Cuando los capitalistas dan vergüenza y el Estado se atomiza





Hay algo mucho más triste que el contenido y la agresividad de las exposiciones del Presidente frente a empresarios: el festejo de estos empresarios, los principales del país, eso que suele denominarse establishment o clase dominante, frente a todos y cada uno de los exabruptos presidenciales. Aplauden cuando el Presidente esboza silogismos económicos insustanciales, se ríen de los insultos a los opositores, festejan sus permanentes metáforas sexo anales y acompañan cada gesto desubicado con sonrisas cómplices y financiamiento espurio.
Es un panorama triste no sólo porque habla bastante mal de la moralidad de estas clases dominantes, sino porque se trata de una actitud sumamente contradictoria con los valores que, como clase, hasta ayer decían defender, un presunto republicanismo que demostró ser completamente de ocasión. Sutilezas como la división de poderes solo aparecen en escena cuando se trata de fustigar a gobiernos populares, pero no cuando se gobierna a fuerza de DNUs, se encarcela a opositores o se nombran jueces de la Corte por decreto. No hace falta ir muy atrás para recordar cuando cada gesto de autoridad de un gobierno nacional era considerado “una embestida”. O cuando la prensa del capital gritaba “queremos preguntar” ante la ausencia de conferencias presidenciales. Salvo excepciones, la misma prensa que hace mutis por el foro cuando se invita a odiar más a los periodistas.
Pero el problema es más complejo que la vergüenza que provoca el primitivismo intelectual y la doble moral empresaria. La gran burguesía local no festeja a Milei por Milei mismo, una criatura propia que llegó al poder como resultado de un juego aleatorio y que, ya en el gobierno, funciona como una suerte de macrismo plus con malos modales, incluso hasta compartiendo el mismo staff de ejecutores. La simbiosis se produce porque se comparten odios contra el Estado en general y el mundo del trabajo en particular.
No obstante, si se le da una vuelta más al problema, la lucha de clases no alcanza como explicación. El Estado no es una mera agencia de la burguesía, su verdadero rol es asegurar la reproducción del capital, no de los capitalistas particulares. La gran burguesía festejando a Milei es en realidad una de las tantas expresiones del fracaso del Estado en su rol esencial, no de la burguesía construyendo su Estado.
Sentir vergüenza ajena, encontrar un culpable, puede ser una vía explicativa rápida, pero no alcanza. Recapitulando, lo que está sucediendo en el presente es una manifestación del fracaso del Estado en su tarea de asegurar la reproducción del capital. Está volviendo a suceder lo que siempre sucedió bajo gobiernos neoliberales al menos desde tiempos de José Alfredo Martínez de Hoz. Se persigue estabilizar mediante la apreciación del tipo de cambio, lo que satisface las demandas del grueso de la sociedad en tanto el dólar barato supone un efecto riqueza, pero sin que en el camino se generen los dólares suficientes para este objetivo, lo que redunda en el aumento sostenido del endeudamiento externo. Este esquema funciona en el corto plazo, pero es insostenible cuando el flujo de deuda se termina. Se suele decir que el problema comenzó con la última dictadura, pero en realidad coincidió con las transformaciones en el capitalismo global que marcaron el agotamiento del modelo de industrialización sustitutiva de importaciones a mediados de los ’70, cuando comenzaron a consolidarse las cadenas globales de valor y cambiaron las escalas productivas. Aquí se encuentra el verdadero péndulo argentino, los gobiernos populares ensayan algún intento de recuperación de la industrialización sustitutiva y los gobiernos neoliberales optan por la sobrevaluación y el endeudamiento. Incluso el último interregno largo de gobiernos nacional populares, el kirchnerismo, fue posible gracias a un boom de exportaciones de commodities que permitió, mientas duró, una relativa estabilización. Al parecer ambos modelos son económicamente inviables en el largo plazo.
Que el Estado no logre construir un modelo para la reproducción del capital, es decir un modelo de desarrollo productivo acoplado a la actual fase de la globalización, es el resultado de la retroalimentación de su progresivo retroceso. Como destacó José Natanson en un artículo reciente, desde mediados de los años 70 se consolidó una verdadera balcanización de las producciones regionales y del poder estatal nacional, es decir tanto en la base material, la productiva, como en la superestructura, la dimensión institucional.
En términos históricos los estados latinoamericanos se construyeron en el siglo XIX como plataformas para el comercio de materias primas para abastecer las industrias nacientes en los países centrales, fueron la contracara regional del surgimiento del imperio británico. Las guerras mundiales del siglo XX interrumpieron este proceso y algunos países, como Brasil y Argentina, intentaron la industrialización sustitutiva. Centrándose en Argentina con el fin de la etapa industrialista a mediados de los ’70 y sin un proyecto unificador, las distintas regiones intentaron su propia inserción internacional, el eje pampeano central con las exportaciones de base agraria, el eje cordillerano, con la producción energética y minera. Con mayor o menor profundidad estas fueron las regiones que prosperaron, mientras los conurbanos industriales decayeron. El correlato institucional fue el progresivo abandono del Estado nacional de la educación y la salud públicas, que se transfirieron a las provincias, proceso que se coronó con la reforma constitucional de 1994, que transfirió a los subestados el dominio del subsuelo, proceso finalmente perfeccionado con la “ley corta” de 2005. En pocas palabras, se asistió la consolidación del “federalismo como desgracia”, como factor de atomización y desintegración del poder estatal nacional.
La conclusión preliminar es que los desafíos del presente son tan grandes como múltiples. No parece posible regresar a la industrialización sustitutiva ni tampoco seguir endeudándose para siempre. Luego, las funciones deseables de un Estado moderno, como salud y educación públicas de calidad, que en algún momento hicieron la diferencia de Argentina en la región, ya no existen. Y tampoco existe un Estado nacional con suficiente poder frente a las autonomías provinciales, lo que limita la coordinación de algunas políticas clave, como por ejemplo el desarrollo minero. El diseño del futuro no es imposible, pero demandará barajar y dar de nuevo, dejar de mirar las políticas de desarrollo con el prisma de los movimientos del siglo XX, observar en detalle las transformaciones del capitalismo global, elegir los sectores en los cuales insertarse y avanzar en un rediseño institucional que revierta la balcanización. Lo que sigue sin estar del todo claro es quienes serán los sujetos de estas transformaciones, parece difícil que entre ellos se encuentren los empresarios que hoy aplauden como focas al Presidente.
Por Claudia Scaletta / El Destape