El decir y lo dicho. Discurso y escritura en la era de Milei

Actualidad08 de diciembre de 2024
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«El periodismo es una forma imaginaria de narrar la realidad, mientras que la literatura es una forma real de narrar lo imaginario», decía Rodolfo Rabanal, quien fue un muy comprometido escritor y, al mismo tiempo, un muy correcto periodista. No pretendo avivar aquí la vieja antinomia entre periodismo y literatura, máxime cuando, en muchos aspectos (y gracias a plumas o firmas lucidísimas), esta antinomia parecería haberse superado hace ya tiempo. Lo que sí quisiera plantear es la necesidad de discutir la viabilidad de cierto tipo de discursos en épocas en las que los fundamentos conceptuales —y hasta diría ontológicos— que los sustentan darían la impresión de haberse diluido en el aire.

¿Desde qué lugar proponemos llegar a la médula de un suceso o un conflicto, viviendo como vivimos en plena era de la posverdad? ¿Cómo pretender seriedad, objetividad y profundidad de análisis, coexistiendo como coexistimos con los memes y las fake news? ¿Cómo ser cauto y reflexivo cuando la violencia verbal y la irracionalidad se han convertido en la vara con la que se mide lo que hacemos y decimos, pero también lo que callamos? Tristemente, el Gobierno de Milei nos obliga a formular estas preguntas.

Quien sí se las formuló fue Claudio Zeiger, escritor y, hasta donde tengo entendido, editor del suplemento Radar Libros, de Página 12. La evidencia en la que me respaldo para hacer una aseveración como esta son sus «Intentos frustrados de escribir sobre Milei», de los cuales, hasta el momento, conocemos solo cuatro. Es lógico esperar, por lo menos, dos más, sobre todo si, como ha confesado el propio Zeiger, su serie está inspirada en los «Seis intentos frustrados de escribir sobre Arlt», de Oscar Masotta, incluido en el libro Sexo y traición en Roberto Arlt, de 1965. Claudio Zeiger trabaja los textos de esta serie de una manera singular, oblicua, una manera que está a medio camino entre el ensayo literario y la prosa varia de carácter libresco. Sus citas, reflexiones y ejercicios de ingenio tienen que ver más con el ámbito de la literatura que con el del periodismo de opinión, sobre todo, porque el autor no busca en ningún momento utilizarlos con el propósito de convencernos de algo. Trabaja su discurso —ya convertido en escritura— como tentativa, como frustración, y esto, manifiestamente, se anuncia en el mismo nombre de la serie, que sugiere la idea de un devenir, de un «joyceano» work in progress.

Salvando las insalvables distancias, yo me he propuesto algo parecido con mi serie POSTALES DEL DERRUMBE, serie de la que incluso este texto pretende formar parte. En los ya siete trabajos que se han publicado en este medio (contando el que el lector tiene ante sus ojos), he venido acercándome al fenómeno Milei desde un ejercicio de escritura disidente. Si bien es cierto que me valgo de algunos géneros periodísticos (como la crónica, el artículo de opinión y el aguafuerte), también es cierto que los hipertrofio con recursos literarios, hasta lograr que el género original —el que he tomado prestado impunemente— quede desdibujado por el revestimiento estilístico elegido (y así, la crónica se vuelve cuento, el artículo de opinión se vuelve ensayo lírico y el aguafuerte se vuelve estampa literaria).

¿Por qué Claudio Zeiger hace lo que hace con su serie? ¿Por qué yo hago lo que hago con la mía? Responderé solo por mí, y mi respuesta bien podría ser esta frase del español Francisco Ayala: «Todo lo que no es literatura no existe. Porque ¿dónde está lo real?». Pues bien, no sabemos dónde está lo real, pero seguramente no está donde el poder mediático asegura que podemos encontrarlo.

Gracias a Gramsci, la Escuela de Fráncfort, Althusser, el primer Foucault y Noam Chomsky, estamos al tanto de que el poder mediático ha estado siempre en connivencia con el poder económico, y uno, que de las pocas cosas que puede jactarse en esta vida es que tiene más voluntad de estilo que voluntad de poder, rechaza (por razones estéticas, si se quiere), cualquier forma que adopte el mencionado poder para imponernos una ilusoria existencia: la de Milei es también una de esas formas, por más que su discurso intente sugerir lo contrario, y por más que muchos incautos hayan aceptado por válida semejante sugerencia.

No sé cuántas postales más escribiré. Solo sé que esta es la última del año. También sé que, afuera, la gente sigue sufriendo con gusto las consecuencias de su voto, y los que deberían buscar una salida a todo esto —una salida política, por supuesto— parecerían preferir pelearse como gatos dentro de una bolsa. ¿Acaso es esto lo real? «Toda dictadura es una novela», decía don Miguel Ángel Asturias, y si esta novela mal escrita en la que vagamos como personajes secundarios no es una torpe (aunque amañada) dictadura, que alguien me diga qué es.

Por Flavio Crescenzi * Escritor, docente, asesor lingüístico y literario / La Tecla Eñe

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