Sin palabras para el pueblo

Actualidad - Nacional 11 de agosto de 2022
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La época de ascenso del neoliberalismo, que prosiguió al derrumbe del mundo bipolar, tuvo entre sus hitos ideológicos estos dos axiomas:

  1. El funcionamiento de una democracia procedimental en la que se turnaban administraciones y no gobiernos. Esas administraciones compartirían generalizadas políticas de Estado, sobre las cuales se discutirían el grado de eficiencia respecto de las metodologías de ejercicio del poder. Un sistema de sentido único en el que se debatían solo cuestiones de la praxis.
  2. Asociada a la anterior emerge la concepción respecto a que los rumbos económicos, y también se podría agregar los de las sociedades, tendrían un único camino de realización. No habría incertidumbre, ni disputa alguna, porque se imponía la verdad objetiva de una senda a seguir sin alternativa. Es la pretensión del discurso neoliberal actual cuando sus preconizadores se refieren a la necesidad de “hacer las cosas bien”, que en la jerga fondomonetarista podría asimilarse al dicho “trabajar duro para cumplir con los deberes”, que Kristalina entiende que requiere de transiciones “dolorosas”, invocación sacrificial que tal vez esté asociada a su vocación religiosa que empleara para valerse del encuentro con Bergoglio.

Recorriendo la corta historia reciente, el acto del gobierno argentino de haber propiciado la reunión de Georgieva con Francisco y Guzmán, le permitió a la primera ensayar con éxito la propagación de una visión que contagiaba la ensoñación respecto a que el FMI había cambiado. Un Fondo más comprensivo, sin distintas concepciones pero más tolerante con los deudores. Típica conformación del escenario de camino único pero con modos diferentes, que bajo el dogma de la única vía, resulta la única cuestión determinante. Si el único camino viable para encarar el tema de la deuda era la buena conducta y la ausencia de roces con el organismo, el escenario armado resultaba tan funcional como dañino a la tradición nacional del pueblo argentino respecto de su mirada crítica frente a las siempre perjudiciales intervenciones en la economía nacional del Fondo. De ahí devino la ruta “posibilista” que se recorrió hasta llegar al momento del “acuerdo” que fue una refinanciación, en la que se renegó del discurso de la reestructuración con el que no sólo Guzmán sino la directora-gerenta de “rostro humano” anestesiaron la saludable resistencia al organismo de la sociedad argentina.

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Así se forjó un problema gravísimo de carencia de divisas que debilitó la capacidad de resistencia del gobierno frente a los golpes de la plutocracia, enmascarada bajo la denominación de “mercados”. Pese a que el Presidente había anunciado en su excelente discurso de asunción que lo primero iba a ser atender a las necesidades de los más desprotegidos, la clave de los primeros tiempos del gobierno de Frente de Todos fue abocarse a arreglar la deuda. Habiendo decidido resolver primero la renegociación con los acreedores privados, el organismo dependiente de las decisiones de Biden-Georgieva se dedicó a dilatar para debilitar la capacidad negociadora del país, embaucando al mismo con la sustitución final de una prometida reestructuración por una refinanciación. El argumento de que el Fondo no reestructura no se condice con las gestualidades de que se había producido  un cambio en el mismo. Firmado el acuerdo, la economía nacional comenzó a exhibir el grado de debilidad al que había quedado expuesta. El FMI completó la “tarea” que había comenzado con su turbio préstamo concedido a su servil gobierno previo presidido por Macri. 

