Cuanto más inteligentes, menos sociables

Actualidad 07 de abril de 2023
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Las personas más inteligentes, dado un número mínimo de interacciones, son más felices cuánto menos socializan.

La teoría de la sabana sobre la felicidad postula que, debido al proceso evolutivo del cerebro humano, la felicidad no depende solo de las circunstancias actuales, sino de lo que significan esas circunstancias para un cerebro que está hecho para sobrevivir en un entorno natural ancestral.

Según esta hipótesis, nuestro cerebro puede encontrar difícil el tratar con entidades y situaciones que no existían en el entorno para el que él ha evolucionado, que sería aproximadamente la sabana africana durante el Pleistoceno.

Y está en lo cierto.

Además, esta línea de razonamiento postula que la inteligencia general, como producto de la parte más moderna del cerebro desde un punto de vista evolutivo, puede haber evolucionado para resolver problemas relativamente nuevos, es decir, problemas que no se daban en el entorno ancestral

La inteligencia general sería como la nueva aplicación que instalas en el móvil viejo, y que te permite ver los vídeos en 4K.

Aplicado al estudio de la satisfacción vital, esto quiere decir que la felicidad, que en el fondo es una sensación psicológica derivada de la bioquímica y fisiología cerebral, no va a depender de lo que una cosa significa ahora, sino de lo que nuestro cerebro interpreta que significaría para nosotros en aquel ambiente del Pleistoceno, pero también que la inteligencia puede ayudarte a ajustar esos sentimientos.

Por ejemplo, quedarse sin comida puede producirnos tristeza porque si estuviéramos en la época de las cavernas, lo tendríamos difícil para sobrevivir. Lo que pasa es que en seguida sale nuestro cerebro más moderno -e inteligente- al rescate y nos tranquiliza porque ahora existen supermercados y en 5 minutos podemos ir a comprar unas manzanas.

Es decir, que el cerebro humano puede responder a las consecuencias ancestrales de la situación actual, afectando al bienestar subjetivo del individuo. Así, situaciones y circunstancias que habría aumentado el bienestar psicológico de nuestros antepasados en la sabana aún puede aumentar nuestra satisfacción vital hoy, y aquellos eventos que nos afectaban negativamente entonces, aún pueden afectarnos ahora.

Y que estos efectos psicológicos serán menos controlables cuánto menor sea el coeficiente intelectual del individuo.

Existen numerosos estudios que demuestran la validez de esta teoría, como por ejemplo las observaciones de que los habitantes de las zonas rurales de los países económicamente desarrollados tienden a ser más felices que los habitantes de las zonas urbanas -incluso aunque estos son significativamente más ricos- y que además, dentro de estas zonas urbanas, los habitantes son más felices y consumen menos antidepresivos cuantos más árboles haya en la urbanización.

¿Por qué?

Porque, según esta teoría, nuestro cerebro se ve afectado por vivir en un entorno con muchas personas desconocidas, con mucho ruido, con mucho cemento y con mucha contaminación. Todas circunstancias que no tienen nada que ver con el contexto ambiental que él considera más apto para nuestra supervivencia, porque ha evolucionado para ello, porque los que así lo sintieron fueron los que sobrevivieron, y nosotros hemos heredado sus cerebros.

Por otra parte, también también se ha encontrado que lo que más satisfacción nos produce es la amistad y el tener una relación romántica estable. Estas condiciones, en el ambiente ancestral en el que evolucionó nuestro cerebro actual, nos garantizaban, por una parte, la supervivencia (pertenencia a un grupo, protección, alimento, ayuda...), y por otra, la reproducción. Las dos combinadas, además, aseguraban la viabilidad de la descendencia

Derivado de esto, se entiende también que el ostracismo sea una de las situaciones que más dolor y estrés causa en los individuos. Nuestro cerebro y sus mecanismos del Pleistoceno nos estarían advirtiendo de que, apartados del grupo, nuestras posibilidades de subsistencia a largo plazo están en peligro.

De hecho, en uno de los últimos estudios realizados al respecto de los factores que afectan a la felicidad subjetiva del individuo, los autores encontraron que, como suponían, la densidad poblacional está relacionada negativamente con la felicidad, es decir, que a mayor densidad poblacional, menos felices son los residentes de esa área.

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En ese mismo estudio también se encontró que cuántas más interacciones sociales tenga una persona, más feliz se siente. Pero aquí se detectó un dato curioso y significativo aunque no sorprendente según la teoría de la sabana: las personas más inteligentes, dado un número mínimo de interacciones, eran más felices cuánto menos socializaban.

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Estos resultados, como predice la teoría de la sabana sobre la felicidad, indican que el cerebro humano tiene dificultades con las condiciones que se alejan de aquellas que había en los entornos naturales ancestrales, que es en las que evolucionaron y se fijaron los mecanismos moleculares, celulares y psicológicos que lo rigen para garantizar nuestra supervivencia.

Además, también sugieren que los individuos más inteligentes sufrirán estos trastornos afectivos en un grado significativamente menor que el resto de la población.

Por Julio Rodríguez * Sin Permiso

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