El punto débil de Milei
El talón de Aquiles de los políticos siempre está en la identidad que ellos mismos pregonan. Pierden su encanto cuando ya no pueden proveer su promesa y alguien logra poner en evidencia su más íntima contradicción. A Cristina Kirchner la acusaron de todo, pero lo que realmente le pegó fue la caída del consumo y el aumento de la pobreza. Porque sacar a los argentinos de la pobreza y permitirles consumir era la verdadera promesa del kirchnerismo. De igual forma, la kriptonita del cambiemismo macrista fue la demostración de que su paso por el gobierno no había cambiado casi nada. Con la misma lógica, a un político que presume ser paladín de la honestidad y la lucha contra la corrupción, el más mínimo desliz administrativo puede demolerlo. Y así.
¿Cuál es el punto débil de Milei? La Marcha Federal Universitaria del pasado 23 de abril parece haberlo expuesto. No fue la masividad en sí, sino un elemento cualitativo y diferente: en la marcha había gente nueva. Miles y miles de jóvenes que se hicieron presentes en las calles de todo el país, que acudieron espantados por la posibilidad de que las universidades nacionales cierren sus puertas en el segundo semestre del año. Un escenario probablemente exagerado, pero que se instaló: en los pasillos de las facultades y los colegios secundarios se decía eso, y comenzó a sonar creíble.
Esos jóvenes, muchos de ellos de 20 años o menos, marcharon desde sus colegios y facultades, en grupos, coordinados en el mejor de los casos por un centro de estudiantes o arengados por algún docente, pero no se movilizaron por obra y gracia del liderazgo opositor. No los convocó ni el radicalismo, ni el kirchnerismo, ni mucho menos el sindicalismo de la CGT o los movimientos piqueteros. No eran “la casta”.
Los libertarios señalaron a Axel Kicillof y Martín Lousteau como los grandes artífices de las manifestaciones universitarias. Pero esos dos políticos que ya pasaron los 50 años son prácticamente desconocidos por los jóvenes sub-20 que salieron a protestar a las plazas, muchos de ellos por primera vez en su vida. Obviamente, Kicillof, Lousteau, Sergio Massa, los dirigentes sindicales, los movimientos sociales, el kirchnerismo, la izquierda y los militantes profesionales acudieron todos, exultantes por la masividad de la convocatoria, y tal vez se ilusionaron durante esa tarde con el regreso de ellos, “los viejos”, al protagonismo político.
La Marcha Federal Universitaria del pasado 23 de abril parece haberlo expuesto. No fue la masividad en sí, sino un elemento cualitativo y diferente: en la marcha había gente nueva.
Nadie duda de que todo ese conjunto de actores de “la casta”, cuantitativamente numeroso, ocupó buena parte de las plazas. Tal vez incluso fueron mayoría. Ellos se adueñaron del palco, pero no fueron los responsables del impacto de la marcha. La novedad, lo que esta vez hizo la diferencia, fue la presencia inesperada de “los nuevos”. Y la inquietante posibilidad, para Milei, de que sigan apareciendo más nuevos en los meses venideros.
Ya se habían realizado, en los cuatro meses y medio de la gestión Milei, otras manifestaciones convocadas por la CGT y los partidos opositores, a las que asistieron muchas personas. Pero su impacto fue diferente. Incluso positivo para Milei. Las marchas de la CGT o los partidos opositores lo legitiman. Son el alimento del león. De acuerdo con el efectivo discurso presidencial, fueron las marchas de la casta que se resiste a perder sus privilegios. Fueron los militantes cuyos contratos en el Estado no se renovaron, los Grabois y Pérsicos que ya no controlarían -según la ministra Sandra Pettovello- la asignación de los planes sociales, o la izquierda derrotada por los liberales en la batalla cultural de 2023. Cada vez que la casta reacciona y mueve sus fichas, el plan libertario entra en funcionamiento.
