La construcción de lo nuevo

Actualidad 04 de abril de 2023
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El gobierno que no habla
Hoy, la cifra que se maneja por las pérdidas totales que produjo la sequía es de 20.000 millones de dólares. Es una cifra enorme, que no puede ser disimulada ni ocultada. Cambió drásticamente la proyección de exportaciones, la de ingreso de dólares a la economía, la de acumulación de reservas en el Banco Central y la de recaudación impositiva del gobierno. En todos los casos, por supuesto, para peor.

El tema es grave y merece dos consideraciones. La primera es preguntarse si el fenómeno es ocasional o no. Especialistas en cambio climático advierten sobre la posibilidad de persistencia y recurrencia de este tipo de fenómenos que afectan directamente la capacidad productiva de la economía agraria. La Argentina, afortunadamente, dispone de muchísimos recursos, además de la pampa húmeda, y un país inteligente ya debería estar pensando en el despliegue de esas otras alternativas ante la eventualidad de que estos episodios se reiteren. También, en materia diplomática, la Argentina debería sumarse al conjunto de países que en todo el globo reclaman medidas efectivas y concretas para detener la desestabilización climática, producida por la expansión depredadora del capitalismo actual.

El segundo aspecto político que debe pensarse es que la situación genera aún mayores presiones económicas contractivas, que tienden a perjudicar el nivel de vida de las mayorías. Esta situación objetiva, que no depende de lo bueno o malo que sea este gobierno o cualquier otro, crea condiciones para un discurso derechista cada vez más inespecífico, más facilongo, pero efectivo: “Este gobierno es malísimo, mirá cómo están las cosas”… como si eso probara la bondad de las políticas neoliberales extremistas que vendrían a cambio.

Si el Frente de Todos conserva algún reflejo político y aspira a la supervivencia, sería necesario que con mucha claridad se le explique a toda la población el impacto de la sequía, así como las medidas que se están tomando y se tomarán para reducir, en el mayor grado posible, el impacto sobre las mayorías y sobre la producción. Ni Alberto Fernández ni Massa carecen de dotes de oratoria. Ellos están al frente de esta situación y su obligación política es transmitirla, clarificarla y ayudar a que sea procesada políticamente de una forma racional.

Agarrados del gobierno de los Estados Unidos

En una deriva previsible, el gobierno argentino en su máximo nivel decisorio voló a Estados Unidos a reclamar apoyo ante los diversos problemas económicos que se enfrentan, algunos de los cuales se acumularon debido a flaquezas de la gestión.

Apoyo político, en especial para reforzar a Alberto Fernández como Presidente “amigo” o “potable” que no debería ser desestabilizado por los otros amigos que tiene Estados Unidos en el país. Pero también el gobierno fue a buscar apoyo económico, sobre todo ante el FMI.

Las circunstancias externas e internas han empeorado tanto desde el momento en que se elaboró el acuerdo finalmente aprobado, que es imprescindible revisar por completo lo firmado. No es una veleidad izquierdista, sino una necesidad pragmática de gobernabilidad económica.

También un gobierno cambiemita tendría que reprogramar las metas, pero con la ventaja de que siempre puede ofrecer más en materia de entrega del patrimonio nacional y de recursos estratégicos de interés para los norteamericanos. Sabemos que en estos temas de seudo programas consistentes del FMI nada es “técnico” y todo es político, empezando por el propio préstamo otorgado por Trump, vía Lagarde, a su aliado Macri.

La Administración norteamericana mostrará, en las próximas semanas, cuál es su grado de interés en no asfixiar a la Argentina o en sostener el corsé que es hoy el acuerdo con el FMI, en qué medida quiere empujarla a una crisis interna o en qué medida opta por una salida más civilizada. También sabremos mayores precisiones sobre lo que eventualmente Estados Unidos exige a cambio de bajar la presión fondomonetarista. Estamos en la situación bíblica del trueque de un plato de lentejas por una herencia completa.

