Los huesos no tienen nombre

Historia08/06/2025
davidchico

Habiendo dejado a este indio vivo, encontré, luego de una larga ausencia del museo, su cerebro y su esqueleto en las vitrinas de nuestras galerías antropológicas 
 

—Calculamos que hay unos dos mil trescientos cuerpos, pero es difícil saberlo.

—¿Todos humanos?

—Todos humanos. 

**********

Un libro de texto cualquiera diría que los yaganes son un pueblo extinto que vivía en canoas alrededor de Tierra del Fuego. La clave son los verbos en pasado: existían, vivían, nadaban. Pero hace unos años surgió en Ushuaia una nueva comunidad yagán, un grupo que enunció su existencia en tiempo presente. 

Esta es la historia de un pueblo que volvió a aparecer cien años después de su genocidio. 

Lo de los huesos vino después.

 **********

Es una casa sencilla, el Museo del Fin del Mundo. Un antiguo edificio que era la residencia del director de la cárcel de Ushuaia. Se ingresa por una escalera discreta y luego se abre una puerta que da a una recepción. Allí trabaja, como guía y orador, Víctor Vargas Filgueira. Afuera llueve; las ventanas empañadas por la calefacción. 

—Siempre supimos que éramos yaganes. Desde chiquitos… tendríamos cuatro o seis años y ya lo teníamos clarísimo. En el colegio decían que no existíamos. Pero entonces… ¿Por qué mi mamá, cada tanto, decía frases en yagán? ¿Por qué decía “la madera del fuego” en su idioma original? 

Víctor, cincuenta años, pelo negro, ojos oscuros, es primer consejero de la Comunidad Indígena Paiakoala de Tierra del Fuego, formada en 2014 para dar a conocer en sociedad la existencia en tiempo presente del pueblo yagán. Sólo entonces la ciudad empezó a enterarse de que existían, estaban y podían organizarse. De a poco el grupo fue avanzando en el terreno legal. Víctor no tiene dudas: está en su destino (en el suyo específicamente, pareciera) el visibilizar y proteger a su pueblo, tarea que lleva adelante todos los días junto con una importante militancia ambientalista. 

Por la entrada del museo han pasado periodistas, historiadores, antropólogos, estudiantes, documentalistas y académicos de distintos países con su arsenal de preguntas e inquietudes. Por eso, Víctor está acostumbrado a dar entrevistas y sabe qué decir. 

—Mucha gente, por suerte, se acerca y hace preguntas. La semana pasada estuvimos reunidos con unos franceses. Incluso han venido chicos que estaban escribiendo su tesis para tal o cual carrera. 

La aparición de un pueblo que se creía extinto hace cien años es un acto improbable, pero no imposible. De alguna manera la academia siempre lo supo, por eso Víctor cuenta cómo es su relación con los investigadores: 

—Es un como un ida y vuelta. Necesitamos las pruebas científicas, nos vienen bien. Los datos, la prueba. A su vez, nosotros dialogamos con los científicos, les explicamos que existimos. Hoy en día uno se gradúa de una universidad, sale con un título de abogado, antropólogo, científico… y ya sale colonizado. Es importante ese diálogo, si siguiéramos con el “ah, no, ahí viene el hombre blanco, no le hablemos”, sería más de lo mismo. Lo que buscamos es un equilibrio, un diálogo.  

En 2021 Víctor publicó su primer libro: Mi sangre yagán, donde cuenta la historia de su bisabuelo Asenewensis, a quien los salesianos renombraron “Tomás Yagán”. Allí cubre los años de pasaje entre el modo de vida nómade tradicional y el contacto con los blancos. La historia es ficcional; Víctor no tiene manera de conocer a ciencia cierta los sucesos que narra. 

Un retrato en blanco y negro; una imagen directa, clara, antropológica, sirve de portada al libro. Es una de las fotos que el famoso sacerdote austríaco Martín Gusinde sacó a Asenewensis en sus viajes por el archipiélago fueguino en 1920.  

