Que nos caiga la ficha

Actualidad21 de noviembre de 2024
Basquiat-recortado

La semana pasada el establishment argentino, a través de su poder judicial, condenó a Cristina Fernández de Kirchner a 6 años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos.

Está jurídicamente demostrado que el fallo no tiene fundamentos, y está políticamente demostrado que esta causa, como tantas otras, fue impulsada por el poder económico y mediático para sacar a Cristina de la competencia político-electoral y de la escena política argentina.

Lo hemos señalado en numerosas oportunidades: con Cristina hay un problema político de fondo, que no es personal. En Néstor Kirchner, ya fallecido, y en Cristina Kirchner, milagrosamente viva, se condensó, en un momento histórico determinado, un conjunto de fuerzas políticas y sociales que permitieron sostener una experiencia de gobierno de signo nacional y popular. Eso es lo imperdonable.

La “democracia” argentina, que se había pinchado luego de la primavera alfonsinista, no contemplaba como posibilidad el surgimiento de un gobierno relativamente autónomo al gran capital local y extranjero, que tuviera criterios propios diferenciados de la vulgata colonial difundida desde Washington.

Podemos y debemos discutir ampliamente los aciertos y las limitaciones de los 12 años kirchneristas, pero deberíamos hacerlo contextualizando tanto la trayectoria involutiva en materia de democracia social que venía recorriendo nuestro país desde la “restauración de la democracia”, como el contexto global de predominancia del neoliberalismo financiero y el aplastamiento del autonomismo latinoamericano.

Lo cierto es que la tarea de demolición mediática contra Cristina –que dura ya 16 años-, arrancó no bien comenzó su primer mandato. La persecución judicial contra CFK comenzó durante su segundo mandato. El Nunca Más de la derecha había iniciado: ni ella, ni ninguno parecido a ella, gobernarán la Argentina saliéndose del libreto del establishment argentino, embajador local de la globalización empobrecedora.

También hemos señalado que a través de las potentes dosis de anti kirchnerismo político, se le fueron transmitiendo a la población con ese discurso, un conjunto de elementos ideológicos de clara orientación derechista, tanto en lo económico (ficción de la economía de mercado) como en lo social (“la culpa la tienen los negros”) y lo nacional (“país de mierda”). Se estaba creando la base social de un gran partido de derecha, sin los pruritos de los grandes partidos tradicionales, que tendían al centro.

La semana pasada ocurrió otro episodio más de esa larga marcha derechista, que no es un episodio suelto, sino que forma parte de un sistemático trabajo de rediseño general de la sociedad argentina, amoldándola a las necesidades del poder económico local e internacional, asociados fraternalmente en esa miserable empresa.

Vimos, delante de nuestros propios ojos, cómo se cometía un crimen judicial que había sido previamente anunciado por quienes lo planearon –en el contexto de toneladas de desinformación previa-, sin que la ciudadanía más informada pueda hacer absolutamente nada para evitar o detener la arbitrariedad y el complot de políticos, empresarios, jueces y embajadas extranjeras contra una figura emblemática del movimiento popular.

No hace falta endiosar a Cristina. Tuvo muchos aciertos, y varios errores. Pero no la persiguen por eso.

Ella es considerada un estorbo por un poder social de raíz autoritaria que no acepta variaciones sobre un modelo de concentración y extranjerización, que requiere una población crecientemente empobrecida tanto materialmente como culturalmente.

Las izquierdas, por diversas razones, no han logrado hasta hoy, tener una influencia significativa en el panorama político local, y no son percibidas como peligrosas por el poder dominante. El centro liberal democrático ha capotado miserablemente, enfermo de anti kirchnerismo. El resto del espectro político no ha ofrecido alternativas reales al status quo, por lo que toda la potencia de fuego del trogloditismo argentino se enfocó en CFK, para tratar de destruir en ella el punto de confluencia de masas con capacidad de incidencia en el devenir político local.

