Sequía de propuestas

Actualidad 21 de marzo de 2023
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En este espacio suele insistirse en que las leyes económicas son, como las de cualquier otra ciencia, universales. Se trata de un requisito epistemológico que algunas corrientes del pensamiento económico local prefieren ignorar. Una de esas leyes, a su vez una de las más simples, es la que dice que la expansión de la Demanda agregada --que es la suma del Consumo, la Inversión, el Gasto y el neto del balance comercial-- se traduce siempre en un aumento de la oferta, es decir en un aumento de la producción, del PIB. La contrapartida es que cuando la producción aumenta también lo hacen las importaciones. La conclusión inmediata es que el límite del crecimiento inducido por una expansión de la demanda agregada es siempre la disponibilidad real de divisas, una verdad para cualquier economía del planeta.

Ahora bien, establecida la ley económica universal se necesita observar cómo funciona en la “coyuntura”, lo que obliga a situarse, ahora sí, en el espacio y en el tiempo.

La manifestación de los ciclos económico-políticos locales puede seguirse con absoluta claridad a través de las restricciones de divisas que, a su vez, son causadas por los movimientos del Producto el que, como se dijo, responde al movimiento de las variables de la Demanda agregada. Veamos: el “fiscalista ajustador” Martín Guzmán, por las razones que fueran dado su posicionamiento relativo en la interna de la coalición gobernante, fue el responsable de expandir el Gasto y la inversión públicas que dieron lugar a un crecimiento, hasta el tercer trimestre del año, de casi el 6 por ciento (5,9). Es este crecimiento, frenado en los últimos meses, el que explica que “la crisis” no se vea en las calles, como si ocurría, para los memoriosos, entre 2000 y 2002. Hay un problema de alta inflación y de distribución del ingreso producto del impacto de esa alta inflación, también de disponibilidad de divisas, pero a pesar de las ansias opositoras todavía no hay crisis social, aunque podría haberla si se descontrolan las variables. La razón, de nuevo, es que el crecimiento recién frenado en los últimos meses, nunca se detuvo y las empresas nunca dejaron de vender. 

Por más que se venga del parate de la pandemia, semejante nivel de expansión del PIB es impresionante. Dada la estructura económica local, que importa insumos y bienes intermedios para producir, la consecuencia de este crecimiento fue un fuerte aumento de las importaciones. Al dato estructural se le debe agregar el “dólar barato” para importar dada la existencia de la brecha entre los dólares paralelos y el oficial, que ya dejó de ser uno solo y apunta a ser muchos más, como en los tiempos de los “planes de competitividad” con los que Domingo Cavallo intentaba salvar la Convertibilidad. Así, a lo que sucede en la economía real, la de la producción de bienes y servicios, se le suma también la dimensión financiera. Se necesitan dólares para importar, pero también para remitir utilidades, “pagar deuda” entre filiales y matrices (gran forma de remitir dólares baratos al exterior), hacer frente a los compromisos externos (deuda) y dolarizar los excedentes frente a la falta de función de reserva de valor de la moneda.

El resultado de esta sumatoria de fenómenos fue que a pesar del superávit comercial registrado durante la mayor parte del actual período de gobierno y a pesar de los períodos de gracia en los pagos a los acreedores externos, privados y FMI, no se consiguió acumular reservas. Y no solo eso, en una semana turbulenta como la que paso, el central debió vender más de 550 millones de dólares para sostener la cotización.

La economía ya tenía dos graves problemas: importaciones elevadas dadas sus exportaciones y un régimen macroeconómico que incentiva la salida de divisas y desincentiva la entrada. En consecuencia, los dólares efectivamente disponibles no eran los suficientes para crecer al 5,9 hasta el tercer trimestre. El resultado fue la imposibilidad de seguir con el modelo expansivo y la necesidad de hacer un ajuste del Gasto, con el doble propósito de frenar la actividad y evitar que el dólar se dispare, lo que sucedió con la llegada de Sergio Massa. Se puede discutir --y en este espacio se discutió-- si el entonces nuevo súper ministro debió implementar o no un inmediato plan de estabilización. Se entiende que no lo haya hecho por el viejo dilema del decisor. Un plan de estabilización supone acomodar los precios relativos o básicos de la economía --dólar, salarios y tarifas-- lo que siempre equivale a abrir la caja de pandora. Estabilizar demanda algún nivel de consenso político y siempre tiene ganadores y perdedores de corto plazo, entre estos últimos los asalariados. Dicho a la manera tradicional, siempre es socialmente doloroso.