Los previos tristes años de la sociedad del retroceso

Luego del menemismo y en camino hacia lo que fuera su continuación —el gobierno de la Alianza—, José Luis Machinea y Pablo Gerchunoff publicaron un artículo en Clarín del 28 de abril de 1998, titulado: ¿Qué es ser progresista hoy en la Argentina?, que constituyó un verdadero manifiesto de la sociedad y economía de un único camino con dos administraciones. Dijeron allí: “Entre fines de los ’70 y principios de los ’90, ese paisaje experimentó una profunda transformación. El consenso de posguerra se agotó y la revolución rusa colapsó. Desde entonces, un desafío se impuso a las corrientes intelectuales y políticas de centroizquierda: darle al progresismo un nuevo sentido… Si se acepta —como se lo hace— la victoria universal del capitalismo, ¿cómo evitar la mimetización del discurso progresista con el del nuevo conservadurismo, aun cuando éste se nos presente hoy declinante y en retroceso? Y si se rechaza —como se lo hace también— al mercado como solución suficiente para los problemas económicos y sociales, ¿de qué manera apartarse de ese otro conservadurismo estatalista y proteccionista que hace tiempo agotó todo lo que podía dar de bueno a la sociedad? Es en ese estrecho espacio entre dos conservadurismos que líderes como Blair, Jospin, Prodi, Schroeder, Frei, Cárdenas o Cardoso, cada uno con sus matices, intentan construir los cimientos de un progresismo renovado. Un progresismo que, en la búsqueda de la equidad, muchas veces está dejando de lado las instituciones y los instrumentos que históricamente fueron su símbolo”.

Esta posición de Machinea y Gerchunoff expresa el típico intento de una parte de la intelectualidad nacional de imitar el giro de la socialdemocracia europea a la lógica de la tercera vía de Anthony Giddens, que llevó a esa corriente a ser copartícipe de la destrucción del Estado de Bienestar, complicidad que en América Latina compartieron la Concertación Chilena y la conversión de Cardoso en Brasil. Siguen Machinea y Gerchunoff: “En la Argentina, con la Alianza, el nuevo progresismo está naciendo y tiene que afrontar el dilema planteado mediante la formulación de una nueva agenda y la propuesta de nuevas soluciones… En ese aspecto, vale la pena subrayar que la Argentina acaba de experimentar un cambio vertiginoso e irreversible, pero a la vez incompleto e injusto”. Los “nuevos progresistas” aceptan la reforma neoliberal de Menem y la caracterizan de irreversible pero critican su no completud y la ausencia de mitigantes a los perjudicados. Más adelante sugieren claves de una agenda. “Es a partir de este breve diagnóstico que podemos bosquejar la agenda del nuevo progresismo en nuestro país… Por ello es que en este texto vamos a destacar sólo tres puntos. En primer lugar, asumamos una definición por la negativa. No es en el plano macroeconómico de corto plazo donde encontraremos una clave de la agenda. El respeto por los equilibrios macroeconómicos no es ni progresista ni conservador, porque progresismo es distinto de populismo”. Se suman al reino de la macroeconomía, y en vez de hablar de equilibrios progresivos o regresivos y de la tensión entre desequilibrios y equilibrios, renuncian a la Economía Política, estableciendo al equilibrio como una necesidad de carácter única y universal. Lo mismo hacen con otras variables al afirmar que “mantener un déficit fiscal bajo o limitar el endeudamiento de la Nación a las posibilidades de repago son reglas ineludibles si se quiere mantener la estabilidad y sostener el crecimiento, pero ello no define que una sociedad sea más o menos justa”. Más adelante advierten sobre la necesidad del continuismo de la política de la década del ’90, M y G pregonan que “el nuevo progresismo no debe detener la dinámica de la acumulación de capital, que todavía tiene mucho camino por recorrer. 

A diferencia de lo que puede haber sido en el pasado, cuando otras eran las circunstancias económicas, hoy no es progresista pensar en un Estado productor de bienes y acumulador de capital. Por el contrario, el énfasis hay que colocarlo en promover la dinámica inversora y en facilitar la multiplicación de actores privados en ese proceso”. Los autores comparten las privatizaciones y el retiro del Estado de las actividades productivas, se contentan con mejorar la administración mercantil, al decir que “una política progresista es aquella que no se conforma con que funcionen los mercados libres, sino que apunta a que lo hagan de manera adecuada y provechosa para toda la sociedad”.