En ese modelo comunicativo, el antagonismo que domina es el de Milei, la gran novedad de la Argentina de hoy, contra la casta. Que serían todos aquellos que se oponen al gobierno y no son novedad. Milei, el nuevo, y sus espadas comunicacionales ya tenían preparada su respuesta a la marcha, que era ridiculizar a la casta de izquierda por sus quejidos universitarios de privilegio. Pero al día siguiente, habiéndose percatado de que pasó algo distinto, el gobierno tuvo que recalcular. Si Milei presume ser la novedad, la voz de los indignados por la decadencia de la Argentina, no puede jamás enajenarse la oposición de otros más nuevos que él. Por eso, al día siguiente, esos jóvenes que marcharon por temor al cierre de sus universidades, alrededor de las cuales giran sus vidas cotidianas y sus aspiraciones sociales, fueron convertidos en “causas nobles”. Por supuesto, “causas nobles usadas por la casta”, pero causas nobles al fin. Ellos también son argentinos de bien, les reconoció Milei. Si no lo fueran, todo sería mucho más fácil.
Con ello, Milei señaló el límite que él mismo no puede traspasar. Cuando lo acusan de ser derechista, desaforado, vehemente, amante de los perros o usuario obsesivo de redes sociales, todo ello lo fortalece porque forma parte de lo que él prometió. Parte de la promesa de Milei, además de terminar con la inflación “ajustando a la casta”, es ser el eterno outsider que se embarcó en una batalla sin fin contra los privilegios de quienes causaron la decadencia. La habilidad discursiva de Milei reside en su capacidad de definir quién es y quién no es casta. Pero hay inocentes y libres de toda culpa: los nuevos y los afectados por el ajuste quedan necesariamente excluidos del juego de la nueva grieta.
La temible posibilidad de que aparezcan más
En los análisis políticos del día después, muchos entusiastas antimileístas comenzaron a especular con la marcha universitaria como el germen de una nueva oposición social, legislativa y electoral. Concretamente, la pregunta giraba en torno a una confluencia entre Unión por la Patria y la parte del antiguo Juntos por el Cambio que hoy se opone a Milei. Obviamente, eso es lo que quiere Milei, porque lo devuelve al esquema antagónico que le hizo ganar las elecciones. Su sueño sería una foto de Kicillof, Massa, Rodríguez Larreta y Lousteau, reunidos en una mesa para conspirar contra su gobierno junto a los “periodistas ensobrados”. Por supuesto, todos instigados por Cristina Kirchner.
Pero no. La marcha del 23 de abril no ofreció un modelo de organización política, ni mucho menos electoral. Por el contrario, lo que conmovió de ella, sobre todo en la Ciudad de Buenos Aires, fueron sus escenas de caos y espontaneidad. Por ejemplo, que no se pudiera llegar a la Plaza de Mayo por la gran cantidad de gente torpemente amontonada. Como las marchas de Blumberg de hace veinte años, la del martes pasado se caracterizó por la afluencia de miles de novatos que no sabían marchar. Para empezar, no sabían que hay que guardar distancia para no asfixiarse, distribuirse bien y ocupar más eficazmente el espacio. Porque eso hacen los que marchan: no van a ningún lado, pero brindan testimonio ocupando mucho espacio.
Ese modelo de desorganización puede reproducirse. Los nuevos del 23 de abril fueron los argentinos afectados por nuevas formas de ajuste. Y en los próximos meses la Argentina va a producir más afectados. Habrá aumentos geométricos en el transporte público, los servicios domiciliarios, los alquileres, las expensas de los edificios… Ya el gobierno tuvo que salir a imponer un freno a los aumentos de las prepagas, tal vez porque temía algo parecido a lo que ocurrió con la marcha: ¿quién podría parar, en nuestra era de populismo coordinado por redes sociales, el impacto de una marcha de asociados a prepagas que toman por asalto las clínicas o el Ministerio de Capital Humano porque no pueden pagar las cuotas? ¿Cuán eficaz podría ser el protocolo antipiquetes?
