Esperando a los Reyes Magos

Actualidad06 de enero de 2025
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Aparecieron las nubes

El clima de (transitorio) triunfo económico mileísta fue afectado en estos últimos días por noticias tanto locales como internacionales que generaron dudas sobre la estabilidad del esquema rentístico financiero armado por el ministro Caputo con el aval de Milei.

El jueves 26, el Banco Central debió vender, de un saque, 599 millones de dólares, que fueron atribuidos a la demanda del sector automotor. No se trata de una demanda normal, y hubo rumores de que algunas grandes empresas se deshicieron de tenencias financieras en moneda local para volver al viejo y querido dólar. El gobierno tiene aproximadamente 10.000 millones de dólares de reservas negativas, con lo cual, estaría vendiendo dólares que pertenecen legalmente a los depositantes en dólares. Lo cierto es que ventas de ese tipo no se pueden reiterar, porque crearían un clima de desbarrancamiento acelerado de todo el esquema cambiario.

Por otra parte, continuó la turbulencia cambiaria por la que atraviesa la economía de Brasil, gran socio comercial de la Argentina y destino de una parte importante de nuestras exportaciones industriales. A lo largo del año, Brasil ha devaluado su moneda casi un 26%, mientras que la inflación anual fue de sólo el 4,8%. La Argentina recorrió el camino inverso: tuvo una muy alta inflación en 2024 (aproximadamente 116%), pero devaluó muy poco su moneda en términos comparativos (27,4%). Si bien hay flujos comerciales estables entre ambos países, que son dependientes del nivel de actividad interna, otros bienes y servicios (como el turismo) son muy sensibles a las variaciones del tipo de cambio. Brasil ha quedado notablemente barato frente a la producción argentina. 

También ocurrió un fenómeno curioso e inesperado: la empresa Los Grobo Agropecuaria y otra empresa controlada incumplirán pagos por 10 millones de dólares y no cubrirán compromisos hasta el 31 de marzo. En una comunicación a la Comisión Nacional de Valores, explicaron la irregular situación por la “creciente iliquidez en el mercado de pagarés bursátiles para emisores del agro”. Si bien no todos en el rubro de los insumos agropecuarios muestran un cuadro tan ajustado, especialistas en el sector hablan de una situación compleja de bajos precios internacionales de los bienes exportables argentinos, insumos y costos locales caros en dólares, tasas de interés caras en dólares, agregando además la tradicional queja por la persistencia de retenciones a la exportación del sector, a pesar de que Milei prometió lo contrario. 

Las devaluaciones competitivas en varios lugares del mundo, la demanda potencial de dólares de las reservas del BCRA y los tropiezos empresariales en un sector bastante inmune a las peripecias económicas nacionales son datos que no pueden ser ignorados, a pesar de que las risas y los petardos de la fiesta financiera cubran por ahora estos crujidos reales.

Ilusiones y expectativas para todos y todas

Milei no puede reducir las retenciones porque el supuesto equilibrio fiscal no es sólido —está logrado mediante artilugios contables e impagos de cuentas públicas— y la caída de esos ingresos complicaría aún más la precaria situación fiscal. Por lo tanto, es predecible que el clamor agropecuario contra las retenciones se profundice en los próximos meses. El tropiezo de Los Grobo, dada la trayectoria exitosa y rentable del conglomerado, y el creciente malestar del “campo” han generado cierta algarabía en sectores políticos nacionales y populares, que esperan ver cómo se le complica la vida al oficialismo por sus propias contradicciones. 

Pero son espejismos políticos a los cuales mejor no apostar. El sector del campo, que está reclamando la aplicación de la motosierra a las retenciones —es decir, pagar menos tributos al Estado—, lo que está propiciando implícitamente es que se recorte aún más el gasto público, para mejorar su propia situación. 

El salvaje recorte del gasto realizado a lo largo de este año fue malísimo para la economía en general y para el bienestar popular en particular. Profundizar en 2025 el recorte agravaría aún más el cuadro social. Pero es difícil que el “campo”, por su configuración ideológica conservadora y ahora subordinada a las finanzas, reclame una devaluación del tipo de cambio oficial, o que se incurra en cierto déficit fiscal, o que se reemplacen las retenciones por algún impuesto de características progresivas.

Puede haber conflictividad creciente entre el agro y el gobierno, pero no por buenas razones. Recordemos que el gobernador peronista cordobés Llaryora y el gobernador radical santafecino Pullaro (dos provincias con importantes complejos agropecuarios) fueron los que vetaron que Luis Caputo incrementara las retenciones a las exportaciones agropecuarias en pos de lograr el equilibrio fiscal. Hicieron aún más regresivo el paquete de medidas fiscales de Milei.

