Las dos caras de un tornero de pueblo: el vecino amable que ocultaba un sangriento violador y asesino serial

Historia 29 de febrero de 2024
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-¡Sí, es mi Montse, es mi Montse! – se desgarró en un grito Carmen Ávila cuando el caporal de la Guardia Civil Gregorio Pacheco levantó la manta que cubría el cadáver de la niña encontrada a la vera del camino, a solo un kilómetro de la ciudad de Sant Hilarí Sacalm, en Cataluña.

Eran poco más de las 11 de la mañana del domingo 12 de julio de 1987. Más temprano, a las seis y media, dos cazadores que iban a adentrarse en el bosque habían encontrado el cuerpo de la chica. A primera vista se notaba que su muerte no era un accidente, que ningún auto o camión la había atropellado. Tenía una herida limpia en el lado derecho de la cabeza. La chica había sido asesinada.

Buscan identificar a la víctima
 
En el pueblo ya había corrido la voz que faltaba una niña: “La Montse” – como todos la llamaban - una de los nueve hijos de la familia de un camionero y una empleada doméstica. Cuando llegó la Guardia civil, la señora de la casa quedó paralizada, tanto que su hija mayor, Carmen, debió ofrecerse a acompañar al caporal Pacheco para ver si la muerta era su hermana.

Estaba por subir al automóvil policial cuando un hombre reaccionó y se ofreció llevar él mismo a Carmen en su camioneta. Josep Talleda, padre de familia de 46 años, de profesión tornero, vivía a menos de cien metros de la casa de los Ávila y era bien conocido en el pueblo. Amable y servicial, solía tener gestos solidarios con sus vecinos. “Ya la llevo yo”, dijo.

Al caporal Pacheco le pareció bien, porque en una situación tan angustiante era mejor que Carmen, una adolescente de solo 17 años, estuviera acompañada por alguien de confianza. Con Carmen en el asiento del acompañante, la camioneta Citroën de Talleda siguió al auto policial hasta donde estaba el cuerpo.

Carmen reconoció el cuerpo de su hermana Montserrat y se alejó del lugar llorando. Talleda, que se había quedado a unos pasos, se acercó y pidió verlo. “Sí, es Montse, la conozco porque lleva puestos unos pantalones que le regalé yo”, dijo parado frente al cuerpo.

La última noche de Montse
La noche anterior, Montserrat Ávila había salido de su casa a eso de las 22.30, diciendo que iba un rato a lo de Talleda para ayudarlo a limpiar la tornería. Era algo habitual, porque antes Carmen y ahora Montse solían ir al taller para hacer pequeños trabajos a cambio de unas pocas pesetas o algún regalo.

La madre pensó que Montserrat le estaba mintiendo. Eran más de las diez de la noche del sábado y seguramente se iría con algunas de sus amigas a la discoteca del pueblo. La dejó ir, la Montse tenía derecho a divertirse un poco. Además, seguramente Carmen, la mayor, ya estaría en la discoteca – que no había muchos lugares para ir en ese pueblo – y eso la hizo sentir más segura.

Pero Montserrat no volvió esa noche a la casa y Carmen no la había visto en la discoteca. Todo eso le contó la madre de la chica muerta al caporal Pacheco, que le preguntó a Talleda si había visto a Montserrat en el taller la noche anterior. Talleda respondió que no y agregó que a esa hora estaba comiendo con su mujer en un restaurante del pueblo. Era una coartada comprobable, y Pacheco lo dejó en paz.

El caporal no le preguntó al tornero – que solía hacerle regalos a la chica – si era él quien le había dado las 5.000 pesetas que tenía en un bolsillo del pantalón; tampoco le llamó la atención que Talleda – que nunca salía a comer afuera – hubiese ido justo esa noche con su mujer al restaurante.

La investigación quedó estancada, y a nadie tampoco le sorprendió que poco después Talleda vendiera su camioneta Citroën, que estaba casi nueva, para quedarse solamente con su viejo Renault.

Si la Guardia Civil hubiese revisado sus propios archivos sobre muertes y desapariciones en la zona, habría encontrado un dato del pasado del tornero que podía atarse – aunque débilmente – con la muerte de Monserrat Ávila.

La desaparición de Paquita
Nueve años antes del asesinato de “La Montse”, Francesca Boix, más conocida en el pueblo como “Paquita”, desapareció misteriosamente de su casa de Sant Hilarí Sacalm. También ocurrió un verano, el de 1978, pero de tarde.

Después de pasar por dos casas, porque su trabajo era el de limpieza por horas, “Paquita” regresó a su vivienda y poco después los vecinos la vieron salir con una bolsa para las compras. Nunca más volvió.

Cuando se denunció su desaparición, la Guardia Civil no encontró ninguna pista que permitiera sospechar qué le había pasado. Era casi seguro que “Paquita” no se había esfumado por su propia voluntad, porque salvo el monedero y la bolsa de las compras, todas sus pertenencias, incluidos dinero y sus documentos, habían quedado en la casa.

