Demócratas sin ideales democraticos

Actualidad02 de abril de 2024
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El profesor italiano Emilio Gentile es el historiador que mayor empeño ha puesto en develar el fenómeno del fascismo totalitario que gobernó en Italia en el período que media entre diciembre de 1922 y abril de 1945. La obra de Gentile es muy extensa, volcada en numerosos libros y tal vez por ese motivo tomó la decisión de escribir un breve opúsculo en el año 2019 bajo el título ¿Quién es fascista? (Alianza Editorial). El propósito del breve ensayo era establecer las diferencias entre el fenómeno que había liderado Benito Mussolini en el segundo tercio del siglo XX y los nuevos partidos de extrema derecha italianos que, referenciados originariamente en el fascismo, se fueron distanciando para renegar de aquellos orígenes y aceptar el juego de las democracias liberales. Este cambio le ha permitido a Giorgia Meloni, líder del partido Hermanos de Italia, convertirse en la Primera Ministra de aquel país. La tesis de Gentile consiste en afirmar que el ascenso de estos partidos de ultraderecha no permite sostener, por razones tanto históricas como políticas, que se esté produciendo una vuelta del fascismo en Italia, en Europa o en el resto del mundo. Considera que “no podemos prescindir del fascismo histórico para definir quién es fascista, o usar el término ‘fascista’ para movimientos políticos que no presentan en absoluto sus características peculiares, o incluso tienen características opuestas al fascismo histórico, es decir al fenómeno político que ha dejado su marca en la historia del siglo XX, imponiéndose en Italia en los años de entreguerras como partido milicia, régimen totalitario, religión política, regimentación de la población, militarismo integral, preparación belicosa a la expansión imperial, y convirtiéndose en un modelo de otros partidos y regímenes surgidos en el mismo período en Europa, para acabar luego arrollado y destruido por la derrota militar en 1945”.

En opinión de Gentile el uso inapropiado del término “fascista” o “fascismo”, aplicado el siglo pasado a partidos que no eran fascistas o que incluso se oponían al régimen fascista, ha contribuido a debilitar precisamente a las fuerzas antifascistas. Un ejemplo notorio es la teoría del social-fascismo que Stalin adoptó e impuso a la Internacional Comunista en 1929. El “social-fascismo” identificaba con el fascismo a los partidos socialistas europeos y a la social-democracia alemana, tesis que recién se modificó en el año 1935, cuando se convocó a esos partidos a conformar los frentes populares. Finalizada la Segunda Guerra Mundial, el uso de los términos “fascismo” y “fascista” se ha venido utilizando para caracterizar en un sentido negativo a los regímenes más variados. En la Argentina fue profusamente utilizado por los antiperonistas para caracterizar el gobierno del general Perón. La lista de supuestos fascistas en la actualidad es muy extensa, y allí aparecen la francesa Marine LePen, el húngaro Viktor Orbán o el turco Erdogán, y ha servido también para caracterizar como islamo-fascismo a corrientes radicalizadas de la religión musulmana. De modo que la palabra “fascismo” —al igual que el término “populismo”— se ha venido utilizando desde el final de la Segunda Guerra Mundial en un sentido despectivo, para lanzarla como arma arrojadiza a los adversarios políticos. En la Argentina ha sido redundante su uso por parte de dirigentes y partidos de aparente raigambre liberal-republicana que temían una deriva totalitaria hacia “Argenzuela” de los gobiernos del Frente de Todos. Sin embargo, recientemente, en forma sorpresiva, en un acto de transformismo político increíble, han terminado abrazados a uno de los noveles representantes de esa supuesta abominable galería de monstruos.

Las democracias “recitativas”

Después de desplegar su tesis sobre el uso abusivo del término “fascismo”, el profesor Gentile hace una importante aclaración, para señalar que hoy el peligro real no es el retorno del fascismo, sino la escisión entre el método y el ideal democrático que tiene lugar en esas democracias que considera meramente “recitativas”, dado que, conservando el método democrático en la elección de los gobernantes, lo abandonan en la práctica posterior cuando renuncian al ideal democrático. Tanto la Carta de las Naciones Unidas (1945) como la Declaración Universal de los Derechos del Hombre (1948), promulgadas tras la definitiva derrota de los regímenes totalitarios del fascismo y del nacional-socialismo, han sido los primeros documentos políticos de carácter universal de la historia humana. En la Declaración se sanciona el método democrático, es decir, el principio según el cual la voluntad popular es “el fundamento de la autoridad del gobierno” y “debe expresarse a través de elecciones periódicas y reales, realizadas mediante sufragio universal e igual, con voto secreto, o según procedimientos equivalentes de libre valoración”. En la Carta se establece el ideal democrático, al señalar “la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y en el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas”, con el compromiso de “promover el progreso social y un nivel de vida más elevado con una libertad más amplia, y con tal fin de practicar la tolerancia y de vivir en paz unos con otros en relaciones de buena vecindad”. El profesor Gentile señala que en los Estados democráticos en los que se ejercita la soberanía popular a través de las elecciones, se ha intentado conseguir la simbiosis entre el método y el ideal de la democracia. Pero esta simbiosis no siempre se ha conseguido. Como añade Gentile, “con el método democrático la voluntad popular puede elegir libremente a una mayoría y a un gobierno que no persigan, como meta principal, la aplicación del ideal democrático. Nadie, sin embargo, puede negar que tales mayorías y tales gobiernos sean democráticos, aunque lo sean solo según el método, no según el ideal”.

