Poder y caja: detrás de la pelea entre Macri y (Karina) Milei
La colisión entre Javier Milei y Mauricio Macri, que ya sucede a plena luz del día, tiene raíces profundas y consecuencias imprevisibles. Detrás de lo que se puede ver, de las recriminaciones por redes sociales, los destratos televisados y los off the record, hay una lucha encarnizada por el poder. Cada uno a su manera, ambos arribaron a la misma conclusión: a pesar de los acuerdos pasados, de los intereses en común y de una afinidad ideológica que llegó a sorprenderlos en un primer momento, no hay lugar para que convivan los dos liderazgos. Tarde o temprano (y todo indica que más temprano que tarde) quedará uno solo.
La madrugada gélida del 9 de julio en Tucumán fue la locación de la última escena, por ahora, de esta historia de intrigas, a la que le quedan varios capítulos por delante. Macri, a la intemperie, como uno más de los invitados al acto por la firma del Pacto de Mayo. Le habían prometido mayor protagonismo, su rúbrica en el documento, un lugar en la foto. Ni siquiera tenía asignada una silla cuando llegó. En su discurso, veladamente, Milei volvió a incluirlo entre la casta culpable de todos los males del país, como hacía durante la campaña. Las cámaras de la transmisión oficial se preocuparon especialmente por esconderlo.
Macri había dejado apresuradamente el caluroso verano de Londres para volar a Madrid, de allí a Buenos Aires y finalmente un último vuelo a la helada Tucumán para llegar a tiempo para la ceremonia, en el curioso horario de la medianoche de la víspera. Hizo el esfuerzo por pedido expreso del presidente, que a través del jefe de Gabinete, Guillermo Francos, le insistió el viernes pasado para que fuera parte del acto en la Casa Histórica. Sin su presencia, el único ex presidente que hubiera oficiado como testigo del pacto refundacional era Adolfo Rodríguez Saá, que sólo ejerció el cargo durante una semana.
El enojo de Macri tomó rápidamente estado público. Las filtraciones en off desde el PRO coinciden en cargar las tintas sobre Karina Milei, señalada como autora intelectual del desplante y que, para peor, ocupó el lugar en el Pacto, bajo los focos, que el ingeniero esperaba para él. La hermana del presidente es, en la mesa chica que toma decisiones en Olivos, la más férrea opositora a un pacto con Macri que implique el ingreso formal del PRO al gobierno. Ella cree que las lealtades irán cediendo por goteo, y que tarde o temprano toda la derecha se alineará bajo el liderazgo de Milei sin tener que ceder cargos o lugares en las listas por un acuerdo.
Los que resistan, dice, serán aplastados en las próximas elecciones. No es solamente un pronóstico ocioso sino que un objetivo en el que Karina trabaja cada día. Apunta a tener la personería del partido a nivel nacional antes de la primavera, lo que le permitirá presentar boletas en todos los distritos sin tener que recurrir a sellos de goma, que salen caros. Pero además, de la mano de Martín y Lule Menem y del cordobés Gabriel Bornoroni, opera internas en todo el país para debilitar a otros espacios y fomentar a sus propios candidatos. Macri observa cómo eso está sucediendo en la ciudad de Buenos Aires y lo considera un ataque directo contra él.
El primer gesto hostil había sido previo a la amansadora tucumana. La semana pasada el expresidente publicó un duro mensaje en sus redes instando al gobierno nacional a que cumpla el fallo de la Corte Suprema que le devuelve a la administración porteña los fondos de coparticipación que él les había asignado por decreto en 2016. Cree que Karina los tiene pisados para desfinanciar a su primo, Jorge Macri, mientras alimenta la candidatura de Patricia Bullrich para desafiarlo en 2027. Es una amenaza existencial al PRO; si perdiera el bastión y la caja del distrito en el que nació y que gobierna desde hace casi dos décadas, poco le quedaría.
Otro anuncio reciente confirmó esas sospechas. La sorpresiva decisión del ministro de Economía, Luis “Toto” Caputo, de transferir al Tesoro las deudas del Banco Central, tal como anunció en una conferencia de prensa hace diez días, tiene implicaciones inesperadas, que poco tienen que ver con los dimes y diretes de la macro. El fisco porteño cobra un 8 por ciento en concepto de Ingresos Brutos a las operaciones financieras con letras del BCRA. No es un número despreciable. Significa una quinta parte de los ingresos que ese tributo deja en las arcas de la ciudad. Si la deuda cambia de ámbito, el tributo se cae. La caja se sigue achicando.
Por Nicolás Lantos / El Destape