La Rosca Pichetto y los Huevos Néstor
Están exhibidas en el mostrador y son tentadoras. Lucen bañadas en crema pastelera y la masa se adivina esponjosa y bien amarilla. Osvaldo me mira desde atrás de la caja registradora y me dice:
--Se le van los ojitos, Don Hugo, llevesé una, las hizo Olga, mi señora, y valen la pena. No como otras de la competencia, esas panaderías que usted frecuenta y que le cobran una fortuna por un masacote seco y con crema ácida.
--Disculpe Osvaldo, no sé a cuál panadería se refiere, pero yo compré una en Dos Escudos que estaba rebuena. Eso sí, tamaño chica, y la pagué trece mil pesos. Me sentí un estúpido pero me tenté y no quería quedarme sin rosca de Pascua. Mi viejo siempre compraba una y yo me la comía con él mientras nos tomábamos unos matienzos en la cocina de mi casa de Almagro. Qué hermosas Pascuas pasábamos. Mi vieja iba a misa y comulgaba. Ese domingo ni discutían entre ellos. Mi hermana y mi viejo no pisaban la iglesia, pero en esa época yo iba al colegio de curas y hasta era monaguillo. Ayudaba también en los casamientos, y eso era bueno porque los padrinos daban buenas propinas.
--No se me ponga nostálgico, jefe. Eran otra épocas. Yo tomé la primera comunión y repartí estampitas en el vecindario. Todos ponían algo en mi bolsita bordada. Me acuerdo de que con lo que junté ese día me compré un camioncito Duravit que todavía tengo. Y eso que también con ese camioncito jugó el Beto, mi hijo. El Beto era destrozón, pero con el Duravit no pudo.
--Ahora el que se puso nostálgico es usted. Nos fuimos de la rosca de Pascua a las calles del barrio en los 60. Después de todo, su Boedo limita con mi Almagro, salvo que era la frontera entre ser hincha de San Lorenzo, que era de Primera, o el glorioso “tricolor”, casi siempre condenado a jugar en el ascenso. Pero tuve la suerte de que mi viejo me hiciera “gayina“ como él, y así poder ir a la cancha juntos. A ver a Almagro iba los sábados con los amigos del barrio.
--Mejor de fútbol no hablemos, Don Hugo. Los cuervos perdimos un partido con Boca por amargos. Ustedes perdieron con Huracán y con ese técnico todavía no encuentran un estilo. Se preocupa más por su pintita que por el juego de su equipo. Siempre paradito, duro y con cara y gesto de galán. Con esos saquitos como los usan ahora, que como diría mi vieja son “para cagar parado”, por lo cortitos que los usan. Con las mangas que les llegan a los codos. Y los pantalones no tocan ni los tobillos, “bajalos a tomar agua”, nos cargaban en el colegio cuando habíamos pegado el estirón y en casa no había un mango para comprarnos nuevos. Pero ahora están de moda, y no sólo es Demichelis, hay varios que curten esa onda.
--Es cierto, Osvaldo. El técnico de ustedes, el Gallego Insúa, tampoco se queda atrás castigando facha. Y si se dan los resultados, nadie les dice nada, pero en la derrota se fijan hasta en las pilchas que se ponen. El hincha es implacable y nunca perdona.
--No me lo critique al Gallego, jefe. Ya le conté que la tiene seducida a Olga, mi señora. Siempre me recuerda que es su “permitido”. Y aunque yo nunca le permití nada, a ella me parece que eso mucho no le importa. Nunca la vi tan fana de San Lorenzo como ahora. Aunque mira más al banco que al partido. Mientras cocinaba las roscas de Pascua no sacaba los ojos de la tele en ese partido contra los bosteros. Cuando nos va mal sufre más por Insúa que por el equipo. Yo me quedo con los técnicos que se calzan el jogging y traspiran como el loco Bielsa o el Chacho Coudet, que además fue cuervo y también gayina, así que en eso vamos a coincidir, aunque si usted va a comprar la rosca de Pascua a Dos Escudos, quizás prefiera un técnico tilingo a uno “amargo obrero”. Digamé una cosa, ¿cuánto me dijo que pagó esa rosca cajetilla?
--Trece mil pesos, Osvaldo.
--¡Trece mil pesos! Y lo dice así nomás, jefe. La rosca de mi Olga la vendemos a siete mil y le juego lo que quiera a que es más rica. Mire, la rima fácil me sale sola: para comprar rosca en Dos Escudos / hay que ser medio... Complete usted el versito, porque yo no lo quiero ofender. Además el Beto le puso nombre: se llama Rosca Pichetto. Porque dice que ese senador es el rey de la rosca. Era peronista, después se hizo del Pro cuando ganó Macri, y ahora está con Milei, pero sigue coqueteando con los peronchos y con el PRO. Lo dicho: el rey de la rosca. Como mi Olguita. Le voy a hacer probar una porción, y si no le gusta no lo obligo a nada, pero si le gusta aprovecha la promoción Super Toto y se lleva 2 x 1. Ahora que pasó la Pascua hay que despacharlas pronto para que no se pongan rancias. Pero si prefiere vaya a Dos Escudos nomás, a ver a cuánto las tienen ahora. Ahí no hacen promociones, total la clientela de Recoleta no sufre el efecto Peluca y se la sigue llevando en pala.
--Ok Osvaldo, le acepto la invitación y la voy a probar con gusto.
--Yo sabía, Don Hugo, usted no deja pasar la oportunidad de garronear algo. Pero en ésta va a salir perdiendo, porque después que se coma la porción de la Rosca Pichetto, no va a volver a pisar ni Nucha, ni Dos Escudos ni El Progreso, ni otras por el estilo que abundan por esta zona. Además teníamos huevos de Pascua que hicieron el Beto y Luciana, mi nuera. “Huevos Néstor”, los bautizaron. Porque dicen que se extrañan. Pero de esos ya no me queda ni uno solo porque son a pedido y con la decoración que elija cada cliente. Volaron, jefe, volaron. Casi le guardo uno con el escudo de River que encargó un cliente, pero después de la derrota con Huracán no apareció más por acá para que no lo cargara. Por suerte gayinas hay muchos y se lo vendí a otro. Para qué lo iba a esperar a usted, que seguro se fue a comprarlos a Rapanuí, esa heladería pituca que Cristina terminó de hacer famosa. Se acuerda: “¿A qué hora cierra Rapanuí?”, preguntó a micrófono abierto en una sesión del Senado. Este año lleve la rosca y el próximo hace combo de Rosca Pichetto y Huevos Néstor. Va a ver que no pisa más ninguno de esos locales que lo asaltan. Y no se olvide de la frase célebre del compañero Pichetto: “Prefiero la traición a la irrelevancia”. Traicione tranquilo, Don Hugo, y felices Pascuas, que la casa está en orden.
Por Hugo Soriani / P12