El tiempo que viene para la oposición a Milei

Actualidad - Nacional31/12/2025
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Javier Milei cruzó su tercer diciembre en el poder sin despeinarse. Aunque su modelo deja afuera a millones de argentinos, el gobierno cierra el año con una fortaleza indudable y ya se siente camino a la reelección. Cuando este presente tan denso sea pasado, los libros de historia dirán que Milei tenía un horizonte de días hasta que Donald Trump lo rescató con un salvataje extorsivo. Es una de las pocas cosas en las que todos coinciden. Lo reveló Mauricio Macri, al otro lado de la cordillera, apenas tres días después de la elección del 26 de octubre, cuando en un encuentro organizado por un foro de empresarios pinochetistas reveló lo que le dijo Milei: “Yo no me olvido que usted vino a verme cuando parecía que todo se terminaba”. Militante de la incoherencia, Milei tardó apenas 48 horas en olvidarse, porque dos días después recibió a Macri en Olivos sin avisarle que ya tenía redefinido su gabinete y que no había lugar para repartir con el PRO. Con Diego Santilli como principal incorporación, La Libertad Avanza sumó a todos los macristas en fuga que estaban con el pase en disponibilidad y liquidó la vieja disputa entre halcones y palomas. 

Salvado primero por Trump y después por 9 millones y medio de personas que alcanzaron para contornear un mapa violeta, Milei recuperó legitimidad para avanzar con su plan y autoridad para dominar a una oposición política que retrocedió hacia el estado de desconcierto inicial. Como si todo el daño que Milei hizo en sus dos primeros años de gobierno, no hubiera dejado consecuencias. O como si esas consecuencias fueran menores que las frustraciones y agresiones que gran parte de la sociedad argentina vivió durante los años fallidos del Frente de Todos en el poder. 

Las imágenes que el gobierno de extrema derecha generó entre 2023 y 2025 no alcanzaron para que Milei pierda la supremacía política. Ni la extenuante y dolorosa lista de víctimas de un plan que tiene como fin descartar a millones de personas, ni la destrucción de empleo, ni el ajuste en las universidades, ni la represión a los jubilados, ni la coimas en el organismo que ajustaba a los discapacitados, ni el financiamiento narco para Jose Luis Espert, ni la inestabilidad que volvió cada vez que un puente financiero se acabó. Nada tuvo el impacto suficiente para evitar que la mayoría electoral.

Ante una oposición que se autoconvenció de que el modelo inviable de un outsider sin experiencia ni partido la iba a devolver rápido al poder, el resultado del 26 de octubre tuvo un efecto entre hipnótico y anestésico. El año de la disputa política se terminó antes de tiempo y a Milei le sobraron dos meses para acelerar con su proyecto. Desde entonces, el debate político, la catarsis continua en las redes y las conclusiones en sectores opositores al gobierno empezaron a propagar una sensación nueva, la de la impotencia, ante un proyecto que con la baja de la inflación como único argumento encontró la fórmula para transformar el sálvese quien pueda en política de Estado. 

En el mundo de la inmediatez, donde todo dura nada, se abrió una nueva etapa de incierta duración. Si antes una tendencia duraba horas y días, hoy la atmósfera que promueve el gobierno convence a parte de sus adversarios de una conclusión nueva: todo lo que hoy se diga o haga importa poco. Es una de las caras de la victoria transitoria de Milei.

Aún con su resurrección política, el apoyo en el Congreso y la euforia de los actores del poder económico, Milei tiene por delante un campo minado y está empezando otro partido, donde la sociedad solo puede juzgarlo por los resultados. Lo que la secta de gobierno sueña como el año de la consagración puede derivar en el retorno de los problemas a la superficie, en un escenario en el que, todo indica, ya no habrá salvataje externo de ningún tipo. 