Los vecinos de Sant Hilarí quedaron conmocionados, porque ese tipo de eventos no solían pasar en el pueblo, donde por lo general las autoridades solo debían ocuparse de alguno que otro robo o de una gresca en la discoteca.

Muchos vecinos de la joven desaparecida se presentaron en la comisaría para relatar dónde y cuándo la habían visto por última vez, por si les resultaba útil a los investigadores. Uno de los que prestó declaración fue el tornero Josep Talleda, quien aportó un dato que hizo suponer que, pese a todo, “Paquita” se había ido por las propias: “La vi subir a un camión con placas francesas”, dijo.

Era verosímil, porque la frontera no queda lejos de Sant Hilarí. Como no tenían otras pistas, los guardias civiles pensaron que Francesca Box se había ido a Francia para no volver. Caso cerrado.

Unos días después de la desaparición de “Paquita”, cuando los agentes investigaban sin suerte ni resultados el asesinato de “La Montse”, un hombre que no se identificó llamó por teléfono al destacamento de la Guardia Civil.


“La niña fue atropellada por un camionero francés”, dijo la voz y la comunicación se cortó.

Nadie recordó que, nueve años antes, Talleda había hablado de un camión francés al declarar sobre la desaparición de Francesca.

“Calentar el destornillador”
Durante tres años, la investigación del asesinato de Montserrat Ávila estuvo estancada. Fue el tiempo que necesitó Carmen, la hermana mayor de “La Montse”, para vencer la vergüenza y el miedo a la condena social que la abrumaba.

Finalmente, se presentó espontáneamente ante la Guardia Civil para contar su historia y la de su hermanita. Relató que, desde que ella tenía 11 años y Montserrat 9, el tornero había abusado de ellas, callándolas con regalos y amenazas.

Las hacía ir al taller con la excusa de que le prestaran ayuda, sin que los padres de las niñas desconfiaran de ese vecino tan amable. Una vez allí, les decía que necesitaba que le calentaran los destornilladores. Les decía que recogieran unos cuantos de los que había en la planta baja del taller y subieran al primer piso, donde las esperaba.

Las niñas lo encontraban siempre acostado, cubierto con una sábana desde los pies hasta el cuello. Les pedía entonces que le dieran uno de los destornilladores, al que envolvía en una bolsa de plástico y luego llevaba debajo de la manta.

Las chicas debían entonces “calentar el destornillador” a través de la manta, pero la herramienta que Talleda les hacía friccionar era su pene.

Carmen contó también que, cuando se dio cuenta de lo que realmente las obligaba a hacer, tenía ya 14 años. Dejó de ir, e intentó convencer a “La Montse” que tampoco fuera, pero su hermana menor no le hizo caso, seducida por los regalos que les hacía el tornero.

Monserrat siguió yendo, sin que Carmen pudiera hacer nada: no podía contarles a sus padres lo que ocurría porque le daba miedo y vergüenza hacerlo. Dijo también que unos días antes del asesinato, su hermana le contó que Talleda le había prometido regalarle una moto, pero que cuando se la reclamaba el hombre le daba unas pesetas y le decía que lo haría más adelante.

Carmen contó todo esto roja de vergüenza, ante la varonil mirada de tres guardias civiles.

Detención y condena
Josep Talleda fue detenido finalmente a mediados de 1990 y en todo momento negó haber visto esa noche - y mucho menos matado - a Montserrat Ávila.

Sin embargo, la endeblez de su coartada sobre la cena con su mujer en el restaurante, cuando ella misma declaró que le llamó la atención que lo propusiera algo que nunca hacían, la declaración de un vecino que aseguró escuchar que la cortina del taller de Talleda se levantaba alrededor de las 4 de la mañana y el relato de Carmen lo dejaron sin salida.

Fue procesado en junio de 1991 en la Audiencia Provincial de Girona, que lo sentenció a una pena de 20 años de prisión. También le ordenó indemnizar con diez millones de pesetas (unos 60.000 euros de hoy) a los padres de Montserrat y al pago de una multa de 350.000 pesetas (unos 2.100 euros) por los abusos sexuales contra Carmen y Montserrat.

Si la pena fue ejemplar, el cumplimiento fue muy corto. Sólo estuvo ocho años entre rejas e, incluso, antes de salir en libertad se le otorgó el beneficio de salidas transitorias por su buena conducta.

Esa decisión provocaría otra muerte.

La mujer del narcotraficante
Durante su estadía en prisión, el Talleda hizo buenas migas con otro preso, el narcotraficante Mustapha Kemal. Al tornero le dieron salidas transitorias y su compinche tras las rejas le propuso colaborar con su pareja, María Teresa Rubio, en el negocio de tráfico de drogas.

