Sobre la envidia y la justicia social

Actualidad01/08/2025
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Entre los ejes de la propuesta anarcocapitalista figura una delirante distorsión en la relación entre envidia y justicia social. Esta misma ecuación fue empleada por Milei durante su reciente discurso en la Sociedad Rural cuando, para satisfacción de la concurrencia, trató de “parásitos mentales y de “saqueadores” a quienes luchan por una sociedad más justa. Quizás fue Agustín Laje quien hizo más explícito el argumento libertario, cuando en Córdoba, tras reducir el valor de una persona y su relación con el prójimo a la capacidad de brindar buenos precios en el mercado, dijo: “para mucha gente [esto] es intolerable y ahí es donde aparece la izquierda y le dice: si a vos no te fue bien es culpa del que sí le fue bien. El problema no está en vos y te tenés que superar, sino que me tenés que dar a mí el poder para que yo baje a aquel que te produce este mal, que es la envidia, y agrega: "Tranquilo, no vamos a decir que es envidia, sino que es justicia social”. Desde este punto de vista, no extraña que la condena a CFK haya sido celebrada en la Sociedad Rural. El reconocimiento de la igualdad de oportunidades y derechos para todas las personas es el núcleo de la doctrina justicialista, precisamente. Tema cuya fuerza simbólica trasciende la mera distribución de beneficios económicos para así alcanzar los pilares básicos del respeto que hacen a una convivencia humana. Basta recordar el testimonio de Robustiano Patrón Costa --magnate y propietario de un ingenio tabacal en Salta-- quien sin vergüenza alguna protestó: “Lo que yo nunca le voy a perdonar a Perón es que durante su gobierno y luego también, el negrito que venía a pelear por su salario se atrevía a mirarnos a los ojos. ¡Ya no pedía. Discutía!” Esto es: hablar de igual a igual. Aquí no hay envidia alguna por parte del asalariado, sino el respeto por sí mismo que hace a la dignidad de un sujeto en el marco de una comunidad propiamente humana.

Lo cierto es que el único fundamento de la paz social es la justicia: es decir el reparto equitativo de los bienes que una comunidad produce en su cotidiano devenir. Esto significa que la satisfacción de las necesidades mínimas no alcanza si la contrapartida es el obsceno enriquecimiento de una minoría que usufructúa el esfuerzo de muchos. El ser hablante no es un ser de la necesidad, es un ser de deseo. Cuando San Agustín advierte el odio del niño al contemplar a su hermano tomar el pecho de la madre, no se trata del hambre lo que está en juego, si no del deseo del Otro: me están sacando lo que es mío. Toda administración de justicia que ignore esta realidad humana está destinada al fracaso.

No en vano Marx observa que “en cierto modo, con el hombre sucede lo mismo que con la mercancía. Como no viene al mundo con un espejo en la mano, ni tampoco afirmando, como el filósofo fichteano, 'yo soy yo', el hombre se ve reflejado primero sólo en otro hombre. Tan sólo a través de la relación con el hombre Pablo como igual suyo, el hombre Pedro se relaciona consigo mismo como hombre. Pero con ello también el hombre Pablo, de pies a cabeza, en su corporeidad paulina, cuenta para Pedro como la forma en que se manifiesta el género hombre”[1]. En efecto: el indispensable narcisismo con que un soma adquiere dignidad de cuerpo se constituye a partir de la imagen que brinda el semejante, de manera que en el nudo del sentimiento de sí ya está presente la alteridad De esta manera, creer que un techo, alimentos y alguna educación basta para echar las bases de la paz social, mientras el otro --ése a partir del cual me constituyo-- vive en la abundancia, es un error flagrante.

Lo cierto es que hoy ni siquiera hay satisfacción de las necesidades mínimas. La actual administración libertaria ha impuesto un plan de gobierno despiadado cuyo nudo consiste en la reducción del poder adquisitivo de salarios y jubilaciones; generar desempleo; castigar de impiadosa manera a los sectores más vulnerables; desfinanciar a las universidades, la ciencia y la cultura; además de la ominosa entrega de nuestro territorio y la alineación acrítica con el capital financiero internacional. ¿Por qué los ciudadanos --más allá de las marchas y manifestaciones de tal o cual sector-- parecen aceptar la desvergonzada crueldad con la que el presidente libertario no solo denigra y amenaza a quien piensa diferente; sino que además desatiende las más elementales pautas que hacen a un estado democrático?

Sin objetar la concurrencia de otros factores, proponemos considerar un inquietante y velado deslizamiento en los significados y resonancias del significante clave: Justicia Social. Más allá de la sarta de tonterías, groserías e infamias, si algo distingue al discurso libertario es el propósito de incentivar los aspectos más primarios y arcaicos del ser hablante. El resultado es reducir a una comunidad a un estado de masificación cuyo nudo estriba en el reemplazo de los Ideales que sustentan la convivencia por un ilusorio objeto de satisfacción. Por ejemplo: volverse ricos por medio de criptoestafas para sentirse completamente autosuficiente. El punto clave es la exacerbación narcisista e insensata del Yo. Toda la pregunta aquí es dónde queda la Justicia Social en semejante escenario de degradación. Tras pulverizar el supuesto instinto gregario en los seres humanos, en su Psicología de las masas Freud observa: “Lo que más tarde hallamos activo en la sociedad en calidad de espíritu comunitario, esprit de corps, no desmiente este linaje suyo, el de la envidia originaria. Ninguno debe querer destacarse, todos tienen que ser iguales y poseer lo mismo. La justicia social quiere decir que uno se deniega muchas cosas para que también los otros deban renunciar a ellas o, lo que es lo mismo, no puedan exigirlas. Esta exigencia de igualdad es la raíz de la conciencia moral social y del sentimiento del deber”[2]

Del texto se desprende que una sociedad en la que el Ideal de la Justicia se degrada a favor de la meritocracia y el individualismo derrapa hacia el abismo. Tomemos nota de quienes con sus actos y palabras hacen honor a la Justicia Social, en lugar de reducirla a una mera palabra hueca y servil a los objetivos de quienes llaman héroes a los delincuentes y triunfadores a quienes se quedan con el esfuerzo de millones de trabajadores y trabajadoras de nuestra Nación.

Notas:

[1] Carlos Marx, El Capital, México, Siglo XXI, trad. Pedro Scaron, pag. 65

[2] Sigmund Freud [1921], “Psicología de las masas”, en Obras Completas, A. E. Tomo XVIII, p. 114.
 
 
 
 
Por Sergio Zabalza * Psicoanalista. Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires. / Pagina12
 
 
 
 

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