En este complicado escenario, tampoco es sencillo para la política exterior norteamericana colaborar a la luz del día en despeñar a un país latinoamericano. Es en este patio trasero donde se supone que Estados Unidos está luchando para retomar influencia y desplazar a la “amenaza china”. No sería un buen mensaje regional una postura de indiferencia o de hostilidad hacia un país en dificultades, ya que la sociedad argentina no tiene en su mayoría una buena imagen sobre la política del norte hacia nuestro país, y una crisis interna económica y social ayudaría a profundizarla. Frente a los beneficios concretos y palpables de los intercambios con China en toda la región, un gesto desdeñoso de los norteamericanos no contribuiría a su “reconquista” regional.

Biden y Perón

A su regreso al país, el Presidente Alberto Fernández sostuvo que Biden “expresa una mirada claramente keynesiana de la economía, y en eso se parece a la mirada peronista”.

Vamos a retomar lo que el Presidente norteamericano ha reiterado en varias oportunidades no ante interlocutores argentinos, sino ante la opinión pública de su país: los sindicatos tienen que ser fuertes (es más: Biden ha alentado la sindicalización en Estados Unidos) para que los salarios sean mejores, porque él entiende que para tener una robusta clase media, es imprescindible que los trabajadores tengan un buen poder adquisitivo. Biden sostiene que una clase media amplia y próspera es la “fábrica” de la grandeza norteamericana.

La visión es universalmente correcta. Estados Unidos, después de la Segunda Guerra Mundial, tuvo una política de largo plazo en ese sentido, hasta que la contrarrevolución reaganiana en los ‘80 se dedicó prolijamente a atacar el poder sindical; a debilitar y destruir el mundo del trabajo, y a avanzar hacia la precarización de los trabajadores estadounidenses. A eso sumó el libre comercio con China, que permitió hacer competir a trabajadores estadounidenses bien pagos con trabajadores chinos mal pagos —al menos en dólares—. Eso golpeó a regiones enteras de Estados Unidos y a franjas poblacionales que en su desesperación vieron en Trump un refugio frente al desamparo globalizador. Pero Estados Unidos no es un país cualquiera, sino una superpotencia que tiene capacidad para cargar sobre otros parte de sus problemas, a través del dólar, y extraer de otras regiones riquezas que le permiten compensar debilidades locales, mediante multinacionales y bancos.

En el caso argentino, lo que piensa Biden también es cierto. Fue gracias a la gran ampliación del mercado interno promovida entre 1946 y 1955, que no solo los trabajadores industriales, sino también las capas medias mejoraron considerablemente su status social, aunque el encono ideológico les haya impedido reconocer los méritos de aquella gestión peronista en ese plano.

El pequeño detalle es que Estados Unidos es sistemáticamente hostil hacia los gobiernos argentinos que trabajan en esa dirección y tiene muchas más afinidades con los gobiernos que atacan y dañan el tejido fabril, la producción nacional y la fortaleza de los sindicatos.

En nuestro país, Perón debió enfrentar al embajador norteamericano, pero también Illia —insospechable de peronista— debió soportar las presiones de aquel país. Está claro que todo gobierno ideológicamente anti-bidenista en materia social recibe sistemáticamente el visto bueno de la diplomacia norteamericana.

El 39,2 % de pobreza, último dato del INDEC en relación con el segundo semestre de 2022, nos da una señal de que carecemos de políticas públicas potentes que ayuden a reducir la disparidad social, en un país que podría resolver en tiempos relativamente cortos muchos de estos problemas.

Ni Biden, ni Perón. Neoliberalismo periférico o populismo anémico.

Los que no se disculpan

Circularon por las redes sociales sendos discursos de dirigentes políticos y sociales en el marco de la conmemoración del golpe cívico militar de 1976, que más allá de su contenido aportan a pensar salidas frente a la declinación deprimente del actual gobierno.

Llamó la atención, por su fuerza, su autenticidad y su potencia, el discurso realizado por la legisladora Victoria Montenegro en la Legislatura de CABA, a propósito precisamente del 24 de marzo. Discurso que, al mismo tiempo que recordaba con crudeza la barbarie de lo que había ocurrido, se transformaba en fuerte discurso democrático que no establecía exclusiones frente a la oposición. En un tono también muy firme y directo, Juan Grabois se expresó en el III Foro Mundial de Derechos Humanos 2023, en donde ingresó en terrenos que han sido vedados por el avance del pensamiento de derecha en la sociedad argentina, desplegando ideas que amplían la mirada sobre las políticas posibles.