Se ve el rostro de un hombre, pelo oscuro, bigote canoso, afeitado, con los ojos apenas abiertos, no muy distinto al autor del libro.

Screenshot_242 
 
 ********

Se sabe que Maish Kensis llegó al Museo de Ciencias Naturales de La Plata en 1886, cuando la institución estaba a cargo del perito Francisco Pascasio Moreno. En ese momento, Kensis tenía catorce años y vivió en el museo hasta su muerte por tuberculosis en 1894.  

Algunas fuentes indican que, para cuando los agentes del museo lo secuestraron, llevaba ya dos años viviendo en una misión salesiana en Tierra del Fuego. Sin embargo, no hay registros claros al respecto y las dos misiones más activas ―Nuestra Señora de la Candelaria e Isla Dawson― fueron fundadas varios años después de su secuestro. En ninguna hay registros de Maish.  

Del mismo modo, algunos textos cuentan que fue Francisco Moreno quien se lo llevó en una de sus muchas expediciones a la Patagonia austral. Pero no hay mención de eso en sus crónicas y no está claro que haya llegado a conocer en profundidad las tierras fueguinas.  

En cualquier caso, Maish Kensis fue trasladado a La Plata junto con muchos otros individuos de pueblos originarios de todo el país.  

Kensis era obligado a preparar esqueletos humanos para la exhibición; peinar cabelleras inertes, ordenar los huesos en correcta composición y descarnar cadáveres de los recién fallecidos. Él mismo era parte de la exposición: testimonio vivo del muestrario antropológico. Aprendió a diseccionar; a retirar los ojos para que no se pudran. 

Tras su muerte ―prematura, de una enfermedad por entonces tratable―, sus restos fueron expuestos a la par de dinosaurios, insectos o guanacos como parte de la colección estable del museo. 

*******

Hay aroma a café de filtro; electrodoméstico en uso permanente. A limpiador de piso y desinfectante de manos. El paisaje aromático de cualquier dependencia estatal. Las paredes muestran imágenes con mensajes de libertad religiosa y diversidad sexual. Todos tenemos derecho a expresar nuestras creencias. A un costado, un gran cartel muestra a una familia indígena con la frase aquí estoy, siguiendo las huellas de aquellos que fueron, siguiendo el rastro de sus pisadas. 

Calcomanías de distanciamiento social salpican el piso como nenúfares flúor. En el fondo hay unos dibujos en cartón y témpera con trazo de niño que ilustran los trajes tradicionales del pueblo selk’nam. 

Los hacen mis hijos, dice Vanina Ojeda Maldonado, persona a cargo de la secretaría. Luego, aclara respecto al caso yagán:

—Se suele confundir “Asociación Civil” con “Personería jurídica”, pero son cosas distintas. Ellos primero fueron una, y ahora son la otra. La personería es de carácter declarativo. Además, la ley nacional 26.160 garantiza que los pueblos originarios no pueden ser desalojados de sus tierras. Pero… no deja de ser una ley de emergencia.  

Vanina habla claro. Amable, pero firme. Menciona de memoria leyes, fechas y resoluciones. Pertenece al pueblo selk’nam (mal llamado “ona”) y es la primera vez en la historia de la Secretaría que la institución queda a cargo de una indígena.  

—Se estima que hay unos doscientos yaganes en Tierra del Fuego del lado argentino. Y un tanto más en Puerto Williams y Villa Ukika, del lado chileno). Las estimaciones son informales: no hay censos que hayan tomado registro. El censo del año que viene va a ser el primero en el que se incluya la pregunta por los yaganes —cuenta Vanina— Ahí vamos a tener una idea más clara. Hasta entonces, sabemos que son unos doscientos. De los cuales algo menos de cien están empadronados en la comunidad Paiakoala.  

Mientras tanto, Vanina cuenta que están haciendo las gestiones necesarias para recuperar los restos de Maish Kensis, todavía conservado en las vitrinas antiguas del Museo de La Plata.  

Recién en 2006 se retiraron los huesos de exhibición, después de varias idas y vueltas. Sus restos deberían ser devueltos acorde a la ley Nacional N.º 25.517.  

