Elon Musk vs. OpenAI: ¿tiene sentido?

Actualidad 04 de marzo de 2024
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A estas alturas, que Elon Musk demande a alguien por lo que sea tiene un problema: la escasa credibilidad y fama de frívolo del personaje, a pesar de estar hablando de una de las personas que más efectos positivos ha tenido sobre la humanidad. Pero obviamente, hay aspectos de la personalidad que tienden a predominar sobre otros, y de ahí la polarización que tiende a generar.

La última demanda de Musk por incumplimiento de contrato, incumplimiento de deber fiduciario y competencia desleal tiene como protagonista a una compañía que contribuyó a fundar, OpenAI, por «llevar a cabo una flagrante traición a su acuerdo fundacional» al haberse «transformado en una filial de facto de código cerrado de la empresa de tecnología más grande del mundo: Microsoft». Según Musk, «bajo su nueva junta directiva, la compañía no sólo está desarrollando, sino que en realidad está refinando una inteligencia artificial general (AGI) para maximizar las ganancias de Microsoft, en lugar de hacerlo en beneficio de la humanidad».

La compañía ha rechazado las aseveraciones de Musk afirmando que sigue siendo una empresa independiente, que no son una subsidiaria de Microsoft y que sigue trabajando para el beneficio de la humanidad, y de hecho, todo indica que la demanda tiene muy pocas posibilidades de salir adelante considerando las bases sobre las que está construida. Fundamentalmente, porque aunque el nombre de la compañía sea OpenAI y ahora sea cualquier cosa menos open, la mayoría de los acuerdos fundacionales se llevaron a cabo en forma de conversaciones, sobreentendidos y expectativas, no en forma de contratos bien definidos como tales.

La idea de que la tecnología producida por la compañía debería ser abierta, por ejemplo, no excluye necesariamente la posibilidad de que tenga un producto patentado con fines de lucro, es decir, que pueda tener conviviendo tecnologías de código abierto y de código cerrado. Ese tipo de posibilidades, al margen de los acuerdos tácitos que los fundadores pudieran tener entre sí, resultan ambiguos al no haber sido negociados originalmente como si fueran contratos.

Pero al margen de las posibilidades de triunfo que Musk pueda tener con su demanda, en esta subyace una cuestión evidente y un argumento de calidad: ¿puede una empresa ser lanzada como una organización sin ánimo de lucro y que trabaja para el beneficio público, recolectar donaciones antes de impuestos, y posteriormente transferir toda su propiedad intelectual a otra empresa con fines de lucro? A todos los efectos, OpenAI se constituyó con una idea muy clara de trabajar por el beneficio de la humanidad y de desarrollar la inteligencia artificial de manera responsable, y esas premisas fueron las que, en su momento, consiguieron que la compañía pudiese lanzar unas rondas de financiación muy ambiciosas que, en último término, posibilitaron su éxito.

En aquel momento, la compañía estaba formada fundamentalmente por ingenieros de software y desarrolladores que fueron capaces, aplicando la idea de entrenar a un algoritmo con la ilimitada información existente en la red en lugar de con colecciones limitadas, de poner en el mercado productos como Dall·E o ChatGPT. A partir de ahí, tras el enorme éxito de adopción que supusieron esos productos, la compañía cambió completamente, pasó a estar dominada por personas que no trabajaban en el desarrollo de software sino en el desarrollo de rondas de inversión, acuerdos y alianzas.

El resultado de esa toma de protagonismo es que la compañía dio entrada a una serie de nuevos inversores que estaban muy lejos de pretender trabajar para el desarrollo de código abierto y para el supuesto bien de la humanidad: esos nuevos inversores acudieron atraídos por promesas de rentabilidad muy elevada, por posibles inversiones fastuosas por parte de las big tech, y por productos cerrados y de pago que generarían flujos de caja significativos.

Si la experiencia de los primeros empleados de OpenAI estaba claramente vinculada a la inteligencia artificial y su desarrollo, el de los Sam Altman, Greg Brockman y compañía que tomaron el protagonismo posteriormente ya no estaba ahí, sino en las rondas de inversión, la financiación, las estructuras de capital y los acuerdos corporativos. Un perfil a todas luces diferente. Claramente, un choque cultural entre «lab rats» y «Silicon Valley kids» que esuvo a punto de terminar con la salida de Sam Altman y Greg Brockman de la compañía, pero cabe preguntarse… ¿cuál de los dos grupos generó el valor que ahora tiene la compañía? Y sobre todo, ¿qué pasa con las intenciones iniciales una vez que el segundo grupo toma el poder? ¿Debemos suponer que Elon Musk y los inversores iniciales fueron simplemente «ingenuos» por esperar que la compañía cumpliese las promesas de apertura y de búsqueda del beneficio para la Humanidad que les hicieron en su momento? ¿Es así como deben ser las cosas?

¿Demanda frívola? ¿O no tanto?

Nota:enriquedans.com

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