Ahogó a sus dos hijos para recuperar a su novio, pasó treinta años en la cárcel y ahora podrá salir en libertad condicional

Historia19 de noviembre de 2024
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Fueron 480 segundos. El tiempo exacto que le llevó a Susan Smith, 23 años, dejar de ser madre para convertirse en asesina. Solamente 480 segundos.

Era martes. Pero no un martes cualquiera. Era ese martes en el que decidió torcerle el brazo al destino medianamente feliz que puede tener cualquier familia. Sus dos hijos se habían convertido en un lastre para su libertad. La única salida, pensó, era deshacerse de ellos. Como si fuese un accidente.

Un suicidio y un abusador
 
Susan Leigh Vaughan Smith llegó al mundo en un hogar turbulento el 26 de septiembre de 1971, en Union, Carolina del Sur, Estados Unidos. Era la única hija mujer y la menor de los tres que tuvieron Linda Harrison y Harry Vaughan. No había llegado a cumplir los 8 años cuando sus padres se divorciaron. Harry no pudo soportar la separación de Linda y se suicidó 35 días después. Puso un arma entre sus piernas y apuntó a su abdomen. Disparó, pero no murió enseguida y llegó a llamar al 911. Tenía 37 años.

Linda, en cambio, floreció y rehizo rápidamente su vida. Pocos meses después, se volvió a casar con un hombre que le daría una existencia mucho más cómoda económicamente. Beverly Russell era un empresario exitoso, divorciado y con varias hijas. Linda aprovechó el ascenso social y dejó su humilde vivienda para instalarse con sus tres hijos en la mansión de su nuevo esposo en el barrio más exclusivo de Union. La suerte ahora estaba de su lado. El cambio había sido radical.

Pero Susan no lo vivía de la misma manera. Andaba deprimida. Tanto que a los 13 años se tomó un frasco de pastillas. Quería morir como su padre. Con la diferencia que no murió y las cosas siguieron de mal en peor. A los 16 descarriló por completo luego de que su padrastro comenzara a abusar sexualmente de ella. Todo comenzó una noche en la que Susan estaba durmiendo en el sillón del living porque le había cedido su cuarto por una noche a una de las hijas de Russell. Su padrastro estaba sentado en el sofá. Susan en vez de pedirle que se moviera de ahí, se acomodó sobre él y se durmió. Se despertó con Russell tocándole los senos. Luego él le tomó la mano y la puso sobre sus genitales. Susan le contó a su madre lo sucedido y fueron juntas a denunciarlo a los Servicios de Minoridad. Russell debió irse de su casa por un tiempo mientras los psicólogos entrevistaron a Susan en varias oportunidades. Las cosas no salieron bien y Russell volvió a su casa. La adolescente no sacó gratis la denuncia y fue castigada. Incluso por su madre que se había enojado por semejante e inútil exposición.

Los abusos siguieron ocurriendo. En quinto año del secundario Susan habló de nuevo del tema con un consejero escolar. Los servicios sociales fueron hasta la casa una vez más, pero ella no se animó a presentar cargos contra su padrastro.

Unión de dos pasados turbulentos
A los 17 años, en el verano de 1988, Susan consiguió un trabajo en los almacenes Winn-Dixie. Con velocidad asombrosa ascendió de cajera a encargada. Era ambiciosa. En su relación con los hombres se comportaba con la misma rapidez. No medía las consecuencias y avanzaba. Le gustaba gustar. Para ese entonces ya mantenía relaciones sexuales con tres hombres al mismo tiempo: un compañero de trabajo casado, un colega joven y su rico padrastro.

Quedó embarazada de alguno de ellos y decidió abortar. Su compañero de trabajo casado se enteró y reaccionó con terror: decidió terminar su romance sexual con ella. Susan volvió a las andadas y se tragó un cóctel de medicamentos. Sus amenazas de morir no tenían éxito: un lavaje de estómago y otra vez a andar por el sendero del desastre.

Terminó el secundario en 1989 y comenzó a salir con David Smith, un empleado de su mismo trabajo y también ex compañero del colegio secundario. Cuando quedó embarazada, a los padres de él no les pareció nada bien la situación y ellos optaron por casarse.

