Por qué la reproducción social es un sitio fundamental de crisis capitalista

Actualidad 15 de marzo de 2024
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Si el capital se nutre de la riqueza de las poblaciones racializadas, entonces también es un devorador de cuidados (1). En nuestros días, esa vertiente de su índole caníbal encuentra expresión en el agotamiento social y la falta de tiempo generalizados, experiencias que tienen su base estructural en la realidad social. El hecho es que nuestro sistema social drena las energías requeridas para atender a las familias, mantener los hogares, sostener las comunidades, alimentar las amistades, construir redes políticas y forjar solidaridades. Usualmente denominadas “trabajo de cuidado”, estas actividades son indispensables para la sociedad: recobran a los seres humanos, tanto a diario como generacionalmente, y preservan los lazos sociales. En las sociedades capitalistas, además, garantizan la provisión de fuerza de trabajo mercantilizada de la cual el capital extrae plusvalía. Sin este trabajo de reproducción social, como lo denominaré, no podría haber producción o ganancia o capital; no existirían ni la economía ni la cultura ni el Estado. En rigor, es justo decir que ninguna sociedad, capitalista o de otro tipo, que canibalice sistemáticamente la reproducción social puede sobrevivir mucho tiempo. Y sin embargo, eso es lo que está haciendo la forma actual de capitalismo: desvía los recursos emocionales y materiales (que deberían dedicarse al trabajo de cuidado) a otras actividades no esenciales que engrosan las arcas corporativas mientras nos expolian. El resultado es una crisis de grandes proporciones, no solo de cuidados sino de reproducción social, en el sentido más amplio.

Pese a su gravedad, esta crisis no es sino una manifestación del frenesí alimentario general que describo en este libro. En el período presente, el capital no solo canibaliza la reproducción social, sino también los poderes públicos y las capacidades políticas y la riqueza de la naturaleza y de las poblaciones racializadas. El resultado es una crisis general  de nuestro orden social en su conjunto, cuyas diversas vertientes se intersecan y exacerban entre sí. Sin embargo, los análisis actuales se centran, sobre todo, en los aspectos económicos o ecológicos y hacen caso omiso de la reproducción social pese a su urgencia e importancia. Esa falta de atención, indudablemente vinculada al sexismo, bloquea nuestras posibilidades de hacer frente al desafío. La vertiente de los cuidados ocupa un lugar tan decisivo dentro de la crisis general que si se hace abstracción de ella no es posible comprender de manera cabal ninguno de los otros factores. Sin embargo, lo opuesto es también verdadero: la crisis de la reproducción social no se da aisladamente ni puede entenderse aparte del resto. Entonces, ¿cómo interpretarla? 

Propongo entender la actual crisis de cuidado como una expresión aguda de la contradicción social-reproductiva inherente al capitalismo. Esta formulación sugiere dos ideas. Primero, que las presiones que hoy en día se ejercen sobre el cuidado no son accidentales, sino que tienen raíces estructurales profundas en nuestro actual orden social, al que me referí en capítulos anteriores como capitalismo financiarizado. Aun así –y esta es la segunda idea–, dicha crisis en el terreno de la reproducción social indica que hay algo podrido no solo en la forma actual del sistema, sino en la sociedad capitalista. Lo que debe ser transformado no es solo el neoliberalismo, sino el capitalismo.

Mi tesis, por lo tanto, es que cualquier forma de sociedad capitalista incluye una contradicción social o tendencia a la crisis de profundo arraigo: por un lado, la reproducción social es condición básica necesaria para la acumulación sostenida de capital; por el otro, la pulsión del capitalismo a la acumulación ilimitada lo lleva a canibalizar las actividades sociorreproductivas sobre las cuales se funda. Esta contradicción social del capitalismo reside en la raíz de lo que se denomina nuestra crisis de cuidados. A pesar de ser inherente al capitalismo en tanto tal, cobra una apariencia diferente y distintiva en cada forma históricamente específica de sociedad capitalista. Los déficits de cuidados que vivenciamos hoy en día son la forma que esta contradicción adopta en la etapa actual, financiarizada, del desarrollo capitalista.

Puro lucro, a expensas del mundo de la vida

Para entender el porqué de esa afirmación, necesitamos ampliar nuestra idea de lo que se considera una contradicción del capitalismo. La mayoría de los analistas ponen el acento sobre las contradicciones internas de la economía del sistema. Sostienen que en el núcleo de esa economía hay una tendencia intrínseca a la autodesestabilización, que se expresa periódicamente en crisis económicas: derrumbes del mercado bursátil, ciclos de auge y caída, depresiones generalizadas. Esta visión es acertada, hasta donde llega. Sin embargo, no aporta un panorama completo de las contradicciones inherentes al capitalismo, porque pasa por alto un rasgo crucial de su sistema social: el impulso del capital a canibalizar riqueza en zonas que se encuentran más allá (o detrás) de lo económico. Esa omisión se resuelve pronto si adoptamos la interpretación ampliada del capitalismo que delineamos en los capítulos anteriores. Dado que abarca tanto la economía oficial como sus condiciones básicas no económicas, ese enfoque nos brinda la posibilidad de conceptualizar y criticar la gama completa de contradicciones inherentes al capitalismo, incluidas las centradas en la reproducción social. Veamos la explicación.

