El populismo bueno

Actualidad 23 de mayo de 2024
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Como es notorio, en los relatos que proliferaban antes del 10 de diciembre de 2023 el problema número 1 de la Argentina era el virus del populismo. Existía una suerte de consenso entre los partidos políticos y coaliciones que confrontaban con el peronismo de que la Argentina saldría adelante el día que se librara del nefasto populismo. Sin embargo, desde que asumió Milei, la palabra populismo se ha esfumado como por encanto de los titulares de los medios conservadores.

Los intelectuales más representativos del establishment, como Héctor Guyot o Jorge Fernández Díaz, en sus columnas semanales en La Nación, nos recordaban una y otra vez que nuestras desventuras acabarían el día en que la República se librara de ese acosador serial que la maltrataba. En la columna titulada El gen del populismo, escrita en noviembre de 2020, Guyot afirmaba que “Trump y la Vicepresidenta (CFK) se parecen en muchas cosas más, empezando por el asedio que ambos ejercen sobre las instituciones. Los dos comparten el rechazo a la división de poderes y a los organismos de control que velan por la transparencia. Los dos invocan un nacionalismo esencialista y han demonizado a parte de la población atribuyéndole la causa de todos los males, alimentando así un odio que representa un daño social incalculable. Los dos intentan acallar a la Justicia y a la prensa. Y los dos han apelado a la repetición de la mentira para enmascarar la verdadera naturaleza de sus actos e instalar un relato simplista que alienta el fanatismo entre sus respectivos seguidores”. Ese discurso antipopulista se interrumpió con el ascenso al poder de un Presidente que auténticamente representa los valores de Trump y además lo exhibe con orgullo. Desde entonces hemos podido comprobar que había un populismo dañino –el de izquierdas– y un populismo bueno, inofensivo –el de derechas– o, lo que es otra forma de ver las cosas, que en realidad el problema no era el populismo sino los programas políticos que estaban en disputa.

El relato que Guyot defendía en 2020 ha dado ahora un giro inesperado. Según el columnista de La Nación, en ese momento se enfrentaban en muchos países de Occidente, y en la Argentina sin duda, el republicanismo y el populismo. “Esta es la verdadera grieta”, afirmaba. “De uno y otro lado hay dos categorías inconciliables, que se repelen. La lucha se da, claro, en el escenario de desigualdad que ha dejado la disputa entre izquierdas y derechas en el marco de la revolución tecnológica, una inestimable ventaja para los populistas. Pero es otra cosa: lo que ahora está en juego es el sistema. Muchos de los que hoy en la Argentina se definen como progresistas defienden políticas fascistas que horrorizarían a los cultores de la socialdemocracia, que se inscribe dentro de los valores republicanos”. Vuelcos notables los de la historia que dejan en evidencia las falacias que hasta poco antes se defendían con ardor. Los republicanos argentinos han entregado sus votos y sus banderas al populismo de derecha que se identifica con los partidos ultraderechistas xenófobos, negacionistas del cambio climático y anti-feministas, que en Europa reivindican las experiencias fascistas del siglo pasado. Entonces, ¿dónde se sitúa ahora “la verdadera grieta” que hace apenas cuatro años dividía a los republicanos de los populistas?