El despunte de nuevos liderazgos progresistas, como el de Axel Kicillof, es visto, en cambio, con atención, y varios voceros del extremismo de derecha, como Espert y otros publicistas, ya han lanzado hacia allí su batería de infundios y mentiras. Recordemos: ni ella, ni ningún otro. Sólo lacayos.

5C6UWvI_1_720x0__1Ricardo Lorenzetti, Juan Carlos Maqueda, Carlos Ronsekrantz y Horacio Rosatti, ministros de la Corte Suprema de Justicia, en el acto de apertura de sesiones ordinarias del Congreso. Foto AFP. 
 

La demolición del Poder Judicial

El ex Juez de la Corte Suprema Eugenio Raúl Zaffaroni publicó recientemente un profundo artículo en el que plantea que lo ocurrido con la ilegal condena a Cristina; debe ser leído en un marco más amplio, el de geopolítica mundial y regional en América Latina, en donde se destruyen los sistemas judiciales en función de “paralizar toda resistencia nacionalista o de defensa de nuestra soberanía contra la depredación del actual colonialismo financiero transnacional”.

Para Zaffaroni no sería un tema de “derecha o izquierda”, sino de “opción entre soberanía nacional o dependencia colonialista”. Para el ex juez, “…la enorme pérdida de confianza pública en la magistratura, arroja dudas nada menos que acerca de la viabilidad del republicanismo, de la democracia y del liberalismo político”.

En un párrafo posterior, luego de denunciar como inconstitucionales la “Ley de Ficha Limpia” y el reciente despojo por vía administrativa de la jubilación y pensión correspondientes a la ex Presidenta, Zaffaroni razona de la siguiente forma: “Todos los habitantes de la Nación estamos sometidos al riesgo de cualquier arbitrariedad: si esto se le hace a la cabeza del partido opositor, ¿qué no se le podrá hacer al vecino de la esquina?”, y señala hacia el final de su nota: “La sentencia contra Cristina nos recuerda a todos que en el actual caos institucional se nos puede privar de cualquier derecho, porque no tenemos a quién reclamarle su eficacia, su vigencia, su respeto.”

Hay varios ricos elementos de lo escrito por Zaffaroni sobre los que queremos reflexionar:

1-Si bien sabemos que lo actuado por el poder judicial local en la persecución a Cristina ha sido organizado y promovido por un contubernio de empresarios, medios, políticos, servicios de inteligencia y jueces corruptos, es importante comprender que no actúan solos, sino en clara coordinación y coincidencia con una estrategia impulsada desde potencias del norte para liquidar el autonomismo latinoamericano y castrar políticamente a nuestra región. Lo que debemos remarcar con fuerza es que esta confluencia de intereses locales y extranjeros refleja la convergencia profunda entre los centros de la globalización y las burguesías latinoamericanas vencidas, rendidas y entregadas económica e ideológicamente al poder de las corporaciones transnacionales.

2-Si bien, teóricamente, la depredación colonialista no necesariamente sería un tema de derechas e izquierdas, como se había observado en algunos procesos de liberación nacional durante el siglo XX, tenemos la impresión que hoy el conjunto de las derechas en la región latinoamericana están comprometidas con el proyecto neo-colonial. Si se observa el tipo de candidatos y programas que ofrecen, su paupérrima formación y comprensión histórica, su repetición acrítica de cuanta teoría ad hoc se formule en el centro para consumo de los monitos de la periferia, no puede menos que pensarse que son meros satélites de poderes externos. En nuestra propia experiencia nacional estamos observando que la derecha realmente existente está totalmente sometida a las lógicas económicas e ideológicas globales.  Y que toda su vocación de confrontación está enfocada en las fuerzas soberanistas locales y en cambio reciben con amabilidad las demandas y presiones subdesarrollantes que provienen del exterior. Para decirlo aún más claro: no hay derecha en el movimiento nacionalista latinoamericano. Victoria Villarruel, por ejemplo, es la demostración palmaria de la chapucería de fingir nacionalismo (de derecha) en un gobierno regala-patria.

