Otra vez el dólar

Economía 12 de julio de 2022
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“Tarde en la ciudad, dólares/ Gente que viene y que va, dólares/ Yo los compré a 7.000, dólares/ Porque estaban por subir/ Yo, que nunca fui gil, dólares/Dije: Se va a quince mil, dólares/ Cuando en febrero compré, dólares/ Ay, Dios, cómo me ensarté”. Con la melodía del hit setentoso de Los Náufragos y una letra adaptada a la coyuntura, las bailarinas de Tato Bores inauguraban la temporada 1991 del clásico televisivo del domingo a la noche. No habían pasado dos años desde la hiper que puso fin a la etapa alfonsinista y el dólar estaba en todas partes: se informaba, se discutía, se negociaba… y se bailaba.

El verano de ese año de comienzos del menemismo había sido caliente: a fines de enero, el dólar había saltado de 5.800 a 9.800 australes, arrastrando en su carrera al ministro de Economía y al presidente del Banco Central. Pero la presencia del dólar en las variedades televisivas no era nueva. Hacía décadas que la divisa estadounidense permeaba la vida cultural y el humor de los argentinos. A fines de 1975, apenas tres meses antes de que se desatara la hora más negra de Argentina, Javier Portales y las hermanas Pons protagonizaban la revista “Los verdes están en el Maipo”, escrita y dirigida por Gerardo Sofovich. La promoción invitaba al público a disfrutar de los “altamente cotizados verdes de la risa”.

Muy lejos de la City y sus operadores, el mercado de cambios se ha vuelto en Argentina un escenario familiar. El dólar interpela la risa cómplice del espectador televisivo o del público del teatro de revistas. Es una moneda popular.

Para entenderlo es necesario analizar el lugar que ocupa la moneda en la sociedad. A menudo se piensa a la moneda como un instrumento neutral, siempre idéntico a sí mismo. Sin embargo, como demuestra el caso del dólar en Argentina, es posible concebirla de otra manera, como una entidad que es redefinida por usos y significados que son contextuales e históricos. La moneda, al mediar determinadas relaciones sociales, se vuelve portadora de significaciones particulares, se halla habilitada para ciertos usos y a la vez condenada para otros (el dólar sirve para pagar un departamento pero no un chicle) y comunica algunos valores mientras obstruye otros. Asume así la forma de una “moneda especial”.

El dólar es la moneda especial de los argentinos: en la medida en que es “fuerte”, permite preservar el valor que pierde el peso y sirve para ahorrar o para realizar inversiones. También funciona como un patrón estable para expresar los precios de la economía, sobre todo en contextos de inestabilidad. Pero es mucho más que eso. La cotización del dólar es una cifra que no sólo nos habla de economía.

Dolarizados

¿Por qué los argentinos convirtieron al dólar en su moneda especial? Se suele invocar dos explicaciones para dar cuenta de este fenómeno. La primera carga todo el peso de su argumentación sobre la inflación. Desde la década de 1940, ciclos reiterados de aumentos graduales o violentos de precios habrían transformado al dólar en un “refugio” natural, una huida hacia el valor en contextos de depreciación de la moneda nacional. La segunda explicación se basa en las condiciones estructurales de funcionamiento de la economía argentina, que no logra escapar a la dificultad crónica de obtener los dólares que necesita para financiar su desarrollo. Este problema, conocido como “restricción externa”, genera una escasez de la divisa estaounidense que a su vez presiona sobre la demanda como forma de anticipar recurrentes devaluaciones.

 
Consideramos que se trata de condiciones necesarias pero no suficientes para entender por qué el dólar asumió un rol relevante tanto en las prácticas como en los debates económicos de los argentinos. De hecho, Argentina no es el único país con una historia marcada por períodos de alta inflación: no hace falta mirar muy lejos para encontrar ejemplos de ello, como Brasil. Tampoco la “restricción externa” es un rasgo exclusivo de Argentina: esta característica estructural afecta a una larga lista de países.

