Todas las grietas, la grieta

Actualidad - Nacional 19 de mayo de 2022
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Un observador que tome distancia de la coyuntura podrá comprobar que hechos y debates públicos están reflejando en el centro de los antagonismos la puja por definir a quiénes pertenece el país, quiénes van a decidir las políticas fundamentales: ¿ejercerá el conjunto de argentinas y argentinos como titular de la soberanía, o le será usurpada por los pocos grandes concentradores de riqueza, algunos de los cuales ya no habitan en territorio argentino? Interrogantes que adquieren dramaticidad con la participación activa y abierta de la Embajada y otras entidades norteamericanas.

La disputa es bicentenaria, aunque en los días que corren presenta una singularidad: para adueñarse de lo que les pertenece, millones de compatriotas deberían alcanzar condiciones de vida que les permitan por lo menos despreocuparse por la comida diaria.

Por eso la diferencia crucial entre los contendientes remite a los modos de acumulación y distribución, cuestiones fundamentales en las que la oposición real y su brazo político lucen más homogéneos que el Frente de Todos. Esta dinámica, acelerada por las preocupaciones electorales, no puede evitar el tratamiento de continuidades y rupturas con la concepción y las realizaciones de los distintos actores colectivos en lo que va del siglo.

En este contexto aparecen, por un lado, protagonistas bien intencionados que por omisión o confusión desconocen aspectos insoslayables en el diseño de estrategias e instrumentos para avanzar en cualquier proyecto de raigambre popular; y por otro, la oposición tergiversando datos duros que ella misma produjo como oficialismo. El panorama se completa con ataques de distinto tenor —o intentos por domesticar— al kirchnerismo y a su lideresa, razón por la cual es oportuno reflexionar sobre la razón de ser y las proyecciones de ese sujeto político que irrumpió en 2003 y consolidó su identidad en 2008.

Cultura y proyecto

El kirchnerismo es esa cultura política que se fraguó al calor de los gobiernos de Néstor y Cristina, recuperó las banderas y alcanzó realizaciones propias del primer peronismo, y trascendió largamente a esa parte del Partido Justicialista que bien puede encuadrarse en la tradición del conservadurismo popular.

El advenimiento del kirchnerismo no sólo significó mayores salarios —visibles e invisibles— y mejores condiciones de trabajo, sino también una transferencia de poder social a los sectores más vulnerables, contradicción central con el proyecto de la derecha. Asimismo, la experiencia que le sucedió enseña que el programa es insuficiente si se limita a esas conquistas: debe instituir un nuevo orden social que supere al de la Constitución de 1853/1994, lo que implica construir un nuevo Estado.

Ahora bien, si el proyecto asociado a aquella cultura política no se consumó, tampoco desapareció ni ha sido superado, está pendiente de realización. Las candidaturas de Daniel Scioli y Alberto Fernández reflejaron las dificultades para generar relevos que expresaran en la arena política aquel acervo cultural, y las resistencias que suscitó dentro y fuera del peronismo; el colmo fue que provocaron en el Régimen la ilusión de que con ellas se terminaba el kirchnerismo.

Interrumpida la gesta popular, para superar la dramática realidad del presente y volver al camino de la emancipación es necesario acumular fuerza social, es decir, construir un Frente Nacional, que no debe ser concebido como una superación del kirchnerismo sino todo lo contrario: el kirchnerismo es parte insustituible y fundamental del movimiento nacional-popular. Sin embargo es oportuno consignar que, a partir del reconocimiento de la vasta obra iniciada en 2003, hay que entender que los nuevos problemas creados en el país y en el mundo exigen que tal carácter transformador abandone toda complaciente contemplación del pasado para pasar a formas de acción y contenidos programáticos que operen con eficacia en el presente. Ese amplio Frente Nacional podría tener una expresión política distinta al Frente de Todos: el antagonismo kirchnerismo-antikirchnerismo no es una controversia entre partidos sino entre fuerzas sociales, no es entre actores del sistema político superestructural sino entre sectores sociales. El kirchnerismo es la forma política que han encontrado en el presente las fuerzas sociales de la transformación, para disgusto de los soñadores de la revolución perfecta y el miedo-odio de las fuerzas reaccionarias.

