Reflexiones de la vida diaria: "Confecciones de Invierno"

Actualidad 16 de abril de 2023
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Siempre pasa lo mismo: Llegan los primeros fríos y a todos nos agarran de sorpresa. No importa que el calendario marque que se acerca el invierno, ni que los meteorólogos anuncien que viene una ola polar con 35 días de anticipación: el frío llega de repente. 

Y te tirás de cabeza al placard para buscar un abrigo, porque tenés que salir a la calle, y ahí encontrás un gamulán de 1972, un gordo de lana del 76, unas polainas de lana multicolor de la época en que bailabas al son de “Fame”, pero no hay nada como lo que buscás, porque, claro: todavía no tuviste tiempo de ir a comprar una campera nueva. ¿Por qué no compraste la campera nueva? No es por el precio. Es que todos los años es igual. Viene el frío, te agarra de sorpresa, y te arreglás con lo que tenés. Y cuando pasa el frío, ¿para qué comprarte algo que el año que viene va a pasar de moda? Y así salís a la calle con un anorak del mundial 82. 

Y en la calle ves a la gente abrigada como vos, con lo que encontró a mano: botitas de gamuza, un buzo de plush, un gorro rasta, guantes anaranjados de látex o la capa del disfraz de Spiderman del pibe. 

Te ponés lo que haya. Y mucho. La gente se pone tantos pulóveres juntos que cuando quiere agarrarse del pasamanos del bondi o del subte, no llega. 

Y a la salida del laburo, lo único que esperás es volver a tu casa para hacer dos cosas: prender la estufa y hacer pipí. ¿Qué extraña relación hace que al enfriarte vivas todo el día en estado de cistitis?  

Hacer pipí se resuelve fácil, si no te ganó alguien de mano con el ñoba. Pero prender la estufa ya es más complejo: hace un año que no se prende. No te acordás si la llave de paso del gas está abierta o cerrada, apretás mil veces el botón del chispero… y finalmente prende. Pero como siempre hay problemas con el gas, lo único que tenés es una llamita azul que te calienta menos que los precios remarcados de la góndola del súper. 

Y empezás a sentir corrientes de aire por toda la casa, y te das cuenta de que en lugar de comprarte el televisor de 65 pulgadas en el Hot Sale, te tendrías que haber comprado 40 metros de burlete. Y para evitar el chiflete, te dedicás a cerrar puertas. 

Dos horas después, en un habitación hace calor y en la otra, hay estalactitas. Te servís un café, un té, y al minuto, está frío. Te servís un plato de sopa hirviendo, que casi no podés agarrar el plato porque te quema, y a la segunda cucharada está más fría que beso de ballena franca austral en época de celibato. 

Al revés: las cosas en la heladera, -la misma heladera que en verano no enfriaba bien-, ahora parece que congela como arma del Capitán Frío auspiciada por helados Laponia. 

Y con el frío vienen otros inconvenientes: te ponés a laburar en la computadora, y a los cinco minutos la mano con la que usás el mouse se te congela. Se te entumece. Se pone violeta, el mouse se te queda pegado a la piel. ¿Por qué pasa esto, Bill Gates? ¡Estos son los problemas que hay que arreglar! (además de hacer que no se cuelgue Windows). 

Y te metés a la cama, y las sábanas están heladas. Por no hablar de la almohada. ¿Por qué no estará así en enero, cuando la tenés que andar dando vueltas para poder dormir? Y te quedás quietito, tratando de que se genere calor. Y cuando se genera el calor bajo la montaña de mantas y frazadas, mover la mano o el pie es casi como meter los dedos en la cubitera. Es como si alguien hubiera marcado con tiza en la cama el contorno de tu cuerpo y fuera de ahí… Siberia. 

Y en el medio de la noche te levantás para ir al baño. Ahhh… ¡El frío que hace en el baño! Es una cámara frigorífica, sin mencionar lo fría que está la tabla del inodoro. No importa si es de madera, de plástico o de uranio enriquecido. Y además, como vos sabés que la tabla está fría, medio dormido y todo, te vas acercando de a poco, porque sabés que te espera un shock de temperartura en el tujes. 

Y te apurás a volver a la cama. No tardaste ni un minuto en ir y volver, pero cuando te metés en la cama, está como cuando te habías acostado antes: on the rocks. ¿Adónde fue a parar ese calorcito que se había generado cuando estabas acostado bajo las sábanas, las 3 frazadas y la manta térmica polar con triple capa aislante? ¿Se quedó en el baño? ¿Se enfrío por culpa de la tabla de inodoro? Dime quién se lo robó... 

En un recurso extremo, intentás abrazarte en cucharita a tu pareja ocasional o permanente, que te saca carpiendo: “¡Salí! ¡Estás helado!”, te dice. Y tiene razón. 

Y te preguntás cómo harán los esquimales en el iglú. Porque no es que desaparecieron de la faz de la tierra. Al contrario. Ahí están, vivitos y coleando… ¿esperarán al verano para reproducirse? ¿O a que se derrita el iglú? 

Y te dormís tapado hasta los ojos, tratando de no despertar a nadie con el castañetear de tus dientes sabiendo que vienen días en que se repetirá la historia. Tanto se repetirá, que a pesar del calentamiento global, una frase te viene a la mente y ya no te deja dormir, incluso si alcanzaste la temperatura de sueño crucero: “hay que pasar el invierno”. 

Por Adrian Stoppelman * Telam

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