Un nuevo ciclo de la Argentina racista

Actualidad21 de noviembre de 2024
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A 7 años del del asesinato a sangre fría del peñi Rafael Nahuel iem, la violencia estatal de la neo colonia autopercibida como una nación libre denominada Argentina, sigue creciendo. 

Si bien el poder judicial no pudo ignorar las pruebas innegables del fusilamiento, tampoco profundizó sobre el móvil e identidad de los autores intelectuales que, todo indica, sería mediante una asociación ilícita insertada en el Estado para matar y avasallar derechos constitucionales con fines comerciales inmobiliarios.

Los autores materiales fueron condenados, aunque no irán presos hasta que el fallo quede firme. El autor del disparo fue condenado a cinco años de prisión como responsable de homicidio agravado por uso de arma de fuego, cometido en exceso de legítima defensa. Los otros cuatro acusados recibieron condenas de cuatro años y seis meses como partícipes necesarios del mismo delito.

Ante un asesinato, la sentencia de una condena menor, no indignó a la sociedad. No se escucharon esta vez a coro las fatídicas frases, “entran por una puerta y salen por la otra” o el ya conocido “que se pudran en la cárcel”. Tal vez porque el discurso absolutorio público viene siendo militado  anticipadamente y  hasta nuestros días por la responsable de la seguridad de ayer y de hoy,  justificando la acción violenta mediante  diatribas agresivas y  xenófobas  , repetidas como un mantra hasta el cansancio en los medios que abordan el tema.

Lejos de mantener un progresivo avance hacia la paz y detener la violencia, pareciera que la sociedad que vive bajo las leyes del Estado argentino, está no sólo tolerando la violencia, sino justificando un recrudecimiento de la misma. 

Como un loop histórico, el poder neocolonial fue construyendo un sesgo cultural enmarcado en una supuesta identidad nacional, que cada tanto rebrota en su frustración e intenta  la asimilación cultural a la fuerza de todos los que vivimos en el territorio delimitado por el Estado.

Pero basta con ver las razones de esa unidad territorial para ver lo incongruente de esa fuerte idea que aspira a convertir un estado en  una única nación. Recordemos que el territorio que hoy es Argentina es heredado de la colonia española que organizó la división según sus intereses de expoliación y reparto del botín entre sus castas gobernantes. 

Así, salvo por algunas modificaciones que responden a guerras entre estados o sub estados (provincias) las viejas  colonias intentan hoy ser naciones construidas sobre las culturas milenarias de cada territorio, sin siquiera respetarlas como preexistentes  y mucho menos como culturas vivas.

La idea asimilacionista lleva décadas intentando imponerse, a veces desde el  cariño con la épica de la solidaridad y otras veces a sangre y fuego. 

Este nuevo rebrote de la esencia cultural argentina está volviendo como cada tanto lo seguirá haciendo, mientras no nos aceptemos como una sociedad multicultural que convive bajo las leyes de un estado que no reconoce su propia realidad plurinacional.

Algunas veces escucho ante este argumento que “en Argentina la cantidad de habitantes originarios es poca, no como en Ecuador o Bolivia”, algo que suena lógico pero no es más que la continuidad de la defensa del miedo y la prosecución de la idea de amalgamiento forzoso. La pregunta que responde este cuestionamiento es: ¿realmente importa la cantidad de gente que ejerza una cultura para protegerla, rendirles cuentas por el intento de aniquilamiento y proveer lo necesario para que se recupere en su propio desarrollo?

Se calcula que convivimos con más de 40 pueblos originarios que hablan 18 idiomas y a su vez, el Censo 2022 contabilizó 1.306.730 personas en viviendas particulares que se reconocen indígenas o descendientes de pueblos indígenas, de las cuales 674.455 son mujeres y 632.275  varones. Este valor representa el 2,9% del total de la población en viviendas particulares. Aunque un estudio que se confeccionó durante 12 años a través de un equipo de expertos encabezados por Daniel Corach, director del Servicio Huellas Digitales Genéticas de la Universidad de Buenos Aires. arroja que el 53% de la población tiene sangre originaria

El estado de situación de los pueblos originarios es dramático. Pareciera estar al límite de su eliminación, aunque conociendo sus habilidades de resistencia es probable que eso nunca pase. Lo que sí pareciera reverdecer una vez más es la esencia totalitaria del estado con ambición de nación y no sabemos cuántas oportunidades tengamos antes que esta enfermedad del alma se haga crónica y se transforme en una práctica cultural permanente que se practique más seguido, eliminando más colectivos.

Una muestra de esto es ver hoy como sub estados neocoloniales como Jujuy, Río Negro, Neuquén, Chubut, o el Chaco fortalecen sus avances sobre el cuerpo y el territorio de los pueblos que aún se mantienen de pie. Incluso en algunos casos cristalizando en su plexo normativo como la reforma de la constitución de Jujuy o el recientemente aprobado Protocolo de Consulta Previa Libre e Informada sin participación comunitaria, sin consulta, ni acuerdo de los lof Mapuche y Mapuche Tehuelche.

El escenario está planteado, solo falta que quienes intentamos dejar de ser colonia nos convenzamos  que para ser libres de toda dominación en esta tierra  lo primero que tenemos que hacer es reconocernos como un estado diverso donde todos tenemos derecho a desarrollarnos como nuestra cultura y nacionalidad nos indique con su propio idioma, cosmovisión y territorio, honrando a todas las víctimas de la asimilación cultural como por ejemplo los recientes Rafa Nahuel, Santiago Maldonado, Elias Garay, los reprimidos del malón de la paz o el abuelo diaguita Javier Chocobar, manteniendolas en el recuerdo como lo que NUNCA MÁS debe suceder en esta tierra.

Por Pablo García / El Destape

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