La belleza del conflicto
“Las cosas no son lo que son, son lo que hacemos de ellas”, esta frase inspirada por Sartre sin duda motiva una visión más profunda de situaciones que pudieran parecer difíciles, pero que al final se convierten en oportunidades para aprender o desarrollar capacidades que no sabíamos que podrían aparecer en nosotros.
Una de las experiencias laborales más difíciles por las que tuve que pasar sucedió en Venezuela, en pleno chavismo y con múltiples sindicatos en varias unidades de negocio. Diariamente, uno o dos paros por reclamos laborales y una huelga de 24 días, pero sobre todo un ambiente en el que ya nada sorprendía, porque cada día parecía más difícil que el anterior. Sin embargo, repetiría feliz esa experiencia, las veces que pudiera hacerlo, no sólo por lo que aprendí, lo haría especialmente por lo que viví y por lo que me dejó a nivel profesional y personal.
En una situación tan compleja y probablemente caótica, donde la vida parecía más un juego en el que tenías que avanzar de nivel superando pruebas diariamente, apareció la característica más divertida de la experiencia, y es que podías atreverte a hacer y probar muchas cosas; nadie esperaba que salieran bien, ¡así que no teníamos nada que perder!
Cuando estás en la parte más difícil de una situación conflictiva, todo lo que viene va a ser mejor, y en el campo laboral y sindical funciona igual, así que en medio de esas circunstancias aprovechamos la oportunidad para desarrollar tres prácticas laborales que fueron fundamentales para lograr muchos cambios que contribuyeron a mejorar drásticamente la situación:
» 1. La cultura laboral es un tema de volver a lo básico y asegurar pequeños detalles
En uno de los centros de trabajo con mayor conflictividad implementamos la práctica más sencilla y efectiva: “Saludar por el nombre, pedir por favor y dar las gracias”, sólo eso, ninguna estrategia sofisticada podía haber sido más efectiva.
Cómo personas valoramos siempre ser tratados con amabilidad, y aunque al principio nadie apostó por el efecto final de esta sencilla estrategia, fuimos testigos de cómo el ambiente fue mejorando, las relaciones se fueron consolidando, e incluso los resultados, logrando además que estas acciones llegarán a las familias de los colaboradores, con lo que realmente se consolidó una cultura positiva que la gente empezó a valorar y cuidar, incluso por encima de temas materiales.
A veces pensamos que los conflictos son por interés material y normalmente la raíz es más trascendental y humana.
» 2. El conflicto es una herramienta para transformar
Después de una huelga de casi un mes, regresamos a la planta, teníamos dos opciones, volver al estatus quo o aprovechar el momento para construir una cultura y ambiente mejor. Así nació “La planta que yo quiero”, un proceso de transformación donde cada persona podía ser parte del diseño y a la vez disfrutar del beneficio de un mejor lugar de trabajo.
Con este doble significado del “querer”, porque lo sueñas o por qué le tienes cariño, trabajamos en equipo con los miles de trabajadores que se sumaron a este esfuerzo por hacer de ese centro de trabajo una burbuja positiva en medio de una realidad social muy compleja.
El conflicto es un parte aguas y, si se aprovecha, es posiblemente una de las mejores formas de lograr cambios.
» 3. Con la productividad ganamos todos
En un contexto tan complicado, las negociaciones colectivas eran también un gran reto, pero sin mucho que perder, apostamos por un cambio de paradigma: “Amarrar el crecimiento de los beneficios a la productividad en los CCT”.
En un ambiente de alta inflación y total incertidumbre, no tendría sentido integrar costos fijos al contrato de trabajo, pierde el trabajador porque se desactualiza el valor del beneficio rápidamente y pierde la empresa porque se genera una obligación que no necesariamente se puede sostener.
La solución: un CCT variable basado en productividad; en la medida en que las metas del negocio se lograban, los trabajadores recibían mejores condiciones, no sólo bonos de productividad, muchos beneficios se volvieron variables, como los subsidios de alimentación, las becas educativas, los días de vacaciones y muchas otras cosas que impulsaron una cultura de mutuo compromiso y mutuo beneficio.
Y aunque no todos los sindicatos se sumaron en esta iniciativa, los que lo hicieron, descubrieron una herramienta muy efectiva para conseguir sus objetivos, la ventaja es que en este contexto nadie pierde y es más fácil negociar.
Hoy las negociaciones sindicales en muchos casos aún son gana-pierde; cada parte quiere quitarle un pedazo a la otra y hasta se utilizan vías de presión para lograrlo. La negociación basada en productividad hace más grande el pastel y así el crecimiento facilita la repartición, por lo que la energía que se drena en una huelga se puede aprovechar más bien para encontrar los factores que pueden generar ahorros y con ellos beneficios.
Sin duda, volvería con gusto a vivir esa experiencia, donde el rol de Recursos Humanos claramente impactaba al negocio y a las personas, sobre todo donde el efecto de la cultura positiva se volvía muy claro.
En la realidad actual damos por sentadas las cosas que se tienen. Los sindicatos luchan por mejorar sus conquistas, las empresas por crecer su rentabilidad y cada quien desde su cancha pierde la posibilidad de lograr un nivel mucho mayor de beneficios no sólo económicos, también de ambiente y paz laboral.
Nota:eleconomista.com