Feminista en falta: Camilla Parker-Bowles, la amante coronada

Actualidad - Internacional 05 de mayo de 2023
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Mañana a esta misma hora la amante más famosa del siglo será coronada reina consorte y ese gesto en sí mismo será un símbolo del cambio, o al menos contribuirá a impulsarlo. Camilla Parker-Bowles atravesó en los últimos cincuenta años todo el arco dramático de un personaje que pintaba para secundario –la villana malvada–, pero se transformó en la protagonista de la novela. En la reina.  
¿Cómo te convertís en la amante de un príncipe o, peor, en la de un tipo cualquiera que te asigne el lugar de lo que sólo sirve para llevar a la cama? Tal vez eso no siempre tenga la carga forzada de una distopía de Atwood: las amantes no siempre son criadas. Camilla no lo fue nunca, de hecho. Los dos eran solteros cuando conoció a Carlos de Gales, aunque ella un poco menos; tenía un novio infiel y pensó en conquistar al heredero del trono sólo para darle celos a Andrew Parker-Bowles.

Todavía era Camilla Shand cuando lo encaró al borde de la cancha de polo del Windsor Great Park: “¿Sabía que mi bisabuela, Alice Keppel, fue amante de su tatarabuelo, el rey Eduardo VII?”, le preguntó después de elogiarle un caballo. Ella tenía 23 años, él 22. Se hicieron amigos a primera vista. Y después él se enamoró.

A Carlos lo mandaron a un viaje de ocho meses en barco para que la olvidara: Camilla no era una mujer correcta para el hombre que estaba primero en la línea de sucesión al trono británico. Estaban en el mismo círculo social y compartían los gustos y el humor, pero aunque el mundo –y especialmente Londres– viviera los años de la revolución cultural y el amor libre, el cuento de hadas que invocaba la realeza no admitía una novia con pasado sexual.

Así que Camilla se comprometió y se casó con Parker-Bowles y el príncipe terminó encontrando a una chica virginal, una víctima de la puesta en escena a la que estaba obligado. No había dejado de querer ni de dormir con Camilla, y Diana lo supo desde antes de “la boda del siglo”, en ese matrimonio –como dijo en 1995 la propia princesa en una histórica entrevista con la BBC– eran tres desde el principio.

Que Carlos asumiera públicamente su infidelidad y la difusión de la que hasta hoy es la charla más íntima –y escandalosa– jamás filtrada de un miembro de la monarquía (él le decía que quería “vivir en su bombacha” y “estar en el lugar de su tampax”) la transformaron en la contrafigura de la princesa rota y engañada, una “rompehogares” a la que la mismísima reina llamaba “esa mujer maldita”. La tragedia de Lady Di terminó de armar el combo: Camilla era la responsable tácita, más allá de su voluntad, una mujer que –como a describe Harry en sus memorias, publicadas en enero último– “dejaba cadáveres a su paso”.

Podría decir que culpar a la “tercera en discordia” por la desgracia de un contrato de fidelidad del que no fue parte es algo propio de las convenciones de otro tiempo y que la mirada social sobre el tema dio un giro radical. Pero basta con ver, acá nomás y lejos de las imposiciones del protocolo real, el tratamiento mediático que se le dio al llamado “Wandagate” y la tolerancia generalizada frente a la frase que luego se replicaría cientos de veces: “Otra familia que te cargaste por zorra”.

Esa es la verdad, tres décadas después del “Camillagate”, los escándalos de infidelidades aquí y allá todavía siguen teniendo nombre de mujer. La letra escarlata está siempre lista para volver a ser puesta a la adúltera de turno con la misma saña, mientras a sus amantes todavía se los festeja o se los exime de pecado, porque fueron arrastrados al pecado por esas mujeres malditas, de la China Suárez a Clara (mente) Chía.

Tras la muerte de Diana, Camilla, que nunca había tenido en sus planes casarse con Carlos –y hubiera preferido, dicen, mantener para siempre su matrimonio abierto con su hoy amigo Parker-Bowles–, debió resignarse, aún divorciada, a ver su amante a escondidas: si la popularidad del príncipe había caído hasta su punto más bajo, lo que había contra ella era odio liso y llano. Se había convertido en una paria, una amenaza para la monarquía británica. Frente al recuerdo angelical de la “reina de corazones”, ella era la bruja fea, criticada por su edad y su apariencia, siempre menos elegante y glamorosa que la de la mártir de la corona.

Camilla y Carlos tardaron años en blanquear su pareja y cada paso del (larguísimo) camino juntos fue estudiado hasta el más mínimo detalle por un equipo de relaciones públicas encabezado por el secretario privado del entonces príncipe de Gales –Mark Bolland– que se empeñó en revertir su imagen: después de todo, que siguieran juntos, hablaba de que su relación no era un capricho ni una calentura fugaz que había destruido una familia.

Pero el recelo hacia ella se mantuvo hasta último momento, señalada por lo bajo en las reuniones sociales y blanco permanente de los dardos de los tabloides que la bautizaron sin miramientos como “la mujer más odiada de Gran Bretaña”. No importó que finalmente se casara con Carlos –en 2005– ni que Isabel aceptara que su hijo era feliz con ella. Las especulaciones sólo cedieron cuando la reina le dio su aprobación explícita, quizá su último gran gesto político, durante su Jubileo de Platino, en junio último.

El historiador real Robert Lacey se lo dijo a la periodista Caroline Davies en una nota que publicó ayer The Guardian con el título: “Camilla, de amante real denigrada a reina en espera”: “La transformación de Camilla es la narrativa dominante de la vida de Carlos. Que se siente en el trono a su lado en Westminster Abbey, sin que haya ambivalencias populares, es la culminación de la historia, y es un final exitoso”.

Fruto de la estrategia publicitaria o del razonamiento de un pueblo, que como la reina, entendió que cincuenta años de discreción y apoyo incondicional a quien antes de ser su marido o su amante fue su amigo del alma, abrieron la puerta para que hoy la mujer maldita también se calce la corona. Con casi veinte años de casados y una serie como The Crown, que rescata la fuerza de su amor clandestino a prueba de las más duras barreras palaciegas, Buckingham pudo reescribir la historia.

Y esa es la parte más esperanzadora de lo que está por ocurrir: el cuento que nos venderá hoy la transmisión de uno de los mayores eventos de este nuevo siglo es uno donde no hay damiselas ingenuas y engañadas, sino una mujer madura que se sentará junto a su rey porque leyó y acepta hasta la letra chica del acuerdo. Será un cuento de hadas renovado y más honesto, uno en el que las brujas malas como Camilla también pueden ser coronadas.

Nota:infobae.com

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