La ilusión de un renacimiento democrático global mediante la guerra

Actualidad - Internacional 18 de julio de 2022
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La idea de que la guerra puede ser fuente de unidad y regeneración nacional es una de las más peligrosas de la historia moderna. En 1914, sedujo a una generación de intelectuales liberales europeos, muchos de los cuales pagaron sus ilusiones con la vida. En los años de entreguerras, constituyó el núcleo de la ideología fascista y nazi.

Una de las cosas que hace que sea tan seductora esta idea es que a veces resulta cierta. En Gran Bretaña, durante la Segunda Guerra Mundial, el gobierno de unidad nacional formado por conservadores, laboristas y liberales dio lugar al consenso nacional en torno al Estado del Bienestar británico, que ha perdurado hasta nuestros días. 

Sin embargo, lo más frecuente es que los regímenes que se sienten en peligro recurran a las guerras precisamente para reforzar las instituciones represivas y ganar apoyo popular con el fin de cooptar o aplastar a los opositores y bloquear el cambio necesario (como de hecho ha obrado Putin en Ucrania). En parte como resultado de ello, las guerras sólo disimulan brevemente las divisiones nacionales, al tiempo que refuerzan las ideologías del odio y el extremismo.

En lo que respecta a las democracias occidentales y a la guerra en Ucrania, la idea de que pueden lograr su regeneración a través de esta guerra puede parecer absurda. Al fin y al cabo, no son ellos mismos los que están luchando y no están haciendo más que sacrificios económicos limitados (hasta ahora). Sin embargo, es tan seductora esta ilusión, y tan desesperado el deseo de los liberales occidentales de algún nuevo impulso para reformas internas esenciales, que hasta un observador genuinamente reflexivo como Francis Fukuyama ha sido víctima de ella, al declarar que:

“La guerra en Ucrania tiene impacto en el pueblo estadounidense en el sentido de que, si Vladimir Putin tiene éxito, entonces esa clase de gente que anda por aquí -esas fuerzas antidemocráticas- también tendrá éxito... Puedo decirles lo que confío en que podría ser un posible resultado [de la guerra], que es que Putin sea derrotado de forma bastante decisiva. A su vez, eso le cortará las alas al movimiento populista autoritario global del que es líder, y se producirá un renacimiento en todo el mundo de la creencia en la democracia liberal”.

Esto es, objetivamente hablando, un sinsentido. Como ha escrito en otra parte el propio Fukuyama, las causas de la decadencia democrática en los Estados Unidos (y, en formas diferentes pero relacionadas, en Europa) están profundamente arraigadas en cuestiones internas de política de identidad, racismo, migración, desigualdad socioeconómica y polarización política que se remontan a décadas (o incluso siglos) antes de que Putin llegara al poder. Ninguna de estas cuestiones puede resolverse con la derrota de Rusia, y no hay señal alguna de que la guerra en Ucrania esté provocando una reducción de las tensiones internas necesaria como para resolverlas. El resultado de la guerra en Ucrania tampoco afectará en modo alguno a las profundas y crecientes divisiones en el seno de las democracias europeas sobre cuestiones de inmigración e integración nacional.

Fukuyama ha pedido una serie de medidas para regenerar la democracia norteamericana: una reducción de la "política de identidad" y del radicalismo cultural para construir un nuevo sentido de ciudadanía nacional común, una postura firme contra el racismo, compromisos razonables sobre la política de inmigración, un acuerdo sobre la necesidad de una inversión masiva en infraestructuras y desarrollo tecnológico, políticas acordadas en común para reducir la desigualdad socioeconómica. Ha advertido de los peligros de una Constitución norteamericana osificada e irreformable, y de la necesidad de abordar la inminente amenaza del cambio climático.

¿Ha llevado la guerra de Ucrania a un acuerdo sobre estas cuestiones entre los partidos políticos norteamericanos? En absoluto. El único ámbito -demasiado conocido- en el que la guerra ha desencadenado una verdadera unidad en los Estados Unidos, y entre republicanos y demócratas en el Congreso, es la asignación de enormes sumas de dinero al Complejo Militar Industrial. El gasto militar de los Estados Unidos se podría le denominar como una especie de plan de desarrollo industrial nacional que no se atreve a decir su nombre -al menos abiertamente en presencia de los republicanos del libre mercado- pero, de ser el caso, es un plan de un tipo indeciblemente derrochador, corrupto y mal dirigido.

