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Actualidad - Internacional 16 de abril de 2022
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Inodoro: Ustedes tendrían que dejar la violencia.
Cacique: Si hiciéramos eso, en vez de un malón
seríamos una corriente filosófica.R

oberto Fontanarrosa, “Inodoro Pereyra”.

Mientras usted lee y yo escribo esta columna, la France se debate, y lo seguirá haciendo por una semana más, entre elegir una derecha neoliberal o una ultraderecha neoplásica (palabra tomada de la oncología que refiere a ciertos procesos malignos) para regir el destino de sus ciudadanos o al menos para gobernarlos durante los próximos años.

Aquel mayo francés, el del '68, es tristemente remplazado por este abril del 22, que, lejos de ser primaveral (en Europa, digo) promete tiempos fríos, al menos para las grandes mayorías. Los de aquel mayo ahora podrían decir: “Seamos realistas, pidamos que vuelva la monarquía”, “Ya no está prohibido prohibir; no es necesario: la gente se reprime sola” o “La imaginación al poder… adquisitivo" ("se puede comprar de todo, pero no se puede comprar nada", lo explicaría claramente cualquier argentino “máster en Vida Cotidiana” circulante por París, Buenos Aires o el tercer anillo del conurbano).

Pero quizás la ultraderecha sí haga suyo aquel lema que supo ser de izquierda hace unas décadas, “la imaginación al poder”, con la salvedad de que las cosas que elles imaginan son más dignas de Stephen King que de Sartre o Althusser.

El problema no es que la ultraderecha exista, sino que seduzca a una parte (no menor) del electorado. Viene al caso una vieja reflexión mía: “Si veo a una persona proclamando que es Dios, no me preocupa: los delirantes merecen su lugar bajo el sol como el resto de las personas; pero si vuelvo a pasar al rato y veo a cientos o a miles que le están rezando, ahí no me puedo quedar tranquilo”.

“¿Qué tendrá el petiso cuando las provoca? / ¿Qué tendrá el petiso, que a las mujeres las vuelve locas?”, cantaba Ricky Maravilla hace 30 años, y no se refería a Hitler (que en su libro Mi lucha sugirió que “las masas son como las mujeres”, y él no valoraba, ciertamente, ni a unas ni a otras).

Ahora, ese mismo tema podría evocar a cualquier líder de ultraderecha, petiso o no, que volviera loca a mucha gente, más allá de su sexo, género, raza, religión o preferencias gastronómicas.

No podemos dejar de preguntarnos por qué. Y, si somos honestos, confesaremos que esa respuesta no la tenemos, porque, como diría el licenciado A., si la tuviéramos estaríamos en Oslo cobrando el premio Nobel y no aquí escribiendo estas líneas (las escribiríamos igual, pero desde allá).

Está bien, ya sé: no tendremos la respuesta correcta, la palabra precisa ni la sonrisa perfecta, pero tenemos preguntas, tesis, y esas, aunque cotizan bajo en el mercado, las podemos usar. Quienes siguen esta columna saben que más de una vez comenté que la derecha se adueñó del sentido común. No, no, perdón, quise decir “la derecha inventó el sentido común”. Ay, no, perdón, hoy no le emboco a la tecla adecuada, quise decir “la derecha nos impone sus valores y los disfraza de sentido común, de lógica colectiva”.

Nada más lejos de la verdad y más cerca de la mentira que semejante idea, la del “sentido común”.

Y el problema es que muchas veces “la izquierda” o “las izquierdas” le creen. Entonces, tratan de inventar “un sentido común, pero de izquierda”. Nada más lejos de lo posible que eso. Quiero decir: podrían tomarse el trabajo de escuchar los sentidos singulares y, “con” ellos –unidos, no unificados–, construir, digamos, algo que podría llamarse “sentido colectivo” –producto de la cooperación, la suma, la intersección de los sentires– que interprete, no represente, a todos, todas y todes. Peeeeero...

Y entonces la derecha, y ahora la ultraderecha, que sabe por diabla pero más sabe por vieja, realiza y difunde diagnósticos certeros. Habla de lo que pasa, parece como si nos escuchara. Lo que no dice (y jamás lo diría, porque se autodestruiría cual casete de Misión imposible si lo hace) es el “tratamiento” que proponen, o sea, qué harían ellos (o qué hacen ya, sin necesidad de ser gobierno) para resolverlo. Los nazis hablaban de “problema judío” y “solución final” refiriéndose a la Shoá, un nefasto plan de aniquilamiento de millones de personas. Así es la ultraderecha.

El Mundo Today, la página web española –a mi gusto, de lectura imprescindible para quienes seguimos creyendo en el humor como manera de entender las cosas–, se/nos pregunta: “¿Qué sientes cuando ves al que te hizo bullying en tu infancia envuelto en la bandera de Ucrania?" No pude dejar de asociarlo con los muches argentines que ahora apoyan a la misma OTAN que nos atacó en Malvinas en 1982.

Mientras tanto, en la Argentina ¡hay épica! Esta semana se libró la así llamada “Batalla de Puan”, donde grupos de estudiantes, militantes de algunos partidos de nuestra izquierda autopercibida, llegaron a la violencia física luego de discutir. No fue por la dialéctica marxista; ni por maoísmo versus trotskismo. Tampoco por el conflicto en Europa del Este. Ni por la Revolución por etapas versus la Revolución permanente; ni por el pago o el repudio de la “deuda macrista”. Ni siquiera por el colesterol (“que la tortilla se vuelva” versus “aquí se queda la clara”). Todo fue por un “quítame de allí ese cartel” o algo similar.

Marcelo Rudaef para Página 12

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