Maish pertenecía a lo que hoy es Chile, por lo que se busca mandar sus restos a la comunidad yagán de Puerto Williams, a más de tres mil kilómetros de donde están ahora. 

—De todos modos, no va a ser posible mandar los restos hasta dentro de varios meses.

—¿Por el cierre de fronteras?

—En parte sí. Y en parte por cuestiones administrativas.  

Screenshot_243
 
******** 

Es un miércoles cualquiera de noviembre; el hemisferio sur en las puertas del verano. En Ushuaia hace frío y cae una aguanieve filosa. En el living de su casa parcialmente en obra, María conversa mientras ceba mate. Están también sus hijos Rolando, Lucas y Macarena. Yaganes todos. 

—Desde hace más de treinta y dos años que estamos todos los días en ese campo. Fue mi padre el que trabajó la tierra para que sea así de lisa; la trabajó. Es el lugar que nos queda para estar en contacto con la naturaleza.  

María Vargas, pelo gris, es hermana de Víctor y bisnieta de Asenewensis. Fue la primera legisladora indígena del país y una de las ideólogas de la comunidad Paiakoala. Su firma fue fundamental para activar el proceso de recuperación de los restos de Maish Kensis a su familia chilena.  

María menciona que “está en política” y que la militancia es crucial porque “hay que estar adentro, desde afuera no se logra nada”. Le gusta Ushuaia. Dice que no se iría a ningún otro lado. Se jacta de que en Ushuaia celebridades como Leonardo DiCaprio pueden pasear tranquilas por el centro sin que nadie las moleste.  

Mientras ceba mate, reconstruye de memoria el árbol genealógico de su familia. Hay debate acerca de los nombres de tíos lejanos o sobre algún pariente del que recuerdan solo el apodo, pero lo esencial está claro: primero su bisabuelo, Asenewensis, luego su abuela, Catalina Yagán. Después su madre, a quien también nombraron Catalina, quien tiene hoy noventa años y es la yagán que más ha vivido. “Somos muchos”, dice María, “mi abuela tuvo siete hijos, y mi madre seis. Yo también tuve seis, y mis hermanos tuvieron casi todos tres o cuatro”. Luego ríe y comenta: “¡Ya tengo tres bisnietos!”.  

Catalina Yagán, abuela de María, fue contemporánea a Maish Kensis. Vivieron en la misma zona, al mismo tiempo. La familia quedó dividida cuando se formalizaron los límites entre Argentina y Chile. Por eso María tiene primos hermanos, sobrinos y primos segundos en Puerto Williams. La parte de ellos que quedó en Ushuaia es la que formó la comunidad. 

—Sabíamos que éramos yaganes, pero nada más. Nada de legalidad —cuenta María sobre los inicios de los Paiakoala — Allá por el 2003 hablamos con una amiga, Alba, integrante de la comunidad Huarpe de Catamarca y ella nos insistía en que formemos una comunidad para reclamar por nuestros derechos. 

—¿Se organizaron en ese momento? 

—No, en ese entonces no. Recién en el 2014, o quizás antes, vimos una foto de Gusinde y, ¡Ahí estaba! Nuestro bisabuelo Asenewensis, Tomás Yagán. A raíz de eso hablamos con Víctor y empezamos a organizarnos. Al año siguiente entregamos la carpeta con todos los papeles y nos dimos a conocer en sociedad.  

María ceba un mate antes de seguir. 

—Pero no todos quisieron visibilizarse… a ver, esperate. ¿Es él?  

Se interrumpe la entrevista. Al fondo de la sala, una radio vieja agarra señal y empieza a escupir voces. Un locutor empieza… nos juntamos con Víctor Vargas Filgueira, integrante de la comunidad yagán pai… paiak… paikola… quien nos va a contar la situación de las tierras de su pueblo…. Después se escucha a Víctor hablar de Río Pipo, de ancestros, de tal o cual documento, de la naturaleza, de esa ley y ese derecho.