También puede haber próximamente tensiones entre el FMI y el gobierno, pero por malas razones: una nueva devaluación —reclamada por el organismo— reactivaría una nueva ronda de aumentos de precios. Implicaría un nuevo descenso del golpeado poder de compra popular, con aceleración de quiebras de empresas e incremento del desempleo.

Para manejar políticamente la coyuntura, el mileísmo lleva la alienación colectiva hasta el extremo. Proclama falsedades groseras sobre la situación económica y social, y extrema la distribución de “bienes simbólicos” para alimentar con fantasías los cerebros de su electorado.

Ya el macrismo usaba el recurso de despojar de bienes materiales a la sociedad, pero ofrecía a cambio bienes simbólicos: habría ajustes en lo material con descenso en el nivel de vida, pero proclamaban que gobernaría la decencia, la seriedad, la sensatez y las buenas prácticas económicas. El neoliberalismo se disfrazaba de republicano y democrático, como contracara del populismo. 

Hoy el mileísmo practica una vuelta de tuerca de esa particular fórmula de manipulación política. La prédica actual se despega mucho más del suelo de la realidad, para adentrarse en fantasías enloquecidas sobre futuros de potencia dentro de 35 años, o números falsos que contradicen la realidad sensible de las mayorías, o delirios sobre la libertad incomparable de no tener destino ni amparo. Para aumentar la felicidad mental de sus fieles, el mileísmo les ofrece símbolos: prohíbe viajar a sus ministros al exterior —salvo unas cuantas excepciones—, le saca la custodia a Fabiola Yáñez, tuitea culos quemados o echa empleados públicos. 

Trump y los nubarrones para América Latina

Donald Trump, Presidente electo de los Estados Unidos, no deja de sorprendernos. En las últimas semanas, conquistó las planas de la prensa mundial proclamando que le gustaría adquirir Groenlandia (que pertenece a Dinamarca, o sea, a la Unión Europea), que necesitaría que le devolvieran el Canal de Panaá, y que no estaría mal anexar Canadá. 

Esta práctica de lanzar ideas inauditas va generando un acostumbramiento global a los exabruptos menos pensados, pero sobre todo logra la naturalización de los deseos imperiales como posibilidad política global, la aceptación del excepcionalismo norteamericano como norma razonable en las relaciones internacionales y la evaporación de los principios del derecho internacional vigentes —aunque sea formalmente— luego de la segunda posguerra mundial.

En esta semana, Steve Bannon, ex ideólogo y colaborador de Trump, estimó en una entrevista que unos 13 millones de personas podrían ser expulsadas de Estados Unidos, de acuerdo a los parámetros que establecerá la nueva administración norteamericana. 

Es inimaginable el caos político y económico que generaría la expulsión de territorio norteamericano y el regreso de tal masa de gente a países cuyas raquíticas economías subdesarrolladas han sido históricamente expulsivas de población. A su vez, el peligro de desestabilización regional por una crisis social podría favorecer que los Estados Unidos decidiera involucrarse militarmente en Centroamérica, lo que de todas formas no solucionaría los problemas estructurales de base, que es lo único que no se les ocurre hacer.

Para la continuidad de la paz en Latinoamérica, Trump representa también un peligro real inminente. En junio del año 2023, Trump, criticando la supuesta pasividad del Presidente Biden, realizó estas declaraciones: “Cuando me fui, Venezuela estaba a punto de colapsar. Nos hubiéramos apoderado de ella, nos hubiéramos quedado con todo ese petróleo”. Esto está filmado y consta en un video que se difundió en las redes sociales, de una conferencia de prensa que ofreció en Carolina del Norte.

Trump no ha cambiado su apetito por el petróleo venezolano, y todo el personal estadounidense que está designando con relación a América Latina es de un reaccionarismo extremo. Desde esa perspectiva es que hay que interpretar lo que está haciendo el actual gobierno argentino en materia de política exterior, ya que se concibe a sí mismo como un fiel colaborador de cualquier estrategia norteamericana. 