Es probable que la marcha del 23 haya tomado por sorpresa al gobierno, porque no vio venir que miles y miles de jóvenes creyesen que las universidades fueran a cerrar. Desde ya que esperaba, y con los brazos abiertos, las marchas de los sindicatos docentes y los investigadores del CONICET: ya estaban todos los memes hechos y los posteos programados. Pero, como decíamos, no imaginaba la concurrencia de más de doscientos pibes de quinto año del Colegio Nacional de Adrogué, genuinamente convencidos de que no tendrán universidad gratuita el año entrante, que llegaron en el tren Roca y no en colectivos naranjas. ¿Habrá otros nuevos sujetos y eventos que lo tomen, otra vez, por sorpresa?
El subte porteño, que utiliza un millón de personas de todo el AMBA, es un polvorín. En los próximos días comienzan una serie de aumentos escalonados que pronto acumularán un 500% de incremento en el valor del viaje. Y esto, que era lo previsible del ajuste, coincide con un imprevisto, que es un servicio declinante y una innecesaria complicación de los medios de pago. Los usuarios del subte ya están molestos desde el verano porque, aún a sabiendas de los aumentos que se venían, las autoridades porteñas decidieron cerrar durante meses la línea más utilizada, la D, por refacciones en el sistema de señales que el usuario ni siquiera notó. Además, se requirió un engorroso procedimiento de registro de las tarjetas SUBE, que obligó a muchas personas a hacer largas filas en las estaciones de trenes. Imaginemos ahora la escena del subte el día del gran aumento, con el agregado de tarjetas SUBE desbordadas y sin saldo, servicios demorados, escaleras mecánicas que no funcionan, gente desorientada mirándose entre sí en los andenes. ¿Cómo podrá hacer el antagonismo entre Milei y la casta para canalizar ese caos?
Todo sugiere que los nuevos sujetos afectados por el ajuste -estudiantes angustiados, usuarios de subte nerviosos, deudores de expensas, inquilinos que no pueden renovar el alquiler, compradores de carne picada que no llegan al medio kilo- se van a multiplicar. Pero volviendo a la pregunta de los entusiastas antimileístas, estos sujetos nuevos son de difícil representación, porque apenas aparece la política a conducirlos pierden su frescura caótica. Pasó con los chalecos amarillos en Francia, que pasaron de ser habitantes de las pequeñas ciudades enojados por los aumentos del peaje y el combustible a piqueteros multipropósito, reclamados por la derecha y la izquierda, y así se fueron desdibujando. Nuevos sujetos afectados fueron también nuestro Nito Artaza, la voz de los ahorristas confiscados en 2002, o el mencionado Blumberg, pero ambos perdieron impacto una vez que quisieron saltar, ellos mismos, a la política. La pregunta de “quién puede capitalizar la marcha del 23” está destinada al fracaso.
Pero aquí hay algo distinto, y es el propio Milei. Los nuevos afectados argentinos no tienen enfrente a Eduardo Duhalde o a Emmanuel Macron, sino a alguien que es, él mismo, una suerte de chaleco amarillo. Milei no puede enfrentarse a estos nuevos “argentinos de bien” mientras no estén conducidos por los políticos tradicionales, razón por la cual hará todo lo posible por inocularles el virus de la casta al menor descuido. Pero si no lo logra, y se multiplican las “causas nobles”, deberá sumarlos a su movimiento antipolítica si no quiere convertirse, él mismo, en la nueva casta que queda enfrentado a la novedad. Ahí Milei deberá ceder en el ajuste, cosa que no está dispuesto a hacer, o asistir a un deterioro de su popularidad, que es su auténtica base de sustentación. Porque a la popularidad de Milei no le entran las balas que dispara la casta, pero no tiene chaleco (no amarillo, sino antibalas) contra el dolor de aquellos que están libres de toda culpa.
Por Julio Burdman * Politólogo. / Le Monde diplomatique, edición Cono Sur