Las alquimias de Luis Caputo para volver a tomar deuda y pagar el vencimiento del 9 de enero con los bonistas y la avalancha de vencimientos de deuda por 20 mil millones de dólares que se le viene encima al gobierno es un test empinado. Todo no se puede: el récord de importaciones, el déficit de turismo y los niveles de atesoramiento son incompatibles con el dólar planchado y la inflación a la baja, como lo confirma el nuevo esquema de bandas que Caputo inaugura en el primer día de 2026.

Las escenas de las últimas horas de 2025 reponen la conflictividad en distintos puntos del país donde grupos de despedidos acampan y pelean contra decisiones arbitrarias, en el peor de los contextos y sin mucha más difusión que la que ellos mismos sean capaces de generar. Obligados, todos los días cientos de personas salen a pelear en forma colectiva.

A días del Año Nuevo, en el conurbano bonaerense, dos protestas mostraron que la temperatura del conflicto social también asciende y no conoce de festividades ni recesos. Por un lado, la protesta que un grupo de choferes de colectivo decidieron en el corazón de la tercera sección electoral, cuando fueron a las puertas de las empresas Moqsa en Berazategui y San Juan Baustista en Florencio Varela para reclamar salarios adeudados y recomposición salarial. Por el otro, la manifestación de empleados del Municipio de Morón que marcharon a la puerta  del Concejo Deliberante para exigir por el pago de sueldos atrasados y horas extras desde hace tres meses. Bajo un sol agobiante, médicos, personal de seguridad y de recolección de residuos se unificaron para salir a pelear en defensa propia y amenazaron con paralizar sus actividades. El reclamo incluyó el corte de las vías del tren Sarmiento y la participación de trabajadores de la salud reunidos en la CICOP. 

Junto con el agotamiento y la derrota que impacta sobre los protagonistas de las experiencias previas a la irrupción de Milei, el gobierno de extrema derecha también dio a luz a una nueva oposición social donde convergen nuevas generaciones con sectores más experimentados. La creatividad popular es una de los activos más valiosos y, en todos los frentes, la disputa está abierta. Sin embargo, por fuera de los damnificados que se movilizan, lo que se proyecta es la imagen de un vengador de clase programado por el poder económico y bendecido por la anuencia social para destruir lo que quedaba de Argentina. La transformación es violenta y empuja cada día a miles de personas que se caen del mapa, pero la sensación que abruma a parte de la oposición es la de un fenómeno de época que parece imparable. Acostumbrado como casi todos a pensar el presente con el espejo retrovisor, un veterano dirigente se preguntó hace algunos días: “¿Estamos en 1998 o en 1991? Hoy pienso que es lo segundo”.  Algo es seguro: la resignación impide ver el presente como parte de un proceso dinámico. 

Antecesor de Santiago Caputo, deconstruido tarde y a la salida del poder, durante su cuarto de hora, Marcos Peña hablaba en 2017 de las audiencias redundantes y repetía ante cada traspié del macrismo que eran situaciones que no alteraban creencias. Hoy, cuando al macrismo sólo le queda un nicho en el panteón de los cadáveres políticos, tal vez piense distinto.  

Nadie puede saber cuánta vida le queda al experimento de Milei ni cuántas de las transformaciones que hoy lleva adelante se consumarán o serán irreversibles. Tampoco imaginar hasta qué niveles puede escalar el oportunismo, cuántos de sus socios lo van a acompañar hasta la puerta del cementerio o cuanto de sus opositores de hoy mañana escribirán libros para pedirle perdón. Milei vino a refundar a la Argentina y a liquidar el famoso empate para darle todo a los ganadores de siempre. Se tragó al liberalismo realmente existente, extendió su luna de miel y logró que la motosierra sea asimilada con naturalidad por socios culposos y opositores vencidos. Los que quieren algo distinto no pueden esperar un final inminente como sucedió tantas veces, aun cuando lo deseen. El desafío es pelear ahora por un resultado incierto y diferido hacía un tiempo distinto, que no es el del minuto a minuto.

Por Diego Genoud / El Destape

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