El 15 de marzo de 1991 lo concretaron. Ella, quien ya tenía dos meses de gestación, se vistió de blanco. Se fueron a vivir con la bisabuela de David. No tenían otro sitio donde quedarse. Además, los padres de David estaban atravesando un duelo terrible: once días antes de la boda de Susan y David habían perdido a un hijo de 22 años que llevaba mucho tiempo enfermo.

La vida no era mejor en la casa de los Smith. En mayo de 1991 el padre, muy deprimido, intentó suicidarse con una sobredosis. Fue internado en una clínica para tratar su depresión. Su esposa Bárbara quien se había vuelto ultra religiosa no soportó la presión y decidió mudarse sola a otra ciudad. Había abandonado el barco.

Por otra parte, la flamante pareja, no se llevaba demasiado bien. Susan gastaba de más y salía sin parar. Linda financiaba su vida de juerga y David reprobaba tanto la conducta de su esposa como la de su suegra. Linda estaba decepcionada con la elección de pareja de Susan, esperaba un candidato mucho más posicionado.

El primer hijo de ambos, Michael Daniel, llegó al mundo el 10 de octubre de 1991. Ya para este momento la relación entre ellos era imposible. En marzo de 1992 se separaron y durante unos siete meses estuvieron yendo y viniendo. No se decidían. Pero Susan no era precisamente una practicante de la monogamia; al mismo tiempo salía con otros. David la pescó y se enojó, pero la terminó perdonando cuando ella le anunció, en noviembre de 1992, que estaba otra vez embarazada.

Linda volvió a prestarles dinero y esta vez consiguieron tener su propia casa. Los jóvenes soñaban que eso arreglaría las diferencias. Pero un techo, dos hijos y tener una pareja no es la fórmula matemática de la felicidad.

El 5 de agosto de 1993 nació Alexander Tyler Smith con una cesárea de emergencia. Y, 21 días después, David abandonó la convivencia.

Susan decidió cambiar de trabajo para evitar seguir viendo a David. Halló uno en el área contable de la empresa Conso Productos. De inmediato escaló puestos y terminó como secretaria ejecutiva del presidente y CEO de la empresa: J. Carey Findlay.

Había conseguido mejorar en la vida como lo había hecho su propia madre. Ahora tenía una posición de influencia y se codeaba con gente con dinero. Apuntó al hijo soltero de su jefe, uno de los más codiciados de la ciudad: Tom Findlay. El joven de 27 años trabajaba en diseño gráfico.

No ser la elegida
Con Tom comenzaron a salir en enero de 1994. En marzo, en medio de un reencuentro con David a quien seguía viendo, aprovechó para pedirle el divorcio. Quería avanzar con Tom. Se imaginaba un futuro resuelto y solvente. Pero su cabeza elucubraba escenarios que no existían en la realidad. A ella le costaba percibir lo que le ocurría a su candidato de oro. Tom no la miraba como a una novia seria o a una posible esposa, sentía que ella se había vuelto controladora y posesiva y estaba molesto por sus conductas indecentes. Después de un par de actitudes que lo decepcionaron ya se había percatado de que ella no era la mujer indicada para él. Decidió escribir una carta para dejar la relación. Lo hizo el lunes 17 de octubre de 1994. Eran muchas páginas donde le decía a Susan de manera frontal, pero contemplativa, que la relación se terminaba. Todo había acabado. Escribió: “Sos inteligente, bella, sensible y tenés un montón de otras maravillosas cualidades (...) Sin dudas vas a hacer feliz a un hombre siendo su mujer. Pero lamentablemente, ese hombre no seré yo”. Le dejaba claro que pertenecían a mundos diametralmente distintos y remarcó la diferencia en sus crianzas: “Vos pensás que tenemos mucho en común, pero somos muy diferentes. Fuimos criados en dos ambientes absolutamente distintos y, en consecuencia, pensamos diferente. Esto no quiere decir que yo fuera criado de una mejor manera que vos o viceversa, solo demuestra que venimos de pasados distintos”. Tom le siguió explicando por qué había roto con sus novias anteriores y por qué no podría seguir saliendo con ella: “Hay cosas en tu vida que no son para mí. Y sí, estoy hablando de tus hijos. Estoy seguro de que son muy buenos chicos, pero no importa cuán buenos sean… El hecho es que yo no deseo tener hijos. Estos sentimientos podrían cambiar algún día, pero lo dudo. Con todas las cosas locas que pasan en el mundo hoy, no tengo deseos de traer otra vida a él. Tampoco quiero ser responsable de los hijos de otros. Pero estoy muy contento de que haya gente como vos que no es tan egoísta como yo”.

