







De las muchas muertes de José Pepe Mujica acaba de ocurrir la más reciente. Esta, la biológica, es de la que podrá salir con mejor pie. Limadas las aristas más polémicas de su figura, entra definitivamente en la historia de la izquierda global. Porque global y no uruguayo, ni siquiera latinoamericano, era su predicamento. ¿Cuándo comenzó Mujica a ser el Pepe? El punto de partida no está en su integración a las estructuras del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros (MLN-T). Tampoco puede situarse en su caída en la cárcel, aunque ahí empezaría a labrarse su leyenda a posteriori. Encerrado por los militares en celdas cada vez más pequeñas, hasta llegar a estar por años dentro de un aljibe, era uno de los rehenes que estaban amenazados de fusilamiento en caso de que volvieran las acciones de la guerrilla. Corría 1972, al año siguiente, en junio de 1973, el presidente Juan María Bordaberry disolvería el Parlamento iniciando una dictadura que perseguiría a la izquierda legal y a los movimientos sociales, volviendo a Uruguay el país con mayor porcentaje de presos políticos del mundo. Estar preso mientras la represión se cernía sobre su pueblo, ha de haber sido otra de sus muertes. Salir del encierro sin haber perdido la cordura, pese a los embates de alucinaciones que reconoció más de una vez, fue su nueva resurrección. Resurgir después de caer se volvería, también, una de sus costumbres recurrentes.


Al final de la dictadura, en 1985, el MLN-T no se integraría enseguida al Frente Amplio. Mujica sería parte de sus célebres mateadas, pequeñas reuniones en las plazas en las que reunían a un puñado de personas para explicar sus ideas. Es ahí, tal vez, que empezaría a darse cuenta de su enorme capacidad de conectar con el otro. Quizá, incluso, comenzaría a intuir que para dejar nacer lo que esa conexión profunda prometía, tenía que dejar morir, un poco, al tupamaro. No estaba solo en esa búsqueda de horizontes más anchos. El líder máximo de la antigua guerrilla, Raúl Sendic, había problematizado los límites de la izquierda y había hablado de un Frente Grande que incluyera más centro que aquel que los años ochenta estaban dispuestos a aceptar. En cierta forma ahí estaba el embrión de lo que luego, muerto Sendic, tendría que ser la gran creación de Mujica, el Movimiento de Participación Popular (MPP), que no sería lo mismo, pero que algo de aquel espíritu traería consigo.
Abrir las tranqueras
La dialéctica de amplitud y profundidad empezó a quemarle la yema de los dedos, y más de una vez ha de haberse preguntado si abrir tanto las tranqueras –“abrazarse con sapos y culebras” dijo en una ocasión– no terminaría conspirando contra el viejo lema de “habrá patria para todos”. Aprendió a quitar el final de la histórica frase tupa: “o para nadie”.
Al conjugar todo eso empezó a nacer el Pepe. Los atributos del héroe se fueron acumulando en capas de sedimento, un poco involuntarias y un poco construidas. Siempre le gustó pensarse un estratega y muchas veces acertó, aunque no contara con la mejor mano. Tuvo una cabalgadura, primero la motoneta de sus años de diputado, luego y para siempre el Volkswagen escarabajo, indisociable de su imagen. Tuvo, también, la capacidad de no dotarse de escudero. Su compañera actuó a su par y nada de idealizada Dulcinea hubo en Lucía Topolanski, con quien compartió militancia y pareja para hacer uno de los tándems más exitosos de la política uruguaya.
Los gestos y la ampliación de derechos se sucedieron en catarata. Matrimonio igualitario, despenalización del aborto, marihuana legal…
Con todo eso fue tejiendo un MPP a la medida de los tiempos. Lo suficientemente épico como para convocar rebeldías, pero no demasiado estricto como para espantar multitudes. Así ocupó el espacio que dejó la muerte de Líber Seregni, fundador estoico del Frente Amplio, y que por un momento fue de Tabaré Vázquez con su bonhomía de barrio. Los partidos históricos, socialista y comunista, estaban demasiado encorsetados en sus ideas –llámesele ortodoxia o pureza, según como quiera verse– y el centro socialdemócrata nunca fue bueno para despertar pasiones. Así, tras un primer gobierno del Frente Amplio (2004-2009) encabezado por Vázquez, Mujica derrotó en la interna al delfín de Seregni, el economista Danilo Astori, y se encaminó a ganar la presidencia en 2009. La promesa era el giro a la izquierda. Con el Sistema Nacional de Salud, el ministerio de Desarrollo Social y la reforma impositiva creados por la gestión de Vázquez, el giro implicaba un paso redistributivo que Mujica no dio. No haber podido darlo ha de haber sido otra de sus muertes interiores, o al menos de sus amarguras. Pero la nueva resurrección llegó en todo su esplendor: ya había comenzado a ser el Pepe. Los gestos y la ampliación de derechos se sucedieron en catarata. Matrimonio igualitario, despenalización del aborto, marihuana legal y vendida en farmacias para fines recreativos. Hasta podía olvidarse, en ese momento, su polémica mirada sobre el pasado reciente, el haber abogado por la prisión domiciliaria para los represores de más edad, abonar, de alguna manera, a la teoría de los dos demonios. Brillaba, por sobre todas las cosas, la apuesta revolucionaria por vivir de la forma más austera posible en su chacra de Rincón del Cerro y la etiqueta, real, de ser el presidente más pobre del mundo. El mundo se desplomaba en una condena sin remedio de individualismo y agotamiento de los recursos naturales, el consumo desenfrenado nos paralizaba y penalizaba. El Pepe levantó su voz contra todo eso. Invitó a pensar como especie.
Su última jugada
Los últimos meses de su singladura vital estuvieron llenos de episodios. Participó de una campaña electoral que devolvió al Frente Amplio a la presidencia. No puede decirse –como se dijo– que haya sido el arquitecto de la victoria, más sostenida por la recomposición de la militancia a pesar de las trabas a la movilización popular que colocó el MPP al no acompañar el último plebiscito por la seguridad social. Pero su MPP arrasó como el sector más votado del Frente Amplio. Logró emocionar desde la izquierda y al mismo tiempo conducir el corrimiento hacia el centro. Impensable hace algunos años, el MPP se alió con el astorismo socialdemócrata y desde el 11 de mayo tienen no sólo el gobierno nacional sino el de la capital del país. Mujica no pudo votar en las elecciones municipales de ese domingo, al estar en cuidados paliativos, pero su enroque maestro ya había dado resultado.
Logró emocionar desde la izquierda y al mismo tiempo conducir el corrimiento hacia el centro.
Con un nudo en la garganta los uruguayos de izquierda le despedirán mañana. Habrá días de duelo nacional y miríadas de referencias en la prensa del mundo. Habrá comenzado una nueva resurrección de Pepe Mujica. Deberá morir de nuevo, sin embargo, para que de las cenizas del exitoso giro al centro de Mujica surja, cuestionándolo, una nueva vuelta de tuerca. Ya no hecha por él sino por los suyos. La que traiga al Pepe de regreso en la esperanza de los más humildes. Esos que, en los barrios más pobres del país, hoy lo están llorando.
Por Roberto López Belloso * Director de Le Monde diplomatique, Uruguay. / Le Monde diplomatique, edición Cono Sur
Ilustración: Tito Merello