Hay por lo tanto que considerar también otras dimensiones. Desde 1930 se desarrolla en Argentina un lento pero progresivo proceso de “popularización del dólar”. A lo largo de este extenso período, la información sobre el dólar pasó de ser un asunto reservado a los expertos en el mercado financiero o el comercio exterior a convertirse en un tema de relevancia pública y política para sectores sociales cada vez más amplios.

En paralelo a ello, el dólar devino moneda de uso regular y corriente en las prácticas de ahorro, inversión, crédito y consumo de actores con escaso contacto previo con el mercado financiero. Sin embargo, sin una serie de mediaciones previas muy determinantes, jamás habría sido posible la incorporación de la moneda estadounidense a estas operaciones. La más importante de estas mediaciones es la construcción del dólar como artefacto de la cultura popular. El dólar, en efecto, se ha convertido en algo familiar, fácil de decodificar, capaz de orientar cognitiva, emocional y prácticamente a quienes se internaban en universos económicos antes poco conocidos. En otras palabras, para que el dólar fuera utilizado en cada vez más cuestiones, del atesoramiento en una caja de seguridad al precio de los departamentos en una inmobiliaria de barrio, era necesario que su uso se extendiera socialmente hasta convertirse en algo popular y cotidiano.

Aunque el origen de esta tendencia se remonta a los años 30, la primera etapa de la popularización se ubica entre fines de los 50 y principios de los años 70, un período signado por una fuerte inestabilidad política y económica que se manifestó, entre otras cosas, en una serie de devaluaciones periódicas del peso. Fue en esta etapa que el dólar dejó de ser una referencia exclusiva de los economistas y comenzó a volverse familiar para un público cada vez más amplio. La prensa cubría los movimientos bruscos del mercado cambiario, la publicidad convirtió al dólar en uno de sus íconos y la moneda estadounidense se empezó a erigir en el “termómetro” de la realidad política: en estos años, por ejemplo, el diario Clarín publicaba en tapa el valor del dólar comparado con el precio del lomo y las casas de electrodomésticos anunciaban en esa moneda los valores de televisores o heladeras.

Desde mediados de los 70 hasta fines de los 80, un período de altísima inflación, la popularización del dólar se expandió y profundizó: una proporción creciente de distintos sectores sociales lo incorporan como parte de sus repertorios financieros. Al mismo tiempo, ciertos mercados domésticos (entre ellos el inmobiliario) pasaron a utilizarlo definitivamente como unidad de referencia y/o medio de cambio. La hiperinflación de 1989 constituyó un punto de inflexión en ese proceso: en ese año, que es también el del pase de mando de Raúl Alfonsín a Carlos Menem, es decir el primer recambio presidencial tras la vuelta de la democracia, el dólar ocupó toda la atención pública. Durante los meses calientes de la hiper, el mercado cambiario monopolizó la agenda periodística y las transacciones más corrientes –el pago por un servicio de reparación, un plomero o una sesión de psicoanalista– se cotizaban en dólares.

Dólar 2001

La crisis de fines del alfonsinismo llevó a una consolidación del bimonetarismo. Luego de esta experiencia traumática, la sanción de la Ley de Convertibilidad en marzo de 1991 puede ser interpretada como un intento de legalización de prácticas que ya estaban extendidas en la economía (pagar, ahorrar e invertir en dólares). En efecto, los diez años del uno a uno fueron también los de cierto disciplinamiento de esa popularización que venía del pasado, de la mano de una profunda transformación del sistema financiero, cuyas consecuencias quedaron al desnudo en diciembre de 2001.

Esa crisis, y el nuevo ciclo político kirchnerista que se inició en 2003, no significaron el fin de ese largo proceso de integración del dólar en los repertorios financieros de los argentinos, pero sí introdujo algunas novedades. En primer lugar, la crisis de 2001-2002 marcó la primera vez en la historia en que un conjunto de actores movilizados de manera sostenida (ahorristas, deudores hipotecarios) articularon demandas específicas en relación al dólar, constituyéndose en un claro emergente de este camino de popularización de la moneda estadounidense. En esa línea, no resulta desatinado ubicar las críticas al “cepo cambiario” registrado entre 2011 y 2015 como herederas de esas transformaciones.

