Las mil flores libertarias

Actualidad 02 de mayo de 2023
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Los seres poco impresionables no sienten emoción
alguna a menos que la sangre corra ante sus ojos.
Y cuando la sangre ha dejado de correr,
ya no hay más tragedia; ya ha pasado.
Yukio Mishima

Milei no tendrá razón, pero los que lo votan sí la tienen.
Martín Rodríguez 

Que se vayan éstos

Aunque resulte atractivo hablar de antipolítica o rabia, el proceso político general, y específicamente el de los jóvenes, se parece menos a un “que se vayan todos” que a un “que se vayan éstos”. El proceso de politización de los jóvenes excede el cronograma electoral. Surge de factores como el estrechamiento de las oportunidades económicas durante más de una década (¡casi la mitad de la vida de los jóvenes!), la transformación de las condiciones laborales, el incendio del progresismo, los procesos tecnológicos y culturales que habilitan la autonomía individual, la desconfianza frente al Estado y la voluntad de superación de la agonía inflacionaria.
De todo esto emerge la adopción en clave generacional de identificaciones políticas al mismo tiempo antigobierno, antisistema, libertarias y de derecha. Independientemente de su desempeño electoral, la irrupción de Javier Milei cambió las coordenadas de la política argentina al constituir unas sensibilidades políticas y un electorado que obligó a otras fuerzas, presumiblemente más consolidadas, a cambiar su retórica y su programa de gobierno. El desdén, cachaciento o sofisticado, frente a esta transformación ya no tiene lugar. Milei es, además del emergente de la crisis de representación, el signo de una crisis de conocimiento de lo social.

II. Crisis de representación y crisis de comprensión

Un colega mexicano que investiga la vida laboral de jóvenes que trabajan en distintas plataformas nos dijo que le gustaría que sus interlocutores conocieran los textos que escriben los cientistas sociales sobre ellos. El punto es la incomprensión de quienes describen con desprecio las pocas oportunidades laborales de los jóvenes hoy y que, al hacerlo, universalizan como parámetro experiencias de derechos y retribuciones que esos jóvenes nunca conocieron (y no es que nuestro amigo no crea en la necesidad de mejorar la situación de los trabajadores).

Esto se aplica a las visiones sobre la relación de los jóvenes con Milei, algo que muchos analistas no esperaban pero que había sido anticipada por educadores y dirigentes sociales ya antes de las elecciones de 2021, en las que el candidato libertario obtuvo su primer triunfo político. La normatividad enceguecedora que nuestro amigo mexicano cuestiona es el encierro social, el contacto con la sociedad mediado exclusivamente por la profesión y sus cada vez más precarios medios de indagación. ¿A quién le importa lo que les importa a las elites aisladas y vencidas? Somos todos intelectuales de Estado, pero de un Estado en bancarrota que perdió legitimidad y hasta capacidad de contar la población.
Si no fuera así, el “interrogante Milei” no atravesaría la grieta, del Frente de Todos a Juntos por el Cambio. ¡Qué sorpresa! ¿Cómo pararlo? Necesitamos menos meteorología electoral y más conocimiento de cómo se entroncan las trayectorias familiares, laborales y sociales en un campo de experiencias que da lugar a múltiples identificaciones políticas, incluso contrapuestas. He aquí algunas notas de nuestra investigación en curso con jóvenes del AMBA de entre 17 y 26 años de diversos sectores sociales.

III. ¿Antipolítica?

Suele decirse que el voto de los jóvenes es un voto antipolítica. Un paso de comedia de nuestra investigación muestra hasta qué punto esta categorización es problemática. En una entrevista, seguros de que nuestro interlocutor había dicho que estaba contra la política (una alucinación auditiva propia de nuestro encierro), tratamos de ponerlo en contradicción con suspicacia ignorante: “estás en contra de la política pero apoyás a un político como Milei”, le dijimos. Y la respuesta no pudo ser más clara y aleccionadora: “yo dije que no había ningún político con quien me identificara, pero eso no quiere decir que yo no tenga interés en la política o que no aparezca un político que me represente, y eso pasó ahora con Milei”.

Antipolítica es un rótulo al mismo tiempo limitado, errado e interesado en proteger los consensos de un sentido común caduco. La identificación con Milei puede iniciarse como “meramente reactiva”, pero eso no quiere decir que no sea acompañada de una posición política que −por más incorrecta o autoritaria que la consideremos− no deja de ser una propuesta política. No sólo es un “que se vayan éstos”; es una retórica crítica frente al Estado realmente existente a la que no le falta programa (veremos).