La lucha por la reparación nacional es un desafío colectivo; es decir, impone entre otros requisitos contar con una organización política que esté a la altura de semejante misión histórica. El capitalismo globalizado condiciona, pero no tanto como para abandonar el objetivo de librarnos de la función subalterna que nos ha sido asignada en la división internacional del trabajo.

Religión y bloque histórico

A esos efectos, el pensamiento de Antonio Gramsci puede ser una guía orientadora; no porque nuestros objetivos coincidan con los del fundador del Partido Comunista de Italia, sino porque sus aportes teóricos son útiles para reflexionar sobre transformaciones sociales y políticas, algo que la derecha entendió hace tiempo y leyó con ahínco.

En la cárcel de Turi, en Bari, Gramsci estableció a través de la lectura diálogos con distintos autores, analizó minuciosamente sus obras y plasmó una parte sustancial de la suya en los Quaderni del carcere (Q). La fuerte influencia de la religión católica y su organización eclesiástica en la Italia de la época fue uno de los factores inspiradores de la obra de Gramsci, quien atribuye especial importancia a la cuestión cultural: el análisis del “sentido común” —hoy suele nombrarse con “subjetividades”— se inserta en su preocupación por el estudio de la ideología, la mentalidad y los sentimientos de las masas. Lo que se denomina genéricamente “neoliberalismo” ocupa en la actualidad un lugar que se asemeja al de la religión en términos sociales: en gran parte del mundo se han impuesto formatos institucionales que le son afines y está cerca de constituir una cosmovisión.

La relevancia política que concedió Gramsci a las ideologías es la razón por la que estudió las relaciones entre infraestructura y superestructuras sociales. La importancia de la reconstrucción de estos conceptos no estriba exclusivamente en la definición que da de ellos, ni en la incidencia primaria que otorga a uno u otro, sino en el vínculo que les atribuye a través del concepto de bloque histórico: «No es verdad que la filosofía de la praxis ‘separe’ la estructura de las superestructuras, cuando por el contrario concibe su desarrollo como íntimamente conectado y necesariamente interrelacionado y recíproco».

Si la infraestructura condiciona la posibilidad de crear una nueva historia, las superestructuras representan las iniciativas que realizan esa historia. Conforman las superestructuras todas aquellas instancias o niveles, formas de conciencia y de la organización social que no constituyen las condiciones materiales de existencia; y dada su relativa autonomía, pueden llegar a constituir el motor de la sociedad frenando o acelerando las transformaciones sociales. En esa línea, el análisis de la dimensión institucional, tiene un tratamiento privilegiado en Gramsci: «Para la filosofía de la praxis las superestructuras son una realidad objetiva y operante. Afirma que los hombres toman conciencia de sus posiciones sociales y de sus objetivos en el campo de las ideologías; y ello no es una pequeña afirmación de realidad».

En el Quaderni 3, en apuntes titulados “Material ideológico” (p. 332-333), afirma que puede analizarse con rigor la superestructura ideológica de una clase en el poder solamente si tomamos en cuenta la organización material en la que se sostiene y desarrolla: es fundamental el aparato de producción de libros, revistas y diarios, pero no es todo, la ideología se extiende a nivel popular también a través de bibliotecas, clubes de opinión, la arquitectura que se promueve y el nombre de las calles; aunque el Estado, la escuela y la organización escolar constituyen las instituciones por antonomasia de la superestructura ideológica. Agreguemos estatuas y toda la parafernalia que se apoya en dispositivos electrónicos.

La reciprocidad y el carácter de vínculo orgánico estructura-superestructuras justifican tanto el uso analítico del concepto de bloque histórico como su aplicación política, que consiste en romper el bloque histórico dominante y construir uno nuevo nacional-popular.

No es lo mismo bloque histórico que bloque de alianza de clases o bloque de poder. La alianza de clases es base y condición del bloque histórico, pero este es algo más: implica la transformación de la estructura y las superestructuras. Existe cuando es completa la hegemonía de una clase sobre el conjunto social; esa clase es dominante y dirigente cuando tiene intelectuales orgánicos, controla los resortes de la economía, convierte su filosofía en cosmovisión de masas y sus intereses en universales –nacionales—, disgrega a sus adversarios, logra el consenso de las clases y grupos sociales afines, produce una crisis orgánica en el viejo orden social y aglutina y configura una voluntad colectiva en un partido transformador.

