Ayer, hoy y mañana en el FdT: autocrítica y debate para la transformación

Actualidad 24 de mayo de 2023
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Visto en retrospectiva, en fecha de balances y siempre con el diario del lunes, pueden ensayarse dos errores de partida del Frente de Todos. El primero fue la forma de definición del candidato. El segundo fue el evitar la formulación de un programa más explícito. No casualmente se trata de los mismos desafíos que la coalición enfrenta en el presente. Una hipótesis emergente es que en el camino algo quedó irresuelto. 

En 2019, la centralidad de CFK era absoluta. Alcanzó con un simple tuit de la dos veces Presidenta, que había sido despedida del poder con una plaza llena e inundada de rostros compungidos, para que Alberto Fernández sea candidato. En aquel momento el Presidente representó lo que hoy mismo se demanda, un candidato de síntesis que expresaba a las distintas fuerzas del peronismo. El dedo fue de Cristina, pero el consenso al interior de la coalición fue absoluto, desde las centrales de trabajadores a gobernadores e intendentes, desde el poder territorial al sindical. Se advertía que la única forma de lograr el objetivo principal, terminar con la desgracia macrista, era sí o sí “con todos, todas y todes”. No hizo falta insistir mucho para que todas las partes se tomen “el cafecito”.

Los votos en las primarias y en las generales legitimaron el poder de la coalición, pero sin embargo no ordenaron el poder hacia su interior. El poder nació dividido, los propietarios del dedo siempre lo consideraron propio, los elegidos, que fueron acusados hasta de “ocupas”, evitaron erróneamente las construcciones propias y el mismo Alberto desalentó construir el albertismo. Lo grave es que el carácter bicéfalo del Frente se reprodujo, ya en el ejercicio del poder, al interior de muchas áreas de gobierno y no faltaron los boicots mezquinos que paralizaron o frenaron incontables acciones.

Vale recordar que también Néstor Kirchner fue elegido por el dedo de Duhalde, pero, aun desde su magro 22 por ciento, “menos votos que pobres”, como le gustaba decir, quien había sido intendente primero y gobernador después comenzó rápidamente a “matar al padre” y el “kirchnerismo” reemplazó raudamente al duhaldismo. Incluso a pesar de aquello que también le gustaba decir a Néstor: “Nos dicen kirchneristas para bajarnos el precio, pero nosotros somos peronistas”. Lo cierto es que la naciente hegemonía kirchnerista se construyó a fuerza de ganar votos. Esa fue su fortaleza. Sumaba por izquierda y derecha, desde los intelectuales setentosos de Carta Abierta al siempre conservador radicalismo K. Néstor fue una máquina de sumar, es decir de hacer política. Aunque el ejercicio del poder kirchnerista fue vertical, “como debe ser” y como lo demostró la fallida “transversalidad” inicial, a nadie se le pedía certificado de pureza ni adelanto de sumisión.

Sobre la formulación de un programa, algo que tardíamente se reclama, debe recordarse el escenario de partida. En 2019, sucedían dos cosas al mismo tiempo. Por un lado, ponerse exquisitos con las definiciones sobre qué hacer hubiese atentado contra la rápida construcción de unidad. Por otro, el poder de la coalición estaba todavía unificado y el programa existía tácitamente. No fue el que surgió de los pomposamente llamados “equipos técnicos”, un área de entretenimiento para futuros funcionarios que apenas generó unos borradores vagos, sino de la urgencia.

Los primeros pasos eran sin duda renegociar la inmensa deuda heredada por la gestión precedente “acordando” con los acreedores privados y el FMI, comenzar a recuperar salarios deprimidos e intentar en el camino mantener alejada la restricción externa para sumar lentamente estabilidad macroeconómica. A diferencia de cuatro años antes, el gobierno iniciaba con inmensas restricciones y con los mercados voluntarios de crédito cerrados, más precisamente en virtual default. Los grados de libertad para la política económica estaban fuertemente reducidos. 

Hoy puede decirse que hubiese sido mejor ser más precisos con las herramientas para lograr los objetivos, especialmente para que no proliferen dentro de la misma fuerza tantas visiones contradictorias, pero, de nuevo, la urgencia se comió los detalles y la construcción de poder de la hora no los demandó.