IV. ¿Rabia?

El conjunto de situaciones que viven los jóvenes, incluida la pandemia, ha desencadenado desde la desconfianza en el futuro a la bronca contra todo lo que está ahí. Pero limitar todo al envión tomado de los sentimientos es un error a dos puntas: se ignora que los votantes de Milei sí tienen una posición política. Y, con una asombrosa doble vara, se objeta en este caso la pregnancia de los sentimientos cuando en políticos de otra orientación ideológica se han exhibido esos sentimientos como un rasgo de positiva actualidad, encomiando una salida del racionalismo frío que agobiaba las ciencias sociales. Parece que ahora, cuando no son las nuestras, las ideas políticas y los “sentipensares” son despreciables. Que el voto a Milei −o a Patricia Bullrich− se apuntale sobre los sentimientos no tiene nada de diferente ni de extraordinario respecto de la izquierda o el peronismo.

V. Mejorismo

El repartidor de Glovo que pedalea por las calles de tierra, la estudiante que deja su carrera universitaria para aprender Python impulsada por el sueño del nomadismo digital o el joven que emprende por Mercado Libre vendiendo desde ropa usada hasta artesanías, comparten algo en su proceso de politización: el dolor que les metió la cuarentena los adhiere a la crítica social del estado de lo público.

Pero no absoluticemos las vivencias del coronavirus: la pandemia retroiluminó situaciones que venían desde antes en el mismo sentido, el de la constitución de una sociedad en la que cada vez más los sujetos se reconocen laboral y moralmente “emprendedores” o, como los llamamos nosotros, mejoristas. Como nos dijo el antropólogo Guido Cordero sobre la idea de mejorismo: es una cristalización en curso que bebe de una larga tradición de ideologías de progreso, pero que adopta rasgos específicos, uno de los cuales es la desconfianza frente al Estado, algo que agudizó la economía de los últimos años, fue refrendado por la desprotección en la cuarentena y por el infierno inflacionario: la voluntad de lucha y la sensación de estar solo frente al destino.

Los mejoristas pueden apoyar a Milei por rechazo al Estado injusto e inviable, o por adhesión a su contracara: la libertad entendida como libertad de trabajo, proactividad, fin de las trabas al progreso. Muchos han señalado un matiz supuestamente contradictorio entre el voto a Milei y las ambiciones programáticas de una parte de sus eventuales votantes: votan al candidato que quiere quemar el Banco Central, pero quieren salud y educación pública. Hilemos fino: para muchos jóvenes, el Estado no hace más que mímicas inclusivas e igualitarias, mientras mantiene vagos y cobra impuestos injustos. Muchas personas querrían esos bienes públicos, pero se sienten, con justicia, defraudados. Es fácil comprobarlo si se conversa con ellos y se les pide un diagnóstico más amplio en el que emerge una crítica del Estado realmente existente que tiene mucho de certera y aguda.
Creer que el dato de la encuesta agota la descripción de la posición política a describir y enrostrarles a los votantes de Milei supuestas contradicciones revela en realidad los compromisos de un análisis que se confunde con mala campaña. Y esto no quiere decir que, además, no haya votantes de Milei que quieran más Estado que Milei, como lo demuestra la oposición de muchos de ellos a sus propuestas más extremas (la venta de órganos o la libre portación de armas) y su adhesión a regulaciones que Milei abominaría.

VI. Varias formas de ser libertario

La adhesión a Milei emerge en relación con un antagonista (el gobierno, el Estado, el sistema), pero no es única ni unívoca: es resultado de identificaciones diferentes y trayectorias diversas. Muchos votantes de Milei reaccionan por un sentimiento de justicia herido contra lo que perciben como un elitismo desenfadado. Otros reivindican el riesgo del emprendedor que genera sus ingresos día a día, especulando desde la app de una fintech, del mismo modo que arriesga el repartidor de Rappi por las calles oscuras o el que deja lo que está haciendo para apostar por la programación, la venta online o la cerveza artesanal. La libertad de emprender, decidir y trabajar para mejorar puede implicar, incluso, el rechazo a la sindicalización, como lo mostró el reciente conflicto encabezado por jóvenes trabajadores de plataformas que resisten los intentos de regulación.

Otros, más doctrinarios, reivindican la naturaleza superior de su ser y su voluntad y defienden lo nacional, antagonizando con los globalistas que postulan que “la única salida es Ezeiza”; se sitúan en el límite de algún supremacismo. Y algunos, más cuanto más duradera es la crisis que tiene cara de peronismo, reelaboran la tradición de la derecha en fusiones que asombran a quien espere hallar los tipos puros de la derecha liberal por un lado y la nacionalista por el otro. Y todos ellos protestan contra una economía que es inflacionaria desde que tienen uso de razón.

De todo esto surge un tono programático común: el hartazgo y la preferencia por el shock a la reforma, aunque no esperen frutos inmediatos. En el caudal de votos de Milei caben mejoristas pragmáticos y antioficialistas que se definen relacionalmente como de derecha. También están los reaccionarios doctrinarios. Todos están podridos, pero no carecen de ideas sobre cómo salir de esto −y no necesariamente creen en la magia−.

Para los más jóvenes no hay pasado kirchnerista glorioso que no sea el de sus padres, una cosa de viejos.