La mujer vivía en Girona y Talleda se ponía a sus órdenes cada vez que tenía una salida transitoria, en los ratos libres que le dejaba su empleo – con autorización judicial – en un molino harinero.

María Teresa Rubio desapareció el 11 de enero de 2001 y su cadáver fue encontrado el 22 de febrero de ese año en la costa de un riacho de Vilanova de Vallés, justo al lado de un camino que llevaba al molino donde trabajaba Talleda en sus salidas. Tenía el cráneo aplastado y la cara irreconocible, por lo que no pudo ser identificado hasta cinco años después mediante pruebas de ADN.

Esa imposibilidad de identificar a la muerte jugó a favor del tornero asesino, aunque había pruebas que – de conocerse el nombre de la víctima - podían incriminarlo: su relación con Kemal, la cercanía del lugar donde se encontró el cuerpo con el molino donde trabajaba y que el cuerpo estaba envuelto en bolsas de, precisamente, ese molino.

El caso quedó archivado y poco después Talleda pasó de ser beneficiario de salidas transitorias a tener libertad condicional.

El crimen de la prostituta albanesa
Corrían los primeros meses de 2002 cuando Josep Talleda obtuvo la libertad condicional. Su pasado lo condenaba: no podía volver a Sant Hilarí, donde su mujer no quería ni verlo y los vecinos lo consideraban un monstruo. La única persona que lo apoyó fue su hija, que nunca se convenció de que su padre fuera un criminal.

Para ayudarlo a rehacer su vida, le ofreció refugio en un departamento que su pareja tenía en Girona. Viviendo allí, podría volver a empezar: conseguir un empleo y llevar una vida tranquila.

Pero Talleda tenía otros planes o, quizás, otras necesidades. Pronto estableció una relación con una prostituta albanesa llamada Volkja Papa, a quien invitó a vivir en su departamento con promesas de dinero y regalos.

Volkja, en realidad, ya había dejado la prostitución. Hasta conocer a Talleda, vivía con su antiguo proxeneta, convertido en pareja, un conocido “empresario” de la ciudad. El tipo la quería y ya no la obligaba a prostituirse.

Cuando el 20 de abril de 2003, un fotógrafo de patos que buscaba retratar a las aves en las orillas del río Güell, cerca de Girona, se topó con un cuerpo envuelto en una bolsa de plástico comenzó el principio del fin para Josep Talleda.

No fue de inmediato, porque la policía centró sus pesquisas en su ex proxeneta y ex novio, a quien interrogó a fondo. El tipo, fuera lo que fuese, no solo clamó inocencia sino que explicó – con lágrimas reales en sus ojos – que Volkja lo había abandonado por otro hombre que le había ofrecido el oro y el moro si se iba a vivir con él.

Además de contar esa historia sentimental, les dijo a los investigadores que Volkja lo había llamado a fines de marzo para pedirle perdón por haberlo abandonado y decirle que quería volver con él. Después de eso, no había tenido más noticias.

Lo que sí podía hacer era dar a los investigadores el nombre del nuevo novio de Volkja, porque ella se lo había dicho: Josep Talleda.

Entretanto, la autopsia revelaba que Volkja había sido asesinada unos 20 días antes – es decir, entre el 31 de marzo y el 1° de abril -, para la misma fecha hizo su última llamada a su antiguo novio y proxeneta.

El final del raid asesino
A Talleda lo interrogaron de inmediato, y su respuesta fue que no sabía nada de Volkja, que se había ido a fines de marzo. De paso, contó que el proxeneta lo había atacado en la calle. Presentaba golpes y heridas, de modo que era factible creerle.

Lo que terminó perdiéndolo fue un cambio en la declaración. Al día siguiente de ser interrogado – presumiendo que la Guardia Civil allanaría su casa – se presentó acompañado por su hija ante los investigadores y dijo que, en realidad, el proxeneta y otros hombres no lo habían atacado en la calle sino en su casa.

Talleda creyó que eso explicaría los rastros de sangre que – pese a haber limpiado a fondo – los guardias civiles encontrarían en la vivienda. Lo que no supuso, quizás por ignorancia, es que los análisis de ADN demostrarían que la sangre no era suya sino de la difunta Volkja.

En el juicio se probaría que la mató allí la noche del 31 de marzo, después de que ella hiciera la llamada a su ex novio. Luego, mantuvo el cuerpo escondido en un freezer durante veinte días, hasta que creyó que era seguro descartarlo en la ribera del Güell.

En marzo de 2006 la Audiencia de Girona puso fin a las correrías de Josep Talleda con una condena a 20 años de cárcel por el asesinato de Volkja.

Esta vez alcanzó a cumplir seis años y medio de cárcel. La muerte lo encontró en la prisión de Brians el 11 de noviembre de 2012. Tenía 71 años.

A su entierro solo asistieron su hija, fotógrafos de prensa y periodistas. Nadie más.

Nota:infobae.com

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