





El presidente electo Javier Milei centró su campaña en la impugnación a la casta. Con esa idea cuestionó a casi todos los dirigentes políticos, a quienes calificó de corruptos, prebendarios e ineptos. Pero, ¿qué pasará en su gobierno con la casta militar? Ante la debilidad de su bancada legislativa, la orfandad de apoyos territoriales y la falta de equipos de gestión, ¿podrán las Fuerzas Armadas convertirse en un factor decisivo de apoyo y gobernabilidad como ocurrió en Brasil con Jair Bolsonaro?


Milei no es Bolsonaro. No pregona el cristianismo ni ha conseguido el apoyo explícito del evangelismo y no cuenta con una aprobación equivalente a la del coronel brasileño entre los militares y las fuerzas de seguridad. En 2018, en efecto, Bolsonaro desplegó una campaña activa en los cuarteles militares con el consentimiento de los jefes de las Fuerzas Armadas. Y después, ya en el gobierno (2019-2023), designó más funcionarios militares que… la dictadura (1964-1985). Designó como vicepresidente al general retirado Hamilton Mourão, que en 2017 había llamado a una intervención militar para controlar la corrupción. Durante el gobierno de Bolsonaro, Mourão se convirtió en portavoz de las Fuerzas Armadas, afirmando que los militares tenían el rol de evitar los daños institucionales que conducían al caos.
La influencia militar en el gobierno de Bolsonaro se emparenta con la insignificante revisión del pasado autoritario y, ya en democracia, con la continua presencia de las Fuerzas Armadas en la orientación de la defensa y la política exterior de Brasil. Y esto, a su vez, se asienta en la popularidad. En una encuesta realizada en 2019, el 72% de los consultados expresó “confianza” en las Fuerzas Armadas (1). Bolsonaro eligió 850 militares como funcionarios por su capacidad técnica y logística, que según su visión los convertía en buenos administradores del Estado, actores racionales e incorruptibles capaces de superar la ineficacia de la política (2).
Es cierto que el éxito electoral de Milei puede asemejarse al de Bolsonaro, que también ganó las elecciones gracias al declive de dos partidos mayoritarios: el Partido de los Trabajadores (PT) y el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB). El politólogo Leonardo Avritzer sostiene que Bolsonaro obtuvo su victoria presidencial gracias a la deslegitimación del sistema político brasilero (3). Aunque en este punto también coincide con Milei, y aunque ambos se presentan como líderes de derecha, ni el contexto ni los objetivos son los mismos.
En cierto modo, Milei parece más cerca de Donald Trump que de Bolsonaro. Aunque no cuenta con un partido como el republicano, su discurso parafrasea la conocida frase del ex presidente de Estados Unidos: “Make Argentina great again”. La liberación de la portación de armas, una de las primeras propuestas de campaña de Milei que luego, ante las críticas, fue revisada, parece un reflejo del pensamiento de Trump.
Ciertamente, Trump incrementó la cantidad de militares retirados en altos cargos de gobierno y nombró al teniente general Michael Flynn como asesor de Seguridad Nacional y al general James Mattis como secretario de Defensa. Pero, decisivamente, Trump ordenó el retiro estadounidense de Afganistán y Siria y concentró su gestión en cuestiones internas, moderando el tradicional rol de Washington en la política internacional. En 2020 Trump anunció el fin de la época de las “guerras interminables” y aclaró que bajo su gobierno Estados Unidos no sería más la “policía del mundo”. Si bien aumentó el presupuesto de defensa y reconoció en varias oportunidades el valor de las Fuerzas Armadas, no se propuso, a diferencia de Bolsonaro, asociar a su gobierno con los militares. Su energía estaba concentrada en la dimensión económica, y por eso afirmó que los países que quisieran la asistencia militar estadounidense debían pagar por ello, comenzando por los integrantes de la OTAN.
En Estados Unidos, las Fuerzas Armadas se han declarado siempre apolíticas, marcando una diferencia con la injerencia de los militares brasileros. Trump desplegó fuerzas militares ante las revueltas raciales y como forma de enfrentar algunas manifestaciones de descontento civil. Pero no recurrió a las Fuerzas Armadas para sostener su gobierno. Como señalamos, su Presidencia se centró en cuestiones económicas y apuntó a revertir el enorme déficit comercial abriendo una intensa disputa comercial con China, al tiempo que rechazaba a los medios de prensa, al FBI y a la burocracia del Departamento de Estado. Impuso un recorte de impuestos a las familias, la desregulación del sector energético, financiero y ambiental. Dejó su huella en el sistema judicial designando magistrados conservadores en tribunales federales y la Corte Suprema. Más que Bolsonaro, el modelo de Milei parece Trump.