Screenshot_244 
 
 ******* 

Que son pinturas tradicionales, me dice el comerciante. Del pueblo ona. Que están extintos, pero que vivían en la isla hace cientos de años, dice. Cobra mil pesos argentinos cada tablita. Que también tiene tazas, posavasos y máscaras. Que acepta dólares al cambio paralelo. 

En un puesto de la feria de artesanos de Ushuaia, el hombre vende cositas a los turistas. En la mesa, delante de las tazas, hay un cartel mal traducido al inglés que reza: Los onas son un pueblo extinto que vivió en el norte de la isla de Tierra del Fuego…  

No obstante, el censo nacional argentino del año 2010 arrojó que unas dos mil setecientas personas se reconocían como selk’nam. La comunidad obtuvo, además, la personería jurídica por parte del Estado Nacional.  

Son, todavía, el único pueblo originario del país ―y de los pocos en el continente― en recibir el derecho a la propiedad colectiva de la tierra. Esto funciona como un precedente importante para la causa yagán que, desde el 2014, reclama la posesión de varias hectáreas de territorio en el valle del Río Pipo, cerca de la entrada al Parque Nacional. 

****** 

El primer encargado de la Sección Antropológica del Museo de La Plata fue el médico holandés Herman ten Kate. En un artículo sobre sus observaciones de indios en el territorio argentino, escribe sobre Maish Kensis:  

Este indio tenía buen carácter, pero tímido; obediente y fiel. De la instrucción religiosa que había recibido en la misión de Ushuaia, conservaba la creencia en Dios y distinguía el bien del mal según la moral cristiana. Si discutía, daba la razón a su adversario y no guardaba rencores. Hablaba español con facilidad, hablaba poco inglés pero pronunciaba bien el francés. (…) Le gustaban mucho las imágenes en color y cada vez que se topó con alguna escena que le agradó, se quedó largos momentos mirándola. (…) En varias ocasiones, Maish volvió a ver su país natal, pero nunca quiso quedarse allí. Prefirió volver a vivir a La Plata, no queriendo ya saber nada de Tierra del Fuego. 
 

No queda claro cuándo fue que Maish volvió a Tierra del Fuego. Los registros existentes son incómodos: no era un niño rebelde. Parecía agradarle a los científicos, aunque tampoco es claro si ellos le agradaban a él. Los textos que lo nombran lo describen como se describe a un fantasma; a un animal, a un signo de pregunta. No es posible rastrar la voz de Maish.  

******* 

Sobre la relación con el Estado, la comunidad parece coincidir en que tienen excelente trato con la provincia (es decir, la Secretaría de Pueblos Originarios), una relativamente buena relación a nivel nacional (vía Instituto Nacional de Asuntos Indígenas – INAI) y un conflicto constante con la municipalidad.  

—Con el Estado hay que negociar. Vamos y vamos, nos sacamos la foto, pero es negociación, como en cualquier otra cosa. — cuenta Víctor en la puerta del museo — La primera vez que hablé con el INAI les tuve que aclarar: “Miren que no estoy en la playa con la canoa…”. Me visto normal. Soy un ciudadano.  

De todos modos, el conflicto abierto lo tienen con la municipalidad de Ushuaia, con quien pugnan por el reconocimiento de los terrenos del valle de Río Pipo.  

Según a quién se le pregunte, la cantidad de hectáreas varía. Para la Secretaría son cinco hectáreas, para otros funcionarios son una y media, para el club privado que reclama las tierras son cero. 

—Cinco hectáreas es lo que nos quieren dar – dice Rolando – pero siempre fueron más. 

—¿Cuánto más?  

Macarena, la más joven en la habitación, vestida con la camiseta de River, acerca su celular y muestra una foto del lugar. Muy a ojo, unas treinta hectáreas de bosque y valle.  

—Bastante más.  

La imagen podría ser una postal. Árboles tupidos muestran distintas modalidades de naranja; un arroyo de agua glaciar cae desde las montañas del fondo. Caballos, vacas, quizás algún perro. La versión más feliz del paisaje fueguino que puebla las estanterías de cualquier local del centro.