La estampida de las instituciones estadounidenses y europeas hacia el modo heredado y tranquilizador de la Guerra Fría constituye una distracción masiva de las amenazas verdaderamente existenciales para la democracia occidental. Tal como ha escrito Matt Duss, principal asesor de política exterior del senador Bernie Sanders:

“El peligro estriba en que, en lugar de desarrollar un nuevo paradigma para esta época, los responsables políticos intenten simplemente exhumar un viejo modelo del "nosotros contra ellos" de la Guerra Fría, devolverlo a la vida y ponerle un esmoquin. Al igual que en los días posteriores al 11-S, la sensación momentánea de unidad podría utilizarse para promover un conjunto de políticas trágicamente contraproducentes”.

El paquete de ayuda de Estados Unidos a Ucrania y el aumento del presupuesto del Pentágono juntos representan una enorme desviación de los recursos estadounidenses del tipo de reformas que Fukuyama defiende: la renovación de las infraestructuras, la acción contra el cambio climático y la reparación de la deshilachada red de seguridad social. Las inversiones de Estados Unidos en energías alternativas también están siendo dejadas de lado por los fondos que fluyen hacia la nueva producción de petróleo y gas para aprovechar la escasez mundial de energía causada por la guerra y las sanciones occidentales.

Lejos de fortalecer la democracia, la guerra en Ucrania y el enfrentamiento con Rusia están sirviendo de convenientes y colosales distracciones de cuestiones internas esenciales pero terriblemente difíciles. ¿Cuánto más fácil y más reconfortante es para las élites de Suecia, por ejemplo, sumarse a la OTAN en nombre de una supuesta amenaza existencial de Rusia de lo que sería para ellos abordar las cuestiones angustiosamente difíciles de la inmigración, el aumento de la delincuencia y otros problemas sociales, el crecimiento del extremismo de derecha, y la propia cuota de responsabilidad de las élites en estos acontecimientos? 

 Desde el punto de vista militar, la guerra en Ucrania se limita a este país; y aunque comenzó como un intento ruso de subyugar a toda Ucrania, desde que los rusos fueron derrotados en las afueras de Kiev se ha convertido en una lucha limitada por el territorio al este y el sur del país. Es una tragedia y un crimen y, por supuesto, una pesadilla para el pueblo de Ucrania. Pero no es una lucha existencial por la democracia global.

Tal como ha señalado, señalado Daniel Larison, los regímenes autoritarios se dividen entre aquellos que son rivales y aquellos que son aliados de los Estados Unidos. Esto contribuye a echar por tierra el argumento de Fukuyama, Anne Applebaum y demás de que Vladimir Putin está de alguna manera detrás del aumento del populismo autoritario en todo el mundo. ¿Cree alguna persona seria que Putin contribuyera al ascenso del primer ministro indio Modi o del presidente egipcio Sisi? ¿O de Rodrigo Duterte y "Bongbong" Marcos en Filipinas? ¿O de Jair Bolsonaro en Brasil? En Europa, uno de los gobiernos electos con mayores tendencias chovinistas y autoritarias, el de Polonia, es también el más agriamente antirruso.

Hablar de la guerra de Ucrania como una cuestión existencial para las democracias occidentales degrada el propio significado de la palabra "existencial". Entre otras cosas, reduce la amenaza verdaderamente existencial del cambio climático a una amenaza menor entre un montón más, y ese ha sido, de hecho, el deseo explícito de varios sectores de entre las élites de seguridad occidentales, para quienes tomarse en serio el cambio climático supone una amenaza para sus puestos de trabajo, su cultura y toda su forma tradicional de comportarse y ver el mundo.

Pero, ¿es realmente probable que nuestros descendientes, dentro de un siglo, piensen que al priorizar el Donbás sobre el cambio climático, nuestros gobiernos actuaron correctamente para defender la democracia liberal occidental? Esto no significa que Occidente no deba apoyar a Ucrania. Debemos hacerlo. Pero todos los que realmente valoran la salud de la democracia occidental y desean reformas esenciales deberían también apoyar todos los esfuerzos por lograr una paz pronta, justa y duradera, y no tratar de prolongar este conflicto en nombre de una mítica lucha por la democracia global.

Por Anatol Lieven para Sin Permiso

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