Se deduce que en la Argentina la lucha por la hegemonía está abierta, que la disputan dos bloques de poder y que el que integran los anfitriones de la reunión realizada hace pocos días en Bariloche cuenta con ventajas respecto del que encabeza el kirchnerismo. Si algo faltaba para justificar la importancia que tiene para los sectores populares contar con el artefacto político necesario para librar ese combate, ahí está la fuerte insistencia de la derecha para imponer la “boleta única”, un instrumento especialmente útil para debilitar los partidos.

El príncipe moderno y el Régimen

Gramsci abordó el tema de la organización política necesaria para la creación de un nuevo Estado. Inspirado en el título del libro más conocido de Maquiavelo –cuya obra reinterpretó— propuso la metáfora del príncipe moderno, consistente con su teoría política y, en particular, con su concepción de partido político, que no puede ser como en Maquiavelo una persona real, un individuo concreto, sino un organismo colectivo y complejo en el que se haya iniciado la concreción de una voluntad colectiva nacional-popular reconocida y afirmada en la acción. Tanto el florentino como el sardo tenían al momento de escribir una amplia experiencia política.

Además del Estado y de la escuela, Gramsci presenta al partido político como una instancia decisiva para la educación de las masas populares. Una de las tareas fundamentales del partido político será dedicarse a la reforma intelectual y moral, es decir, “a la cuestión religiosa o de una concepción del mundo”, que no es otra cosa que el desarrollo de la voluntad nacional-popular hacia una forma superior de civilización moderna. Para mostrar el carácter metapolítico del partido —lo que nosotros llamamos movimiento—, Gramsci lo propone como la prolongación de El Príncipe, es decir, como fundador de un tipo de Estado que sea encarnación de la voluntad de las masas y fiel servidor de sus necesidades: «Se debería traducir en lenguaje político moderno la noción de ‘Príncipe’, tal como se presenta en el libro de Maquiavelo, se debería hacer una serie de distinciones: ‘Príncipe’ podría ser […], pero también una jefatura política que quiere conquistar un Estado o fundar un nuevo tipo de Estado; en este sentido, ‘Príncipe’ podría traducirse en lengua moderna como ‘partido político’”.

Equívocos y violencias

Como anticipé en el primer apartado, percibo que algunes compañeros incurren en equívocos que implicarían repetir errores de un pasado interminable: pretenden jubilar a CFK, algunos hasta se entusiasman con un kirchnerismo sin Cristina… ¿Remembranza? Descartadas cuestiones menores de tipo personal, se destaca un fundamento de esa osadía: el discurso de la “renovación”, tantas veces usado para atacar las incorregibles rebeldías de líderes populares, confunde renovación con cambio de caras y edades. Aunque, aun si la cuestión tuviera que ver exclusivamente con esos parámetros, omiten que la jefa del kirchnerismo ha llegado más lejos que cualquiera de sus antecesores en eso que Perón llamaba “trasvasamiento generacional”, basta con prestar atención a les funcionarios que propuso y asumieron altas responsabilidades en el gobierno.

En materia de discurso, los sectores autodenominados antipopulistas critican a CFK porque gasta mucho en carteras, no les gusta cómo habla y es “personalista”; y subestiman a quienes la respaldan en la calle porque son “planeros” o “choripaneros”, como si se tratara de una manada de esclavos que sigue a un capataz, no una multitud de hombres y mujeres que aspiran a obtener la verdadera libertad y con plena conciencia adhieren a una conductora que los interpreta.

Propios y extraños cometen el mismo error, plantean en términos estético-psicológicos algo que es producto de las circunstancias históricas: no es la primera vez en nuestro país, o en América latina, que toda una corriente histórica se polariza en una persona, síntesis de los anhelos populares.

En tanto, el bloque de poder opositor ha fracasado con éxito en sus ensayos para neutralizar ese liderazgo. Hasta ahora no ha buscado su eliminación física pero no sería prudente descartar algún intento, sobre todo después de los piedrazos. El dispositivo de persecución está intacto: esta semana le tocó actuar a uno de los fiscales ante la Cámara Federal de Casación.

A unos y otros Cristina les complica la existencia político-económica, por eso la quieren fuera de escena. Tal vez no comprenden que la contradicción Régimen-kirchnerismo es de tal hondura que no admite bases de conciliación, a pesar de quienes piensan que la lucha es una confrontación de ideas puras o de ambiciones de individuos o grupos.

Por Mario de Casas

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