La política y el tiempo

Actualidad 08 de febrero de 2024
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Estamos inmersos en un nuevo tiempo político en el que la derecha extrema se articuló con la dialoguista y juntas operan alineadas con las corporaciones y el capital financiero. Este “equipo” pretende el libre mercado, o sea, luz verde para los negocios privados, y un Estado que se reduzca a funcionar sólo como aparato de represión y disciplinamiento de la opinión pública. Como muestra basta un botón: la represión a los manifestantes, periodistas y reporteros gráficos, los setenta heridos y las decenas de detenciones en el Congreso mientras sesionaban los diputados en el debate por la ley ómnibus.

Es un tiempo, también, en el que el campo popular debe hacerse cargo del hecho evidente del debilitamiento de la democracia después del último gobierno kirchnerista. Varias fueron las razones que determinaron que no se lograra poner freno a los poderes paralelos: las corporaciones económicas, mediáticas y la mafia judicial.

A partir del 2015, el campo popular no sólo perdió el gobierno con la candidatura de Daniel Scioli, sino que desde 2019 fue entregando su capital político a partir de la mala gestión del gobierno de Alberto Fernández. Scioli, ex candidato presidencial del Frente de Todos, acaba de incorporarse al gobierno de Javier Milei, en las antípodas de aquella propuesta nacional, popular, a favor del Estado, el trabajo y la justicia social. Al “dueño de la lapicera”, Alberto

Fernández, ya le dedicamos bastante tinta, es tiempo de avanzar reconociendo que el campo popular viene flojo de representación. Como decía Freud en su gran ensayo Psicología de las masas y análisis del yo, se empieza cediendo en las palabras y se termina cediendo en las cosas. 

Los “representantes” Scioli y Fernández evidenciaron fracasos en la campaña y en el gobierno respectivamente, resultando pura pérdida de capital político y debilitamiento ideológico de la identidad. 

Dado que en la teoría política conviene manejarse con datos y hechos acontecidos o, dicho en términos barriales, el lunes después del partido del domingo, nos autorizamos a afirmar que la estrategia “pragmática” elegida en su momento no dio resultado. 

Es el tiempo de la urgencia no sólo para la derecha, apurada por imponer con amenazas, agravios, a tontas y a locas su modelo del libre mercado, sino también para el campo popular. Es el tiempo inminente de frenar a la derecha antes de que el país se hunda como el Titanic y, simultáneamente, mientras se maniobra, dar un debate que puede resumirse en dos preguntas: 

Teniendo claro que en los tiempos que corren resultan necesarios tanto la identidad como el pragmatismo ¿cuál de esos términos priorizaremos? 
¿Cómo hacer para que la economía quede sometida a la política, tal como planteaba Néstor Kirchner, y no al revés, como pretenden La libertad Avanza y Juntos por el Cambio, con una economía que reine, mientras que la política, el parlamento y la democracia quedan en segundo plano? 
El gobierno de Javier Milei que cuenta con el apoyo de las corporaciones financieras es un gobierno débil en lo político, evidenciándose importantes signos que dan cuenta de esa fragilidad. La primera derrota fue en la calle, con el paro y gran movilización del 24 de enero que, en plena “luna de miel”, fue convocado por la CGT y la CTA en todas las ciudades del país.  

El hecho de pasar la Ley a Comisión expresó claramente que Milei no tenia los números en Diputados para la aprobación de la ley ómnibus que propuso, que pretendía reconfigurar la Constitución y que ya había sufrido importantes recortes. Sin grandes apoyos en las bases y descendiendo su imagen con la velocidad de los neoliberales tiempos líquidos, en minoría en el Congreso y sin poder territorial, al presidente con ínfulas refundacionales y mesiánicas se le está haciendo cuesta arriba mantener el orden.

Sólo un gobierno políticamente muy débil pretende conseguir superpoderes por decreto. Es la diferencia planteada por Gramsci entre hegemonía como dirección intelectual, moral, a través del consenso, y el poder de dominación a base de motosierra y protocolo Bullrich.

La cuestión del tiempo en la actual coyuntura histórica juega, para los dos lados, más que nunca.

En esta nueva etapa, el campo popular debe apostar con mayor audacia, escuchando las demandas populares, resolviendo de manera estructural la pobreza, la desigualdad, la precariedad de los servicios, la educación, la salud, la vivienda y la inseguridad, único modo de neutralizar a la nueva derecha. 

A las extremas derechas se las derrota no con moderación ni conciliación, sino avanzando en una democratización real. El callejón aparentemente sin salida de este tiempo puede ser transformado por la acción colectiva, si comanda la política y si el campo popular profundiza y define su identidad.

Por Nora Merlin / El Destape

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