También aprovechó para reprocharle su comportamiento inapropiado durante una fiesta en su casa cuando le dio por besar al marido de una amiga suya dentro de un jacuzzi: “Verte besándote con otro hombre me puso las cosas en perspectiva tienes que tomar tus propias decisiones en la vida, pero recuerda que también tienes que vivir con las consecuencias. (...) Si algún día quieres casarte con un buen tipo como yo, tendrás que actuar como una buena chica. Y vos sabés que las chicas buenas no duermen con señores casados”. Más claro, imposible.

Es increíble, pero al mismo tiempo que Susan decía morir de amor por Tom, seguía manteniendo relaciones sexuales con su ex marido David, con su padrastro Russell y con su jefe y padre de Tom, J. Carey Findlay. Desesperada por rescatar su relación, no se le ocurrió nada mejor que intentar manipular a Tom para que sintiera pena por ella. Le confesó la relación abusiva de su padrastro con ella. No provocó que Tom quisiera protegerla, quedó espantado con lo que ella le había relatado.

En la cabeza de Susan se prendía fuego la rabia.

Estorbos para ser hundidos
El martes 25 de octubre de 1994 comenzó temprano para Susan. Levantó a sus hijos, les dio el desayuno y los llevó a la guardería. Se pasó el resto de la mañana en su oficina, pero internamente seguía maquinando cómo reconquistar a Tom. A la hora del almuerzo se juntó con un grupo del trabajo en un restaurante. Tom estaba ahí. La pasaron bien y se rieron mucho, salvo ella que estuvo callada. A las 13:30 Susan le solicitó a su supervisor salir más temprano. Él le preguntó si le pasaba algo y Susan le admitió que estaba molesta: “Estoy enamorada de alguien que no me quiere”. Su jefe le preguntó quién era ese hombre y ella no dudó en decirlo: “Tom Findlay”. Obtuvo el permiso pero, al final, no se fue de su trabajo. Cambió de idea. A las 14:30 llamó a la oficina de Tom y le dijo que quería verlo afuera del edificio para hablar. Fue entonces que Susan le dijo que su ex David la estaba extorsionando con que iba a hacer públicos algunos detalles escabrosos de su divorcio. Uno era que iba a ventilar que Susan tenía un romance con su padre J. Carey Findlay.

Tom se quedó en completo estado de shock. Lo pensó un poco y luego le dijo que la amistad entre ellos dos continuaría, pero “nuestra relación de intimidad tiene que terminar acá para siempre”.

A las 16:30 Susan estaba como loca. No conseguía mover las fichas como pretendía y que Tom reculara. Volvió a buscarlo con la excusa de devolverle su remera de la universidad. Tom no la quiso, le dijo que se la quedara.

Susan no tuvo más remedio que salir del trabajo para recoger a sus hijos en la guardería (el mayor ya tenía 3 años y el menor 14 meses). Cuando volvía de allí se encontró con otra empleada de Conso, Sue Brown, la manager de marketing en un estacionamiento. Charlaron un poco y Susan la convenció para que volviera con ella hasta Conso para que ella pudiera disculparse con Tom por haberle mentido que tenía relaciones con su padre. Sue tenía la misión de quedarse en el auto Mazda de Susan con los chicos. Ahora, la disparatada estrategia de Susan era decirle a Tom que le había dicho semejante cosa sobre su padre para ver cómo reaccionaba.

Llegaron a la empresa a las 17:30. Susan bajó del auto y fue directo a la oficina de Tom quien no se mostró para nada contento de verla. No quiso ni escucharla y le pidió que se fuera. Estaba harto de esta joven inestable y sumamente problemática.

