Negro sobre blanco

Actualidad05 de julio de 2024
wp7084165

Transcurridos seis meses de ejercicio de un gobierno que significa, por estilo e ideología, una revolución simbólica en cuatro décadas de democracia, parece llegar el momento en que, como se dice coloquialmente, deberá ponerse “negro sobre blanco”. Es decir: pasar en limpio el texto para clarificarlo y saber cuánto tiene realmente de consistente y novedoso. Se trata de un primer balance que podría ofrecer una noción bastante precisa del horizonte que le aguarda a este experimento político. Esa evaluación semeja un punto de inflexión donde convergen, según creemos, tres cuestiones: la intención manifiesta de cambio, la configuración estructural –ideológica y fáctica– del país y las expectativas de la sociedad. Acaso en esa escena tridimensional se cifre el futuro próximo de la Argentina.

Con la ley Bases y el paquete fiscal aprobados, aun con modificaciones significativas; el descenso sostenido de la inflación y un ajuste severo que no tuvo resistencia social, permitiendo llegar rápido al superávit fiscal, el Gobierno puede decir: conseguimos mucho en poco tiempo, refutando los escenarios nefastos postulados por la oposición y tantos especialistas. Pero no solo eso: quebramos la certeza de que no se podía hacer semejante cosa sin provocar un estallido social que volviera ingobernable el país. Ese tal vez sea el logro mayor, que lo fortaleció a expensas de los que se equivocaron en profetizar un Apocalipsis que no ocurrió y difícilmente ocurrirá. Por eso, los objetores intelectuales y políticos atraviesan su hora más oscura.

Claro que la intención de reformatear la macro a lo bestia y de arrasar a la clase política, con verdades y calumnias, puede provocar un espejismo en sus ejecutores: la idea de que era fácil cambiarlo todo si se tenía suficiente coraje y determinación, omitiendo que en realidad se negoció casi todo. Del aparente éxito prematuro a la soberbia, la negación y la omnipotencia, en política hay solo un paso, aún más si gobernar se asimila a encabezar una guerra contra los enemigos de la religión. En este caso, lo que llamamos punto de inflexión es, ante todo, para un gobierno y un líder dogmáticos, una confrontación entre el deseo y la realidad. Entre las propuestas fanáticas y los férreos límites que imponen las estructuras económicas, políticas y sociales.

El triunfo de Jano

El ruido de esta confrontación es cada vez más audible. Un indicio se observa en el campo económico: la tribu neoliberal intensifica su polémica; los antiguos compañeros de ruta, los convocados y descartados, los despreciados por opositores, muchos propios (en secreto), dudan de la congruencia del programa económico. Dificultades para salir del cepo, caída de la acumulación de reservas, deuda con importadores, maquillaje de las cuentas públicas, inflación en caída que no podría descender más, atraso del tipo de cambio, internas y el FMI disimulando con elogios su desacuerdo, constituyen demasiados interrogantes. Y lo que más preocupa: la recesión no cede, obligando a cambiar las letras de la sopa: no habrá V y está en duda la U, mientras muchos teman la L.

Ante el éxito o la adversidad Milei es diáfano en su alienación. Lo que se llamaría “un caso clínico”. Cuentan que el presidente Wilson se distraía enamorado de su nueva mujer, mientras Europa lo esperaba en vilo al cabo de la Primera Guerra Mundial. El libertario responde a las alternativas del poder enamorándose aún más de sí mismo, creyéndose acreedor al Premio Nobel de Economía, considerándose un líder de la humanidad sin precedentes, insultando a los que lo contradicen, otorgándoles a las volubles encuestas el carácter de verdad irrefutable. Sobredimensiona los logros y huye de los problemas. Negación, paranoia, delirios de grandeza: los rasgos y comportamientos usuales del desequilibrio emocional, por no decir de la psicosis.

Dentro de esta dinámica estresante, las expectativas públicas parecen lo más alineado con los deseos del Gobierno. Más que el dólar oficial, ellas son la verdadera ancla, aunque su material se parezca más al alambre que al acero. Lo cierto es que una mayoría, que no es abultada, lo sostiene, aunque con menor apoyo cuantitativo que gobiernos anteriores para el primer semestre. Sin embargo, podría decirse en favor de Milei que ninguno de los predecesores fue tan audaz en el ajuste. Como hemos escrito, esbozando una hipótesis, la aprobación de entre el 55 y el 60% se debe a dos razones. La primera es que se votó a Milei, antes como verdugo de las élites que como un reformador de la economía; segundo, que además de convertirse en San Jorge, está bajando la inflación. Como en 1983, los intereses ideales parecen pesar más que los materiales.

La hora del trade-off

Milei, se nos ocurre, semeja un Alfonsín invertido. El adalid de la democracia vino a restablecer la política; el libertario, a destruirla. A ambos los vincula la libertad. Hacerla resplandecer fue el deber originario que se autoimpusieron, aunque la entendieran de un modo muy distinto. Para uno, se trató de restituirla a través de las instituciones democrático-liberales; para el otro, de instaurarla sin restricciones en el mercado para que irradie a una sociedad que ya no confía en las instituciones. En un país que salía de una dictadura feroz, Alfonsín subestimó el hecho de que no solo se había perdido la libertad política, sino también el modelo de crecimiento. Con años de estancamiento, inflación, pobreza y descrédito de las élites, Milei cree que ahora se puede conjugar fanatismo de mercado con democracia iliberal, sin que a la mayoría le importe.

Ante los primeros seis meses de un líder de talante autoritario, cuyo desembarco nuestros republicanos subestimaron, conviene no rasgarse las vestiduras, asumir la condena kantiana a la metafísica que defendieron y tratar de entender el momento histórico, mundial y no solo local, que probablemente muestre el fin irremediable de una era, puesto que la democracia liberal, tal como se la entendió en Occidente por años, se pone cada vez más patética en lugar de más lúcida. Basta para constatarlo haber visto el espectáculo decadente que ofrecieron Biden y Trump en el primer debate presidencial. Festejan los Milei de este mundo.

Negro sobre blanco rige no solo para el libertario, sino también para la política. Sin asunción de responsabilidades y creatividad, no se recuperará. Sin despojar al Estado de sus privilegios y encontrar la fórmula del crecimiento con equidad, tampoco. Guste o no, Milei conmovió el sistema. Él podría naufragar, pero se llevará puesta, no hay dudas, una época cultural agonizante.

Por Eduardo Fidanza * Sociólogo. / Perfil

Te puede interesar