Si muchos reaccionan contra los efectos de una agenda de género que cuestionan (no por nada los hombres adhieren a Milei en mayor proporción que las mujeres), también aquí hay contrapuntos y matices. La reactividad masculina ante los avances en materia de género es transversal a diferentes partidos y mucho más difundida de lo que se sospecha. En contrapunto, algunas influencers juveniles de la derecha coquetean con el desenfado, la autonomía y la libertad sexual. Últimamente se ve algo más importante: mujeres que simpatizan con Milei haciendo propio un repertorio de conceptos y acciones que impugnan las agresiones de género. La reducción del espacio libertario a “incels” (hombres heterosexuales que dicen ser célibes por el rechazo de las mujeres y que se manifiestan agresivamente contra ellas) y “virgos” es absurda: ni son todos así ni deja de haberlos en otros espacios políticos.
Las juventudes rehabitan la derecha que los conquista y la hacen aun más masiva mientras ésta trata de moderar electoralmente sus aspectos más polémicos. Pero la polisemia de la politización juvenil antigobierno no permite aseverar que cualquier discurso disruptivo convoca por igual: esta insatisfacción no logra ser capitalizada por el Frente de Izquierda o por un peronismo que “cumpla el contrato electoral”. El emergente es Milei. Entre todas las trayectorias de politización juvenil, algunas son de derecha de forma elaborada, consciente y contextual. No se trata de “no ofenderlos” porque “no son todos fachos” o “no saben lo que hacen”. Eso sí es ofenderlos. Entre los jóvenes que votan Milei desde una posición autoasignada como de derecha, algunos han leído a Adam Smith o Hayek o siguen a un influencer que los divulga. Pero muchos otros que también votan a Milei permanecen ajenos a la dialéctica izquierda-derecha.

La mayoría de los votantes sub 30 conforma una nueva plebe, un nuevo estado de la estructura social y un manojo de vivencias en las que se conecta su experiencia vital de emprendimiento con una serie de motivos críticos contra el estado de cosas actual que formula Milei. Bien habría valido entenderlo antes, pero ya es tarde.

VII. Laclau puso la teoría, Milei la práctica

El Frente de Todos recorrió la curva de los indiferentes del poema atribuido a Brecht. Entregado al antagonismo dogmático, el gobierno primero perdió a los trabajadores informales de las clases medias, pero no le importó. Luego se fueron los integrantes de los sectores medios que trabajan formalmente en el sector privado. Después se retiraron los pobres y ni siquiera se dio cuenta. En ese sendero se incubó la actual hostilidad entre los jóvenes de hoy y el oficialismo.
El poliedro oficialista alimentó una dinámica cada vez más homogénea y menos representativa que terminó resultando expulsiva. Esto dio lugar a una oposición atrapatodo cada vez más heterogénea y abarcativa. La agitación estéril de mohínes de la tradición de las izquierdas entrega a la oposición el diálogo con el sentido común. Éste quiere que pare la inflación, la oposición ofrece medidas que destruyen el empleo, pero el sentido común las preferirá a la relativización de la inflación. El sentido común querrá seguridad, la oposición ofrecerá demagogia punitiva, pero el sentido común la preferirá a las explicaciones sobre la compleja multicausalidad del delito. ¿Y qué decir del regalo de la relación con la libertad? En ese contexto, muchos buscan liderazgos fuertes: en 2015 Macri se afeitó el bigote para parecer más amable, en 2023 buena parte de la sociedad está con un bigote en busca de un candidato para un programa antiperonista. Si esto es “la izquierda”, ¿quién no quisiera ser la derecha?

En el rugido de Milei resuena todo eso a lo que el kirchnerismo dejó de darle sentido, entidad o siquiera registro. Esto afecta más a los más jóvenes, para quienes no hubo pasado kirchnerista glorioso que no sea el de sus padres, una cosa de viejos que para ellos es parte del problema. La biblioteca de manuales de “peronismo for dummies” escrita por la generación con más años de educación de la Argentina floreció justo cuando las juventudes se tornaban mayoritariamente alérgicas a ese agite. Una mayoría de las y los jóvenes tienen rabia, tienen programa y tienen una sensibilidad derivada de su propio recorrido histórico: antagonizan con el oficialismo y con el Estado reivindicado por el kirchnerismo, con sus amonestaciones, sus inconsecuencias y sus logros devaluados. Como lo preveían los apologistas de la confrontación: toman partido, pero en dirección contraria a sus deseos.

Por Pablo Semán y Nicolás Welschinger / Respectivamente: Licenciado y Doctor en Antropología Social. Profesor en la UNSAM. Su último libro es Vivir la fe. Entre el catolicismo y el pentecostalismo, la religiosidad de los sectores populares en la Argentina, Siglo XXI, 2021. / Licenciado en Sociología y doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de La Plata. Investigador del CONICET * Le Monde Diplomatique

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