Screenshot_245 
 
******* 

Corre el año 1906. Christfried Jakob, neurobiólogo alemán, sube las escaleras de la puerta principal del Museo Ciencias Naturales de La Plata. La fachada le es familiar: columnas esbeltas con capiteles corintios; puertas inmensas coronadas por un fuste triangular. Un edificio blanco, de aires neoclásicos, apenas ensuciado por el hollín de la calle.  

Recorre los pasillos diagonales, las escaleras caracol y los balcones internos con barandas de madera  hasta llegar a la Sala de Antropología Biológica. Allí lo espera una estantería inmensa que cubre varios pisos de altura; cada estante con su puerta de vidrio diseñada para proteger la colección. Adentro, cuerpos. Cientos de cuerpos. Cada uno con su ficha descriptiva.  

Al costado, unos doscientos cráneos humanos pulcramente alineados para exposición. 

Durante los siguientes días, Jakob extrae, disecciona y analiza el cerebro de Maish Kensis. Le intriga la diferencia: todo aquello que compruebe que la morfología del yagán es evolutivamente distinta a la suya propia.  

En un artículo publicado ese mismo año por la Revista del Museo de La Plata, el neurobiólogo escribe sobre Kensis:  

Cuerpo calloso, trígono cerebral, protuberancia anular y cerebelo sin particularidades. Lo que llama la atención ahora en esta zona es un desarrollo extraordinario del tercer cabo frontal, de los dos lados, y el primer temporal derecho.
 

Cierra Jakob su argumento: 

 no hay indicación de inferioridad.
 

*******

En el año 2018 los paiakoala se organizaron para contratar una abogada pagando sus honorarios entre todos los integrantes. Con ella presentaron los documentos correspondientes para ser reconocidos por el Estado Nacional como pueblo originario preexistente. Los papeles fueron a parar a las manos del juez federal Federico Calvete, quien inició al año siguiente los trámites ante el INAI. 

Después, silencio.  

Dos años después, en febrero de 2021, la familia se reunía para celebrar el cumpleaños número noventa de Catalina Yagán Filgueira.  

—Estábamos haciendo un asado en pleno mediodía, y me empezaron a llegar mensajes al celular. Había salido la resolución, me llegaban documentos y documentos. Imaginate la felicidad ese día…  

Así cuentan el momento en que la comunidad recibió la personería jurídica, reconocimiento oficial por parte del Estado Nacional. “Lo de la provincia sirve, pero la personería es el papel pesado”, habían dicho.  

Y fue pesado. Con esos documentos iniciaron el reclamo para que el INAI lleve adelante un relevamiento de tierras. Hasta ahora, el Instituto les comunicó que no dispone del presupuesto para el reconocimiento territorial, que hay que esperar a la partida presupuestaria del año que viene. A finales de 2021 la municipalidad de Ushuaia entregó los terrenos a clubes deportivos privados.  

En el medio, un descubrimiento:  

—Hace pocas semanas se publicó un artículo en una revista científica norteamericana que afirma que encontraron restos arqueológicos yaganes en las Islas Malvinas —Víctor sonríe antes de seguir— si se llega a confirmar, ahí sí que nos van a dar bola. 

******* 

En el año 2006, un equipo a cargo del antropólogo Fernando Pepe logró identificar y retirar los restos de Maish Kensis de la muestra estable del Museo. La investigación comenzó por un reclamo de la comunidad quechua-aymará de Bolivia por un caso similar al de los yaganes.  

En una entrevista con el diario Página 12, el investigador indica que “en el museo murieron, mínimo, seis personas. Eran observados por antropólogos europeos, eran especímenes vivos en exposición. Un zoológico humano”.  

Respecto al descubrimiento, en una entrevista a La Nación Mariano Del Papa —en ese momento encargado del departamento de Colecciones de la División de Antropología— cuenta que “las áreas de almacenaje no estaban en condiciones. Había roedores, insectos… Los contenedores donde estaban los esqueletos eran de madera, que acumula humedad”.  

