





Me ha parecido muy interesante este artículo largo de Katie Harbath y Matt Perault, ex-directivos de la división de políticas públicas de Facebook entre 2011 y 2021, titulado simplemente «Jawboned«, y en el que describen y analizan sus interacciones con el gobierno norteamericano y cómo éste intentaba hacerles cambiar sus políticas de moderación de contenidos sin tener base legal para ello, pero apelando fundamentalmente a argumentos basados en la persuasión moral.


Se conoce como jawboning precisamente a eso, al intento de uso de argumentaciones de persuasión moral en el contexto de la política y la economía, habitualmente cuando no existe ninguna forma clara de actuar de forma directa por la inexistencia de una regulación que cubra los nuevos escenarios generados, por ejemplo, por la disponibilidad de una tecnología determinada.
El término jawboning proviene de la quijada de asno con la que Sansón, según la leyenda reflejada en el cuadro de Guido Reni, pintado en 1616, con el que ilustro este artículo, logró matar a mil filisteos. En el artículo, los autores describen varias reuniones con el gobierno y sus múltiples intentos de jawboning, que describen como «incesante», y se posicionan de manera vehemente contra la práctica por considerarla antidemocrática. Se refieren en particular al período posterior a 2016, cuando según ellos «la industria tecnológica era vista como la destructora de la democracia», un contexto que hacía la práctica del jawboning, tanto implícito como explícito, mucho más intensa y persuasiva.
El interés que me ha generado el artículo proviene de dos ángulos diferentes: por un lado, el permitir que quienes no conocen el trabajo de los departamentos de políticas públicas y relaciones gubernamentales de las compañías puedan aproximarse a sus dinámicas. En mi caso, he tenido oportunidades de mantener una interacción amplia con esos departamentos en múltiples compañías y con directivos de amplia experiencia debido a mi papel como analista y cronista tecnológico, y esa parte no me ha resultado especialmente sorprendente, pero aún así, me resulta esclarecedora, sobre todo en el contexto norteamericano.
Por otro lado, me parece si cabe más interesante intentar rebatir la tesis de los autores: la idea de que los intentos de un gobierno por apelar a razones morales para intentar influenciar las prácticas de una compañía pueda ser antidemocrática me parece, como mínimo, muy discutible, siempre asumiendo que hablemos de un gobierno elegido democráticamente y cuyas acciones, por tanto, deberían ser representativas de la voluntad de sus votantes.
De un gobierno elegido por los ciudadanos en un proceso democrático espero, precisamente, que intenten defenderlos de cualquier efecto pernicioso derivado, como era el caso, de las acciones de una compañía cuyo lema en aquella época era nada menos que «muévete rápido y rompe cosas«, y que claramente las estaba rompiendo. Calificar la idea de que las compañías tecnológicas se estaban convirtiendo en una amenaza para la democracia como una especie de «visión generalizada», implicando que no era una percepción justa, me parece, con todo lo que sabemos a día de hoy, simplemente alucinante y, sobre todo, una forma de pretender disculpar precisamente las acciones que precisamente los autores del artículo, entre otros, contribuyeron a llevar a cabo y a intentar legitimar durante su paso por Facebook.
No, lo que pasó en Facebook y lo que sigue pasando no es legitimable, ni disculpable, ni justificable en modo alguno. La misma compañía que se prestó a la manipulación electoral en infinidad de países simplemente porque le resultaba rentable hacerlo, la que posibilitó un genocidio en Myanmar para así facturar más dinero y la que permitió que se espiase a millones de personas por parte de una compañía como Cambridge Analytica sin que esta tuviese que hackear nada, es la misma que ahora, a día de hoy, está pagando millones de dólares a personajes públicos para desarrollar bots con su voz e imagen mediante IA generativa, sin pararse a pensar quién diablos va a desenganchar después a los fans que sientan que están de verdad interactuando con sus ídolos, o en cuántas ocasiones esos personajes sintéticos van a servir para manipular desde hábitos de consumo hasta el voto. Cuando nos encontremos con menores trastornados por creer que sus ídolos mantienen con ellos chats personales día sí y día también, ¿que vamos a decir? «¡Uy, cómo lo siento, no se me pasó por la cabeza que algo así pudiese ser malo!» Seguimos exactamente igual: primero se lanzan productos al mercado, y después, cuando aparecen sus efectos, ya veremos lo que hacemos… ah, claro, pedir disculpas.
Hablamos, simplemente, de una empresa carente de todo código ético y de cualquier atisbo de principio moral, cuyo fundador debería haber sido sometido a un juicio equivalente al de Nuremberg y llevar mucho tiempo en la cárcel. Y los autores del artículo están entre los que le ayudaron a hacer lo que hizo.
De eso es de lo que hablamos y lo que de verdad debemos evitar, no de si el gobierno intenta, de manera generalmente infructuosa, influir en una compañía claramente irresponsable alegando lógicas argumentaciones morales que cualquiera en su sano juicio y con unos mínimos principios morales alegaría. ¿Jawboning? Nada me parece más razonable para un político que intentar insuflar ciertos razonamientos morales y de responsabilidad social en compañías que, a todas luces, carecen completamente de ellos.
Nota:https://www.enriquedans.com/