Los dos errores irresueltos reseñados resumen los desafíos del presente. Como siempre, se trata simplemente de aprovechar las enseñanzas de la historia para no tropezar repetidas veces con la misma piedra. El presidente que asuma en diciembre debe tener poder propio. No debe reconstruirse el error ni de construir un poder delegado ni de compartimentar áreas de gestión. Y en un sistema democrático ese poder unificado surge de un solo lugar: de los votos. Hoy más que nunca se necesitan las PASO. Su función es precisamente dirimir desequilibrios internos como los del presente. Es obvio que también se debe aprender de la historia que las PASO salvajes no le sirven a nadie. Pero a su vez, como también se necesitan definir las herramientas para lograr los objetivos, “un programa” verdadero, las PASO pueden servir para elegir y consolidar entre las distintas opciones que se presenten.

Mejorar la distribución del ingreso, rechazar el acuerdo con el FMI, bajar la inflación, salir de la “economía bimonetaria” no reprentan un plan en sí mismo, son expresiones de deseo. En bajar la inflación, por ejemplo, están de acuerdo todas las fuerzas políticas. Un programa debe decir cómo hacerlo. No se pueden seguir afirmando proposiciones contradictorias. Por ejemplo, no se puede decir que se quiere recuperar la moneda y al mismo tiempo proponer tasas de interés de referencia negativas, porque esa es la mejor forma de alentar refugiarse en el dólar para no perder valor, es decir es la mejor forma de alentar la profundización del “bimonertarismo”. No se puede seguir diciendo que la inflación es obra de oligopolios malos y que por lo tanto se resuelve solamente con controles de precios, porque oligopolios hay en todos los países capitalistas y sin embargo el resto del mundo tiene baja inflación.

La verdadera restricción para el crecimiento es la falta de dólares, por lo tanto, es contradictorio tener un discurso antiexportador, o decir que no importa exportar lo único que se tiene a mano rápidamente, como los recursos naturales. Tampoco es aceptable que combatir con excusas pseudo ambientales las principales actividades dinámicas que pueden desarrollarse en un relativo corto plazo, como la minería y los hidrocarburos.

Al mismo tiempo debe entenderse que las cadenas de valor no se desarrollan por el final. No se puede laminar cobre si no se extrae cobre, ni se pueden construir baterías de litio sin litio más contar con ingentes inversiones. No se trata de elegir entre una y otra cosa, son las dos, pero empezando por dónde se puede. Un líder político en un país con restricción externa no debería desdeñar ninguna actividad productiva. No se pueden aumentar los ingresos de la población si no se generan más divisas, porque simplemente se entra en restricción externa y el resultado final es mucho peor: inflación y recesión. En la historia Argentina pasó cien veces. Si se sabe que el llamado cepo genera brecha cambiaria, incentiva la dolarización y dificulta el ingreso de capitales, debe trabajarse para superarlo, no para sostenerlo y reforzarlo. No se pueden aceptar subsidios energéticos crecientes como porcenaje del PIB ni seguir distorsionando los precios relativos. Se necesita sincerarse, no seguir acumulando tensiones que siempre explotan. Ni los economistas ni los dirigentes están para dar solamente buenas noticias.

El macrismo agravó todo y tomó un endeudamiento desmesurado e irresponsable, pero los indicadores económicos que se recuperaron a partir de 2002 cambiaron de tendencia a partir de 2011, cuando reapareció la restricción externa. No importa solamente si en 2015 estaban mejor que en 2019. Por eso se perdieron las elecciones de 2015 y no solamente porque parte de los propios le corrieron el cuerpo o porque el macrismo, aliado a los fondos buitre, contrató a Cambridge Analytica. Hay que mirar la película completa, no sólo las fotos que nos traen los mejores recuerdos de un pasado cuyas condiciones ya no existen.

No hay manera de formular un programa exitoso, uno que efectivamente estabilice la economía, recupere la moneda, aleje la restricción externa e incentive el crecimiento y el desarrollo, sin que las fuerzas nacionales y populares reconstruyan la mirada crítica sobre las cosas que salieron mal. Autoindagarse no es traición ni jugar para el adversario, es el paso previo para superar los errores del pasado, construir un candidato ganador y volver a enamorar a los sujetos capaces de impulsar la transformación.

Por Claudio Scaletta * El Destape

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