Ese mismo año, en el marco de remodelaciones de la exposición, el equipo encontró un cadáver escondido en una pared del museo. Es el esqueleto de un hombre que murió de un golpe en la cabeza y que, según Fernando, puede ser uno de los compañeros de Kensis. 

Un cuerpo pequeño, indican. 

No tienen dudas de que murió en el museo.

Screenshot_246 
 
******* 

—Se nos enseñó a vivir en naturaleza. Vivíamos a caballo. Nos criamos con caballos, perros, gatos, vacas, todo bicho que se te ocurra.  

María habla de su infancia con cariño. Cuenta que su mamá, Catalina, a veces los llevaba a cabalgar y conocer las zonas vírgenes de la isla. Cuenta también que en el año 1983 era imposible decir “yagán”. Ni en el colegio, ni con amigos.  

—En el ochenta y tres formamos la “Asociación Criolla Los Fueguinos”. Que era una manera tácita de decir que había indígenas… estaba implícito en la palabra “criollo”, mitad europeo mitad indígena. Imaginate… era poco, pero para nosotros era algo. Eso sí: el doce de octubre teníamos que desfilar a caballo como gauchos. No podíamos decir “yagán”.  

Esa misma asociación les trajo problemas después; no a todos, ni mucho menos a la municipalidad, les quedó claro que “criollos” equivalía a “indígenas”. En la secretaría comentan que es ese el motivo por el que la causa yagán quedó tan atrasada respecto de los reclamos selk’nam. Hoy la comunidad lo ve con otros ojos. Más informados en la cuestión jurídica, hubieran preferido seguir el camino de los huarpes. 

******* 

En 2024 vuelvo a Ushuaia. Pasaron tres años desde mi primera visita, Víctor sigue trabajando en el Museo del Fin del Mundo; la Universidad Nacional de La Plata trabaja para enviar los restos a Chile y sigue sin quedar claro de quién es el cuerpo que encontraron dentro de una pared. A pesar de la ratificación del museo en 2021 y del apoyo prestado por los yaganes argentinos al pedido de su contraparte chilena, la situación permanece sin resolución oficial.  

Una misma imagen aparece y reaparece en distintas revistas, portales y diarios. El retrato de Maish Kensis tomado al registrar su ingreso al Museo de La Plata. Una imagen directa, carcelaria. Primero de perfil, luego de frente. Los ojos clavados en el diafragma de la cámara. 

******

—Ahora cambió un montón —cuenta Víctor en la sala del museo— Sobre todo en los colegios, cuando vamos a dar una charla se nota mucho. Hace poco fuimos a hablar a un primer grado, con los más chicos. Esperaban vernos desnudos porque habían visto las fotos en el museo… uno de los chiquitos le decía “¡Seño! ¡Me mentiste! ¡Están vestidos!”. Y yo me reía. Es muy gratificante ver cómo se emocionan los chicos.  

Hoy mismo conversarán con un grupo de segundo año del secundario; alrededor de treinta adolescentes de catorce años. La misma edad que Kensis cuando fue trasladado a La Plata.  

Cuenta Víctor que ahora es distinto. Un niño puede levantar la mano y decir “yo soy yagán” sin correr ningún riesgo.  

Aunque, en rigor, no está claro si lo hacen. Las encuestas del último censo no son taxativas.  

La conversación se interrumpe por el ruido: un grupo de alumnos de siete u ocho años pasa por el pasillo del museo, hablando a los gritos y siguiendo como patitos a su maestra. Víctor ríe, los mira, saluda a la maestra y agrega: 

—Los más preguntones son los de tercero.  

****** 

Mientras la situación permanece quieta por motivos administrativos, leyendo reportes aprendo algo nuevo.  

Los huesos no tienen nombre; tienen números.  

A Maish Kensis le dicen 1867, 5436 y 5447.

 

Por Martín Bericat / Revista Urbe 

Ilustración: Sebastián Calfuqueo

Te puede interesar
Lo más visto

Suscríbete al newsletter para recibir periódicamente las novedades en tu email