Si volvemos a la nota de Guyot, comprobaremos que su descripción del populismo de Trump, que en la Argentina encarna Milei, es en esencia correcta. Ambos comparten en su práctica el rechazo a la división de poderes; los dos han demonizado a parte de la población –la casta– atribuyéndole la causa de todos los males; los dos alimentan un odio que representa un daño social incalculable; los dos intentan acallar a la Justicia y a la prensa; y los dos han apelado a la repetición de la mentira para enmascarar la verdadera naturaleza de sus actos e instalar un relato simplista que alienta el fanatismo entre sus seguidores. Sin embargo, para nuestros ilustres conservadores liberales, como el populismo de derecha de Milei encarna el programa económico, político y social de las grandes corporaciones, ha perdido la esencia deletérea del populismo malo y ha pasado a ser un populismo bueno, con algunos toques extravagantes, pero en el fondo sano, dado que su programa de reformas encamina a la Argentina en la buena dirección. Se repite un embelesamiento similar al que la derecha conservadora tuvo con Menem. Parafraseando a la famosa frase que se atribuye a Franklin D. Roosevelt en relación con Anastasio Somoza: He may be a son of a bitch, but he's our son of a bitch. El tema de las formas democráticas ha dejado de ser importante. En realidad, como es sabido, siempre ha sido una cuestión de doble estándar: solemos ser muy exigentes con los enemigos y muy indulgentes con nuestros amigos. Si como muestra sirve un botón, pensemos en que la historia argentina no registra antecedentes de un uso abusivo y cuasi mafioso de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI) como el que se registró durante el gobierno de Macri. Sin embargo, sigue siendo considerado un gobierno genuinamente republicano por sus amigos.

 1592603246_47Macri y Gustavo Arribas, la AFI en buenas manos.

Un modelo retrógrado

El problema de la ceguera cognitiva frente al fenómeno del populismo de ultraderecha no es el único que atormenta al anti-populismo autóctono. El otro grave error, del que se aprovecha Milei, es confundir un programa de reformas con un cambio radical de modelo económico, político y social que propugnan los anarco-capitalistas y que implica desactivar en la práctica la primera parte de la Constitución Nacional, que regula los derechos y garantías de los ciudadanos. Existe un consenso extendido entre los expertos en desarrollo de que la Argentina necesita modernizar sus instituciones. Como señalan Daron Acemoglu y James Robinson en su obra clásica Por qué fracasan los países (Ed. Ariel), “las instituciones económicas dan forma a los incentivos económicos: los incentivos para recibir una educación, ahorrar e invertir, innovar y adoptar nuevas tecnologías, etc. (…) Como las instituciones influyen en el comportamiento y los incentivos en la vida real, forjan el éxito o el fracaso de los países”. Pero esas instituciones pueden ser inclusivas, cuando reparten ampliamente el poder en la sociedad y limitan su ejercicio arbitrario, o pueden ser meramente extractivas, cuando permiten que las élites definan las políticas públicas en su favor, para aumentar su riqueza y su poder. Cuando Milei afirma que está en contra de la justicia social y que desea una sociedad de mercado donde todos los bienes, incluso los bienes públicos como la educación, se intercambien según los precios que fijan los propietarios de la riqueza privada, está optando por instituciones extractivas. Cuando niega el cambio climático con el argumento de que “todas esas políticas que culpan al ser humano del cambio climático son falsas y lo único que buscan es recaudar fondos para financiar vagos socialistas que escriben papers de cuarta”, está desconociendo el alcance del artículo 41 de la Constitución Nacional, que establece que “todos los habitantes gozan del derecho a un ambiente sano, equilibrado, apto para el desarrollo humano y para que las actividades productivas satisfagan las necesidades presentes sin comprometer las de las generaciones futuras”. De modo que estamos ante la distopía de introducir a machamartillo un modelo ultraliberal de capitalismo desregulado que no existe en ningún lugar del mundo. 

Una ley trampa

La ley Bases es la prueba elocuente del nuevo modelo económico que se plasma en un texto redactado en los despachos de las grandes corporaciones, algo insólito en una democracia. De allí se deriva la exigencia de una pronta aprobación de la ley, sin someterla a un análisis exhaustivo, utilizando formas extorsivas sobre los gobernadores para obtener su aprobación. El modo inusual en que se aprobó esta ley en la Cámara de Diputados, votándola por capítulos, sin ir a un análisis pormenorizado de los artículos, es de una irresponsabilidad criminal. El texto que llegó al Senado tiene numerosas muestras de la gravedad de algunas de las reformas propuestas, de las que solo señalaremos algunas a mero título ilustrativo dado que haría falta mucho espacio para hacer un análisis exhaustivo de la norma.

