Al borde del abismo nuclear

Historia 20 de enero de 2023
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Existe un amplio consenso entre los historiadores respecto a que el conflicto generado en octubre de 1962 por la instalación de misiles soviéticos en Cuba fue el momento en que la Guerra Fría estuvo más cerca de convertirse en un enfrentamiento directo entre las dos grandes potencias, Estados Unidos y la Unión Soviética.
El escenario en el que hay que ubicar estos acontecimientos estuvo provocado por el triunfo de la Revolución Cubana a principios de 1959, y su impacto sobre el mundo en general y sobre Estados Unidos en particular. El establecimiento de un régimen que progresivamente viraba hacia posiciones de izquierda, ubicado a pocos kilómetros de las costas estadounidenses, despertó una inocultable inquietud en la Casa Blanca; la documentación disponible muestra que a los seis meses del triunfo de la Revolución comenzaron a elaborarse planes para acabar con ella. La manifestación más espectacular de estos intentos fue el adiestramiento y financiamiento por parte de la CIA de un contingente de exiliados cubanos que el 16 de abril de 1961 llevó adelante un fracasado desembarco en la Bahía de Cochinos, fácilmente neutralizado en un par de días por las tropas cubanas. Esta operación fue impulsada antes de las elecciones presidenciales por el presidente saliente, Dwight Eisenhower, y se concretó muy pocos meses después de haber asumido el triunfador en los comicios de noviembre de 1960, el demócrata John Fitzgerald Kennedy, quien, al igual que su adversario, el republicano Richard Nixon, había destacado durante la campaña electoral el peligro que representaba el gobierno de Fidel Castro.

Los sucesos de Bahía de Cochinos no solo agravaron las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, sino que aceleraron el acercamiento entre la isla y la Unión Soviética, que le suministró armas y asistencia técnica, e incrementó su cuota de adquisición de azúcar, principal producto de exportación cubano. Con el objetivo de derrocar al régimen de Fidel Castro, el gobierno estadounidense, lejos de llamarse a sosiego, adoptó medidas que iban desde el bloqueo económico hasta la presión diplomática sobre los países latinoamericanos para lograr la expulsión de Cuba de la Organización de los Estados Americanos (OEA), lo que se concretó en la Conferencia de Punta del Este de febrero de 1962. La CIA lanzó la denominada “Operación Mangosta”, una serie de sabotajes y atentados contra Cuba. La situación se fue agravando hasta el punto de que los analistas pensaban que no podía descartarse una invasión, como tampoco el hecho de que la Unión Soviética se manifestara dispuesta a defender a su nuevo aliado. 

Días frenéticos

Lo que desencadenó el conflicto fue la decisión del líder soviético Nikita Kruschev de enviar en secreto –ni siquiera el embajador soviético en Estados Unidos, Anatoly Dobrynin, estaba enterado– misiles nucleares de alcance medio, que podían ser lanzados sobre la mayor parte de las ciudades estadounidenses. En sus memorias, Kruschev sostiene que la idea fue concebida en ocasión de un viaje oficial a Bulgaria en mayo de 1962. Contra la opinión de varios dirigentes del Kremlin, que expresaban dudas respecto a que la operación pasara inadvertida, Kruschev logró la aprobación –muy meditada– de Fidel Castro, y la denominada “Operación Anadyr” se puso en marcha: más de 45.000 hombres y 230.000 toneladas de carga fueron trasladados a Cuba a lo largo de 45 días.

Las razones de esta audaz operación fueron explicadas por el propio líder soviético: en principio, se trataba de asegurar, con un gesto “fuerte”, que Cuba no fuera invadida. Pero además se buscaba contrarrestar el hecho de que las bases estadounidenses prácticamente rodeaban el territorio soviético. Kruschev tenía en mente la reciente instalación de misiles Júpiter en Turquía. La cuestión central no era la cantidad de armas atómicas que disponía cada país sino la cantidad de misiles en condiciones de operar en forma inmediata sobre blancos del enemigo. En este aspecto, los misiles instalados tan cerca de la Costa Este de Estados Unidos generaban una situación cercana a la paridad.

Por otra parte, otros analistas han agregado que en los cálculos de Kruschev entraba también la búsqueda de una “revancha” ante la cuestión no resuelta del estatus de Berlín, una ciudad en la que las potencias occidentales estaban aisladas en el interior de un territorio controlado por los comunistas. En agosto del año anterior, ante la continua emigración de alemanes orientales hacia el sector occidental de la ciudad y la falta de respuesta de Estados Unidos a las demandas soviéticas, se había optado por construir un muro que dividía la ciudad; como sostuvo el presidente Kennedy, el muro “era una mala solución, pero peor era la guerra.”

En todo caso, lo cierto es que el 14 de octubre un avión estadounidense U-2 sobrevoló Cuba y tomó una serie de fotos que mostraban con claridad que personal de la Unión Soviética estaba construyendo en la zona occidental de la isla, cerca de la ciudad de San Cristóbal, por lo menos tres bases, cada una de las cuales estaba provista de cuatro rampas de lanzamiento para misiles de alcance medio, capaces de llegar a gran parte del territorio de Estados Unidos. El descubrimiento se produjo recién en ese momento porque Kennedy había ordenado en las semanas previas suspender los vuelos sobre la isla para no agravar las tensiones internacionales en vísperas de las elecciones de medio término; fue justamente en esos días que la Unión Soviética puso en marcha su operativo. 

