Del filtro a la careta

Actualidad14 de diciembre de 2024
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Filtros, se usan en las pantallas. Así se llaman. Deben ser rejuvenecedores, alisadores, capaces de atenuar las papadas, arrugas, verrugas, surcos, grasitas, manchas. Ante la piel real y el cuerpo en sus desmesuras y caídas, se propone la imagen deseada de lo liso y luminoso. Y si las labores cosmetológicas y las cirugías varias no bastan, ahí están los filtros para hacernos ver del modo en que queremos. Ya no narcisos embelesados por lo que el agua refleja, sino cultores de la falsía de una imagen que nos seduce en tanto es más alejada de la que se ve a simple vista.

Filtros en los dispositivos móviles y en las cámaras de tv. ¿Quién podría tirar la primera piedra? Este gobierno es especialista en trapisondas tecnológicas y en el montaje de relatos que buscan su verosimilitud en el mero hecho de presentarse como imágenes, aun cuando sabemos que son las imágenes, aún más que las palabras, las que hoy portan una rotunda potencia falsaria. Una imagen trae la historia de su construcción y si pensarla siempre ha exigido la pregunta por su puesta en escena y su fuera de campo, en la actualidad hacen gala de su artificialidad, de su desgajamiento respecto de algo que ocurre fuera de ella. Sin referente, vuelan por lo alto y se reproducen al infinito.  

Galanura de lo falso y así el más falsario se hace el galán con tantos filtros. Y al hacerlo produce una suerte de verdad sintomática: todo en el discurso se vuelve farsa y falsedad, pero en la imagen ya está producido el entongue, entonces no hay que ser demasiado perspicaz para advertir la correspondencia entre lo que se muestra y lo que se dice. El salario mínimo en mil-cien-dólares es equivalente a ese rostro que además del maquillaje-esconde-papadas requiere de una iluminación especial y unos filtros adecuados. Dicen que son los que usan las divas antiguas de la televisión, para que esa antigüedad sea celebridad más no piel plegada sobre sí misma.

Filtros y más filtros. Nos movemos entre escenas producidas para el consumo masivo. Ya no requieren Aparatos Ideológicos del Estado (el sistema educativo, las iglesias, las instituciones culturales) que son vistos como hacedores de un adoctrinamiento de una vida cooperativa que declaran objeto de borramiento. Ahora se vanaglorian de garantizar la continuidad del orden con sus Aparatos Tecnológicos de Mercado. Esos que trasmiten, multiplican, las escenas filtradas. La imagen, así, amoneda y sintetiza esos acuerdos. No porque se pretenda verdadera sino porque muestra, filtradísima, que no importa la pregunta por la verdad. 

Si la vida tal como existe no nos satisface, el malestar parece ser conjurado por la sustitución de lo existente por otro plano. En otra realidad del multiverso seríamos jóvenes, bellos, nuestros perros no morirían, ganaríamos sueldazos en dólares o nos haríamos ricas a puro invertir en monedas virtuales. Pero en esta, ay, nuestros abuelos y padres y madres se quedan sin cobertura para sus remedios, se suspenden tratamientos oncológicos, se retiran los subsidios y pensiones para personas discapacitadas, cierran fábricas e industrias, se despiden contingentes de trabajadoras, se expulsan científicos del país, se menoscaban las universidades y se agravia a les docentes. Cada día, alguien se suicida en las vías de un tren cual bonzo silente de la nueva época. Cada día, vivimos la vergüenza de no poder detener la crueldad de un régimen cuya verdad última es la destrucción de todos los amparos ante la vulnerabilidad compartida, para afianzar el reino de la mercancía. 

Tan brutal el proyecto, tan destructivo, que con los filtros no alcanzan, y para eso están, prestos, todos los dispositivos represivos. Durante este año, la transformación social y económica del país se encaró con la garantía de las fuerzas de seguridad controlando el conflicto social y con el show de las imágenes filtradas. Para los díscolos, palos; para los crédulos, filtros. A cara de perro. O a máscara canina, porque el espectáculo del aniversario culminó con el sujeto protagonista en el balcón de la Rosada, poniéndose sobre el rostro una máscara del difunto clonado, un poco para invocar su espectro, otro para que alguien grite ¡no está muerto, vive en nosotros!, pero seguramente también para seguir con el ocultamiento que venían produciendo los filtros. Mejor cara de perro que papada visible.

Si este neofascismo resiste la interpretación es por la peculiar conjugación entre lo viejo y lo nuevo. Entre la máscara de cartón del circo antiguo o el carnaval popular y la apelación a tecnologías capaces de poner otro rostro allí donde está el propio que nos disgusta. Pero ambos subrayan el carácter artificioso de esa imagen y piden que se destituya, para creerla, toda alusión a lo existente. 

Payasesco bailecito de las máscaras, irracionalidad de cada gesto, espectáculo de las novias contratadas, todo eso es cierto, pero sus arabescos no deben opacar lo que está ocurriendo y que es aterradoramente racional: es la racionalidad del capital, sin contrapesos con ninguna otra. Es la abstracción del dinero y la acumulación --y su contrario, la desposesión constante-- lo que se pone en juego. A la vez que se suspende la protección de las tierras campesinas --habilitando desalojos y persecuciones-- baja el riesgo país. O crecen los activos financieros mientras se destruye el sistema de salud pública. Si en una sociedad siempre hay conflictos entre racionalidades diferentes, hoy una de ellas se ha vuelto absolutista. Los ganadores festejan una serie de batallas y en los campos de polo el cara-de-perro fue vitoreado. El Estado que quieren es el de la robustez de su aparato represivo, mientras les libera las manos para hacer negocios con todos los bienes comunes. 

Ninguno de los gobiernos anteriores puede eximirse de la pregunta por sus fracasos. En especial, de la pregunta por qué sucedió para que una mayoría plebeya y popular acompañe la destrucción de sus propias condiciones de vida. De sus vidas. De nuestras vidas.

Ni los gobiernos ni las militancias ni cualquiera de nosotres podemos privarnos de esa pregunta. Alguien se la hizo hace siglos preguntando por la servidumbre voluntaria y durante la modernidad fue el objeto del pensamiento crítico. ¿Cómo podemos formularla hoy? ¿Cómo hacerla sin que suponga complicidad con el arsenal intelectual del neofascismo? ¿Cómo interrogar ese triunfo sin que nuestros argumentos devengan racionalización de la victoria del capital desnudo, que la vuelva tan compresible como ineluctable?

Por María Pia López / P12

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