Ni una palabra sobre desarrollo, ni de redistribución del ingreso, ni de conflicto social. Un progresismo fukuyamista que sanciona el “triunfo definitivo del capitalismo” y se rinde a la propuesta de su fase neoliberal, antiestatalista, que cede la conducción de la economía al brío inversor de los agentes privados. La Alianza concluyó la segunda fase del neoliberalismo sin ninguna distinción respecto del menemismo.

El kirchnerismo: cultura e igualdad

Los doce años del kirchnerismo rompieron con ese clima que fue producto de la herencia de la dictadura, porque fue el “posibilismo” al que adhirieron los partidos populares el que generó la imposibilidad del retorno a los programas que enarbolaran éstos con anterioridad al terrorismo de Estado. Vale la pena recordar:

  1. aumentos de suma fija,
  2. recuperación del empleo y del salario real,
  3. reindustrialización,
  4. estatización del régimen de pensiones y jubilaciones,
  5. recuperación de YPF
  6. conflicto social y puja distributiva que favorecían el clima para una sociedad más igualitaria.
  7. resolución 125 como aspiración de redistribuir parte de la renta agraria.

Pero, además, la economía no ocupó todo el escenario político. También destacaron el fenómeno cultural de masas que fue el festejo del bicentenario de la Revolución de Mayo, la disputa por una ley de los medios audiovisuales para la democratización de la comunicación, los intentos de reforma judicial.

Volver ¿mejores?

Desde el inicio del gobierno del Frente de Todos hubiera sido necesario acometer otros aspectos del programa de reformas económicas progresivas que no se encararon de inmediato. Como, por ejemplo, una política de aumentos de suma fija a los asalariados que hubiera permitido recuperar el salario real perdido durante el macrismo. Pero como lo demuestran los sucesivos documentos de CIFRA-CTA, la tendencia regresiva de la distribución funcional del ingreso condujo a la pérdida de nivel de vida de los asalariados y los sectores de ingresos fijos. La pandemia hizo lo suyo para que esto fuera posible. Pero previa y posteriormente a la peste se imponía la construcción y despliegue de una política de movilización popular que estimulara la participación democrática ciudadana. No la hubo, las responsabilidades son compartidas en el campo popular, pero en grados distintos con relación directa a la capacidad y poder para generarlas.

Los esfuerzos de la economía fueron consumidos por el acuerdo con el FMI. Luego sobrevino una etapa de suba de los precios de los commodities que se profundizó con la guerra en Europa. Hubo un shock inflacionario importado, por esos acontecimientos, que se habrían debido enfrentar con una suba de los derechos de exportación, pero el temor a la confrontación política y la pretensión consensualista la descartaron. Por otra parte, los pagos permanentes al FMI y la atención generosa a los servicios de la deuda privada, más los adelantos de importaciones y la retención de exportaciones, provocaron el agravamiento de la caída de las reservas y una ampliación de la brecha cambiaria. La vocación de muchos agentes dolarizados con poder de mercado era lograr la devaluación del peso. La situación de debilidad del gobierno y el deterioro de la solvencia económica agregó a la inflación importada, una revancha empresarial por modificar la relación beneficios/salarios, que se manifestó en una suba generalizada de precios y un aumento permanente de la tasa de inflación.

Así los resultados de estos años fueron opuestos a los de la era kirchnerista, exhibiendo un deterioro de la distribución del ingreso, acontecido en el marco de un acuerdo con el FMI antagónico con el gran objetivo que tuvieron los gobiernos de aquél momento de librarse del Fondo. Pero también fue una realidad que el volumen y tipo de endeudamiento heredado del gobierno de Macri fue de otro nivel de gravedad que en la época previa. Tampoco se puede omitir la mención a que la habilitación parlamentaria del vergonzoso pago a los fondos buitre fue el huevo de la serpiente que abrió las puertas a la inserción más intensa del país en la financiarización internacional, que condujo al endeudamiento abismal.