En ese sentido, es grotesca la forma en que la ministra de Seguridad, Bullrich, y el ministro de Relaciones Exteriores, Werthein, están montando un clima de confrontación con la República Bolivariana, buscando instalar en la población un sentimiento de “ofensa” por el apresamiento de un miembro de la Gendarmería nacional en ese país. Es evidente el intento de crear un clima anti-venezolano en la opinión pública argentina, utilizable luego para avalar acciones intervencionistas en ese país. En el más puro estilo mileísta, no se lucha ni se piensa luchar por Malvinas, pero canalizaremos el nacionalismo contra Venezuela.

También México, que tiene un flamante gobierno progresista encabezado por Claudia Sheinbaum, puede estar en la mira del intervencionismo norteamericano, luego de que Trump manifestara su intención de declarar a los carteles de la droga mexicanos como “organizaciones terroristas”. Es sabido que en los códigos político-militares norteamericanos, la etiqueta de “terrorista” implica la habilitación al uso de la fuerza en cualquier lugar del mundo, sin ningún límite ni condicionamiento. Ya no estamos hablando de un pequeño paisito de Centroamérica.

Trump disgrega a Europa

El impacto Trump cruza, por supuesto, el Atlántico. Hoy es posible pensar en procesos de desintegración de la Unión Europea, tal cual como la conocemos hasta el presente, si triunfa en las próximas elecciones en Alemania la derecha anti inmigrantes, anti UE y anti guerra en Ucrania, o si la continuada crisis política en Francia desemboca en la convocatoria a elecciones presidenciales y una eventual victoria de la izquierda o la derecha francesas. 

Vale la pena recordar la deriva del Reino Unido luego del “éxito” del BREXIT, cuando una votación llevó a que el reino se separara de la Unión Europea, para ser más “libre”. El país egresó del marco institucional de la UE, luego de un sorprendente plebiscito donde el público fue asustado con las supuestas oleadas de migrantes pobres que llegarían desde el este y desde el sur a destruir la paz y la comodidad inglesas si se continuaba dentro de la Unión Europea. En un nivel de mayor lucidez en lo que se refiere a sus intereses, la City de Londres con el BREXIT logró sacarse de encima la eventual regulación y control bancario que provendrían de Frankfurt, del Banco Central Europeo. 

Lo cierto es que el Reino Unido profundizó su pérdida de soberanía, como muy bien lo demuestra con numerosos ejemplos Angus Hanton, investigador y hombre de negocios, en su libro Vassal State – How America runs Britain (Estado Vasallo – Cómo Estados Unidos maneja a Gran Bretaña). Dice Hanton: “Este libro recopila evidencia de que numerosas palancas de control sobre Gran Bretaña ya han cruzado el Atlántico. Resulta que el Reino Unido optó por ‘recuperar el control’ de Europa en 2016 y, al mismo tiempo, transfirió dócilmente cada vez más poder económico a otro continente”, y agrega más adelante: “Y (este libro) es también un llamado a la acción para detener nuevas transferencias de partes de la economía a propietarios estadounidenses poderosos e irresponsables y para reorientar a Gran Bretaña hacia una mayor independencia económica”. El destino de Londres podría preanunciar el del resto de los ex socios europeos si se desintegra la UE.

La guerra en Ucrania agravó notablemente los problemas económicos de toda la Unión, tanto en materia de competitividad internacional como de aumento del gasto público en armamento y de dependencia creciente de los Estados Unidos. Los procesos de disgregación de la Unión pueden terminar sirviendo a las corporaciones norteamericanas en bandeja a esos Estados, pero también podría ocurrir que algunos países busquen un rumbo alternativo, que hoy existe y se llama BRICS.

Trump y los perros robot

Hay realidades materiales sobre las que se asientan estos reacomodamientos internacionales. 

Un experto en tecnologías avanzadas se preguntaba en estos días: “¿Cómo puede Boston Dynamics (EE. UU.) competir con Unitree Robotics (China) si los perros robot de la firma china cuestan menos de una décima parte y, como han demostrado videos recientes, son capaces de moverse con mucha más agilidad y velocidad?”.

Los perros robots, artefactos sorprendentes con creciente uso civil y militar, no constituyen un caso aislado. Este tipo de desbalance competitivo a favor de los chinos se presenta cada vez con mayor frecuencia en drones, vehículos eléctricos, tecnologías 5 y 6 G, trenes de altísima velocidad o equipos de producción de energías renovables.  

Se puede tratar de emparchar esta situación cerrando el mercado norteamericano y obligando a los europeos a retacear los mercados de Occidente, para hacerle perder escala y mercados a los chinos. Sin embargo, eso no va a mejorar el costo del perro robot norteamericano, salvo que medie una gigantesca inversión pública. ¿Bajará Trump los impuestos a los ricos, como ha prometido, e invertirá —al mismo tiempo— más recursos para promover las industrias de punta norteamericanas? Si así lo hiciera, impulsaría el déficit hacia un límite en el que el dólar se volvería una moneda poco confiable.