Comencemos con la reforma de la ley de procedimiento administrativo que modifica el silencio administrativo para otorgarle un valor positivo en un país que cuenta con una estructura administrativa bastante deficiente, dado que se accede a los cargos por vínculos familiares o políticos, como lo demuestra el caso del hermano de Adorni.

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En materia laboral se establece un abusivo período de prueba de un año, lo que no registra antecedente en ninguna legislación laboral del mundo. ¿Así se quiere aumentar la productividad de la economía, introduciendo medidas que favorecen la sobre-explotación de los trabajadores? Otro tema que ha dado lugar a numerosos y justificados reparos es el famoso Régimen de Incentivos a las Grandes Inversiones (RIGI) que es completamente atípico y representa el régimen de Tierra del Fuego al cubo. Las desproporcionadas ventajas tributarias durante 30 años, el arancel cero para las importaciones, la libre disponibilidad de las divisas, etcétera, establecen un estatuto privilegiado que carece de justificación, máxime cuando no se fijan parámetros objetivos que vinculen esas inversiones con objetivos deseables de desarrollo. No establece la utilización de bienes de capital e insumos nacionales ni se lo vincula con la generación de empleo nacional. Por otra parte sorprende que los gobernadores patagónicos no hayan advertido que una interpretación maliciosa y combinada de varios artículos del régimen aplicado a las inversiones de gas y petróleo (artículos 162 y 171) puede suponer suprimir el actual sistema de regalías. Cuando en el Senado se han pedido explicaciones, los senadores se encontraron con funcionarios que no sabían dar respuesta a las motivaciones de algunas disposiciones puesto que no habían participado en su redacción o ni siquiera las habían leído. Pruebas elocuentes de que la aspiración a mejorar la calidad democrática ha desaparecido del lenguaje de los republicanos reconvertidos en nóveles y entusiastas ultraderechistas.

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Debates anacrónicos

La revolución conservadora que intenta implantar Milei nos retrotrae a los viejos debates que se dieron en Europa en los años ‘90, en la época de la Tercera Vía, cuando algunos pretendían emular el modelo del capitalismo norteamericano. El ensayo El debate prohibido de Jean-Paul Fitoussi (Paidós, 1996) es un alegato en contra de las pretensiones de resignar el rol tutelar del Estado o de la idea de que la economía puede prosperar a expensas de sacrificar los aspectos sociales.

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Fitoussi esgrime una metáfora ilustrativa que parece pensada para la actualidad argentina, basándose en el ejemplo de la cura de adelgazamiento. Señala que técnicamente no hay nada más sencillo que adelgazar, puesto que bastaría con no comer. Pero las dificultades surgen cuando se persiguen varios objetivos en el intento de adelgazar, como por ejemplo sentirse mejor, envejecer en forma saludable, o disponer de mayor capacidad para hacer cosas. Como es comprensible, no se trata de adelgazar a corto plazo para recuperar peso más tarde, como acontece con las dietas brutales. Señala que estamos ante una situación muy similar en la definición de las políticas económicas. “Es necesario que, en los equilibrios financieros, la búsqueda de la virtud no se efectúe en detrimento de los equilibrios reales. Es demasiado fácil hacer ‘adelgazar’ la inflación y el déficit a cualquier precio, pero la victoria sería tan solo nominal puesto que lo sería a expensas de la sociedad para la que se supone se estaría actuando”. Añade que una buena política económica debe necesariamente ser multidimensional puesto que los objetivos desde la perspectiva del interés general son múltiples, lo que lleva inevitablemente a perseguirlos simultáneamente aceptando realizar arbitrajes y buscar acuerdos. Es esa, en definitiva, la esencia de la actividad política, que rechaza por naturaleza toda visión mesiánica que atribuya al mercado capacidades taumatúrgicas. Desde la Ilustración, afortunadamente, la política y la religión caminan por sendas diferentes, aunque en la Argentina el Presidente Milei se esfuerce vanamente por volver a unirlas.

Por Aleardo Laria Rajneri / El Cohete

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