Susan despidió a Sue y arrancó su auto pensando que si sus hijos eran el problema se tendría que deshacer de ellos. Si Tom no quería hijos, ella no los tendría. Volvió a su casa y bajó a los chicos. Eran cerca de las 18 horas. Releyó la carta de Tom varias veces. Cerca de las 19 llamó a Sue Brown quien estaba comiendo con amigos en el restaurante Hickory Nuts. Susan le quería preguntar si Tom, que seguro estaba allí con todos, había preguntado por ella. Sue le dijo que estaba pero que no había preguntado nada. Susan estaba desconsolada.

A las ocho de la noche decidió poner en marcha su macabro plan. Guardó la carta de Tom en la guantera del auto. Luego buscó a sus hijos, los vistió pero no les puso zapatillas y los sentó, con especial cuidado, en sus sillitas en el asiento trasero de su Mazda Protégé bordó modelo 1990. Les colocó los cinturones. Luego, salió a conducir sin rumbo en la oscuridad, pensando y repasando el plan. Los chicos, al fin, se durmieron de tantas vueltas. Había pasado casi una hora cuando manejó por la autopista 49 se decidió y, luego, tomó el camino rural que terminaba en el lago John D. Long. Tuvo que seguir las indicaciones porque jamás había estado allí. Llegó hasta donde estaba la rampa de 23 metros de largo por donde bajaban los botes. Estacionó sobre ella con la trompa de su auto apuntando al agua. Dejó las luces prendidas y se bajó. Sintió el frío del otoño en la cara y observó el brillo dorado de sus faros sobre la superficie líquida. Parada desde fuera del auto quitó el freno de mano, colocó la palanca de cambios en Drive y cerró su puerta con mucho cuidado para no despertarlos. El auto bajó por la rampa sin conductor y empezó a hundirse en el lago con una pasmosa lentitud. Se iba llenando de agua poco a poco.

Susan esperó y se tapó con las manos los oídos. No quería escuchar los ruidos que hacía su coche mientras se sumergía hasta el fondo. (¿Se despertaron los chicos cuando el agua entró? ¿Gritaron llamando a su madre? No se sabe. Y ella no lo dijo).

Lo cierto es que esperó ocho eternos minutos hasta que ya no se vio absolutamente nada sobre la superficie. Ni burbujas. Recién entonces salió disparada hacia una casa cercana para pedir ayuda. Eran pasadas las 21 cuando golpeó la puerta de Shirley y Rick McCloud y gritó que la ayudaran.

El hijo de Rick y Shirley fue quien llamó al 911 a las 21:12.

Mientras llegaba la policía Shirley calmó a Susan y logró que les contara qué había pasado: ella dijo que un hombre afroamericano los había abordado en una luz roja en Monarch Mills y los había secuestrado amenazándola con un arma. Diciendo que la iba a matar la había hecho manejar por varios kilómetros y la había obligado a bajarse mientras él escapaba con sus dos hijos atrapados en el asiento trasero. Reveló que cuando eso ocurrió sus chicos empezaron a llorar a los gritos. Gritos en sus oídos guardados. Eso seguro que sí había escuchado un rato antes. Después le dijo a Shirley que quería llamar a su padrastro y a su ex David y así lo hizo.

Al poco rato, apareció en escena el comisario Howard Wells quien casualmente era amigo del hermano de Susan. Le pidió a la víctima que le relatara los hechos. Tomó notas. Era el momento de recolectar información. Las dos familias se reunieron en lo de los McCloud esa misma noche. Un helicóptero de la policía equipado con sensores de calor sobrevoló el lago y los alrededores. Los buzos llegaron y comenzaron a rastrear la zona cercana. Un artista policial hizo, con la ayuda de Susan, un sketch del violento sujeto.

Lo que siguió fue una actuación casi perfecta durante nueve días: Susan era una madre temblando y llorando ante las cámaras de televisión, acompañada por su ex marido David Smith. Ambos rogaban por la aparición con vida de sus pequeños y le pedían al secuestrador no los lastimara. Susan repitió sin pestañear: “Mi corazón me duele tanto que no puedo dormir, no puedo comer, no puedo hacer nada más que pensar en ellos”. Enfundada en un vestido rosa era la perfecta imagen de la desolación. Todos se conmovieron.