Así, una de las grandes novedades del período pos-2001 fue que la historia de la popularización del dólar encontró un hito en las demandas formuladas en una lógica de derechos, de una manera inédita hasta entones y que luego incidiría en el triunfo de Mauricio Macri en las elecciones de 2015. La otra novedad, relacionada con la anterior, es que en ese mismo período la popularización del dólar fue puesta por primera vez en discusión desde el Estado (a través de la “batalla cultural” acerca de los usos del dólar), con un eco notable en el debate público. Así como las más altas autoridades del Estado, comenzando por el Presidente, convocaban a los funcionarios a pesificar sus inversiones en plazos fijos, los sectores opositores se movilizaban y protestaban por las restricciones a la compra de dólares.        

Lechuga

El ciclo macrista también estuvo signado por el dólar. Luego de las bruscas devaluaciones de 2018, las últimas semanas de aquel año y las primeras de 2019 trajeron cierta tranquilidad en el mercado cambiario. Esa calma se reflejó rápidamente en las encuestas de opinión. El año de la elección presidencial comenzaba así asociando dólar e intención de voto. Para oficialistas y opositores, la suerte del gobierno de Macri y de su proyecto reeleccionista dependía en buena medida de su capacidad para evitar una nueva corrida cambiaria. Pero ya al promediar el verano aparecieron signos claros de que el gobierno tendría serias dificultades para mantener el valor del dólar dentro de los límites previstos. La oposición, por su parte, se fortalecía a medida que el dólar parecía perder la estabilidad que se había logrado a fuerza de tasas de interés elevadas y desembolsos del FMI.

En marzo de este año, en un contexto de aumento de la inflación, el equipo económico logró comprometer un nuevo desembolso del Fondo y la autorización a utilizar esos recursos para calmar al mercado cambiario. Un mes después, la medida ya se revelaba insuficiente y el organismo daba el visto bueno para sucesivas rectificaciones que buscaban garantizar al gobierno mayores márgenes de maniobra: autorizaba al gobierno a utilizar libremente las reservas. El objetivo estaba claro: el dólar debía permanecer quieto hasta octubre.

La estrategia parecía suficiente para garantizar la competitividad electoral de Macri. Las encuestas mostraban un escenario cada vez más parejo entre el gobierno y el peronismo; algunas indicaban incluso una paridad. Sin embargo, los resultados de las primarias del 11 de agosto cancelaron el proyecto de reelección y abrieron un nuevo escenario.

Al día siguiente de las PASO, tras una jornada intensa en el mercado de cambios, el dólar cerró a 58 pesos, es decir 12 pesos más caro que el viernes anterior. Con su habitual rapidez, siete minutos después del cierre del mercado la placa de Crónica TV ironizaba sobre la realidad que marcaría las negociaciones pos PASO. En el ángulo superior izquierdo de la pantalla se leía: “La lechuga cerró a 58”. Y en el centro: “El dólar a meses de jubilarse”.

Las primarias reforzaron una ley de hierro en la que está atrapada la democracia realmente existente en Argentina y que es resultado de casi 40 años de un proceso que se retroalimenta: por un lado, la popularizacion del dólar es la fuente de su centralidad política, y al mismo tiempo esa centralidad afianza al dólar como moneda popular.

Por eso el mercado cambiario no es una simple instancia económica sino una institución política de nuestra democracia. Los actores políticos, oficialistas y opositores, miden sus chances de éxito o fracaso a través del escurridizo valor de la moneda estadounidense. Más se escapa el dólar, más se alejan las posibilidades del gobierno. Gobernar Argentina es gobernar el dólar. Mientras tanto, los ciudadanos de a pie no pueden dejar de prestar atención a las oscilaciones del billete verde, porque leen en ellas el rumbo de la economía y las alternativas de la política. Ignorar ese valor, que los medios de comunicación informan a diario como si se tratara del tiempo, equivale a quedar excluidos de la vida pública. Todos atan su suerte al dólar, una moneda argentina y popular. 

Por Mariana Luzzi y Ariel Wilkis para el Le Monde Diplomatique

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