La opción del gobierno entonces fue administrar la crisis sin shock estabilizador y confiando en la capacidad de negociación con los poderes reales, locales y del exterior, del nuevo ministro. Si la vía elegida podía funcionar o no nunca se sabrá dada la aparición de un nuevo cisne negro, en este caso fronteras adentro. El manejo de la economía nunca debería basarse en la suerte, pero si hay algo que la actual administración no tuvo fue buena suerte. Que al actual contexto macroeconómico, después de la pandemia y la guerra, se le haya sumado una sequía que disminuirá las exportaciones entre 12 y 18 mil millones de dólares, según las fuentes y cotizaciones que se tomen, es sencillamente demoledor, un profundo cambio de escenario que obliga a desarrollar un plan de contingencia urgente. No se puede seguir como si el dato no existiese. La situación equivale a observar que el iceberg está enfrente y no tocar el timón.

Todos quienes no miran la realidad con anteojeras ideológicas saben que los cuatro años de macrismo fueron una desgracia, no sólo porque se trató de un nuevo y predecible fracaso de un programa neoliberal, sino por la herencia de súper endeudamiento que legó. Ahora bien, la realidad del presente es el producto de una gestación mucho más larga. El primer dato es de fondo: la economía local sigue dependiendo del clima, es decir, existe un solo sector proveedor de divisas con todo lo que ello entraña en cuanto a capacidad de veto económico, estructura de clases y poder político.

No alcanza con presentar un gráfico que muestre que el salario en dólares mejoró notablemente en la primera década del siglo XXI. Las variables económicas deben verse como una película, no como una foto. Sin desconocer las muchas virtudes de los gobiernos 2003-2015, también es necesario aprender de los errores más notables, tarea que en una dinámica democrática no debería ser tabú ni provocar excomuniones. El gráfico de nivel de salarios en dólares muestra que el punto de inflexión se produjo en los primeros años de la segunda década del siglo, precisamente cuando comenzó a operar la restricción externa y el régimen macroeconómico de entonces, junto a la voluntad del poder financiero global de dificultar el regreso del país a los mercados voluntarios de deuda, impidió seguir con la expansión del PIB.

También cabe preguntarse por cuál es el sentido de debatir en marzo de 2023 si la inflación local es provocada o no por el déficit interno. El déficit fiscal tiene como contrapartida el superávit privado y en las actuales condiciones de la economía este superávit se dolariza empujando el tipo de cambio y en consecuencia la inflación. Por esta misma razón tampoco tiene sentido comparar el déficit local con el de países que si tienen moneda o, dicho de otra manera, con países que no tienen una economía bimonetaria y mercados de crédito cerrados y que, por lo tanto, pueden arbitrar el problema por la simple vía del manejo de la tasa de interés y el ingreso de capitales.

Una conclusión preliminar es que existe una porción de la coalición de gobierno que insiste en una sumatoria de diagnósticos económicos muy errados. En materia de inflación cree que la culpa no está en la macroeconomía, sino que es producto del comportamiento de “los formadores de precios”. La política emergente de este diagnóstico son los controles o los acuerdos de precios. Ahora bien, debería ser evidente que si se aplica esta política una y otra vez y la inflación no baja el diagnóstico está mal.

En materia de salarios se cree que el problema del nivel se soluciona con un shock redistributivo. Ningún peronista cree que no se necesite aumentar la participación de los salarios en el ingreso, pero en el actual contexto un shock salarial empujaría el consumo, la producción y las importaciones, es decir la demanda de dólares que no se tienen. Si se quiere aumentar salarios se necesita aumentar la provisión de divisas. Esta es la condición necesaria, la suficiente es mejorar la situación en la puja distributiva.

En materia productiva, en la misma porción de la coalición hizo pie el falso ambientalismo bajo la peregrina idea del “ambientalismo popular”, lo que se traduce en un posicionamiento reactivo a la explotación de los recursos naturales, que son precisamente los que más rápido pueden proveer las divisas para el crecimiento. Así es posible escuchar discursos insólitos como “vienen por nuestro litio”, al mejor estilo de Elisa Carrió cuando era “progresista” y advertía “vienen por el agua”. El mismo discurso también tiene una visión negativa sobre las exportaciones. Imagina que los procesos de generación de valor no existen y que lo que se exporta resta directamente al consumo interno, algo que sólo ocurre en mercados acotados. Así las exportaciones se vuelven malas per se.

En el presente no alcanza con señalar lo horrible que fue la segunda Alianza macrista radical, así como lo todavía más horrible que resultaría el regreso al poder de una tercera Alianza, que esta vez incluirá al fascismo abierto. También se necesita tener diagnósticos acertados y propuestas realistas sobre qué hacer para superar la crítica y delicada coyuntura del presente, es decir se necesita ofrecerle a la sociedad algo más que la total orfandad propositiva que ostenta una porción de la coalición.

Por Claudio Scaletta * El Destape

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