Desde otra postura institucional, con muchas más responsabilidades sobre sus espaldas, el gobernador de la provincia de Buenos Aires Axel Kicillof tampoco hace concesiones discursivas al pensamiento de derecha cuando se tiene que expresar públicamente, sino que lo confronta reiteradamente, como aparece claramente en su consigna “derecha o derechos”.

En estos tres ejemplos aparece muy definida la delimitación de un campo discursivo popular, claramente diferenciado del de la derecha. Es un discurso que no está a la defensiva, ni pide disculpas por existir, ni intenta disimular las diferencias. Es un discurso que no está esperando la aprobación de las tapas de los diarios hegemónicos ni teme los editoriales inevitablemente reaccionarios del diario La Nación. No es a ellos a quienes les habla, sino a los que les tiene que hablar.

Este elemento actitudinal, psicológico, de autoestima personal y por los valores que se proclaman, es hoy fundamental si se quiere generar un grado mínimo de entusiasmo en los sectores populares, muy golpeados por la trayectoria que ha tenido el gobierno y, especialmente, por un discurso cada vez más refugiado en datos que pueden entusiasmar a técnicos o especialistas en el largo plazo, pero que solo pueden conformar a gente que no está pasando por necesidades crecientes.

Si alguien aún está interesado en encarar una campaña electoral para ganar, y en vistas del acercamiento de extremistas como Espert al campo ya muy agresivo y excluyente de Juntos por el Cambio, no puede sino tener un conjunto de ideas muy claro, respuestas contundentes sobre todos los clichés del derechismo y propuestas muy fácilmente visualizables por un electorado amplio.

El escenario que hay que pensar

En caso de que gane la derecha en las elecciones de este año, ¿puede la Argentina darse el lujo de implantar un modelo neoliberal tal cual aparece en las fantasías de sus ideólogos, como si estuviéramos transitando los años ‘90?

A diferencia de la década menemista, en la que convergieron una hiperinflación interna y la caída del socialismo real como gran telón de fondo global —lo que determinó un estado de euforia ilimitado en el capitalismo mundial—, hoy el capitalismo global está atravesando una fase crítica, que se expresa en:

1) Incertidumbre financiera pronunciada en los principales centros financieros mundiales, expresada en falta de liquidez o insolvencia oculta de entidades financieras, no solo medianas. Este estado de fragilidad ha sido provocado por las fuertes alzas de la tasa de interés promovidas por la propia Reserva Federal de los Estados Unidos. La tasa de interés regulada por esa entidad, que es una referencia global ineludible, pasó violentamente en un año de niveles del 0,25 % anual a otros del 4,75 %. En las últimas semanas, se ha generado una extendida inquietud entre el público que tiende a retirar depósitos en los países centrales y refugiarse en otros activos. Dicho sea de paso, la derecha local trabaja en sus medios para promover que ese fenómeno se extienda al sistema bancario local. Esperamos que ese empeño infame no tenga éxito.

2) Proyecciones de bajo crecimiento económico en Occidente —otra vez más—, acentuado en el caso europeo por las medidas y sanciones que debieron tomar contra la Federación Rusa, en general promovidas por los Estados Unidos, en el marco de la guerra en Ucrania y por la suba de tasas que está efectuando la Reserva Federal. Recordemos que el bajo crecimiento genera tensiones sociales que derivan en proteccionismo económico en los países centrales, con impacto en todo el sistema.

3) Alto endeudamiento de los Estados nacionales, de grandes grupos empresariales (salvo los que ganaron en la pandemia) y de las familias en casi todo occidente, debido a que no se resolvieron los problemas estructurales causados por la crisis de 2008. La lucha contra la inflación desatada después del Covid-19 con la muy limitada caja de herramientas económicas con que cuenta la ortodoxia —subir la tasa de interés y/o generar contracción monetaria— está poniendo en aprietos a las finanzas públicas de países centrales, obligando a recortar los ya menguados recursos para promover el crecimiento económico. Hoy se presenta en las economías centrales una situación irresoluble para la banca central entre inflación elevada y peligro de crisis financiera.