Los periodistas llegaron a la ciudad de Union en masa. En esos días la opinión pública no podía despegar la nariz de las noticias sobre el caso. 

David y Susan Smith, entrevista concendida en Televisión, cuando denunciaron el secuestro de sus hijos
Un pedido imprevisto para rezar
Los detectives no fueron ingenuos y sometieron a la pareja al detector de mentiras. La principal pregunta fue: ¿sabe usted dónde están sus hijos? David la atravesó sin problemas. Susan no, y se dio cuenta porque se lo dijo a David. Era el primero de los muchos que le harían. Además, habían detectado un par de inconsistencias en sus declaraciones. La más importante: había dicho que en el sitio en el que había sido abordada por el hombre negro con pasamontañas no había otros autos y que se había detenido ante una luz roja y que el sujeto había aprovechado ese momento para abalanzarse sobre ellos. Lo cierto era que, justo en esa esquina, el semáforo solamente se ponía en rojo si venía otro auto. Caso contrario, estaba siempre en verde. Si no había autos, no podía haberse puesto rojo nunca. Elemental.

También había relatado que a las 19:30 su hijo Michael le había pedido ir a Wal-Mart, pero ningún empleado del supermercado había visto a Susan, a sus hijos o a su auto allí. Además había contado que esa noche iría a visitar a Mitchell Sinclair, el novio de su amiga Donna Garner. Pero Mitchell negó haber hablado con ella y agregó que esa noche, a las 21, ni siquiera estaba en su casa.

Los detectives ya sospechaban fuertemente de su historia. Se lo hicieron saber durante uno de los interrogatorios y ella reaccionó furiosa y golpeando la mesa. “¡Cómo podían pensar que ella podía haberle hecho algo a sus hijos!”, gritó. David, por su lado, le dijo a la policía que él le creía, sin dudas, en lo que ella sostenía.

El jueves 3 de noviembre, luego de que ella y David terminaran una entrevista con CBS This Morning, el comisario Howard Wells la convocó. Quería volverla a interrogar. A las 12:30 del mediodía la mandó a buscar.

A las 13:40 Wells y ella se juntaron en un pequeño cuarto en una iglesia bautista situada en la misma calle del Tribunal de Union.

Se sentaron, rodilla contra rodilla, uno frente a otro, en dos sillas plegables. Wells la confrontó con todo lo que sabía y con sus inconsistencias en el relato. También le dijo que su acusación contra una persona de raza negra había generado tensiones con la comunidad de la zona. Cuando él terminó su discurso, Susan se quedó callada por unos segundos. Luego, tuvo una reacción tan insólita como imprevista: le pidió a Wells que rezara con ella. Wells luego de rezar le dijo: “Susan es el momento”.

Ahogada en sollozos expresó: “Estoy tan avergonzada, tan avergonzada” y le pidió un arma para poder matarse. Wells le preguntó por qué querría dispararse. “No lo entiende, mis hijos no están bien”, reveló.

Lo que siguió fue una confesión completa. También mencionó que había querido suicidarse con ellos, pero que se había arrepentido en los segundos finales y había saltado de su Mazda.

Escribió la confesión en dos páginas enteras que decoró con pequeños corazones. Sostuvo ahí que dudó y que tres veces destrabó y volvió a trabar el freno de mano del auto antes del final. Firmó con su nombre y puso fecha y hora: Susan Smith - 3/11/94 - 17:05 hs.

La policía reaccionó con rapidez y envió un equipo especializado para rescatar del fondo del lago el auto de Susan. Era la noche del 3 de noviembre de 1994 cuando lo hallaron dado vuelta sobre el fondo, a unos 36 metros de la orilla. Los dos chicos estaban atados a sus asientos de niño, cabeza abajo, y no tenían zapatos. En la guantera hallaron la carta de la ruptura de Tom.

