Soy Nicolás Maquiavelo: 10 lecciones para políticos argentinos

Actualidad - Nacional 15 de junio de 2022
maquiavelo

Hola, soy Nicolás Maquivelo. Nací en Florencia, un 3 de mayo de 1469, en pleno Renacimiento italiano. Ese día conmemora el día de la Santa Cruz y del albañil. Curiosidades del destino; cuando llegó mi hora, me sepultaron en la Basílica de Santa Cruz, y en buena parte mi vida, cuando llegó el exilio, me tocó ser albañil y talador de árboles en un pequeño campo propiedad de mi familia.

¿Se llama predestinación?

Mi padre, Bernardo, era abogado. Había empobrecido por las deudas de mi abuelo, un irresponsable que gastaba más de lo que podía.

Además de diplomático, filósofo y político, ustedes me consideran el padre de la Ciencia Política moderna, algo que jamás busqué. Mi intención se limitaba a tratar de descifrar cuál era el mejor sistema de gobierno y darle consejos a los soberanos de la época sobre cómo llegar y mantenerse en el poder. Mi obra más importante, que todos mencionan pero pocos han leído, El príncipe, fue publicada 1531, después de mi muerte. Allí expresé mi pensamiento.

Primera lección: es mejor ganar la confianza de la gente que confiar en la fuerza. Lamentablemente es propio de mentes inteligentes, por eso tanta represión a lo largo de la historia.

Florencia estaba dividida en dos corrientes, la del austero Savonarola, y la de Lorenzo de Médici, hombre fascinado por el esplendor.

Siempre me impresionó la magnificencia de Lorenzo. Cómo habrá sido mi admiración, que dediqué mi libro principal a su nieto.

Después de servir en una oficina pública, fui nombrado canciller y secretario. Mi rol fue importante en los asuntos de gobierno, habiendo quedado mis decretos, registros y despachos como guías de trabajo.

Nunca tuve preocupación por el monto de mi sueldo. Estaba dispuesto a cobrar poco si trabajaba en aquello que me gustaba. ¡Qué diferente a las noticias que llegan de Argentina! Allí parece que la política sirve para hacer dinero y trabajar poco.

Mi vida pública estuvo enmarcada por la ambición del papa Alejandro VI y su hijo, César Borgia. Ambos personajes ocupan un gran espacio en El príncipe.

César es el héroe de mi obra, el tipo de hombre que crece con la fortuna de otros, aunque sus habilidades fueron insuficientes para enfrentar las dificultades. No estaba preparado, yo podría haberlo ayudado.

Cuando murió Alejandro VI, me enviaron como observador en la elección de su sucesor. Allí tomé conciencia de las maniobras de César Borgia para forzar la selección de Julio II, uno de los cardenales que más le temía.

Segunda lección: aquel que piense que los favores que se hace a los enemigos harán olvidar ofensas pasadas, se autoengaña. Julio II no descansó hasta ver a César en la ruina. Argentina tiene larga experiencia en este campo. Traición tras traición, una cadena de felonías interminables, que fueron destruyendo las instituciones con prisa y sin pausa.

Julio II comenzó una cruzada contra Bolonia. La campaña resultó una de sus más exitosas aventuras. La razón fue el ímpetu que le impuso.

El fin y los medios
Tercera lección: hay muchas semejanzas entre hacer fortuna y seducir mujeres. Es el osado, no el cauteloso, el que conquista a ambas. Carlos Menem estudió muy bien esta lección.

Las personas no son como uno las observa públicamente. Un ejemplo es Fernando II de Aragón, el “rey católico”. Conseguía conquistas bajo el manto protector de la religión, pero en realidad desconocía los principios básicos de la piedad, la fe, la humanidad y la integridad.

Cuarta lección: poco hubiese alcanzado si se hubiera dejado influir por dichos principios.

Quinta lección: cuando está en juego la patria, no se debe guardar ninguna consideración a lo justo o lo injusto, lo piadoso o lo cruel, lo laudable o lo vergonzoso. Se ha de seguir el camino que salve la vida de la patria y mantenga su libertad, más allá de cuál sea. Supongo que por ello me endilgan la frase “el fin justifica los medios”. Si bien la comparto, nunca me expresé de esa manera.