4) El conflicto multidimensional que ha lanzado Estados Unidos contra la República Popular China, comportamiento que tiende a desglobalizar parte de la producción mundial, a relocalizar empresas y a golpear al único motor fuerte de crecimiento —China y Asia— con el que contó el capitalismo global luego de la crisis de 2008. Da la impresión de que en el tema China hay coincidencia entre los policy makers norteamericanos en el sentido de buscar debilitarla, aislarla internacionalmente e inducir una crisis interna que fuerce finalmente el famoso “cambio de régimen”, medicina que los norteamericanos saben suministrar con cierta maestría. De todas formas, no están frente a un contrincante de porte menor, y los resultados no están garantizados. En el camino, están revirtiendo prácticas económicas y toneladas de propaganda pro-globalización que inyectaron en el mundo entero. Pero no se trata solo de la dimensión económica: la guerra en Ucrania es una expresión de esta confrontación global, así como el recalentamiento de la situación en Taiwan. La pretensión de los Estados Unidos de mantener un lugar único y privilegiado en el sistema mundial puede traer altos costos a todo el planeta en términos económicos y de seguridad. Es un aporte inestimable a la imprevisibilidad en los mercados.

5) La degradación de las condiciones ambientales globales no es un chiste. Están golpeando capacidades productivas, infraestructura y ambientes naturales en todo el mundo. Están empeorando las condiciones de vida en las más diversas regiones. Con una mirada mezquina, algunos países centrales ven esta desgracia como una oportunidad para ejercer proteccionismo verde contra otros países. Es una idea insana, porque la destrucción ambiental les llegará a todos, bajo distintas formas. Nuestra sequía no es ajena a la irresponsabilidad de las grandes potencias y corporaciones que están protagonizando este desastre. Pero este telón de fondo, que aún no incorporamos suficientemente a nuestros análisis, también contribuye al enrarecimiento del clima internacional.

Estas son solo algunas dimensiones de un mundo no feliz en el que transcurrirán los próximos años, mientras que la derecha local sueña con un revival menemista con pizza, litio y champagne.

La inconsistencia entre ese microclima fantástico de negocios descontrolados a costa de la sociedad y el contexto internacional que exigiría un alto grado de organización política y social para enfrentar eficientemente los desafíos no podría ser más grande.

La derecha vive en el pasado… ¿Y nosotros?

La derecha local cree contar con tiempos infinitos y la paciencia inagotable del electorado para encarar otro experimento más, después de su interminable cantidad de intentos infructuosos de establecer un orden que sea tolerado por nuestra sociedad.

Ahora sueña con volver a reeditar sus viejos éxitos —evaluados como fracasos por las mayorías—, corregidos y aumentados.

Nuevamente, se listan reformas laborales y previsionales, privatizaciones, aperturas importadoras y nuevos endeudamientos como panaceas que no sirven para nada. Se trata solamente de negocios puntuales para las grandes corporaciones locales y extranjeras y la apuesta a una mezcla poderosa de represión a los díscolos y manipulación ideológica y sentimental al resto de la población.

Pero, ¿cuál es el imaginario que propone el Frente de Todos ante estos esperpentos?

O para no ser tan utópicos, ¿cuál es el imaginario que propone el peronismo o el kirchnerismo?

Es evidente que hay un vacío gigantesco. Sabemos que hay gente en distintos espacios trabajando en la construcción de propuestas, pero estas aún no se difunden, no se discuten, no circulan y, por lo tanto, no se encarnan en actores sociales significativos. La izquierda, por sus propios problemas y limitaciones, no logra ofrecer un liderazgo social alternativo a los loquitos de derecha.

Convicciones, liderazgos vitales y comprometidos, ideas audaces y atractivas son la plataforma para derrotar, más temprano o más tarde, a una derecha que no tiene soluciones reales para nuestro país.

Por Ricardo Aronskind 

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