Cambiar el nombre del idioma español: que hay detrás de esa insólita propuesta

Actualidad 08 de abril de 2023
IMG_6405

En la última edición del Congreso Internacional de la Lengua Española, que tuvo lugar en Cádiz a fines del mes pasado, el periodista y escritor argentino Martín Caparrós propuso cambiar el nombre de ese idioma por “ñamericano”, idea que no fue muy debatida in situ, ni recibió las réplicas que hubiera merecido en ese ámbito e incluso fuera de él.

“Con la eñe como estandarte de nuestro idioma”, dijo Caparrós al enunciar su idea, como si esa letra fuese patrimonio exclusivo de los americanos, cuando en realidad es el símbolo por antonomasia de una lengua que nació, guste o no, en España. Nuestra eñe es símbolo por excelencia del idioma español; incluso más de lo que la C cedilla (Ç) lo es del de los franceses, porque éstos la comparten con otras lenguas.
Tal vez no se trate más que de la promoción de su último libro que, casualmente, se llama Ñamérica, pero la pretensión de originalidad no es lo más problemático de esta “propuesta”, sino la lectura de la historia que la sustenta. El motivo para cambiarle el nombre sería, según Caparrós, que “esa lengua se impuso a sangre y fuego”. En su opinión, “la palabra español tiene muchos problemas” y “la del nombre es una vieja polémica” que persiste “sin que le busquemos soluciones”.
La única vieja polémica sobre el nombre de este idioma -en realidad minipolémica por lo poco relevante- es acerca de si lo correcto es llamarlo español o castellano. Los más puristas sostienen lo segundo, dado que ha sido en efecto la lengua de Castilla la que se impuso al conjunto pero es un debate secundario, inconducente y, en todo caso, ¿qué problema habría en tener dos nombres para un mismo idioma? Es algo similar a lo que sucede con el chino más difundido, el que se enseña en el extranjero, que es el mandarín. Con frecuencia se los usa como sinónimos, pese a que el mandarín no es la única lengua que se habla en China, como tampoco el castellano es la única en España.
En el Congreso, Caparrós contó con el apoyo del escritor mexicano Juan Villoro que argumentó que llamar español a un idioma del que la quinta parte de sus hablantes son mexicanos es “un arcaísmo”. Para él, el idioma, “en rigor”, debería llamarse “hispanoamericano”. Hispanoamericano podría ser más apropiado que “ñamericano”, pero el absurdo está en creer que es necesario cambiar el nombre de la lengua. Habla tal vez de lo poco relevante de la agenda de este último Congreso.

Lo evidente es que la propuesta del cambio de nombre está imbuida del clima “decolonial” de moda en ciertas universidades del primer mundo, en especial de los Estados Unidos, que consiste en una lucha tardía y anacrónica contra el pasado. Como el feminismo, que con injustificada virulencia habla de derribar un patriarcado que hace rato no existe, en este caso se propone la liberación de una metrópoli de la que nos emancipamos hace 200 años, pero cuyos símbolos son atacados hoy como si no fuesen parte de nuestro acervo cultural. Lo de Caparrós, en el fondo, no es muy distinto de la iconoclasia que lleva a derribar estatuas de Cristóbal Colón. Todo deriva de la manía del momento: la famosa deconstrucción, a la que muchos se entregan alegremente, algunos con inconsciencia, otros deliberadamente, con fines inconfesables o no del todo explicitados.

“Una consecuencia de los siglos coloniales es que el globo rebosa de países que hablan idiomas que todavía llevan el nombre del país conquistador —destacó Caparrós en su intervención—. El inglés y el francés, por supuesto. También el español”.

¿Y?, es la pregunta que surge. Eso es resultado de la historia y lo que cuenta hoy es el fondo y no la forma de las cosas. Ya no somos dependientes ni estamos sometidos a España, ni siquiera en el plano del idioma.

El propio Congreso Internacional de la Lengua Española, aunque esta vez haya tenido a Cádiz como sede, no es de dominio exclusivo de Madrid. Es trianual y sus sedes van rotando por todos los países de habla hispana, desde su creación en 1997. La responsabilidad de su organización recae en el Instituto Cervantes, laReal Academia Española (RAE) y la Asociación de Academias de la Lengua Española, es decir las academias de todos los países hispanohablantes, porque la RAE ni siquiera es dueña y señora del castellano sino que cada país tiene su propia institución.

Es obvio que hablamos castellano porque este continente fue colonizado por aquel Reino unificado de Castilla y Aragón. La historia no puede deshacerse. La corona española no hizo nada muy distinto de otras. También los aztecas habían impuesto su lengua, el náhuatl,a los pueblos que sometían en México y Centroamérica. Detalle que los indigenistas de hoy prefieren obviar, junto con otros rasgos tenebrosos de esa cultura como el sacrificio humano y la antropofagia.
El idioma español, si alguna vez fue realmente colonial, ha dejado de serlo hace tiempo. Es tan nuestro como lo es de España. Y tan variado como extenso su territorio de implantación, porque no se habla exactamente igual en todas partes, como bien lo sabemos; hay diferencias de vocabulario, de construcción gramatical, de pronombres, de acentos y de tono. Nos lo hemos apropiado.

Sería lógico que 450 millones no quieran pensar que hablan la lengua de otro”, dijo también Caparrós. Lo ilógico es pensar eso. Es muy dudoso que alguno de esos 450 millones sienta que está usando un idioma ajeno.

Fueron precisamente las naciones independientes, en el siglo XIX, las que lo instituyeron como lengua oficial. Y desde entonces, hemos tejido vínculos de orden muy diferente con España, en pie de igualdad, y en todos los planos.