3-En cuanto a la pérdida de confianza pública en los valores de la República y la Democracia, hay que decir que no parecen ser temas demasiado populares. La “defensa de la República” fue un discurso publicitario de ocasión para movilizar a un sector de la ciudadanía contra el kirchnerismo. Sin embargo, se demostró que esa misma ciudadanía, tan sensible a estas cuestiones, era capaz de dejarlas completamente de lado en función de apoyar un gobierno neoliberal, dudosamente transparente, pero persecutorio en forma ilegal del peronismo. En cuanto a la Democracia, una idea que nació con un potencial esperanzador hace 41 años, terminó jibarizada y convertida en un ritual electoral cada vez más condicionado (ahora, directamente con proscripciones incluidas). Toda la batería de protestas públicas, de editoriales indignados y de demandas judiciales que se movilizaron contra el kirchnerismo, desaparecieron automáticamente con los gobiernos de Macri y de Milei. Es evidente que no hay una creencia real en esos valores, porque esa exquisita sensibilidad democrática y republicana se esfuma cuando asumen los gobiernos pro-coloniales. Los constitucionalistas, los sesudos analistas, las academias nacionales, desaparecen frente a las necesidades de gobernabilidad del poder económico local asociado al capital global. Cumplir las leyes vigentes sólo le compete a los gobiernos populares, para los cuales la institucionalidad conservadora constituye un cepo legal e intelectual que impide concretar medidas transformadoras. Toda la actual aquiescencia frente a la gestión y atropellos de Milei es una expresión palmaria de lo poco que creen en la democracia y la república vastos sectores de la “sociedad decente”.

4-Zaffaroni sostiene que a partir de la grotesca causa armada contra Cristina, todos los ciudadanos podríamos ser acusados y sometidos a cualquier tipo de arbitrariedad judicial. Me atrevo a sostener que eso no es así. No se trata sólo del problema de un poder judicial caótico, como si hubiera perdido el rumbo por razones desafortunadas. El rumbo de este poder judicial es muy claro: está a favor del régimen de gobierno que surge de las necesidades del poder económico concentrado y de su asociación con el poder colonial global. No es cierto que cualquiera puede ser tratado arbitrariamente, porque basta con ser indiferente o cómplice para gozar de tranquilidad. Estamos frente a un sistema judicial armado, diseñado y conformado por personal al servicio de la persecución de quienes no se arrodillan frente al poder hegemónico –más allá de las instituciones- que domina la Argentina. Si uno forma parte del bando neo-colonial no le debe temer a la justicia doméstica, porque siempre habrá plazos infinitos, se aceptarán todas la chicanas jurídicas habidas y por haber, habrá cajoneo eterno, y nunca se cumplirá ninguna pena. No es justicia caótica, es la “justicia” de la clase dominante, que está perfectamente alineada con el estado neocolonial en que se encuentra la Argentina. En cuanto al “vecino de la esquina” al que apela Zaffaroni, esperando que se alarme por lo que podría ocurrirle en este “estado de no derecho”, si su sensibilidad personal lo ha llevado a votar a Patricia Bullrich o a Javier Milei, seguramente no se sentirá demasiado alterado por la falta de libertades democráticas que puedan sufrir sus compatriotas “K”. Es más: festeja y apoya las tropelías judiciales, porque es una repetidora humana de los medios de la derecha.

5-Efectivamente, como señala Zaffaroni, no hay a quién reclamarle nada en nuestro país, porque el edificio judicial, pero también el mediático-comunicacional y buena parte del edificio partidario, no nos dan ninguna garantía ni de justicia, ni de ecuanimidad, ni de respeto por ninguna de las garantías ciudadanas ni los derechos consagrados. Tampoco nuestros vecinos radicalizados hacia la derecha. La degradación de la democracia argentina ha llegado muy lejos, no por voluntad de la mayoría de la población, sino por la acción sistemática de los poderes fácticos para vaciarla de cualquier contenido sustantivo, y por la –ahora sí- clara limitación de las formaciones políticas que se oponen al régimen neocolonial para hacerle frente con seriedad y efectividad.