Milei y los militares
Es probable, por supuesto, que haya militares entusiasmados con el líder libertario, pese a que su anarcocapitalismo choque con la visión tradicional nacionalista de las Fuerzas Armadas. En efecto, desde inicios del siglo XX los militares argentinos, que se sienten depositarios de la esencia nacional y la columna vertebral de la nación, desconfiaron de la narrativa liberal. Numerosos estudios sobre el nacionalismo reflejan el interés de los militares por este pensamiento, que tenía su base en la defensa del territorio (4). Según la perspectiva militar, el interés nacional implica una intervención importante del Estado para desarrollar la industria nacional, la infraestructura y las capacidades económicas del país. La identidad nacional, en un país de fuerte inmigración, debía resguardarse de un otro que siempre se identificaba como nocivo.
Hasta el momento no hay información cierta sobre las opiniones políticas de los militares en relación a Milei. La revisión de páginas web como Foro Militar, Zona Militar, la página de comentarios de la Aviación Argentina, el Foro Argentino de Defensa, Razón y Fuerza, el Blog de las Fuerzas de Defensa de la República Argentina, Tiempo Militar y la Unión de Promociones muestra algunas expresiones favorables, pero no permiten hacer una evaluación justa de las relaciones entre los militares y Milei. El porcentaje de votos obtenido por La Libertad Avanza en las bases de la Antártida es superior al promedio (62,5%), pero tampoco puede ser leído seriamente como una prueba del vínculo entre las Fuerzas Armadas y Milei.
Por otra parte, hay que considerar la cuestión presupuestaria. La defensa depende esencialmente del Estado. No hay actividad privada que pueda modernizar y equipar a las Fuerzas Armadas. Por eso la literatura económica considera a la defensa como un bien público puro. Los bienes públicos son aquellos que producen la satisfacción de un deseo o necesidad, y un bien público puro es aquel que abarca a todos los miembros de la población, sin exclusión alguna. Desde una perspectiva jurídica, es un bien propio del Estado, una obligación indelegable del Estado garantizada por su aparato burocrático (5). En los países desarrollados existen una serie de empresas privadas que compiten por proveer armas y equipamiento al Estado, representado por el Ministerio de Defensa. En Argentina no hay empresas proveedoras de armamento, por lo cual el país se ve obligado a adquirirlo en los mercados del primer mundo, lo que a su vez lo ata a las oscilaciones de los Estados vendedores. Esto afecta la capacidad de defensa nacional porque, ante un eventual conflicto, impide disponer rápidamente de los equipos necesarios.
El anarcocapitalismo de Milei choca con la visión tradicional nacionalista de las Fuerzas Armadas.
El programa de ajuste fiscal y recortes presupuestarios anunciado por Milei durante la campaña y ratificado luego de la elección conspira contra las posibilidades de que Argentina mejore sus capacidades defensivas. La asignación presupuestaria es una herramienta central a la hora de definir una acción de gobierno y establecer prioridades, pero no parece ocupar un lugar central en la agenda del nuevo Presidente.
Quien sí se presenta como experta en la cuestión militar es la vicepresidenta electa Victoria Villarruel. Se trata de una abogada cercana a los ámbitos castrenses, hija del teniente coronel veterano de la guerra de las Malvinas Eduardo Marcelo Villarruel, nieta de un almirante y sobrina del capitán Ernesto Guillermo Villarruel, quien fue detenido en octubre de 2015 por orden del juez Daniel Rafecas por crímenes cometidos en el centro clandestino conocido como El Vesubio. No fue juzgado porque se lo declaró incapaz para afrontar el proceso.
Durante la campaña, Villarruel mantuvo contactos con Bolsonaro y se ocupó de acercar esos sectores a Milei. Para recobrar el “prestigio” de las Fuerzas Armadas, Villarruel propone una revisión del pasado y demanda el reconocimiento de las víctimas del terrorismo en lo que ella califica como una “guerra”. Ha dicho que “en una guerra es legal matar al enemigo”. Con su tono desaprensivo y siempre sonriente, impulsa una agenda mucho más clara, en este aspecto, que la de Milei.
Bajo el impulso de Villarruel, seguramente veremos multiplicarse casos como el del general Rodrigo Alejandro Soloaga, que fue removido de la presidencia de la Comisión del Arma de Caballería por un discurso en el que recordó la “injusta situación” de “los camaradas que se encuentran privados de su libertad” a raíz de los juicios de lesa humanidad. Algunos integrantes de la familia militar, como la Unión de Promociones, una organización que nuclea a militares retirados, llaman a “todos quienes deben enfrentar esta injusta situación a fin de afirmar, fortalecer e incrementar el planteo de los justos reclamos por acceder a una justicia verdaderamente independiente, imparcial y objetiva” (6).
