete legislativo conocido como “Ley Bases” estallará por los aires. Si la popularidad de Milei decae aceleradamente, también desaparecerá antes de nacer la construcción federal de una fuerza política propia. Una posibilidad que hoy parece política ficción es que el PRO renazca de sus cenizas, aunque con una dirigencia menos deslegitimada. Para las fuerzas que integraron el ex Frente de Todos, el camino será más largo. Necesitarán saldar o acomodar la propia interna, mandar a jardines de invierno a los más trajinados y ofrecer una alternativa del gobierno, tarea última que hoy se encuentra en construcción en muchos de los subespacios pan peronistas.
Por Claudio Scaletta * Lic. en Economía (UBA). Autor de “La recaída neoliberal” (Capital Intelectual, 2017). / El Destape