Cambios, continuidades y anuncios

El nuevo ministro de Economía, Sergio Massa, anunció que cumplirán las metas con el FMI. Sus principales argumentos fueron la reducción de gastos y no el incremento de ingresos. La búsqueda del equilibrio fiscal por este camino conduce a efectos regresivos sobre la distribución. Además anunció que no se utilizarán en lo que resta del año Adelantos del Tesoro. Nuevamente la idea de emisión cero, medida que no tiene registro histórico de ser útil para reducir la inflación. No es la emisión su causa.

También el ministro anunció que no permitirá una devaluación. Este objetivo resulta clave para evitar más inflación y un mayor deterioro del salario.

Además sería muy efectiva la implementación del disciplinamiento sobre las triangulaciones que dan lugar a la subfacturación de exportaciones y sobrefacturación de importaciones. Pero no alcanza. En el comercio internacional hacen falta medidas renovadoras y enérgicas que impliquen la recuperación de la centralidad del Estado en su administración, gestión y control. Una clase de políticas típica a los gobiernos populares pero ajena al tono del miércoles 3 de agosto.

El objetivo de fortalecer las reservas mediante medidas de adelanto de exportaciones y la recompra de deuda soberana, más el ingreso de divisas provistas por organismos multilaterales pueden ayudar en la coyuntura para fortalecer la capacidad financiera del gobierno para reducir la brecha cambiaria y las presiones devaluacionistas.

Pero el programa vuelve a omitir la puesta en el centro de lo que se anunciara en el discurso inicial de la gestión: la ayuda a los más vulnerables. La convocatoria a una mesa de discusión entre empresarios y gremios parece un anuncio gravemente insuficiente para esta etapa. Esa generalidad deja afuera a las cuestiones redistributivas de los objetivos del programa. Calmar la inflación sin una modificación en el reparto del ingreso previo, se constituiría en una lógica similar a la  de los típicos planes de estabilización que prosiguieron a épocas inflacionarias que deterioraron severamente el salario. Además resulta urgente el fortalecimiento de la atención a los trabajadores informales y con mayor vulnerabilidad. Toda esta temática debió haber ocupado el mayor tiempo del mensaje del nuevo ministro.

La igualdad ausente

En ningún momento hubo referencias a la disminución de la desigualdad. El despliegue de toda una lógica de diálogo que incluyó a la propia Mesa de Enlace, cuya única disposición es a apropiarse de mayores porciones de la renta agraria, y a otros sectores empresariales, se acompañó con la  insinuación de medidas de carácter ofertista como el otorgamiento de beneficios y facilidades a la agroindustria y la industria minera para alentar sus exportaciones. El enfoque de largo plazo que se asocia a este esquema es una dinámica en la que la demanda externa sería el pivote del crecimiento de la actividad económica. El aliento a actividades tomadoras de precios y cantidades en el mercado internacional y con productividades altas debido a ventajas naturales, resultan más una concesión para evitar conflictos con esos sectores poderosos que determinantes de un mejoramiento de las aptitudes exportadoras.

En la Argentina es el consumo interno el verdadero sostenedor y estimulador del crecimiento, el desarrollo, el conflicto social típico de una sociedad dinámica y con objetivos de disminuir la desigualdad.

El Frente de Todos y Juntos por el Cambio asomaron como contendientes por dos proyectos de sociedad y de Nación diferentes. No se trata de una competencia respecto de la eficiencia y los resultados de la acción gubernamental en un despliegue de una política de Estado única. El segundo le habla a los “mercados”, el primero debe priorizar el mensaje al pueblo. Por eso la ausencia de un Estado inclinado hacia los más desposeídos y a las mayorías esquilmadas durante los años de macrismo —con una tendencia que no se revirtió— es una necesidad que clama por ser atendida. El que se enunció el miércoles es un camino de salida postulado, pero hay otros. Nunca la salida es única. Por eso existen diversidades teóricas. Sólo basta con leer la historia nacional para comprender que el centro de la política no debe situarse en cumplir las metas con el FMI, que por otra parte requieren ser modificadas por los cambios radicales del escenario internacional. Es necesario que en el Frente de Todos se despierte un debate que recupere el espíritu de los 12 años del ciclo kirchnerista.

Por Guillermo Wierzba

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