





Las clasificaciones políticas suelen estar ligadas a subjetividades predominantes, sin que por ello carezcan de sentido si favorecen análisis y debates que parecieran necesarios en estos tiempos.


Tradiciones argentinas
Desde la irrupción del Peronismo en la escena política argentina, a mediados del siglo pasado, ha constituido un fenómeno difícil de encasillar en las clásicas categorías que distinguían -cuanto menos en teoría- ideologías y estructuras partidarias.
En buena medida, por recurrir a concepciones eurocéntricas en las que se referenciaban los partidos por entonces existentes o las fuerzas políticas que se erigían como antisistémicas, y también por el afán de estigmatizarlo forzando equivalencias con los totalitarismos europeos originados en las primeras décadas del siglo XX.
En su devenir se fueron sumando otras cuestiones, ya no desde afuera de ese Movimiento sino al interior del mismo en donde hubo recurrentes tensiones entre los diferentes sectores que lo conformaban, que exhibían diferencias cuya relevancia se acentuaba en cada ocasión en la cual disputaban hegemonía y que, finalmente, se zanjaban -aunque no desaparecían- por la intervención de Perón cuyo liderazgo se imponía.
La vocación “frentista” del Peronismo que se verificaba en cada instancia electoral, implicaba alianzas que no necesariamente se traducían en una participación similar en la gestión de gobierno entre 1946 y 1955, ni en las acciones desplegadas cuando fue oposición en las casi dos décadas en que estuvo proscripto.
El retorno al gobierno entre 1973 y 1976 constituyó una experiencia particularmente traumática, por la profundización de los enfrentamientos internos que se verificaron tanto en las presidencias de Cámpora, del mismo Perón y de Isabel.
La década menemista iniciada en 1989 sumó múltiples elementos para el desconcierto, produciendo una suerte de implosión del Peronismo al generar una deconstrucción de sus bases doctrinarias y una orientación crudamente neoliberal de las políticas de gobierno que daba la impresión que anunciaban su definitiva desaparición.
El nuevo siglo
La confrontación electoral entre Menem y Kirchner en el 2003, sin que uno ni otro pudieran valerse del Partido Justicialista como eje de los respectivos Frentes, dio paso a una nueva etapa que sorprendió a propios y extraños.
El resultado en primera vuelta en que Menem obtuvo una escasa ventaja que advertía insuficiente para ganar en el ballotage, hizo que se abstuviera de competir en una nueva elección dejando, arteramente, a Kirchner sin la posibilidad de consagrarse Presidente con un significativo caudal de votos y que su triunfo resultara de un magro 23% que, todo indicaba, implicaría un inexorable condicionamiento para gobernar.
Su enorme capacidad política, de gestión y, principalmente, de construcción de poder desde el Estado, honró sobradamente el compromiso asumido en el discurso de asunción ante la Asamblea Legislativa, en el cual se destacó una definición que rescataba a la Política con mayúscula: no estar dispuesto a dejar sus convicciones en la puerta de la Casa Rosada.
Un dato para nada menor era que su esposa, Cristina Fernández, compañera de militancia desde la juventud y con mayor trayectoria que él a nivel nacional, formaba parte central de ese ambicioso proyecto de recuperar lo mejor y más genuino del Peronismo como fuerza transformadora nacional y popular, con la posibilidad de una alternancia democrática que permitiera una sucesión de gobiernos imprescindible para llevarlo a cabo.
La muerte de Néstor Kirchner en el 2010 truncó aquella posibilidad, sin embargo, su período de gobierno y los dos de Cristina Fernández en que alcanzó un respaldo electoral sólo superado por Perón, demostraron cabalmente ser el más fiel reflejo del primer Peronismo en orden a sus tres emblemáticas banderas: Soberanía Política, Independencia Económica y Justicia Social.
El kirchnerismo
La dimensión que alcanzó el carisma y liderazgo tanto de Néstor como de Cristina, el coraje que demostraron para enfrentar a los poderes fácticos nativos e internacionales, la decisión inquebrantable con que encararon, y superaron, los distintos desafíos para concretar progresivas transformaciones económicas, sociales, laborales y culturales valiéndose de la Política, hizo que fueran ganando cada vez más voluntades que se sumaron al Proyecto que encarnaban.
Perteneciendo esencialmente al Peronismo, sus figuras trasvasaron ese Movimiento y fueron convocantes para otras personas que no se identificaban con esa fuerza política o que incluso le guardaban recelo.
Desde las “izquierdas” hubo quienes admitían la centralidad que ocupaba en la conformación de un Movimiento popular y nacional, pero no se reconocían como peronistas; y quienes lo concebían como la vía para combatir al neoliberalismo, pero rechazaban su postulados policlasistas y lo que entendían representaba el sindicalismo peronista.
Desde el “progresismo”, una entidad de por sí compleja para dotarla de una homogeneidad, se exhibían diversas expresiones y compromisos que conformaban un arco que iba desde un liberalismo social hasta posturas definitivamente no peronistas. Sectores intelectuales, que le asignaban una calidad democrática que le negaban al Peronismo. Capas medias, distantes de la población más desposeída y sin contacto alguno con la realidad que representa su cotidianeidad.
Desde otras fuerzas políticas, quienes, sin abandonar completamente sus pertenencias partidarias, le atribuían lo mejor -no siempre coincidente- que representó el Peronismo.
Una mística necesaria
Las corrientes internas son inherentes a toda fuerza política, el Peronismo no es una excepción, como también que se identifiquen con nombres propios que se lucen como principales referentes de las mismas y más aún cuando alcanzan una posición predominante.
La oposición más reaccionaria, con la colaboración permanente de los medios de comunicación hegemónicos, siempre han tratado de menoscabar los liderazgos de Néstor y Cristina en el Movimiento Peronista planteándolos como extraños -y hasta contrarios- a esa doctrina política, fomentando la potenciación de las naturales tensiones internas.
A eso también se refirió Cristina en el discurso antes aludido, recordando a Néstor Kirchner cuando decía: “nos dicen kirchneristas porque nos quieren bajar el precio”. Y agregó, con particular vehemencia: “somos, fuimos y seremos peronistas. Que lo tengan todos claro. Necesitamos una refundación en la Argentina de aquel pacto entre los trabajadores y el capital”.
El Kirchnerismo como colectivo que aúna adhesiones de distintas vertientes ideológicas constituye un espacio político que suma, aunque no se confunde ni se ha demostrado superador del Peronismo en la conformación de un Movimiento nacional y popular. Tampoco comprende como tal, a los que adscriben a la corriente liderada por Cristina -antes, junto a Néstor- formando parte del Peronismo y representando una notoria mayoría si bien todavía no hegemónica.
La presencia de Cristina en ese acto, en víspera del 17 de Octubre, ha dado lugar a definiciones categóricas en orden a la doctrina peronista y la consecuente acción de gobierno que impone esa identidad política. En mérito a la cual la preocupación central corresponde se dirija a la clase trabajadora -con o sin empleo formal-, así como es fundamental la alianza con el sindicalismo en tanto es su representación natural y, en este ámbito, cobra especial relevancia su expresión cupular que, en el caso de la CGT, cabe esperar esté a la altura de las circunstancias al renovar en noviembre su conducción como en el Programa de acción que de allí surja.
El Destape