La economía capitalista depende de (bien podría decirse: consume parasitariamente) actividades de provisión, cuidado e interacción que producen y mantienen vínculos sociales, pero no les asigna valor monetizado y las trata como si fueran gratuitas. Esas actividades, denominadas de diversas maneras (“cuidado”, “trabajo afectivo” o “subjetivación”), forman los sujetos humanos del capitalismo y los sostienen como seres naturales corporizados, al tiempo que los constituyen como seres sociales al conformar el habitus y el ethos cultural donde se mueven. El trabajo de dar a luz y socializar a los niños ocupa un lugar preponderante en este proceso, como también el cuidado de los ancianos, la manutención de los hogares, la construcción de comunidades y la preservación de los significados compartidos, las disposiciones afectivas y los horizontes de valor que dan sostén a la cooperación social.

 
Interpretado en sentido amplio, el trabajo de reproducción social es esencial en todas las sociedades. En las sociedades capitalistas, sin embargo, asume otra función más específica: producir y reponer las clases cuya fuerza de trabajo el capital explota para obtener plusvalor. Por irónico que parezca, el trabajo de cuidado produce la fuerza laboral que el sistema llama “productiva”, pero se lo considera “no productivo”. Es verdad que en buena parte, aunque no todo, dicho trabajo de cuidado está localizado fuera de los circuitos de acumulación de valor de la economía oficial: en los hogares y los barrios, en instituciones de la sociedad civil y en instituciones públicas. Además, es relativamente reducida la parte de ese trabajo que produce valor en el sentido capitalista, incluso cuando se lo efectúa en forma remunerada. Con todo, sin importar dónde se realiza y si es o no remunerada, la actividad sociorreproductiva es necesaria para el funcionamiento del capitalismo. Ni el trabajo asalariado considerado productivo ni el plusvalor que de él se extrae podrían existir en ausencia del trabajo de cuidado. Solo gracias a las tareas domésticas, la crianza de los niños, la escolaridad, el cuidado afectivo y un sinfín de actividades vinculadas con ellos, el capital puede conseguir una fuerza de trabajo adecuada a sus necesidades en calidad y cantidad. La reproducción social es una precondición indispensable de la producción económica en una sociedad capitalista (2).

Sin embargo, al menos de la era industrial en adelante, las sociedades capitalistas separaron el trabajo de reproducción social del trabajo de producción económica. Mediante la asociación del primero con las mujeres y del segundo con los hombres, envolvieron las actividades reproductivas en una nube de sentimientos, como si ese trabajo debiera ser su propia recompensa o, en caso de no serlo, solo se lo debiera remunerar con migajas, a diferencia del trabajo desempeñado en forma directa para el capital, que se paga (en teoría) con un salario del cual el trabajador puede vivir. De este modo, las sociedades capitalistas crearon una base institucional para formas nuevas, modernas, de subordinación de la mujer. Al escindir el trabajo reproductivo del universo más amplio de actividades humanas, en el que previamente el trabajo de la mujer ocupaba un lugar reconocido, lo relegaron a una  esfera doméstica recién institucionalizada en la que la importancia social de esa labor quedó opacada, envuelta en la niebla de unas nociones de femineidad de reciente invención. Y en este nuevo mundo, donde el dinero devino un medio primordial de poder, el hecho de que ese trabajo no fuera remunerado o estuviera mal pago selló la cuestión: quienes se desempeñan en trabajo reproductivo esencial quedan estructuralmente subordinados a quienes perciben salarios vitales a cambio del trabajo generador de plusvalor en la economía oficial, aunque sea el trabajo de los primeros el que posibilita el de los segundos.

Por lo general, las sociedades capitalistas separan la reproducción social de la producción económica, asocian la primera con las mujeres y oscurecen su importancia y su valor. Paradójicamente, sin embargo, hacen depender sus economías oficiales de los propios procesos de reproducción social cuyo valor desestiman. Esa peculiar relación entre división, dependencia y desestimación constituye una receta infalible para la desestabilización. De hecho, aquí nos encontramos con una contradicción: por un lado, la producción económica capitalista no se sustenta a sí misma, sino que descansa sobre la reproducción social; por el otro, su impulso hacia la acumulación ilimitada amenaza con desestabilizar los propios procesos reproductivos y capacidades que el capital –así como todos nosotros–necesita. El efecto en el tiempo, como veremos, es poner en riesgo periódicamente las condiciones sociales necesarias de la economía capitalista.

Aquí reside una “contradicción social” arraigada en lo profundo de la estructura institucional de la sociedad capitalista. Al igual que las contradicciones económicas que pusieron de relieve los marxistas, también esta sirve de base a una tendencia a la crisis. En este caso, sin embargo, el problema no está situado “dentro” de la economía capitalista, sino en la frontera que separa (y conecta) la producción y la reproducción. Ni intraeconómica ni intradoméstica, da lugar a un choque entre las respectivas gramáticas normativas y lógicas de acción de esos dos ámbitos. Por supuesto, la contradicción suele silenciarse y la tendencia a la crisis queda oscurecida. Se vuelve aguda, sin embargo, cuando la pulsión del capital hacia la acumulación expandida se desamarra de sus bases sociales y se les pone en contra. Cuando esto sucede, la lógica de la producción económica ignora la lógica de la reproducción social y, como resultado, desestabiliza los procesos mismos de los cuales depende el capital; así, pone en riesgo las capacidades sociales (tanto domésticas como públicas) necesarias para sostener la acumulación en el largo plazo. Al destruir sus propias condiciones de posibilidad, la dinámica de la acumulación del capital imita al uróboro y se come su propia cola.

Por Nancy Fraser / Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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