Además, una serie de barcos soviéticos fueron detectados navegando hacia Cuba provistos de ojivas nucleares. Kennedy y su círculo de confianza pasaron ocho días imaginando las verdaderas intenciones de Kruschev, discutiendo la manera de responder a ese sorprendente desafío y manteniendo entrevistas diplomáticas con el ministro de Relaciones Exteriores de la URSS, Andrei Gromiko, y con el embajador Dobrynin, quienes afirmaban que las armas eran exclusivamente defensivas (en realidad no estaban enterados de la naturaleza del operativo).

Finalmente, en la tarde del 22 de octubre Kennedy pronunció un dramático discurso de 16 minutos por televisión en el que denunciaba la maniobra soviética y anunciaba un bloqueo de “todas las armas ofensivas que se estén enviando a Cuba”. La respuesta de Moscú no se hizo esperar, y al día siguiente Kruschev sostuvo que la medida adoptada constituía una agresión contra Cuba y la Unión Soviética, una intromisión inadmisible en los asuntos internos de la isla y una seria amenaza para la paz y la seguridad de todas las naciones. Para apuntalar su actitud, Kennedy operó en el ámbito diplomático obteniendo en tiempo récord el respaldo unánime de la Organización de Estados Americanos (OEA).

El 24 transcurrió en un ambiente de alta tensión. Una decena de navíos soviéticos se acercaban a la línea imaginaria que había establecido el gobierno de Kennedy en el Océano Atlántico, superada la cual los barcos estadounidenses los detendrían, incluso con la posibilidad de aplicar la fuerza. Fue en ese momento límite cuando llegó la cordura: mientras Fidel Castro le enviaba a Kruschev un mensaje belicista, éste le escribió a Kennedy diciendo que, si Estados Unidos se comprometía a no invadir Cuba, esta solución suprimiría la necesidad de colocar misiles soviéticos en la isla, y al día siguiente reforzó su propuesta afirmando que la URSS estaba dispuesta a retirar los misiles que Estados Unidos consideraba ofensivos a cambio del retiro de los misiles estadounidenses apostados en Turquía.

La situación comenzó a distenderse, pero la base del acuerdo fue, en última instancia, la decisión de Kruschev de retirar los misiles sin un compromiso concreto de Kennedy de hacer lo mismo con los misiles instalados en Turquía. Lo más lejos que llegó Washington fueron unas declaraciones de Robert Kennedy, hermano del Presidente y fiscal general del Estado, en las que se confirmaba que había un compromiso de retirar las bases de Turquía, aunque no debía establecerse ninguna conexión entre este tema y los acontecimientos de Cuba. De hecho, los misiles se retiraron cinco meses más tarde.

Quién ganó

El balance plantea varias conclusiones: está claro que el resultado fue desfavorable para Kruschev; el hecho de que se tratara de una iniciativa prácticamente personal del líder soviético, con la única intención de sorprender sin ser descubierto, carente de una estrategia que pusiera en juego otros factores, lo dejó rápidamente en una posición defensiva, con el agregado de que finalmente también terminó abandonando a su aliado, Fidel Castro, que reaccionó de manera negativa. El pueblo cubano, movilizado por el gobierno, rechazó la decisión de Kruschev (“Kruschev, mariquita, lo que se da no se quita”, se decía entonces). Además, solo los analistas de política internacional se enteraron del posterior retiro de los misiles de Turquía. Para la opinión pública mundial, el acontecimiento fue una victoria rotunda de Kennedy. En cuanto a Kruschev, su gestión fue objeto de críticas incluso en las altas esferas del Kremlin, y algunos estudiosos afirman que fue uno de los argumentos que utilizaron quienes al año siguiente decidieron desplazarlo del poder.

Sin embargo, el resultado fue también una cierta estabilización del sistema internacional y el acuerdo de ambas potencias de no llegar al límite que se había alcanzado en Cuba. La consecuencia más conocida fue la instalación del “teléfono rojo” que a partir de 1963 conectó la Casa Blanca con el Kremlin. Ese año también se firmó el primer Tratado de Prohibición Parcial de Pruebas Atómicas. Después de la crisis de los misiles, las dos superpotencias nunca llegaron a una situación en la que se arriesgaran a un enfrentamiento directo, aunque esto de ninguna manera impidió que siguieran participando en los conflictos que se fueron produciendo en la periferia.

Sesenta años más tarde, el riesgo de un enfrentamiento nuclear ha retornado: aunque las circunstancias sin duda se han modificado –ya no se trata del desafío al régimen capitalista sino cuestiones de orden geopolítico–, la sensación es similar, e incluso se vive de manera más directa como consecuencia de las transformaciones en los medios de comunicación. Las armas de destrucción masiva parecen a punto de ser utilizadas, poniendo en vilo al conjunto de la humanidad. Mientras tanto, los líderes de los países involucrados en el conflicto se niegan a negociar si sus demandas no son satisfechas en su totalidad, y las grandes potencias actúan como si el peligro de destrucción masiva no existiera, e incluso lo potencian abasteciendo de armas a una de las partes. Si la Historia sirve para entender el presente, la experiencia de Cuba en los 60 muestra que, si hay predisposición de los líderes, es posible descomprimir una situación extrema cuando lo que está en juego es el futuro de la humanidad.

Por Jorge Saborido * Le Monde Diplomatique

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