La mesa del Congreso en la cual hizo su propuesta Caparrós tenía por tema “El español, lengua común: Mestizaje e interculturalidad en la comunidad hispanohablante”, comunidad que evidentemente algunos quieren fragmentar. Lengua “común” a la Argentina y a España, país donde reside Caparrós desde hace años…

Además, poco antes de este Congreso, le habían otorgado el Premio Ortega y Gasset a la trayectoria, lo que lleva a preguntarse por el masoquismo de los españoles, por destacar a alguien que parece quererlos borrar de nuestra historia y de nuestra cultura.
Este continente fue colonizado por España, poblado por ella, no porque esto fuera un desierto, sino porque los españoles, a diferencia de otros imperios coloniales, se asentaron en América y se mezclaron con las poblaciones locales. Así surgió este continente mestizo que es el nuestro. Hubo un choque cultural, sin duda, y costo en vidas humanas -no sólo por violencia sino también por biología, porque los microbios hicieron más estragos que la pólvora- pero los españoles no vinieron a América con propósito de exterminio. La Corona española consideró desde el principio a las regiones conquistadas como nuevos reinos y a los nativos como súbditos cuya esclavización fue prohibida.

Si el castellano se impuso no fue sólo por la fuerza, sino esencialmente porque a su llegada, había en América una infinidad de pueblos distintos y una diversidad lingüística que hizo que el idioma del conquistador y colonizador se convirtiera en el principal vehículo de comunicación, como otrora sucedió con el latín en Europa.

Por otra parte, el mecanismo de su difusión no fue la sangre ni el fuego, sino esencialmente el mestizaje y la evangelización; las misiones -jesuitas y otras- y los muchos colegios y universidades creados en todo el continente fueron parte de esa expansión del idioma.

Como ningún “congresista de la lengua” replicó la propuesta del cambio de nombre, tuvo que salir al cruce el periodista y escritor españolArturo Pérez-Reverte, que lo hizo con sorna: “Yo tengo una propuesta: Gilipañol”, combinación de gilipollas (“tonto, estúpido”) con español, escribió en Twitter. También anunció que llevaría la idea al próximo plenario de la RAE de la cual es miembro.

La réplica de Caparrós fue: “¿Ese es el idioma en que tú escribes, no?”

Ahí quedó la cosa. Sin embargo hay más tela para cortar.

España, dijo Caparrós, es hoy un país “colmado de españoles que quieren, o no, serlo”. Esta frase revela la verdadera motivación de los ataques al nombre del idioma. Una exacerbación de las fuerzas centrífugas que ponen en riesgo la unidad de España, en particular desde Cataluña, región que hasta quiere prohibir la enseñanza del español en las escuelas. Esto, que se pretende imponer al conjunto de los catalanes, pese a que las opiniones están divididas, es lo que lleva a Caparrós a decir que el concepto de “español” está “en liza” especialmente en el campo de la lengua.

Un diario consigna que, en el Congreso, “se reflexionó sobre si es válido seguir llamando español a una lengua que es hablada por más de veinte países”. No se me ocurre argumento más débil. De cara al mundo, nuestro idioma es el “español”; es rarísimo que un francés diga “castillan” o un inglés, “castilian language”. Para ellos, es “espagnol” y “spanish”. Pero además, ¿qué problema puede haber en pertenecer a un universo lingüístico de horizontes tan vastos,que permite hacerse entender en toda Hispanoamérica y en España, que tiene un pie en África y en Asia, y que es hablado en la mayor parte de los estados que conforman los EEUU?

Lo que sería lógico, o mejor dicho patriota, e hispanoamericanista a la vez, es sentir orgullo de ser parte de una comunidad diversa y unida al mismo tiempo, en la que convivimos tantos países muy diferentes, cada uno con su idiosincrasia y autonomía pero unidos en el plano espiritual y cultural justamente porque compartimos una lengua (también una historia y una fe mayoritaria, y esas son fortalezas, no debilidades).

Por otra parte, el español es hoy un valor, un plus de cara al mundo. El castellano es la 4a lengua más hablada en el planeta, si lo medimos por el número de hispanohablantes, pero es la 2a lengua vehicular del mundo por la cantidad de estados en los cuales es idioma oficial, porque se habla en casi todo un continente y porque es la más elegida por los estudiantes como 2a lengua extranjera, después del inglés.

En vez de rifar ese potencial y sabotearnos a nosotros mismos, imitemos a los franceses que todos los años celebran la francofonía durante un mes entero con diferentes actividades para promocionar su idioma. El francés es la 5a lengua más hablada en el mundo, detrás de la nuestra. Pero el castellano, a pesar de su extensión y diversidad, se ha mantenido más uniforme: un hispanohablante, mal que bien, puede entenderse con cualquier otro en cualquier país; pero para un francés es mucho más difícil, a veces imposible, entenderse con un haitiano o un quebequense, por la enorme disparidad de acentos.

Por otra parte, la fragmentación ha sido una de las grandes desgracias de este continente y una de las ventajas de esos mismos colonialismos que los “decolonialistas” dicen querer dejar atrás. Ellos lo saben muy bien.

Acá no hay inocencia que valga.

[Este artículo sintetiza algunos de los temas que trato en mi newsletter “Contracorriente”.

Nota: infobae.com

Te puede interesar

Ultimas noticias

Suscríbete al newsletter para recibir periódicamente las novedades en tu email

                  02_AFARTE_Banner-300x250

--

                

Te puede interesar