Los enemigos íntimos de la democracia

Tzvetan Todorov en Los enemigos íntimos de la democracia (Galaxia Gutenberg) ha sido el autor moderno que ha profundizado en la distancia que existe entre el uso del método democrático para elegir a los gobernantes y la forma en que luego se hace ejercicio del poder otorgado. En opinión de Todorov, la palabra clave es pluralismo, es decir que se considera que “no deben confiarse todos los poderes, por legítimos que sean, a las mismas personas, ni deben concentrarse en las mismas instituciones”. El pluralismo se verifica cuando el Poder Judicial es verdaderamente imparcial e independiente y no es objeto de manipulación por parte del Poder Ejecutivo. También cuando los medios de comunicación no se ponen al servicio del gobierno o el gobierno no se pone al servicio de los intereses económicos de las grandes corporaciones. Uno de los peligros señalados por Todorov es cuando se asiste a una cierta desmesura, que lleva a que una parte de la ciudadanía sufra los efectos de una emoción pasajera o de una hábil manipulación de la opinión. De allí que considere que el populismo, el ultraliberalismo y el mesianismo como los enemigos íntimos de la democracia.

Ya hemos tomado consciencia de los errores mesiánicos del comunismo soviético, que defendía la idea de que la historia llevaba una dirección preestablecida e inmutable, que legitimaba todas las acciones que se hacían en pos de alcanzar ese objetivo. Pero ahora enfrentamos a un nuevo mesianismo de ultraderecha que postula que, si los hombres no interfirieran en el curso natural de las cosas, todo irá mejor. Ese “curso natural” consiste en evitar cualquier intervención del Estado en la economía, para poner la menor cantidad de obstáculos a la libre competencia. Como señala Todorov, “es como si el mercado, cual Dios, no pudiera hacer nada mal”. Desde la óptica neoliberal, el Estado solo debe intervenir para favorecer el libre juego de la competencia y mantener el orden público. Se coloca así a la soberanía de las corporaciones económicas por encima de la soberanía política, de modo que se contradice el dogma fundador del pensamiento liberal clásico que se basa en la idea de que un poder controle a otro. Se parte del presupuesto de que la libertad económica es el medio más eficaz para que la riqueza se derrame luego, favoreciendo a todos los estratos sociales. Pero la realidad demuestra el incremento creciente de la desigualdad. Además, esa pretensión de libertad de mercado tropieza en la actualidad con las legítimas preocupaciones por la protección del medio ambiente. Es ilusorio suponer que los agentes del mercado pospongan de modo espontáneo sus intereses particulares en pos de proteger el medio ambiente. Al propugnar una fe ciega en estos postulados, presentados como verdades dogmáticas, el ultraliberalismo se convierte en una religión secular. Pero como señala Todorov, “los principios de igualdad y de fraternidad no son menos fundadores de la democracia que el de la libertad. Si los olvidamos, la aspiración a garantizar a todos la libertad está condenada al fracaso”.

Un gobierno de extrema derecha

Nunca como ahora el sistema presidencialista mostró en la Argentina los peores rasgos propios de una monarquía autoritaria. El nuevo emperador maneja la política exterior del país como los autócratas del siglo XIX, rompiendo los lazos con aliados tradicionales, utilizando para ello un lenguaje provocador más propio de las tabernas que de las tradiciones diplomáticas. Aunque los grandes medios de comunicación de la Argentina pretendan ignorarlo, lo cierto es que el gobierno de Javier Milei se ha instalado en la extrema derecha internacional buscando una alianza con los gobiernos ideológicamente afines de Viktor Orbán en Hungría, Giorgia Meloni en Italia y Benjamín Netanyahu en Israel. En los medios de comunicación europeos, no dudan en caracterizar a estos gobiernos como “iliberales”, es decir que, si bien han sido elegidos democráticamente, luego en su accionar buscan eludir los límites constitucionales y avasallan a los otros poderes. Por otra parte, en el caso de Milei, es notoria y evidente la voluntad de eludir la función constitucional del Congreso, acudiendo al uso ilegítimo de decretos de necesidad y urgencia y a la extorsión más descarada sobre los gobernadores, cortando el grifo de los ingresos presupuestarios. Por otra parte, es absolutamente contrario a las normas de respeto al adversario político el uso del lenguaje difamatorio para descalificar a los senadores y diputados que no se pliegan a sus extravagantes designios y que lo llevaron a calificar al Congreso de “nido de ratas”. El uso de las redes sociales para intimidar a los políticos y dirigentes sociales que no acuerdan con las políticas neoliberales que pretende implantar ha alcanzado niveles inéditos en la historia de la Argentina. La reivindicación subliminal del terrorismo de Estado que se ha hecho en el video oficial distribuido el 24 de marzo alcanza niveles inimaginables de manipulación, más propios de las dictaduras totalitarias. Y todo esto acontece con la aprobación y el respaldo de políticos que hacían de sus credenciales republicanas una marca de distinción. Este apaciguamiento de parte de la clase política argentina frente a tamaños desbordes antidemocráticos le otorga plena vigencia a la opinión de Emilio Gentile, para quien en la actualidad “el peligro real no son los fascistas, reales o presuntos, sino los demócratas sin ideal democrático”.

 

 Aleardo Laria Rajneri / El Cohete

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