Steve Morrow, uno de los buzos de Vida Salvaje del estado, contó que estaba buceando, alumbrando el auto con su linterna a través del agua y del barro, cuando de pronto vio “una pequeña mano apoyada contra el vidrio”. Los buzos salieron del agua descompuestos.

Las pericias revelaron algo peor: los pequeños estaban vivos cuando el agua los tapó. Tenían inundados sus pulmones.

David Smith fue el más shockeado con la noticia. La última vez que vio a Susan le preguntó asqueado por qué los había asesinado. La respuesta de su mujer fue de lo más inquietante: “Tranquilo. Cuando salga de aquí espero regresar contigo y tener más hijos”.

David se divorció de ella en mayo de 1995. Después de un tiempo volvió a casarse y se animó a tener más hijos: Savannah (24) y Nicholas (22). Sus dos chicos mayores, Michael y Alex, descansan eternamente juntos, en el mismo ataúd blanco, en el cementerio en la Iglesia metodista Bogansville United. A David le tocó en el divorcio el auto Mazda. Luego del juicio, decidió destruirlo por completo.

Una experta en manipulación
El fiscal Tommy Pope apeló a las emociones cuando dijo en su alegato que esos chicos “seguramente estuvieran llorando, porque estaría oscuro ahí abajo. Tendrían miedo. Sabían que estaban solos”. Caracterizó a Susan como a una experta manipuladora, una egoísta que sabía cuándo debía llorar y que fue capaz de asesinar a sus propios hijos en reacción al rechazo de un hombre.

Se mostró la filmación de la recreación de la caída del auto en las frías aguas del lago. Fue absolutamente perturbador. Quedó probado que el agua habría demorado en alcanzar a los menores hasta unos ocho minutos. La espera se hizo insoportable incluso en la pantalla. El jurado rompió en llanto.

El agente del FBI, David Espie, que le hizo varios tests del polígrafo a Susan relató: “Ella hacía sonidos como de sollozos, pero cuando la miraba a los ojos no había agua en ellos, ni una sola lágrima”.

Tom Findlay debió testificar y dijo que él había conocido a una Susan dulce, querible, no al monstruo que parecía ser en el juicio. El juez no permitió que los peritos relataran el nivel de descomposición de los cuerpos de los pequeños. Solo se mostraron un par de fotos de los cuerpos.

Eddie Harris, uno de los agentes que transportó varias veces a Susan para los interrogatorios iniciales, cuando sus hijos todavía estaban desaparecidos, declaró que ella en esos trayectos se había mostrado siempre calma y desinteresada. Una vez incluso le preguntó cómo creía que ella se veía en la pantalla del televisor.

      David Smith sostiene una foto de sus hijos asesinados Michael y Alex. "Ella siempre quiere estar bajo las luces, busca atención y pretende manipular a la gente. No creo que vaya a cambiar. Deseo con todo mi corazón que no salga", dijo públicamente
David Smith también declaró y solicito para ella la pena de muerte.

La defensa de Susan Smith intentó declararla incapaz. Incluso su padrastro Beverly Russell, conmovido por la posibilidad de una pena capital, decidió dar su testimonio. Reconoció que había abusado de ella por años. Lloró y se responsabilizó de los problemas emocionales de la acusada y le dijo en un escrito: “Mi corazón se rompe porque lo que te he hecho, por tu pena y por tu pérdida (...) Tú no tienes toda la culpa en esta tragedia. Yo sabía los resultados que mis pecados podían traer, debería haber tenido la fuerza de comportarme de acuerdo a mi responsabilidad. Todo lo que necesitabas de mí era el correcto tipo de amor”. Russell miembro activo del partido republicano y de la Coalición Cristiana había admitido a las autoridades los abusos con su hijastra cuando era una adolescente y que había malinterpretado la necesidad de afecto que tenía Susan. Pero admitió también que los encuentros habían seguido durante el matrimonio de ella con David y que incluso, dos meses antes de que ella asesinara a los chicos, habían mantenido relaciones sexuales consensuadas. De hecho, para pagar la defensa de la acusada Russell hipotecó su mansión. Durante el juicio, la madre de Susan, Linda Russell, se presentó todos los días. Lloró en su butaca al lado de su marido, el abusador. Es increíble todo lo que puede pasar en una familia absolutamente disfuncional.