Sexta lección: viéndonos obligados a adoptar una bestia que nos ayude, la picardía obliga a escoger un zorro y un león. El león no puede defenderse de las trampas, y el zorro no puede defenderse de los lobos. Por lo tanto, es necesario ser un zorro para descubrir las trampas y un león para aterrorizar a los lobos.

El general Juan Domingo Perón conocía mucho de táctica “militar”. Para disimular aparecía en las fotos con dos caniches, pero tenía claro que necesitaba zorros y leones.

Lo extraño, es que un hombre de su inteligencia, no se haya dado cuenta a tiempo de que había que reemplazar la táctica. Le hubiera aconsejado mantener al zorro para evitar caer en las trampas, pero necesitaba jubilar al león, que aterrorizaba a buena parte de la sociedad.

Si hubiera estado cerca de él, se lo habría recomendado, y la historia sería otra. Cristina Fernández debería leer esta lección.

Séptima lección: todo gobernante debe tener virtud y fortuna para llegar al poder. Virtud para tomar buenas decisiones y fortuna para conquistar un territorio con una situación que lo beneficie. Una vez que obtenga el poder, mediante el crimen y el maltrato, aun siendo vil y déspota, debe cambiar esa actitud, dándole libertad al pueblo para ganarse su favor. Al fin y al cabo, este será el que decida su futuro.

A raíz de la batalla de Agnadello surgieron problemas entre el Papa y Francia, que dejó a mi querida Florencia desprotegida.

El Papa impulsó el regreso de los Médici, lo que desencadenó el fin de mi carrera oficial.

Fui apresado y torturado. Me acusaron de ser parte de una conspiración contra los Médici. El pontífice León X usó sus buenos oficios para liberarme. Me retiré a mi propiedad en San Casciano, a unos 15 kilómetros de Florencia. Hice de albañil y ayudé a talar un bosque junto a los obreros que contraté. Eran mis nuevos amigos, con quienes comía, jugaba y hablaba para sentirme vivo.

Octava lección: no menosprecies a personas de menor rango, pueden ayudarte a sobrevivir.

En las noches tenía mi espacio. Me despojaba de la ropa de fajina y me ponía trajes de cuando ejercía el servicio civil. Bien ataviado leía a Dante, Petrarca y Ovidio, dedicando cuerpo y alma a la literatura. Escribí ocho libros, de prosa ágil y clara.

Macri, Cristina, y quienes tienen aspiraciones, deberían leer a los clásicos. Además de instruirse, los haría comprender la esencia del poder.

Una vez libre, me encargaron gestionar la liberación de trabajadores del gremio de la lana, que habían sido secuestrados. Gracias a mis buenos oficios, lo logré. El gremio, en agradecimiento, me compensó con buena cantidad de dinero. Con parte de él, compré un billete de lotería, que fue premiado con 20 mil ducados. Pude saldar mis deudas.

En otra de mis obras, Discursos de la primera década de Tito Livio, es donde muestro mi visión en cuanto a la estructura de un Estado, describiendo como mejor forma de gobierno una República, no la monarquía absoluta. Es la mejor manera de contener los conflictos en la esfera pública.

El final de mi vida llegó en mi ciudad natal. Una peritonitis aguda dijo basta. Tenía sólo 58 años. El éxito de mi obra vino en siglos posteriores. Era lógico. La fría forma y lo poco religioso de la manera en que presenté mis ideas sobre el gobierno causaron gran escándalo en ese momento.

En la época en que les toca vivir, mi modo de entender cómo se debe llegar y cómo se debe ejercer el poder, es moneda corriente. En ese campo no hay ideologías ni diferencias.

Novena lección: estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros (frase atribuida por la leyenda urbana a Groucho Marx).

Décima lección: a juzgar por los hechos, yo, Nicolás Maquiavelo, tengo larga vida por delante en Argentina. La razón: no quieren jubilar al león.

Te puede interesar