Defensa y seguridad
Villarruel se inscribe en esta línea de revisión de las políticas de derechos humanos y reivindicación de la “lucha contra la subversión” y busca crear una nueva narrativa que dé un sentido positivo al accionar de la dictadura. Pero, ¿alcanza esta obstinación para afirmar que el gobierno de Milei será un gobierno sostenido en las Fuerzas Armadas, como en cierto modo fue el de Bolsonaro? Parece difícil. El pasado, fuertemente instalado en la memoria colectiva, no puede modificarse. Y, más importante aun, las Fuerzas Armadas no están masivamente interesadas en ocupar un lugar central en el gobierno. Ante las propuestas de Villarruel, los militares aseguran: “Somos otra generación” (7). Los reiterados fracasos del pasado previenen a los militares de repetir aquella catastrófica experiencia.
Por otro lado, los militares también rechazan una posible “policialización”, es decir la reasignación de funciones para ocuparse de la seguridad interna, algo que en Argentina está prohibido por la ley pero que sucede en México y otros países de la región. Con esto coincide incluso la futura vicepresidenta quien, probablemente alertada por la familia militar, ha negado esta posibilidad. En un reciente video de TikTok, Villarruel explicó: “Las Fuerzas Armadas combaten contra un enemigo, no reprimen el delito”.
¿Designará Milei a un militar al frente del Ministerio de Defensa? Como afirmó Narcís Serra, ministro de Defensa del gobierno de Felipe González: “El funcionamiento democrático en un gobierno civil debe tener no solo la garantía de que los militares no intervendrán en las decisiones políticas o en la política, sino que es el gobierno civil el que define la política militar y de defensa” (8). A lo largo de estos 40 años de democracia, con aciertos y errores, los gobiernos designaron civiles al frente del Ministerio de Defensa.
Milei ha afirmado más de una vez que los intereses tienen más relevancia que los valores. Los intereses del modelo libertario no conducen a una presencia amplia de los militares en el gobierno. Arribistas en el mundo de la política, tanto Milei como Villarruel enfrentarán serios obstáculos si pretenden demoler las políticas de memoria, verdad y justicia, un esfuerzo conjunto del gobierno, el Poder Legislativo y los tribunales de justicia. Es probable que Villarruel, representante de la familia militar, siga cuestionando la “manipulación de la historia” y que intente impulsar algún retroceso, pero no parece fácil modificar radicalmente las políticas de defensa ni convertir a las Fuerzas Armada en protagonistas del anunciado cambio cultural.
1. IBOPE, Índice de Confiança Social.
2. Según el estudio de Ana Penido, Gabriela Araujo y Davi Matos, “Militares no governo Bolsonaro”, Informes Temáticos 2020, Observatório Brasileiro de Defesa e Forças Armadas, 2020, p. 9.
3. Leonardo Avritzer, “Movimento pendular da democracia brasileira impede a estabilidade política e econômica do País”, Instituto Humanitas Unisinos, 2019.
4. Sólo por nombrar algunos: Fernando J. Devoto, Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo en la Argentina moderna, Siglo XXI Editores, 2002; Daniel Horacio Mazzei, Bajo el poder de la caballería: El ejército argentino (1962-1973), EUDEBA, 2016; Enrique Zuleta Alvarez, El nacionalismo argentino, Ediciones La Bastilla, 1975; Juan José Hernández Arregui, Qué es el Ser Nacional, Editorial Continente, 2015; Michael Goebel, La Argentina partida: Nacionalismos y políticas de la historia, Prometeo Libros, 2013.
5. Todd Sandler y Keith Hartley, The Economics of Defense, Cambridge, 1995.
6. Unión de Promociones, UPMAC, https://www.upmac.org.ar/violacion-derechos-humanos-militares/informacion-union-de-promociones.htm.
7. Federico Rivas Molina, “El negacionismo de la dictadura que propone Milei no cala en los cuarteles argentinos”, El País, https://elpais.com/argentina/2023-11-16/el-negacionismo-de-la-dictadura-que-propone-milei-no-cala-en-los-cuarteles-argentinos.html.
8. Ana María Tamayo, Entrevista con Narcís Serra, https://www.idl.org.pe/idlrev/revistas/155/155amtamayo.pdf.
Por Rut Diamint * Profesora de la Universidad Torcuato Di Tella e Investigadora Principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) / Le Monde Diplomatique