Además, si las represalias desde Oriente por el proteccionismo occidental revistieran la misma forma que las norteamericanas, también se cerrarían las compuertas de grandes mercados asiáticos a la producción de occidente, siendo especialmente los europeos, con su devaluado poder de lobby, los primeros patos de la boda. ¿A dónde podría llevar la escalada?

Cerca del cierre de esta edición, el Presidente Biden, no Trump, acaba de vetar la compra de la acería norteamericana U.S. Steel por parte de la empresa japonesa Nippon Steel por 15.000 millones de dólares, con el argumento de que afecta la seguridad nacional de los Estados Unidos. De por sí, la operación habla de quién está a la ofensiva y quién a la defensiva en la producción de acero en el mundo. Estados Unidos, por otra parte, vuelve a dar lecciones de soberanía, contradiciendo la cháchara conceptual difundida a través del Consenso de Washington, que tan bien aprovecharon las multinacionales norteamericanas y europeas para hacerse con el acervo productivo de numerosos países periféricos.

¿Dónde está el piloto?

Las características personales de Trump, su forma de hablar, su estilo ramplón para abordar los temas, no deben llevar a confusiones. El reclamo, en pocas semanas, del Canal de Panamá, de la isla de Groenlandia y la sugerencia de una eventual anexión de Canadá (“Estado 51”), están en el marco de una lectura geoestratégica que incorpora proyecciones sobre los efectos del cambio climático, la preservación de rutas comerciales y logísticas claves, la captura de recursos minerales estratégicos y la necesidad de asegurar áreas geográficas claves frente a eventuales conflictos de gran magnitud.

Hay, detrás de Trump, una visión alineada con los intereses de una gran potencia imperialista, que estudia escenarios futuros y hace proyecciones que la llevan a anticiparse a esos escenarios con políticas económicas, tecnológicas, diplomáticas y militares en el presente. 

Vale la pena contrastar esa visión de largo plazo, con la nada que tenemos en Argentina. Salvo personalidades sueltas, y modestos centros de investigación, no existe nadie en nuestro país, ni en el Estado, ni en la sociedad civil, que esté pensando estratégicamente en el futuro de la Nación. Quienes lo hacen no tienen acceso a puestos de poder. El país está descerebrado.

El empobrecimiento intelectual y cultural de la élite argentina es alarmante. Su deserción de la idea de construir una Nación soberana en un mundo muy desafiante es total, y no es de ahora. Probablemente, sea el golpe del ‘76 el momento en que se verificó una profunda desvinculación de la elite argentina de un proyecto nacional soberano.

Milei es la consagración y el blanqueo de esa desaparición de la idea nacional en la élite económica local. El mileísmo es la transmutación de la vergonzosa carencia de ideas importantes y visiones significativas en las élites locales, en una suerte de mérito que traerá enormes beneficios, adaptándose sumisamente a las necesidades de la potencia hemisférica. 

La Argentina viene flotando en la nada desde que se desvaneció en 2015 el último intento de reconstruir capacidades soberanas nacionales, apoyándose en una trama política sudamericana que ayudara a orientar los grandes lineamientos de un rumbo político y productivo propio.

En definitiva, el proyecto de la clase dominante argentina es flotar pasivamente en la economía global, aprovechar oportunistamente los negocios que surjan y que las aguas del mercado mundial y las necesidades de las multinacionales tecnológicas y financieras definan nuestro destino.

A pesar de esta actitud derrotista, pensamos que el escenario global constituirá un obstáculo para la declinación nacional de la Argentina, porque no dará espacio ni tiempo económico al proyecto neocolonial, ya que es totalmente disfuncional para hacer frente al escenario que se avecina. 

Macri y Milei prefieren seguir haciendo como si estuviéramos en la década del ‘90, como si hubiera una globalización unipolar en su cenit, porque no tienen ningún horizonte ni respuesta seria al actual contexto y porque responden básicamente a intereses externos al país. 

Reemplazarlos implica constituir un gobierno dispuesto a proporcionar un rumbo nacional al país, desplazando de las palancas del control de la sociedad a una dirigencia vencida e incompetente. 

Mientras tanto, en un lugar llamado la Argentina, el gobierno y parte del país esperan a los Reyes Magos.

 

Por Ricardo Aronskind / El Cohete

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