Quizá lo que admitió Russell haya servido para evitar que la electrocutaran. El jurado, luego de diez días de juicio, demoró dos horas y media en decidir que era culpable. El 28 de julio de 1995 fue sentenciada a dos cadenas perpetuas con la posibilidad de libertad condicional luego de cumplir treinta años de cárcel. Al menos, pensó la defensa, había logrado sortear la pena de muerte.

Al escuchar la sentencia David sostuvo que él no perdonaría nunca lo que ella había hecho: “No olvidaré nunca a Michael y Alex. Mi familia y yo estamos decepcionados de que no la hayan condenado a muerte” . Susan había acuñado el título de ser “La peor madre del mundo” en la prensa. La tragedia dio que hablar. Inspiró muchísimos documentales del true crime; una serie de HBO, Oz, tiene un personaje basado en ella; en 2006, Julianne Moore interpretó a Susan en la película Freedomland y hubo varios libros. Incluso el que escribió su propio ex marido David Smith (Más allá de toda razón: Mi vida con Susan Smith) y su madre Linda Russell (Mi hija Susan Smith). En la cárcel Susan estuvo lejos de ser una presa modelo. Cometió muchas infracciones, tuvo sexo con guardias que luego perdieron sus trabajos, contrabandeó drogas y marihuana entre muchas otras cosas. En 2015 Susan escribió una carta al estado donde sostuvo que ella estaba mentalmente enferma cuando hizo lo que hizo: “No soy el monstruo que la sociedad cree. Lejos de eso. No era yo esa noche. Yo era una buena madre y amaba a mis hijos”.

Este año la descubrieron hablando de sexo con una docena de hombres e intentando cobrar dinero para hablar en documentales. La castigaron quitándole el celular, su tablet y varios privilegios por 90 días a partir del pasado 4 de octubre.

¿Pronto la libertad?
Estamos llegando al 20 de noviembre de 2024. El día en el que Susan, ahora con 53 años, se presentará en la audiencia para pedir su libertad condicional.

Esto ha despertado una oleada de cartas furiosas del público que no lo creen justo y quieren presionar en la decisión del equipo de libertad bajo palabra. Hasta la fecha han llegado más de 130 cartas oponiéndose a su liberación. David Smith alienta a que las escriban para que Susan no pueda jamás volver a pisar las calles: “Ella tomó el mayor regalo que es la vida y se los quitó. Y quiero que la gente lo recuerde” dijo y al medio Fox News le agregó: “Estoy seguro de que después de 30 años habrá gente que pueda perdonarla y sienta pena por ella, es entendible, pero eso no borra lo que le hizo a Michael y a Alex. ¡Que ella me haya estado mintiendo esos nueve días tratando de zafarse mientras los cuerpos estaban tanto tiempo en el agua! No tuve la oportunidad de decirles adiós (...). Ella siempre quiere estar bajo las luces de alguna manera, busca atención y pretende manipular a la gente. No creo que vaya a cambiar. Me hubiera gustado poder detenerla… Deseo con todo mi corazón que no salga”.

Si bien las cartas son privadas y no se dieron a conocer, algunos familiares de Susan contaron que en la mayoría hay comentarios muy fuertes sobre ella. Dicen cosas como, por ejemplo, que Susan debería estar “en el fondo del lago con sus hijos”.

Aquel novio llamado Tom, del que nunca se supo nada más, había sido certero al decirle que cada uno debe hacerse cargo de las consecuencias de lo que hace. Lo cierto es que la ley del estado de Carolina del Sur establece que cualquiera que haya sido condenado por asesinato, después de tres décadas de prisión efectiva, tiene la oportunidad de la libertad vigilada. Le podría ser denegada, pero ella puede volverla a solicitar cada dos años por el resto de su vida.

El día de la audiencia de Susan, David anticipó que quiere estar presente. No la ha vuelto a ver en 30 años. Irá porque quiere decirle algo muy sencillo: “No tenés idea del daño que has hecho a tanta gente (...) Haré todo lo que esté a mi alcance para que sigas siempre tras los barrotes”.

Nota:infobae.com

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