Reflexiones de la vida diaria: "La nostalgia de la nostalgia"

Actualidad 08 de agosto de 2023
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El paso del tiempo deforma nuestros recuerdos y nos hace creer que muchas cosas de antes eran mejores, hasta que haciendo zapping caés en el canal Volver y te preguntás: “¿y yo me reía con esta porquería?” 

Lógicamente, el pasado tiene ciertas ventajas: cuando eras chico te mantenían, te cuidaban y te daban de morfar con la única condición de que no rompieses demasiado las paciencias ni que le prendieras fuego al perro. Y lógicamente, te genera mucha más nostálgia recordar el cinturón de tu viejo, que el actual sonido de la voz de tu jefe llamándote de improviso a su oficina. 

No todo era color de rosa si te ponés a pensar: tenías que obedecer a tus viejos, comer lo que ellos querían, ir de vacaciones adonde ellos querían, mirar lo que ellos querían, portarte bien cuando venían sus amigos, portarte aún mejor cuando iban a casa de otros amigos, y lo peor: hacerte amigo de los hijos de sus amigos. La dictadura perfecta. 

En cambio ahora, si querés comer fideos con tuco con la mano, de dorapa y en calzones al lado de la olla... ¿quién te va a retar? Es más: ahí tenés la respuesta a por qué no conseguís pareja. 

La tecnología nos cambió mucho la vida. Hoy todo está al alcance de tu mano (o eso te hacen parecer). Y en la era de la comunicación instantánea, no faltan los nostálgicos de las cartas manuscritas. En realidad, era una porquería: Tenías que tratar de ser prolijo, de no tachar todo veinte veces, de hacer la mejor letra, de no manchar la carta con tuco, y después de todo ese esfuerzo esperar mil años a que llegar a destino, si llegaba. 

Y otros mil años hasta que llegara la respuesta. Ni hablar si eran cartas de amor: vos declarabas tu amor y para saber si te dijo que si, tenías que esperar a que volviera a pasar el cometa Halley. Y si no te decía explícitamente que si, más meses tratando de decodificar que te quiso decir con eso de “que el tiempo decida”. En cambio hoy, no te dan un like en Tinder o te bloquean en el Instagram y ya sabés que esa noche la pasás solo mirando la tele comiendo de dorapa fideos con la mano. 

Y toda actividad humana está presa de la nostalgia. En el fútbol, ni hablar: están los que empiezan: “El Charro Moreno le pegaba al arco y era gol”, como si jamás hubiera tirado una afuera, o nunca le hubiera pegado con la canilla. ¿Cómo es que no tiene más goles que Pelé? ¿Tal vez no pateaba al arco tan seguido? 

En la música, alguien escucha a algún nuevo artista e inmediatamente empieza la cabalgata de frases del tipo “¿a esto llaman hoy en día?” “Música era la de antes” y bue… si… un poco de razón tienen. 

De la tele en blanco y negro a jugar a la pelota en la calle, todo se romantiza a través de la nostalgia. Que es como un noticiero hegemónico: te hace ver las cosas como no lo son. 

Es que el mundo cambió. La tecnología cambió la vida. Hasta el cuidado de la salud era otra cosa. No había tomografías computadas, ni resonancias magnéticas, ni ultrasonidos, ni rayos láser, ni botox en el tujes. Todo se arreglaba con sopa, té con limón o Seven-up. Que para que tuviera efecto curativo, había que sacarle el gas con una cucharita. Y tomarla natural. Poción mágica la Seven: con gas y fría, una gaseosa lima limón. Sin gas y natural, un brebaje capaz de curar resfríos, gripe y hasta las hemorroides. 

Y la comida para los enfermos era bife con puré o con ensalada. Obviamente no era tan sano, pero, ¿cómo no sentir nostalgia del bife con los precios de hoy en día? 

¿Qué tenía de bueno NO tener los test de embarazo? Nada. Tenías que ir al médico, dar muchas explicaciones, esperar los resultados de los análisis, o rezar para que el sapo no reventara, en la eventualidad de poder conseguir una curandera y un sapo. En cambio ahora, dos gotitas, y la rayita azul hasta te dice si va a ser alegría o problemón. 

Pero algo nos lleva a recordar las cosas como NO fueron. Y yo creo que tiene que ver con Buenos Aires y el tango. Fijate lo que dice Sabina: “No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”. Y Sabina vive añorando Buenos Aires y ni siquiera es de acá. Acá uno ya viene nostálgico de fábrica, sin importar la edad. 

Los viejos extrañan su juventud, los jóvenes su niñez, los niños extrañan ser bebés, los bebes extrañan la panza de su mamá y los que no nacieron, ¡capaz que extrañan no ser! Debe ser el Río de la Plata, que por algo existe ese viejo chiste que dice que en el Uruguay las computadoras no tienen memoria: tienen nostalgia. 

Por Adrian Stoppelman * Telam

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