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 El kirchnerismo frente al espejo

Si la imagen de país que hemos esbozado es cierta, cabe preguntarse qué deben hacer quienes no aceptan este tipo de situación social, económica, institucional y cultural.

La visión de la política y la sociedad, la metodología de acción que cristalizó el kirchnerismo a partir de su experiencia en el gobierno, está siendo desafiada en forma profunda por la realidad que vivimos. Veamos:

-Nuevamente se vuelve a confirmar que el poder judicial es una pesadilla antidemocrática y antipopular, que ha sido capaz de hacerse el idiota y no investigar el gravísimo intento de asesinato de CFK.

-El empresariado de mayor peso del país no se cansa de dar muestras de apoyo, y de financiamiento, al actual experimento neocolonial que daña la viabilidad de la Argentina como país soberano. Da muestras acabadas y claras de que no le importa ni la soberanía nacional, ni el Estado nacional, ni la vida y el destino de sus compatriotas. Esa sería la “burguesía nacional. Ese es el capitalismo realmente existente en nuestro país.

-Esto ocurre en un contexto donde buena parte del sistema político “democrático”, incluidos sectores del peronismo político, provincial y gremial, le otorgan por diversos medios gobernabilidad al régimen antinacional y encuentran siempre “sin querer” la fórmula para que avance y se profundice la neo-colonia. Se reservan eventualmente como la “alternativa” de continuidad “civilizada” al salvajismo del Ejecutivo al que –en realidad- acompañan.

-Los medios dominantes son los de siempre: algunos se muestran ofendidos frente a los insultos presidenciales, pero continúan incansablemente con la prédica anti kirchnerista –la religión transitoria del establishment local-, mientras apoyan decididamente la venta o regalo del país y el desmantelamiento de las instituciones de la salud, la educación y la cultura.

Insólitamente, en el kirchnerismo se ha desatado una puja interna que es incomprensible en el contexto descripto. Es más, uno de los ejes de la disputa sería la confección de las listas electorales para los comicios de 2025. Mientras se admite que estamos frente a un gobierno entre autoritario, no democrático, o “fascista”, se especula con lo que podría ocurrir en las urnas dentro de un año. Mientras se fija la vista en el proceso electoral, se deja de mirar, y denunciar, y enfrentar el hecho de que vastos sectores de la población sufren serias penurias, pobreza, desempleo, falta de atención y cuidados. Y fuertes tensiones emocionales.

Da la impresión de que al propio kirchnerismo, o parte de su dirigencia y de su militancia, no le cae la ficha sobre la índole del monstruo que está enfrente, que no es Milei, sino el establishment argentino. Se ha abierto una brecha que crece cada día entre el tipo de discurso que ofrece sobre lo que ocurre en el país (personalizando en Milei, o en Macri, que serían la causa de los problemas), la práctica política que es capaz de asumir y proponer (hacer sucesivas campañas electorales y lograr avances parlamentarios), y las características del poder autoritario multidimensional al que estamos sometidos.

Enfrentar una situación neo-colonial, económica, social, política, cultural, ideológica, identitaria, requiere esfuerzos organizados y articulados en todas las dimensiones en las que se manifiesta ese poder. En cambio, simular que formamos parte del sistema institucional suizo, y movernos exclusivamente en los andariveles electorales y parlamentarios, no parece ser la mejor forma de preparar el camino para la victoria.

 

Por Ricardo Aronskind * Economista y magister en Relaciones Internacionales, investigador docente en la Universidad Nacional de General Sarmiento. / La Tecl@ Eñe

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