El capital riesgo como problema estructural

Economía 10 de abril de 2023
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Llevaba un tiempo dándole vueltas a una idea, y el capítulo 24 del muy recomendable «A hacker’s mind«, de Bruce Schneier, me ha ayudado un montón a terminar de darle forma: el capital riesgo como forma de hackeo del mercado.

La idea es simple: cuando una idea se presenta ante los capitalistas de riesgo en busca de una ronda de inversión, lo que esos potenciales inversores ven no es simplemente una idea de la que tienen que analizar su potencial, sino el potencial que realmente puede ser capaz de alcanzar si ellos, con su inversión, son capaces de mantenerla en un estado de ineficiencia hasta que haya alcanzado un estatus de dominio de su mercado que le permita seguir por sí misma.

Me explico: una idea puede ser aparentemente buena o incluso disruptiva, pero no ser rentable en absoluto. De hecho, es muy posible, y tenemos múltiples ejemplos, que la idea en realidad sea una auténtica ruina cuyas cuentas haya que sostener artificialmente durante años, pero que por el hecho de hacerlo, sea capaz de acabar con muchas otras compañías que llevaban a cabo esa función mediante un esquema tradicional, y terminar así haciéndose con su mercado. Cuando eso ocurre, los capitalistas de riesgo sacan la compañía a bolsa, dan entrada a otros accionistas con generalmente menores expectativas de rentabilidad deslumbrados por el «éxito» de la compañía desde un punto de vista competitivo – que no de rentabilidad intrínseca – y se retiran con unos multiplicadores brillantes. Si añadimos el «efecto cartera» que permite diversificar el riesgo, un negocio sin duda interesante, siempre que el sentido común asista a la hora de escoger las inversiones. Las compañías financiadas pueden, a partir del momento en que el capital riesgo se retira, aspirar a rentabilidades razonables – no por supuesto a subir bruscamente los precios, puesto que ello daría entrada a nuevos actores – y a plantear, posiblemente, innovaciones que la homologuen como nuevo estándar de su industria.

El modelo del capitalismo de riesgo tiene cientos de años de antigüedad, pero no fue hasta mediados de los ’80 cuando se hizo especialmente conocido debido a su papel en la primera burbuja de internet y en el ascenso de las big tech para convertirse en las compañías más grandes del mundo. De los 50,000 millones que suponía en 2010, pasamos a los más de 295,000 millones que alcanzaba en 2019, y eso medido, obviamente, como inversión nominal, no como beneficios adicionales obtenidos de otras fuentes ni mucho menos como rentabilidades obtenidas.

No hace falta escarbar mucho para encontrarnos con muchísimos ejemplos de compañías que han sido capaces de competir únicamente debido a los «esteroides» que suponía tener detrás cantidades significativas de capital riesgo: Uber nunca aspiró, en sus orígenes, a ser rentable. Estaba perfectamente claro que con los precios que ofrecía, perdía dinero en cada recorrido. Pero tras hacerse todo Sand Hill Road del derecho y del revés, contaba con suficiente dinero como para financiar sus pérdidas durante años, arruinar a una industria caracterizada por su enorme ineficiencia y su escasa estructura, y quedarse con el negocio del transporte urbano de viajeros. Desde su fundación en 2009, Uber recibió más de 25,500 millones de dólares, sin siquiera soñar con alcanzar el punto de equilibrio ningún año. En 2019, la compañía perdió $8,500 millones en todo el mundo, o 58 centavos de cada dólar, en cada uno de los 5,200 millones de viajes. Pero existen numerosos inversores dispuestos a seguir invirtiendo en ese pozo sin fondo, porque se supone que esperan el momento en que la conducción autónoma permita a la empresa despedir a todos sus conductores y prescindir del capítulo de costes más significativo en su estructura.

Lo mismo podemos decir de muchos otros casos: WeWork, Theranos, compañías de envío a domicilio de todo tipo de cosas, o la misma OpenAI, que jamás habría podido costear los importantísimos gastos que supone entrenar modelos con miles de millones de parámetros en la nube si no hubiera sido por las importantes inyecciones de capital que recibió cuando aún estaba muy lejos de obtener ningún tipo de ingreso. Si prolongas el modelo hasta el infinito y más allá, distorsionas la competencia y puedes, al cabo de un cierto tiempo, aspirar a redefinir el mercado – o destrozarlo completamente – y posiblemente, beneficiarte de ello.

Decir que el capitalismo de riesgo supone un problema es algo que podría fácilmente convertirme en el profesor más impopular de una universidad caracterizada como especialmente enfocada al entrepreneurship y por cuyas aulas se pasean regularmente representantes de esa industria. Obviamente, la disponibilidad de capital dispuesto a asumir un riesgo y financiar una idea que puede necesitar, en algunos casos, un cierto tiempo para madurar y convertirse en rentable parece no un problema, sino una característica favorable de cara a la innovación.

Sin embargo, como en todo, la cuestión están en los matices: una cosa es financiar una idea que precisa de una maduración larga o de una inversión elevada para ser rentable, y otra distorsionar a propósito el panorama competitivo de una industria para que una idea no rentable pueda hacerse un sitio a codazos y reorganizar, manu militari, sectores enteros mediante una forma de competir, básicamente, subsidiada por terceros. Diferenciar un modelo que financia la innovación de uno que simplemente aspira a subsidiar un modelo no rentable es, supuestamente, lo que deberíamos ser capaces de hacer, pero a medida que más compañías de capital riesgo alcanzan escalas capaces de generar esas distorsiones, se vuelve más complejo y más difuso.

Nota:https://www.enriquedans.com/

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