Maldito Keynes

Actualidad09 de marzo de 2025
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A veces me sorprende la ira que Keynes le despierta a Milei. Después pienso en Conan, y creo que el pasado, el presente y el futuro no deben ser nociones que el presidente comparta con la mayoría de nosotros, orcos, zurdos de mierda, débiles mentales o como ustedes prefieran que los llamen. El está en su limbo, donde conviven Moisés con hombres máquina que prescindirán de las mujeres, liberados de las charlas de peluquería, como él dice refiriéndose a otra cosa. Cuando quieras bajarle la importancia a alguien, no te olvides de feminizarlo.

Cada tanto, ahora que los economistas neoliberales lo critican, suele usar “keynesiano inmundo” o algo por el estilo para contestar, de forma idéntica a cuando alguien de derecha no coincide con él, y lo acusa de “haberse vuelto kirchnerista”. Kirchnerista lo pronuncia como eructando. Manes no lo eructa, lo repite. Lo han convertido en un adjetivo peyorativo, insultante, acusatorio. Milei sataniza al kirchnerismo igual que Macri, pero la novedad ahora es que tenemos circulando también al maldito de Keynes.

Milei es iracundo en general, pero cuando dice “zurdo keynesiano” lo hace como un caldito de odio concentrado estallando dentro de un microondas. Lo debe irritar el simple hecho de que las políticas keynesianas fueron evidentemente exitosas, mientras no hay un solo ejemplo de derrame real.

La riqueza se concentra y no cae nada, ya no por un mercado que hacen funcionar las grandes familias o corporaciones que manejan los complejos energéticos, farmacéuticos o armamentísticos, sino por un fenómeno actual y posterior a Keynes. La broligarquia o el tecnofeudalismo o como se le quiera llamar a quienes dominan hoy el aparato de poder tecnológico en esta parte del mundo, ha reemplazado a los seres humanos por las máquinas y las cosas. Hoy no cae nada porque ellos decidieron que abajo no hay nadie.

Por eso Milei es tan impune con el dolor inmenso que provoca. No tiene culpa. No tiene idea. No se le ocurre que hay tal cosa como millones de personas. No están en su campo visual ni en su campo mental o emocional: no existen. Entonces no hay testigos. Se manda con que subieron los salarios y hay menos pobreza y que los jubilados no tienen de qué quejarse.

Volviendo a Keynes, y a que lo debe volver loco el éxito de sus políticas, Europa puede dar fe. Tanto Estados Unidos, como Europa se repusieron de la Crisis del 30 y de la Segunda Guerra con muchísima obra pública y con Estados de bienestar (lo de Milei es el Malestar Total de la cultura en su sentido amplio, generado por la destrucción del Estado). Siempre es bueno, para saber de qué estamos hablando, buscar las fotos de Dorothea Lange, una de las magníficas mujeres fotógrafas que reclutó Rooselvelt para dejar constancia del país en crisis terminal. Una hambruna feroz había multiplicado la indigencia a un grado desconocido en el Medio Oeste. Esas mujeres, entre las que también estaba Martha Gellhorn, la gran corresponsal de guerra del siglo XX, retrataron esa época mejor que nadie. Hay que mirar esas fotos para entender mejor la importancia de Keynes. De Hayek se pueden mostrar las fotos de Pinochet o de Thatcher. 

Keynes sí tenía presente a los vivos, a los que había que mantener con vida, a los que habían perdido todo. El polo opuesto de cómo ver al pueblo: si como personas a rescatar o como estorbos a suprimir. 

Estaba obsesionado con el empleo. Con cómo reconstruir no solo una economía, sino a millones de seres humanos hundidos en la carencia y la humillación. Se había perdido la conciencia del trabajo. Y funcionó. A través de la obra pública, hubo empleo. El empleo fue la base de la recuperación subjetiva, la gran sensación colectiva de volver a estar en marcha. (Y hacer a “América” grande de nuevo).

A veces me imagino que si alguna vez Milei estalla, si alguna vez brota del todo, lo hará insultando a Keynes, ese perverso que les dio herramientas a líderes de todo el mundo para que los países salieran de las crisis sin altos volúmenes de sufrimiento. 

El pensamiento general de Keynes lo generó su punto de partida, como el de todos los que lo siguieron: el derecho de todo ser humano al trabajo, y el trabajo como un ordenador de la vida y la regeneración de una economía.

La pobre Europa, confundida y decadente, con sus Estados de bienestar sólidos vistos desde la periferia, pero desgastados y agujereados por la crisis de la guerra, sigue negando que a Rusia la fueron a buscar sus socios norteamericanos. Sostiene que la víctima es Zelensky. Es hora de mandar el eurocentrismo a la guillotina. 

Parte el alma ver al laborismo británico seguir con la cantinela de la importancia de la democracia, defendiendo a ese impostor que fue pulverizado en vivo por Trump y Vance. Nunca como ahora las agendas estuvieron tan alocadas y entremezcladas. Europa no acepta a Rusia, nunca lo hizo. Y Trump a la que tiene en mente es a China. Tampoco la pavada. 

“En el largo plazo estamos todos muertos” es la frase de sobre de azúcar que Keynes nos dejó para entender todo muy fácil. La política económica, esto es, una economía dirigida a mejorar la vida de las personas, de los cuerpos, de las almas, necesita un Estado fuerte, lo suficientemente fuerte como para crear empleo. No cuando lleguen inversiones. Ahora. Y la herramienta fue y es la obra pública. Que no está demás, no sobra. Lo saben muchos autos que empezaron a romperse en las rutas argentinas.

Milei hoy está totalmente desangelado y más aún, tiene su mancha, su señal de Caín en la frente. Su vergonzosa performance de estafador a sus propios admiradores lo  inscribe entre los que fracasan al triunfar.

Una vez más, sumando a eso que el dólar planchado nos va provocar una desgracia colectiva, la teoría del derrame vuelve a ser lo que fue siempre. Un truco para desesperados que fabrican ellos mismos. Y encima, esta vez, lúmpenes tecnotermo con inclinación a la propina.

Por Sandra Russo / P12

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